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Tren al sur

Mateo Orrego López

Mateo

Mayo del 2019

Siempre he creído que en algún momento de la vida uno se encuentra con lecturas que, por una razón u otra, dejan marca y se quedan en la memoria para siempre. Son esas lecturas que en unas cuantas páginas hacen pasar por un sinnúmero de emociones, desde una abrumadora tristeza hasta una alegría infinita, y que al final, cuando todo se termina, uno se siente incompleto, como si faltara algo por dentro.

Ayer terminé de leer Tiempo del sur. A las dos y media de la mañana, cuando ya todos estaban dormidos, lo único que se escuchaba en el apartamento era mi llanto. Lloré como un niño chiquito, completamente desconsolado, al darme cuenta de que Elena tenía cáncer de colon, sólo podía pensar en cómo era posible que uno creara un personaje tan humano, tan bonito, tan real, para luego matarlo con un cáncer; porque Elena no se murió naturalmente, no, pues en ese mundo creado por María Adelaida, en el que juega a ser Dios, fue ella quien decidió matarla.

La muerte de Elena me afectó tanto porque en ese personaje reconocía a mi abuela. Elena es una mujer que amaba con devoción a su marido y que por las cosas de la vida se quedó sola, siendo la cabeza de una familia con muchos problemas. Una mujer que cada día se daba cuenta cómo poco a poco iba envejeciendo, cómo su vitalidad y su memoria se desvanecían. También una mujer que admiraba a sus hijas, que aprendía de ellas y que hacía todo lo necesario para que estuvieran bien.

La verdad es que en las cuatro protagonistas encontré partes de mi familia. En ellas vi el retrato de tres generaciones de mujeres comunes que se enfrentan a preocupaciones y problemas cotidianos. Sinceramente, creo que, en cierta manera, me enamoré de todas ellas. Por su forma de ser, por su determinación para anteponer siempre a su familia aun frente a sus propios intereses y, sobretodo, por su capacidad de no rendirse.

Para mí lo más interesante fue ver su evolución, fue ver cómo se hacían más fuertes y maduras a medida que pasaban los días y superaban juntas, más y más cosas. Pero lo mejor fue que no todas ellas me gustaron desde el principio, me pasó con Manuela, por ejemplo. Cuando comencé a leer tuve la impresión de que era la típica niña creída de la alta sociedad, de esas que no pueden hablar sin combinar el español con su inglés perfectamente pronunciado, pero eventualmente, a medida que la historia avanzaba y que la situación se ponía más difícil para ellas, me comencé a encariñar al ver cómo Manuela maduraba y se convertía en una mujer de carácter firme, como el de su abuela, su madre y su tía.

Ahora no sé mucho sobre María Adelaida, solo sé que nació aquí, en Medellín, que estudió Filosofía y Literatura Inglesa y que hoy es profesora en Vancouver, Canadá. Si algún día pudiera conocerla me gustaría agradecerle por haberme presentado a estas cuatro mujeres de una forma tan bonita, por contarme una historia con tantas idas y vueltas y por haberme hecho llorar de esa forma.

Creo que la mayor habilidad de María Adelaida es el haber podido darle una voz propia, diferente y característica a cada una de esas mujeres. Para Manuela, una voz infantil que va cambiando poco a poco a lo largo de su historia; para Elena una voz llena de experiencia, pero también llena de preocupación por el bienestar de sus hijas, como toda buena madre; para Elisa, una voz firme y de apoyo para todas las personas que le importan, reflejo de la educación y el ejemplo que le dio su padre; y para Titi, una voz llena de matices como la esperanza, el arrepentimiento o la resignación. Otra de sus habilidades es la forma en la que cuenta las cosas, a través de pequeñas entradas, como de diario, suelta la historia por partes, y es uno el encargado de ir reconstruyendo lo que pasó, de entender cómo influyeron en su vida las decisiones que, en algún punto, aquellas mujeres tomaron.

Definitivamente creo que Tiempo del sur es una de esas novelas que deja marca, que no se olvida, porque al terminar de leerla, como diría Manuela, después de tantas vueltas que se dan, mareos, sustos, gritos, risas, todo parece haberse detenido y permanecer quieto.