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NarcosLab o cómo mirar el horror sin perder la calma

Tras 50 años de vivir con y contra el narcotráfico en Medellín, NarcosLab continúa con una reflexión sobre qué somos
y qué podremos ser como sociedad frente a un fenómeno más profundo: lo narco. Una reflexión ética, filosófica y estética



Octavio Gómez, Colaborador Revista Universidad EAFIT



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 26 de enero de 2022 | REVISTA UNIVERSIDAD EAFIT - ESTADO, CONSTRUCCIÓN PACÍFICA Y POSACUERDOS

El 21 de febrero de 2019, según la decisión de la Alcaldía de Medellín, debería cerrarse, para siempre, un ciclo de violencia, criminalidad y muerte asociada
con el narcotráfico en la ciudad. Ese día se realizó un acto de reivindicación de un grupo de víctimas del narcotráfico que terminó con la demolición, usando explosivos, del edificio Mónaco, tal vez la edificación más emblemática de Pablo Escobar en la capital de Antioquia.

Pero lo único que terminó realmente ese día fue el edificio en ruinas. Lo demás, la historia, las víctimas, los efectos, la visión, los debates, la memoria vinculada a casi 60 años de narcotráfico en Medellín no solo quedaron intactos, sino que permitieron comenzar a desarrollar una discusión: ¿qué es lo narco?, ¿cómo se debe construir y narrar la memoria de lo narco?

Una de las concreciones de esa “nueva” discusión es Narcoslab, proyecto de investigación y creación financiado por la Fundación Gabo con el apoyo de EAFIT y el Museo de Antioquia.

El periodista y profesor del Departamento de Comunicación Social de EAFIT, Alfonso Buitrago Londoño, uno de los fundadores de esa iniciativa, explica que “junto al sociólogo Gerard Martin empezamos a hacer una reflexión sobre cómo se debería construir nuestra memoria, en especial de la época del cartel de Medellín, a raíz del proyecto del entonces alcalde Federico Gutiérrez de demoler el edificio Mónaco”.

La idea que tuvo la administración de Gutiérrez fue declarar a las casi 50 mil personas muertas en forma violenta entre 1984 y 1994 como víctimas del narcotráfico y demoler el edificio que, para el gobierno local, representaba el poder que habían tenido sus victimarios.

La reacción del gobierno municipal obedecía a dos fenó-menos mediáticos: la aceptación de las audiencias locales y globales de la serie Narcos, emitida por la plataforma Netflix –otra ficción sobre la vida de Pablo Escobar Gaviria– y la aparición de un museo privado y varios “narcotours” dedicados al mismo tema en la ciudad, productos de la atención recibida por la serie, tanto en los colombianos como por muchos de los extranjeros que llegaban a la ciudad.

NarcosLab le apuesta a procesos de construcción participativa de memorias. Foto: Cortesía del proyecto

¿Qué contar sobre un fenómeno tan relatado?
Contra esa narrativa fue como apareció la idea de demoler el edificio Mónaco y, en su lugar, construir un parque que honrara a las víctimas de la violencia de los narcotraficantes.

“Yo no estoy en desacuerdo con el argumento central de esa decisión [de la Alcaldía de Medellín], una parte de la cual es que no toda la narrativa de la violencia es la causa del conflicto armado, también hay que hablar del narcotráfico y sus víctimas. En eso coincidimos, pero después las preguntas son: ¿cómo?, ¿qué narrativas?, ¿qué simbologías?, ¿qué grados de reconocimiento?, ¿cuáles víctimas?”, explica el sociólogo holandés Gerard Martin, corresponsable con el profesor Buitrago de NarcosLab.

Martin, desde su participación en la creación del Museo Casa de la Memoria, ya había comenzado el camino de repensar el problema de las víctimas del narcotráfico para diferenciarlas de las que había dejado el conflicto entre los
actores armados ilegales y el Estado.

Martin y Buitrago coinciden en que la decisión de demoler el Mónaco como un símbolo de rechazo a la violencia generada por el narcotráfico fue antidemocrática y, en palabras del segundo, “autoritaria, sin participación de la academia ni de las entidades que tradicionalmente habían reflexionado sobre la memoria y el conflicto, con un papel muy marginal del Museo Casa de la Memoria, desligada del informe ‘Medellín, basta ya’ (Medellín: memorias de una guerra urbana) del Centro Nacional de Memoria Histórica y en el que habían participado la Universidad de Antioquia, la Corporación Región y EAFIT, entre otros”.

El otro problema que veían en la clasificación de lasvíctimas del narcotráfico que hizo la Alcaldía para delimitar su universo, es decir, a quienes perdieron la vida en forma violenta entre 1984 y 1994, era que dejaba por fuera a quienes murieron por las mismas razones antes de la primera fecha y después de la segunda.

“Es como si hubieran llegado unos extranjeros a hacer una ocupación de diez años, unos extraterrestres delincuentes que querían dañar la cultura antioqueña que
era impoluta y que finalmente habíamos derrotado esa invasión”, dice el profesor Buitrago.

Sin embargo, intentaron acercarse a la Alcaldía para presentarles sus puntos de vista: “No nos lanzamos a hacer una oposición al alcalde Federico Gutiérrez per se, no era nuestro interés. A su secretario privado, con quien nos reunimos varias veces, le dijimos que faltaba una dimensión de debate y de conversación. No decíamos que echaran para atrás su decisión de demoler el edificio, sino que nos parecía que debería haber un debate sobre el asunto”, explica Gerard Martin.




NarcosLab es un laboratorio colaborativo para experimentar con narrativas multi y transmedia relacionadas con el fenómeno narco.






De la queja a la acción

La Alcaldía aceptó, en principio, las observaciones de los académicos: “Vamos a ver, mándennos una hoja”, recuerda Gerard Martin que fue la respuesta del secretario privado de la Alcaldía. Pero no pasó nada.

“Entonces, decidimos que esa conversación la íbamos a empezar nosotros y dejamos la puerta abierta para que la Alcaldía también participara. No se subieron, pero estaban invitados”, agrega el sociólogo quien es representante, también, del grupo enviado por la Universidad de Notre Dame para la verificación del cumplimiento de los acuerdos de paz de La Habana.

La idea inicial, indica Alfonso Buitrago, era “hacer una publicación muy inspirada en un libro que se había publicado en 1991 y que se llama En qué momento se jodió Medellín, de la editorial Oveja Negra, una recopilación de interpretaciones sobre qué le había pasado a Medellín en uno de sus períodos más complejos”.

Buitrago hace referencia a una serie de ensayos escritos por el entonces ya exalcalde Juan Gómez Martínez, el que sería alcalde Alonso Salazar (para la época, investigador de la Corporación Región), el entonces general del Ejército Harold Bedoya, la escritora Laura Restrepo, la que era consejera presidencial para Medellín María Emma Mejía, el abogado Guido Parra (años después asesinado en la persecución a Pablo Escobar), el exconstituyente Fabio Villa y el sacerdote Julio Jaramillo.

“Medellín había producido esa reflexión en caliente, lo que es una característica destacable de la ciudad: haber sido capaz de pensarse y de escribir en medio del conflicto”, indica Buitrago.

Los retos que se avecinan

Entonces, se lanzaron a desarrollar un proyecto sobre cómo se construye la memoria histórica del narcotráfico y quiénes participan de dicha construcción.

“Presentamos el proyecto al Fondo de Investigaciones y Nuevas Narrativas sobre Drogas, creado por una alianza entre la Fundación Gabo y Open Society Foundations (OSF, por su sigla en inglés). Ellos abren convocatorias para financiar proyectos que reflexionan sobre los estereotipos y las consecuencias de las guerras contra las drogas y patrocinan iniciativas periodísticas en América Latina”, dice Alfonso Buitrago.

La idea era reconstruir la memoria de la demolición del edificio con un libro como producto final, pero terminó convertido en el portal NarcosLab, “un contenedor y, especialmente, una plataforma colaborativa de trabajos multidisciplinarios, en principio, sobre la memoria del narcoterrorismo en Medellín”, añade.

El sociólogo Gerard Martin es más explícito: “Empezamos a decir que se debería visualizar lo narco y, en especial, a las víctimas de lo narco y todas sus dimensiones, incluso de su goce, del haber vivido bien y toda su complejidad, en sus expresiones estéticas, culturales, en la convivencia, en los silencios. Pero no solo nosotros, teníamos que sumar gente que escogiera una dimensión particular y la trabajara”.

La estrategia, en medio de la complejidad de los problemas a tratar es más simple: proyectos cortos que desarrollaran una pregunta. El primero fue, obviamente, el debate sobre qué hacer con el edificio Mónaco.

NarcosLab "es el producto de una reflexión más larga sobre un tema que ha sido tan impactante para Medellín y la sociedad colombiana. La demolición fue una coyuntura que nos mostró que la sociedad sí quiere debatir estos temas, que hacía falta hacerlo y que no debería responder a una decisión vertical de un gobierno”.

Las víctimas de lo narco
Cuando el gobierno colombiano negoció la desmovilización de las estructuras paramilitares se introdujo la jurisdicción de “Justicia y Paz” para que los responsables de esos grupos pudieran confesar sus delitos de lesa humanidad.
Para lograrlo, el Congreso aprobó la Ley de Víctimas, en la que el Estado se comprometía a reconocerlas y se creó el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) que, al cabo de casi diez años, produjo un extenso informe, cuyo gran aporte fue poner a las víctimas en el centro de la narrativa del conflicto.
El profesor Gerard Martin destaca los avances de dicho informe, aunque para el caso de Medellín habría dos observaciones: “La dimensión urbana, que está o muy ausente o muy poco presente en el trabajo
del CNMH hasta 2013. Y la otra, que no figura mucho la dimensión del narcotráfico ni sus víctimas porque, finalmente, el mandato de la ley habla de las víctimas del conflicto armado”.
Martin empezó a buscar la visibilidad de esas víctimas y a entender que siendo Medellín el centro de una espiral de violencia enorme, no todos los homicidios ocurridos en la ciudad se debían a la reacción del narcotráfico contra el gobierno o ni siquiera estaban vinculados con ese fenómeno.
Las estadísticas de Medellín dicen que en el período estudiado por el CNMH, el 18% de los homicidios correspondían al conflicto
armado; es decir, de 90.000 homicidios ocurridos en Medellín, entre 15.000 y 17.000 corresponden a la autoría de milicias, guerrilla, paramilitares o del Estado.
“La pregunta que surge es: el otro 82% de las víctimas, ¿qué? Ahí aparece el componente narco y no digo que sea el único porque hay
violencia intrafamiliar, delincuencia común, intolerancia, etc.”, dice.
“La diferencia –añade– está en la visibilización, en escuchar a aquellas voces y su problemática y eso es muy pertinente en Medellín”.





Lo narco es un fenómeno cultural –en el sentido más antropológico del
término– cuyas raíces se hunden en muchas de las prácticas de la sociedad antioqueña.






Sin dogmas de fe

Una de las características que Martin y Buitrago defienden es que la plataforma digital NarcosLab, amén de colaborativa, es abierta a todas las visiones de lo narco.

“En NarcosLab no somos dogmáticos, vamos descubriendo cómo trabajar para contribuir en esa narrativa y que la trabaje mucha gente en Medellín”, explica el profesor Martin.

De la misma manera, señala que la ciudad ha perdido espacios como los que propiciara en los años 90 la Corporación Región “para generar ambientes y espacios donde se pueda hablar de estos temas”.

Por eso, defiende la interdisciplinariedad: “No nos casamos con ninguna teoría, no tenemos la misma opinión sobre todo ni la opinión experta sobre la guerra de las drogas. En alianza con el Museo de Antioquia, entre 2019 y 2020, comenzamos esa reflexión ética o estética o filosófica con una serie de conversaciones que llamamos ‘Reflexiones ciudadanas sobre lo narco’, uno de los componentes de NarcosLab”.

Este proyecto de investigación-creación busca la discusión ciudadana y la reflexión de artistas, arquitectos,  diseñadores y creativos en general con procesos artísticos y de creación. Foto: Róbinson Henao

Marcas sociales

Cambiar la perspectiva del problema para trascender desde la óptica de lo criminal o lo judicial fue querer “mostrar las profundas relaciones que tiene lo narco con la cultura, la economía, la política, nuestra identidad, nuestra producción artística, literaria, cinematográfica, plástica”, añade Buitrago.

Para él, lo narco es un fenómeno cultural –en el sentido más antropológico del término– cuyas raíces se hunden en todas las prácticas de la sociedad antioqueña, “desde la configuración de nuestra identidad, nuestro lenguaje, la forma de vestir, de comportarnos, pero también en la forma de nuestras ciudades, en el urbanismo, la arquitectura, la producción artística y, obviamente, en la política, la economía, en toda la configuración social”.

Martin sostiene que la plataforma es “un catalizador de debates de calidad sobre las diferentes facetas que representó y sigue representando lo narco para Medellín y, más ampliamente, para el país”. Sin embargo, no se trata de construir una “geografía de lo narco”. NarcosLab, dice Martin, “es un tanque de pensamiento, pero virtual, donde también queremos trabajar temas como el periodismo, la investigación académica, exposiciones y asesorías técnicas”, aunque
advierte que su preocupación central en este momento del desarrollo del proyecto es la reflexión alrededor del problema de las víctimas.

Esta “mirada” lleva necesariamente a entender que, en principio, la atención de la plataforma está en el pasado, “porque en el contexto de Medellín y frente a una memoria histórica oficial, nosotros queríamos ser una voz crítica, para lo cual primero teníamos que hacer esa reflexión sobre lo que significa el narcotráfico en nuestra sociedad”, dice Alfonso Buitrago.

Medellín, nueva visión

La vinculación con la Fundación Gabo y Open Society Foundation les permitió a los animadores del proyecto entender que en Medellín podían abrirse espacios de reflexión en temas para los cuales la ciudadanía debe tener un papel más activo para proponer nuevas formas de relacionarse con el problema de las drogas, en especial cuando en todo el mundo cada vez hay voces más poderosas que piden un cambio en el paradigma de la guerra contra ellas, estima Alfonso Buitrago.

“Es que estamos obsesionados con el pasado, tratando de entender el trauma grande que nos dejó medio siglo de narcotráfico, pero deberíamos tener un centro
multidisciplinario potente en ofrecer nuevas reflexiones sobre el negocio de las drogas ilícitas”, añade.

Gerard Martin apoya esa visión y afirma que “hoy vivimos un momento particularmente fértil porque existen muchos nuevos medios de comunicación y de investigación que podemos aprovechar y esto nos invita a repensar metodologías y formas de narrar”.

“En todo esto hay que hacer conversaciones, no tener miedo de mirarnos a nosotros mismos. En eso, Medellín es la mejor ciudad y podría ser líder porque en muchas otras ciudades se están quedando en silencio o no saben qué hacer con eso”, añade el sociólogo neerlandés que trajina las realidades colombianas desde los años 80.

Narco y derechos humanos

Dentro de las nuevas perspectivas que se han ido construyendo para esta reflexión y la narración está la dimensión de los derechos humanos. “Cada vez se
evidencia con mayor claridad que con la guerra contra las drogas se ha producido el encarcelamiento masivo de poblaciones como la afrodescendiente, la indígena, la población socialmente marginada y la persecución de campesinos cultivadores, bien sea a través de la fumigación con glifosato o mediante la erradicación forzosa, que son el producto de la visión tradicional de la guerra contra las drogas”, dice Buitrago.

El profesor Martin declara su alerta en este tema porque entre la pandemia por el COVID-19 y los vacíos de poder que el Estado no llenó tras los acuerdos de paz con la extinta guerrilla de las Farc, las zonas cocaleras han crecido de manera geométrica.

“Lo preocupante son todos los dineros producto de esos cultivos, qué pasa con esos recursos ilícitos, cómo van degradando las sociedades en la medida
que los penetran, ya sean grupos urbanos o rurales: los campesinos no siembran la yuca, el político no va a buscar una financiación honesta, uno u otro policía tiene un salario adicional”, advierte el profesor Martin en su doble condición de docente y representante del equipo The Peace Accords Matrix Program (PAM) del Instituto Kroc de Estudios de Paz, para monitorear la implementación de los acuerdos de paz, en razón de la cual debe viajar por las zonas más afectadas
por la presencia de grupos armados ilegales que coinciden con las áreas sembradas con coca.



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