Sin dogmas de fe
Una de las características que Martin y Buitrago defienden es que la plataforma digital NarcosLab, amén de colaborativa, es abierta a todas las visiones de lo narco.
“En NarcosLab no somos dogmáticos, vamos descubriendo cómo trabajar para contribuir en esa narrativa y que la trabaje mucha gente en Medellín”, explica el profesor Martin.
De la misma manera, señala que la ciudad ha perdido espacios como los que propiciara en los años 90 la Corporación Región “para generar ambientes y espacios donde se pueda hablar de estos temas”.
Por eso, defiende la interdisciplinariedad: “No nos casamos con ninguna teoría, no tenemos la misma opinión sobre todo ni la opinión experta sobre la guerra de las drogas. En alianza con el Museo de Antioquia, entre 2019 y 2020, comenzamos
esa reflexión ética o estética o filosófica con una serie de conversaciones que llamamos ‘Reflexiones ciudadanas sobre lo narco’, uno de los componentes de NarcosLab”.
Este proyecto de investigación-creación busca la discusión ciudadana y la reflexión de artistas, arquitectos, diseñadores y creativos en general con procesos artísticos y de creación. Foto: Róbinson Henao
Marcas sociales
Cambiar la perspectiva del problema para trascender desde la óptica de lo criminal o lo judicial fue querer “mostrar las profundas relaciones que tiene lo narco con la cultura, la economía, la política, nuestra identidad, nuestra producción artística, literaria, cinematográfica, plástica”, añade Buitrago.
Para él, lo narco es un fenómeno cultural –en el sentido más antropológico del término– cuyas raíces se hunden en todas las prácticas de la sociedad antioqueña, “desde la configuración de nuestra identidad, nuestro lenguaje, la forma de vestir, de comportarnos, pero también en la forma de nuestras ciudades, en el urbanismo, la arquitectura, la producción artística y, obviamente, en la política, la economía, en toda la configuración social”.
Martin sostiene que la plataforma es “un catalizador de debates de calidad sobre las diferentes facetas que representó y sigue representando lo narco para Medellín y, más ampliamente, para el país”. Sin embargo, no se trata de construir una “geografía de lo narco”. NarcosLab, dice Martin, “es un tanque de pensamiento, pero virtual, donde también queremos trabajar temas como el periodismo, la investigación académica, exposiciones y asesorías técnicas”, aunque
advierte que su preocupación central en este momento del desarrollo del proyecto es la reflexión alrededor del problema de las víctimas.
Esta “mirada” lleva necesariamente a entender que, en principio, la atención de la plataforma está en el pasado, “porque en el contexto de Medellín y frente a una memoria histórica oficial, nosotros queríamos ser una voz crítica, para lo cual primero teníamos que hacer esa reflexión sobre lo que significa el narcotráfico en nuestra sociedad”, dice Alfonso Buitrago.
Medellín, nueva visión
La vinculación con la Fundación Gabo y Open Society Foundation les permitió a los animadores del proyecto entender que en Medellín podían abrirse espacios de reflexión en temas para los cuales la ciudadanía debe tener un papel más activo para proponer nuevas formas de relacionarse con el problema de las drogas, en especial cuando en todo el mundo cada vez hay voces más poderosas que piden un cambio en el paradigma de la guerra contra ellas, estima Alfonso Buitrago.
“Es que estamos obsesionados con el pasado, tratando de entender el trauma grande que nos dejó medio siglo de narcotráfico, pero deberíamos tener un centro
multidisciplinario potente en ofrecer nuevas reflexiones sobre el negocio de las drogas ilícitas”, añade.
Gerard Martin apoya esa visión y afirma que “hoy vivimos un momento particularmente fértil porque existen muchos nuevos medios de comunicación y de investigación que podemos aprovechar y esto nos invita a repensar metodologías y formas de narrar”.
“En todo esto hay que hacer conversaciones, no tener miedo de mirarnos a nosotros mismos. En eso, Medellín es la mejor ciudad y podría ser líder porque en muchas otras ciudades se están quedando en silencio o no saben qué hacer con eso”, añade el sociólogo neerlandés que trajina las realidades colombianas desde los años 80.
Narco y derechos humanos
Dentro de las nuevas perspectivas que se han ido construyendo para esta reflexión y la narración está la dimensión de los derechos humanos. “Cada vez se
evidencia con mayor claridad que con la guerra contra las drogas se ha producido el encarcelamiento masivo de poblaciones como la afrodescendiente, la indígena, la población socialmente marginada y la persecución de campesinos cultivadores, bien sea a través de la fumigación con glifosato o mediante la erradicación forzosa, que son el producto de la visión tradicional de la guerra contra las drogas”, dice Buitrago.
El profesor Martin declara su alerta en este tema porque entre la pandemia por el COVID-19 y los vacíos de poder que el Estado no llenó tras los acuerdos de paz con la extinta guerrilla de las Farc, las zonas cocaleras han crecido de manera geométrica.
“Lo preocupante son todos los dineros producto de esos cultivos, qué pasa con esos recursos ilícitos, cómo van degradando las sociedades en la medida
que los penetran, ya sean grupos urbanos o rurales: los campesinos no siembran la yuca, el político no va a buscar una financiación honesta, uno u otro policía tiene un salario adicional”, advierte el profesor Martin en su doble condición de docente y representante del equipo The Peace Accords Matrix Program (PAM) del Instituto Kroc de Estudios de Paz, para monitorear la implementación de los acuerdos de paz, en razón de la cual debe viajar por las zonas más afectadas
por la presencia de grupos armados ilegales que coinciden con las áreas sembradas con coca.