Hay un hombre que se mueve, inaprensible, por estos relatos, mirándolo todo con pasmo y provisto de un aliento vivo por ensayar otros montajes de la realidad. La calle, muchas veces tomada como excusa para un sesgo miserabilista, en este libro, es interpelada con el rigor de la inteligencia y de la belleza. Un lenguaje que acompaña y no juzga, transfigura el infierno en carnaval de personajes que desarrugan el rostro ceñudo de la historia.
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