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No solo los dioses crean personas

Sebastián Garcés Arbeláez               

Muchas veces lo mejor de una historia es quien te la cuenta. Lo mejor de los cuentos de José Libardo Porras son sus narradores, sus personajes que deberían ser llamados personas porque cada uno de sus protagonistas emanan credibilidad, verosimilitud, experiencia, pasión, amor, dolor, decepción, esperanza, apego, carisma, ironía y demás atributos reconocibles en el ciudadano de a pie: ese que sabe que en su barrio hay una olla de vicio, el pobre “inocente” que hace vaca toda la semana para pagarle a la prostituta que va los sábados a la cárcel o esa señora que le tiene miedo a su marido alcohólico. Estos son los personajes —o personas— que Porras usa para retratar una cara sin fama de la Medellín del siglo XXI.

El libro Cuentos de este escritor antioqueño hace parte de la Colección de Grandes Cuentistas: Debajo de las estrellas, publicado por el Fondo Editorial EAFIT en su primera edición en agosto de 2019. Este compendio de las mejores narraciones de Porras presume orgulloso el estilo envolvente de su autor: en sus páginas se pavonean los relatos de Es tarde en San Bernardo, Historias de la Cárcel Bellavista, Mujeres saltando la cerca y John Lennon en el balcón. Cada grupo de cuentos tiene su propia temática y aborda distintos tipos de demonios internos en sus protagonistas, sin embargo, cada uno de estos textos cuenta con el sello de Porras: descripciones detalladas y generosas, exteriorización de pensamientos y, por supuesto, el “qué pasaría si…” con el que su personajes juegan todo el tiempo, viven más en sus sueños que en sus realidades.

El libro inicia con los relatos de Es tarde en San Bernard, con solo tres cortísimos cuentos Porras nos introduce en su estilo de sinónimos, bastantes comas, líneas de diálogo brillantes y esporádicas. En esta triada se dibujan algunas de las caras del barrio San Bernardo de Medellín, ciudad donde tienen lugar muchos de los cuentos del libro. Nos habla de un sector binomial, que fácilmente representa a toda el Área Metropolitana, con las señoras de plata que ya no tienen dinero pero sí ganas de aparentar; con el retrato del cabecilla de “los muchachos de la esquina” que sabe jugar a girar el trompo tan bien como blandir el cuchillo y, finalmente, con la historia de Los Restrepo, la familia que no comía por ver televisión.

También están los cuentos de Historias de la Cárcel de Bellavista, donde Porras expone algunas de las historias no contadas que ocurren en la prisión, un lado más humano, carismático y hasta graciosos de las ocurrencias que los guardias del INPEC seguro ven todos los días. Estos retratos no buscan lavarle de ninguna manera la reputación a los reos, pero sí pretende que el lector los vea como personas, quienes más allá de ser criminales o no, tienen necesidades y sentimientos que se van oscureciendo por cada día que pasan limando las barras de sus jaulas. Es por esta perspectiva que Porras nos cuenta, por ejemplo la dramática historia romántica de un recluso y su novia que lo visita cada fin de semana sin falta, pero Julio la botó después de darse cuenta de que ella tenía un sugar daddy que la mantenía mientras él se pudría en la cárcel. La historia nos narra la tusa insufrible de Julio y cómo sus compañeros de celda tratan de animarlo y hasta de convencerlo de volver con su ex. Una vez más, historias ocultas, pero normales, en este agujero.

Los textos de Mujeres saltando la cerca se podrían describir como narraciones internas, aquí el autor hace gala de su amor por los personajes bien construidos y, más que contarnos historias, nos cuenta personas, mujeres, que todos los días piensan más de lo que hablan. Aquí no se cuentan historias, se cuentan emociones: Porras se pone como meta transmitir emociones con las palabras, imprimir el cada trueno que se desata en las tormentas internas de esas mujeres al borde de estallar, que se aferran al qué pasaría si me hubiera ido con Luis en lugar de Alberto, si cuando ese maldito se atrevió a golpearme en la cara me hubiera largado, si este estresante bebé por fin dejara de llorar. Son cuentos llenos de duelo y arrepentimiento.

Finalmente el libro cierra con John Lennon en el balcón y sus cinco relatos de los cuales hay que resaltar Mi niña. Con este compendio, Porras le pega un vuelco a sus temáticas y se mete con algo más frenético y erótico, narrando el primer encuentro entre Alcira y Beatriz, dos amigas de la universidad que después de algunos brindis feministas, se dejan envolver en la lujuria juvenil y borracha, explorándose los cuerpos y siendo una. Un relato potente, erizante y excitante, pero también tierno, íntimo y conmovedor.

Siempre se dice que las historias son un esfuerzo del hombre por entender el mundo, pero Porras escribía con el ánimo de entender a las personas, sus demonios y cualidades, experiencias e inocencias, deseos y miedos: la dualidad del ser humano descrita con tinta, de la mano de un gran narrador antioqueño.