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Que los edificios hablen

Mariana Hoyos Acosta

@marianahoyoss


Solo una ciudad que se reinventa es capaz de albergar vida. Reinventarse para dar nuevos sentidos, habitar otros espacios y, sobretodo, para moverse al ritmo de sus ciudadanos. ¿La metamorfosis de una ciudad debe implicar la destrucción de su pasado?

La memoria de una ciudad vive en su arquitectura, esa que intenta prevalecer después de que su gente ya se ha ido. Algunas edificaciones no logran adaptarse a las dinámicas cambiantes y se incineran para que en su lugar se erijan nuevas construcciones o se vuelven monumentos en los que se cobra la entrada a los turistas. Sin embargo, hay unas pocas que se transforman junto a sus habitantes: cambian de fachada, de propósito y de utilidad para no perecer en el tiempo. Por esto, cuando una ciudad intenta recuperar su memoria debe dejar que los edificios hablen.

La arquitectura de Medellín muestra que su historia sí existe pero está escondida. Pasa desapercibida entre el millón y medio de personas que visitan el centro diariamente. Por la noche, cuando ya no hay caos, se pueden ver murales, puertas, fachadas y nombres que dan pistas sobre lo que alguna vez fuimos.

Hay organizaciones como Distrito Candelaria que dan recorridos en el centro de Medellín para contar la historia a través del patrimonio. Son verdades a medias o mentiras agrandadas, en suma, es lo que ha quedado tras generaciones de historias, periódicos viejos y edificios restaurados.

De la época de la colonia queda poco. Entre lo que se conserva está la Iglesia de la Veracruz ubicada en el centro de la ciudad, en la carrera Carabobo con la calle de Boyacá. Fue construída en 1682 a las afueras de la ciudad, por esto era considerada la iglesia de los forasteros. Allí se daba el primer saludo y el último adiós. Además, los caminantes que morían de visita en estas tierras se guardaban en el osario de la Iglesia. Hoy está rodeada de locales comerciales y mujeres bien maquilladas que llevan minifaldas y se sientan en la fuente del parque a esperar clientes. En la entrada, los habitantes de calle se sientan en la puerta a esperar a que los devotos salgan de misa y se apiaden de ellos.

En los años 20 los paisas empezaron a fundar empresas y a viajar al exterior. Medellín se abrió al mundo y trajo arquitectos como Agustín Goovaerts para europeizar la ciudad y cambiar las tapias por yesos. Entre las 110 obras que construyó en diez años se encuentra el Palacio Nacional. Este edificio desde que fue construido en 1925 ha sido testigo de la metamorfosis de Medellín y se ha transformado con ella. Fue sede del telégrafo, del correo y del Palacio de Justicia. Hasta el 2007 se contaron 162 suicidios en el edificio, pues algunos saltaban al vacío cuando los condenaban a prisión. Hubo un caso en el que se le imputaron cargos a un señor por matar a su hija, cuando cumplió la condena y quedó libre, lo primero que hizo fue volver al Palacio Nacional a suicidarse.

Precisamente cuando el centro administrativo de Medellín se trasladó a la Alpujarra, el edificio perdió vida y estuvo abandonado más de diez años. En 1993 lo compró y lo restauró un particular. Hoy hace parte del pasaje comercial de Carabobo. Sus arcos color crema y vinotinto, propios de la arquitectura romántica, rodean los 400 locales que forman este centro comercial. Entre la decoración también se encuentran sobres, espadas y una balanza que simbolizan los usos que ha tenido el edificio desde su construcción. Ha logrado perdurar en el tiempo gracias a que se ha reinventado y se ha adaptado a las necesidades de la gente. Hoy es un bien de interés cultural y se le conoce popularmente como el Palacio de los Tennis.


Iglesia de la Veracruz                                     Banco de Londres


                                         




Picasso decía que toma tiempo llegar a ser joven, y sí, a Medellín le ha llevado más o menos 403 años llegar a ser una ciudad fresca e innovadora. Su desarrollo ha implicado varios renaceres en los que se ha tapado un pasado para construir un futuro.

Este afán de europeizar Medellín también quedó atrás a finales del siglo XX. Muchas obras arquitectónicas de estilo neoclásico fueron derrumbadas para darle paso a estructuras más modernas, planas y simples. Se construyó la zona bancaria de Medellín en el trazado de Junín: el Banco de Londres, el Banco Alemán, el Banco Cafetero, el City Bank y The National City Bank of New York, hacían parte de la milla de oro de Medellín. Este último fue construido para Carlos Coroliano Amador, mejor conocido como el Burro de Oro. Llegó a ser de los hombres más ricos de América Latina, trajo el primer carro a Medellín y hasta tuvo boleto para el Titanic, pero lo dejó. Hoy, los edificios sobrios, color beige o hueso, son tiendas, cafeterías u oficinas, quedan cerca de la estación San Antonio y sus nombres se esconden entre el mar de personas que transitan por la zona a diario.

El edificio Coltejer también hace parte de este estilo arquitectónico. Alguna vez fue el ícono del mercantilismo paisa porque era sede de la empresa más próspera de la ciudad. Para construirlo, el Hotel Europa y el Teatro Junín yacieron en escombros. Ambos fueron construidos en los años 20, por Goovearts, con el estilo europeo.

Aunque eran espectaculares y culturalmente jugaban un papel importante en la ciudad, poco a poco, dejaron de estar a la par de las necesidades. Por esto, la nostalgia de su pérdida no fue mayor al orgullo de su reemplazo. “A principios del siglo XX teníamos una ciudad y durante ese mismo siglo destruimos los edificios junto con su historia, eso lo hacemos permanentemente”, aseguró el arquitecto Aurelio Arango. Hoy, el edificio blanco de 36 pisos y con forma de aguja, tampoco sigue siendo el edificio insignia de Medellín. Dejó de ser la sede de Coltejer y ahora es el centro administrativo del grupo empresarial Ardila Lulle.

Hace poco se implosionó el edificio Mónaco; ese que alguna vez fue hogar de Pablo Escobar y que después hizo parte de las locaciones de los narco tours de la ciudad. A menudo se veían extranjeros en la entrada tomándose fotos y guías contando la historia. El edificio personificaba la época del narcotráfico y los años en los que Medellín fue la ciudad más violenta del mundo. La estructura, en sus últimos años, carcomida por el abandono, mostraba la decadencia del imperio de la abundancia que se construyó sobre la ilegalidad en los años 80. Medellín intentará borrar su pasado oscuro: la próxima construcción será un parque memorial en honor a las víctimas del narcotráfico. El edificio que contaba la historia ya solo podrá vivir en la memoria de los que lo vivieron.

La epidermis de Medellín es compleja. En una misma esquina de Parque Berrío hubo tres edificios en 70 años. Lo que no sirve o pierde el sentido, se recicla rápido. Hoy a Medellín la componen una multiplicidad de estilos arquitectónicos. Los más nuevos, donde está Inexmoda, por ejemplo, son transparentes, iluminados y minimalistas. Ahora se decora con la vista de Medellín a través de ventanales inmensos; las molduras y los arcos, pasaron a ser cosas de otros tiempos. Todas las ciudades tienen espíritus propios, que envejecen y se renuevan con el paso de los años. Hoy toca explorar las pistas de lo anterior a través de la mirada y el detenimiento en los detalles. Sería ideal conservar todo lo que alguna vez fue importante, pero hay que entender que así como en un texto se borran las palabras para elegir mejor lo que se quiere decir, los edificios se derrumban para replantear qué es lo que verdaderamente queremos ser como ciudad.