Espiar a los felices reúne trece historias duras, en su mayoría; gente que vive al margen, en esa zona liminar que sus narradores nos revelan, sin aspavientos. Y, sin embargo, ni la dureza ni el límite ocurren despojados de humanidad. Muy por el contrario, se trata de historias que nos muestran el lado más íntimo de la ternura, las múltiples posibilidades de la vida de las personas, como la del hombre que vaga por las calles arrastrando una carretilla con el cuerpo de su hijo muerto, lejos del mundo, sin ayuda ni amparo, un cuento entrañable. Algo nos es revelado en estos cuentos como esa "palabra cansada, impronunciable, que a pesar de todo se agita en la lengua y la lastima"; pero es cierto también, que toda revelación contiene la alegría del asombro.
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