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Recuerdos confusos de una madrugada

Anderson Amaya

Me encuentro en una habitación blanca, ascética y fría, entra un sujeto y me pregunta si recuerdo lo que había pasado cierta madrugada. ¡Cómo olvidarlo! Sucedió hace apenas dos días. Le dije que esa madrugada había despertado en un lugar extraño, estaba desorientado, hambriento, exhausto, y no sabía qué sucedía a mi alrededor. Todo era extraño, pero de alguna manera me era familiar, inquietantemente familiar. Desperté atado por el cuello como un perro al que han dejado abandonado a su suerte.


Apenas logré percibir el lugar en el que me encontraba, todo estaba muy oscuro y callado. Distinguía la silueta tenue de algunos objetos. Empecé a mirar detenidamente el entorno y alcancé a divisar algo que brillaba con debilidad, lo observé por un tiempo y me percaté de que se trataba de un espejo. Le lancé un zapato y lo rompí, tomé uno de los afilados pedazos para liberarme. Agarré una de las astillas del vidrio pulido y traté con ahínco de soltarme de mis ataduras, sin embargo, la cuerda era gruesa y en el intento me hice una profunda herida en la palma de la mano. Sangraba profusamente, pero al fin me liberé. Temiendo posibles peligros conservé el trozo de espejo.

No pensaba con claridad, ¿estaría en un espacio onírico distorsionado?, ¿una pesadilla en la cual me encontraba perdido?, pero el dolor en mi mano era demasiado real.

Empecé a palpar las paredes. Estaban llenas de algo pegajoso, como madera envejecida y mohosa, no logré saberlo con certeza debido a la escasa luz. De repente, sentí que llegué a una puerta, giré la perilla lentamente, empujándola de a poco. Al abrirse, las bisagras rechinaron agonizantes. Más allá no se divisaba más que oscuridad, un desespero por entrar a lo desconocido me invadió. Un largo pasillo se extendía, pero era difícil saber hasta dónde, apenas lograba ver mi mano frente a mi cara. Avancé lo más callado posible, sólo sentía cómo saltaba violentamente el corazón en mi pecho. Comencé a caminar en cuclillas, pero mis pies descalzos hacían que la vieja madera crujiera como huesos rompiéndose.

Después de dar algunos pasos vacilantes, llegué al final del pasillo, me topé con otra puerta y unas escaleras a mano derecha que descendían. De repente algo resopló bajo el endeble pedazo de madera. Me quedé paralizado del miedo, empecé a sudar y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo.

¿Será mejor regresar? Al no escuchar sonido alguno, decidí continuar.

Comencé a bajar despacio las escaleras, apoyando mi ensangrentada mano en la barandilla, mis pasos hicieron que los escalones crujieran. A medio camino, a mis espaldas sentí que la puerta se abrió muy lento. El rechinido penetró con violencia en mis oídos y me taladró la cabeza, helándome los huesos y provocándome una rigidez mortuoria. Mi respiración se entrecortaba, me costó un esfuerzo sobrehumano mover mis músculos, mis pulsaciones se tornaron frenéticas. Sentí esa incómoda sensación de estar siendo observado desde atrás. Batallé contra mí mismo, al final logré girar y allí la vi. Una especie de criatura, más negra que las sombras que la rodeaban. Sólo sentía sus gruñidos y veía su mirada amenazante. Parecía venir de mis pesadillas más aterradoras. Sus ojos se quedaron fijos en los míos sin hacer el más mínimo movimiento. ¿Cómo podría ser real algo así? Un impulso se apoderó de mí, el más fundamental del ser humano, quería sobrevivir.

Bajé corriendo, casi caigo al llegar a la planta baja, chocaba con los objetos inmersos en la espesa penumbra. Escuché que la criatura me perseguía desenfrenada mientras tocaba con desespero las paredes. Golpeé algo, al parecer era otra puerta, entré tan rápido como pude y logré cerrar un instante antes de que me alcanzara.

Aquella cosa estaba al otro lado, resoplando y oliendo bajo la puerta. Rompí en llanto, me quedé un momento en el suelo. Luego me levanté con dificultad y seguí caminando y palpando las paredes. Sin despegar mis manos temblorosas de los muros, inmerso en una profunda oscuridad, toqué algo. Era un botón, lo presioné y se encendió la luz, la tan anhelada luz, pero algo no estaba bien. Observé el suelo, hubiera sido mejor no haber encontrado el interruptor.

En el piso había un ente inflado como un globo de color violeta, lleno de oscuras úlceras que supuraban un líquido espeso. Por todos sus orificios salía un fluido lechoso. Había un olor nauseabundo en el aire y las moscas se acumulaban. Vomité. No quería estar ni un segundo más allí. Desesperado y lleno de asco, corrí a la puerta por la que había entrado. Me llené de valor y abrí la entrada para enfrentarme con el monstruo. Apenas abrí, la criatura se abalanzó sobre mí, derribándome. Combatí frenéticamente por salvar mi vida, saqué el trozo de vidrio que tenía y lo clavé en el cuello de la criatura. Una ira asesina me invadió, apuñalé incontables veces el cuerpo ya inerte de la bestia, sólo quedó una masa desfigurada y una tibia sensación en mis manos, que luego se tornó pegajosa.

Salí corriendo, tropecé con todo, finalmente choqué con una salida, un escape hacia mi libertad.

El sujeto de la habitación blanca me mira y de nuevo me pregunta si es lo que en verdad pasó, que si así es como lo recuerdo.

¿Por qué no habría de creerme?

Me pregunta si voy a seguir contando siempre la misma historia, si aún estoy tan convencido de mi versión de los hechos.

Luego, se levanta ofuscado y dice: “Me rindo”.

Sale por unos minutos y vuelve a entrar, me pasa un viejo periódico amarillento. Me dice que lea una de las noticias:

Investigadores siguen el caso de un hogar en el que se presentaron hechos macabros. Elizabeth, madre cabeza de familia, tuvo que viajar algunos días por motivos de trabajo. Dejó en casa a su padre y a su hijo de veinte años, diagnosticado recientemente con esquizofrenia paranoide.

Al parecer el anciano murió a causa de un infarto fulminante, fue encontrado en avanzado estado de descomposición. En el lugar de los hechos también fue hallado el perro, mascota de la familia, muerto bajo circunstancias misteriosas. El animal se encontró masacrado violentamente con alguna especie de arma corto punzante. El joven desapareció por algunas horas y posteriormente fue hallado cerca de una arboleda. Estaba sucio y sólo gritaba “¡El ente!” “¡El ente!”.