Ángela Restrepo Moreno es una mujer amable y optimista que ha dedicado su vida a lo más pequeño: los microorganismos. Resolver preguntas que la naturaleza le plantea a partir de la investigación, ha sido su mayor placer. Por eso aceptó, emocionada, la invitación a conversar con niños y jóvenes sobre ciencia y educación. En un encuentro previo, entre plantas y pájaros de diversos tamaños y colores, respondió a mis preguntas, me contó sobre su experiencia en la Misión de sabios y me contagió su curiosidad por ese hongo microscópico que ha estudiado durante más de 40 años, el Paracoccidioides brasiliensis.
Perfil realizado por Ana María Jaramillo Escobar
¿Cómo supiste que te gustaba la Microbiología?
Fui una de las pocas personas que sabían que querían hacer desde el comienzo. Mi abuelo, Julio Restrepo Arango, al que conocí cuando ya estaba muy viejito, fue el segundo médico que se graduó en Colombia, a finales de 1800. En esa época los médicos tenían su propia farmacia porque no había productos farmacéuticos disponibles, sino que tenían que fabricarlos. En una casona muy grande, que era de la familia, el abuelo conservaba su farmacia. Se podía ver a través de un vidrio y yo, como buena muchacha necia, iba a preguntarle a las tías: "¿Qué es aquello? ¿Para qué sirve?".
Lo que más me llamó la atención fue un microscopio de la época de Pasteur, el más hermoso del mundo entero, aunque no sé cómo hicieron para descubrir lo que descubrieron porque por ahí no se ve nada. El microscopio del abuelo se quedó grabado en mi mente. Supe que eso era lo que me gustaba y empecé a leer cositas que tenían que ver con ciencia.
Me acuerdo de un libro que existe todavía: Cazadores de microbios de Paul de Kruif. Eran historias de personas de la vida real que habían hecho descubrimientos en la Microbiología. Eso me agarró; no tuve que escoger. Sabía desde cuarto o quinto de primaria que quería ser microbióloga.
Estudié en el colegio La Presentación que era de monjas, y allá existía una persona que nos conmovió a muchos porque nos daba cuerda como a las cometas: "¿Qué usted no sabe eso? Vaya busque, ahí tiene una biblioteca. Yo no le voy a decir, si aprende, aprende por su lado, pero yo le doy lo que le tengo que dar, usted es la que tiene que buscar más". Era una monja del colegio y había sido entrenada para maestra, pero era increíble. Fomentaba la intranquilidad intelectual que uno tenía.
¿Cómo llegaste a ser microbióloga?
El desastre fue que cuando terminé bachillerato porque no había dónde estudiar Microbiología en Colombia. Era Medicina o nada, y como yo era hija única, mis padres se negaron rotundamente. La familia decía: "Cómo va a meter a la niña en una escuela de Medicina. Eso es muy brusco para una mujer". Creo que derramé lágrimas de sangre cuando me dijeron que no.
Es cosa curiosa. Mi madre no fue profesional, ella fue tal vez una de las primeras secretarias que recibió algún entrenamiento y trabajó en una empresa por muchos años. Mi padre empezó a estudiar Odontología, pero le tocó un atentado que iba contra uno de sus profesores y perdió una mano. Desde ese momento se dedicó a los negocios. Sin embargo yo era muy cabecidura y ya los bichos estaban metidos en mi mente y los encontraba porque los encontraba.
Afortunadamente había otra compañera de bachillerato a la que también le gustaban estas cosas de los bichos y del laboratorio, y era hija de un médico muy prominente, el doctor Jesús Peláez Botero. Él sabía que doña Teresa Santa María de González, la fundadora del Colegio Mayor de Antioquia, primera institución de educación superior para mujeres, tenía guardado un equipo para montar una técnica de laboratorio que no existía aquí. El doctor Peláez se encargó de que abriera una carrera y por ahí me metí, por Técnicas de Laboratorio.
Fue evolucionando, me amañé mucho y trabajé en la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia haciendo lo equivalente al año rural, que se llamaba mil horas de práctica.
Como 10 años después de estar en la facultad, apareció un profesor de la Universidad de Tulane, Nueva Orleans. La Universidad de Antioquia tenía convenios con esta universidad y este microbiólogo terminó en el departamento donde yo trabajaba. Mi jefe no hablaba inglés, y como yo lo barruntaba un poquitico, me volví el lazarillo de este profesor y él me cogió cariño.
Cuando regresó a los Estados Unidos me dijo: "Ángela, yo creo que hay tres o cuatro oportunidades entre Colombia y nosotros para que venga a hacer un estudio de posgrado aquí. Medítelo, a usted le gusta lo que hace y tiene facilidades en el inglés, no le costaría tanto trabajo como a muchos de los extranjeros que llegan aquí".
Fue un drama dejar a los papás siendo hija única y en ese grado de contemple. Pero al fin me conseguí una beca con la Agencia Internacional para el Desarrollo (USAID) y me fui para Nueva Orleans a hacer un máster. Me demoré dos años y medio y me parecía que no acababa nunca porque me hacían mucha falta los viejos.
Volví a trabajar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia y al cabo de dos años ya me había dado cuenta de que todavía quería más, que la investigación era muy importante para mí. Entonces me devolví a hacer el doctorado y me di cuenta de que allá lo que estaba escrito en los libros valía como una carretera por la que tú vas a trajinar, pero que todo depende de lo que le quieras poner: de los ánimos, del interés, de la capacidad de juntar una cosa con la otra para armar un proyecto, para formular una pregunta.
Y es que lo más lindo de eso es saber hacer preguntas. La pregunta es el motor que mueve todo: por qué y por qué. Entonces el maestro que le dice a ese muchachito: "Deje de fregar, no pregunte tantas cosas, eso ya está listo", se está arruinando al muchachito, porque lo lindo es hacer preguntas y pensar que con la capacidad que tiene el ser humano es posible llegar a una respuesta. Eso, absolutamente, es el motivo de la ciencia y la investigación: la pregunta.
En 1964 terminé los estudios de doctorado y regresé a trabajar en la facultad de Medicina.
¿Qué implica ser una mujer científica?
A mí me ha pasado algo especial y es que nunca me he sentido discriminada por ser mujer. No sé si será una actitud mental, pero no puedo decir "a mí me dio mucho trabajo hacer esto por ser mujer". Antes yo creo que me contemplaron más, me ayudaron más, pero ninguna discriminación he sentido o sentía al principio cuando estaba batallando por conseguir un lugar en ciencias.
Yo me quedé solterona. No podía tener rivalidades entre las cosas que me gustaba hacer. Además nunca fui muy sociable y fui tímida con los muchachos, pero encontraba en las cosas de ciencia un aliciente muy especial. Algunas de mis compañeras lograron combinar el matrimonio con la ciencia, hasta cierto punto. No muchas, porque es muy difícil, pero sí hay algunas que lograron combinar sus dos vidas con éxito.
¿Cómo ha sido tu relación con los niños?
Como fui hija única, no tuve ni sobrinos. Con los niños no tengo experiencia de primera mano. Los admiro, los quiero y a los hijos de mis compañeras de colegio les celebramos los cumpleaños, las primeras comuniones, los matrimonios… Porque afortunadamente todavía me reúno con las compañeras de La Presentación, a pesar de que nos graduamos en 1950.
La experiencia más grande con niños es ahora con el colegio que "me dio" Fajardo, que lleva mi nombre. Yo voy a esa institución educativa y brotan muchachitos de todas partes. Tienen un turno de 1200 muchachitos y es un colegio lindísimo, grande, bien cuidado, con unas maestras para las cuales va mi admiración porque son consagradas realmente. No les importa que tengan que viajar dos horas para llegar hasta ese corregimiento, y realmente se transforman cuando empiezan a trabajar con los niños. Pero la heredé ya hecha. Es decir, yo no participé en nada distinto a tener buena relación con los profesores y a recibir a esos 1200 muchachitos que pululan por todas partes.
¿Cómo fue tu experiencia en la Misión de sabios?
Fue linda y asustadora porque yo era la única mujer y no tenía el mundo que tenían los otros. Era una profesora universitaria a la que le gustaba mucho lo que hacía y que había tenido la fortuna de terminar estudios superiores en los Estados Unidos, pero todos los que estaban ahí tenían presencia pública.
Yo me reúse hasta el último momento, me empujaron a decir que sí, me sentía como un mosco en leche. Pero todos fueron extraordinariamente queridos conmigo, me hicieron prontamente parte del grupo. Hice amistades que todavía hoy perduran, y trabajamos como locos. El comunicado de la Misión, "Colombia al filo de la oportunidad", todavía hoy revela la capacidad que tendría el país de salir adelante por medio de la investigación y la preparación académica de quienes van a regir el país en unos años.
Hay algunos de los comisionados, que era como nos llamábamos, que me decían: "No se hizo nada". Yo no creo que sea así. Creo que la investigación empezó a coger fuerza dentro de las instituciones. La gente que está saliendo tiene una visión distinta, piensa que explorar cosas que no se conocen es una aventura, algo tan maravilloso que vale la pena consagrar su vida a eso.
Además creo que el colombiano tiene muchas capacidades intelectuales y la fortaleza de aguantar golpes para salir adelante, y quiere hacerlo. Yo creo que las circunstancias son distintas, que definitivamente la misión puso una imprenta dentro de algunos de los tópicos que trató en su comunicado general. No todo lo que uno esperaría 20 años después, pero que haya pasado el tiempo sin notar el efecto de la misión, no.
En la misión de sabios se pidió a cada participante, fuera del trabajo conjunto, algo que él pudiera presentar como propio. Como toda la vida he estado conectada con jóvenes estudiantes universitarios, decidí buscar qué aptitudes tenían ellos para la investigación científica. Se utilizó el cuestionario "16 factores de personalidad", que primero lo contestaron científicos reconocidos del país. Ese cuestionario fue analizado matemáticamente y por un sicólogo que sabía qué había detrás de cada una de las preguntas, y se hizo un molde de qué factores de personalidad debería tener alguien para ser un investigador efectivo.
Sobre ese molde colocamos las respuestas de alrededor de 650 jóvenes universitarios y salió un porcentaje de estudiantes universitarios que tenían la aptitud o las condiciones para convertirse en los investigadores del futuro. 20 años después, el año pasado, quisimos saber qué había pasado con esos muchachos y conseguimos contactar alrededor de 70 o 100 de ellos. Más de la mitad estaban trabajando en la academia o en investigación.
¿Cómo elegiste tu tema de investigación?
De niña me imaginaba cosas muy distintas de la Microbiología, pero el paso por Estados Unidos fue supremamente revelador de ese mundo tan maravilloso. Me fascinaban los virus a los que no llegué a conocer sino en un par de cursos, pero eran muy difíciles de estudiar porque no había forma de cultivarlos, de hacerlos reproducir in vitro, tenía que ser siempre en animales de experimentación y eso daba una dificultad mayor.
Al principio trabajé con un bichito que no se sabía si era una bacteria o era un hongo; ya después me encarreté con los hongos porque había muy poquita gente en Colombia que estuviera trabajando con ellos, fuera de los patólogos, y había un microrganismo que era muy de nosotros y estaba olvidado. Este hongo producía una enfermedad muy parecida a la tuberculosis, inclusive la mayoría de los pacientes eran tratados primero como tuberculosos y cuando no reaccionaban se pensaba en un segundo diagnóstico.
Entonces me encarrilé por el que ha sido mi tema de estudio toda la vida, una enfermedad que suena rarísimo, la paracoccidioidomicosis. El agente que la causa es el hongo Paracoccidioides brasiliensis, llamado así porque la enfermedad fue descrita inicialmente en el Brasil. Es muy curioso este hongo porque únicamente existe de México hasta Argentina; es endémico de Latinoamérica, y no está en Estados Unidos ni en regiones similares de África, por ejemplo. Además tiene una cantidad de misterios todavía, pero es un bichito muy agradecido.
Han pasado más de 40 años desde que estuve en Estados Unidos. Ahora se diagnostica más fácil la enfermedad y se pueden aplicar tratamientos. Pero si bien estos tratamientos hacen que el microrganismo no se siga desarrollando en el cuerpo del paciente, siempre quedan secuelas, y uno de los estudios importantes es cómo evitarlas, porque esas secuelas hacen que el paciente no pueda respirar bien. La mayoría de los pacientes son campesinos y después de la enfermedad se agotan de tal forma que no pueden tener el sustento propio ni el de su familia.
Lo primero que hay que hacer es que los médicos sospechen de la enfermedad. Así la ruta para llegar al diagnóstico y al tratamiento se acelera. Si el médico sigue diciendo "es una tuberculosis" y le cambia drogas para la tuberculosis durante un año, ya quedan muy poquiticas cosas que se puedan hacer por el paciente.
¿Por qué comunicar los hallazgos de la investigación?
A uno le enseñan cuando está en las universidades desarrolladas, como me tocó a mí en Estados Unidos, que si un trabajo no se publica es como si no existiera; usted perdió el tiempo. Hay que comunicar lo que encontró para que eso sirva de elemento en la construcción de ese edificio que es la ciencia. Las publicaciones son absolutamente indispensables y eso lo aprendí y se lo he dado a mis alumnos. Y mientras mejor sea la revista, más difusión tiene.
Una dificultad que tenemos los que hacemos ciencia es que no sabemos si hablarle a la gente común y corriente. Es decir, utilizamos términos tan supremamente difíciles de comprender que no somos capaces de comunicarnos directamente con ellos, sino que siempre estamos en la esfera de los médicos, los bacteriólogos, los microbiólogos, los investigadores.
En ese punto se nos unen las ciencias sociales del tipo de Salud Pública. Los salubristas son los que realmente se encargan de mostrarle a la comunidad cuál es la enfermedad, cómo se evita (si es que se sabe cómo se evita), si hay que recurrir pronto al médico y al mismo tiempo inspirar a los médicos para que la consideren su diagnóstico. Es una lucha completa. Yo todavía me aterro cuando llega un paciente en un estado irrecuperable y pienso qué se hicieron 40 años de predicar sobre esta enfermedad y sobre este agente, cómo es que los médicos no piensan en que tienen algo distinto a la tuberculosis en sus manos.
¿Qué particularidades tiene el hongo con el que tanto has trabajado?
El hongo debe estar en el suelo, pero aunque fue descubierto en 1908, esta es la hora en que no sabemos exactamente dónde habita. Sabemos cuáles son las características de la zona donde debe estar, pero muy pocas veces se ha logrado aislarlo directamente del suelo, del aire o del agua. No conocemos el microhábitat del hongo. Eso es tremendo porque no podemos decir "no vaya a hacer eso porque se infecta".
Hay algo particular y es que la infección se produce por igual en hombres y mujeres, pero la enfermedad tiene una diferencia enorme. Para toda la zona endémica la proporción es 13 hombres que se enferman por una mujer, pero para Colombia es 70 o 72 por 1. Ese es un asunto que exploramos en una investigación con compañeros y cooperantes de los Estados Unidos: el efecto de la hormona femenina sobre la acomodación del hongo a los tejidos del hospedero.
Otro asunto curioso es la capacidad de entrar en sueño prolongado que tiene el hongo; lo que llamamos latencia. Sabemos eso porque la enfermedad va de México a la Argentina, y de pronto aparece un reporte en Escandinavia o en Canadá. Pero todos los pacientes han visitado la zona endémica en el pasado. Y la proporción de años entre vivir en la zona endémica y emigrar a la zona no endémica donde se enfermaron, es de 14 años, pero hay casos en los cuales 50 años después de haber abandonado la zona endémica, el hongo todavía estaba vital y produce la enfermedad. Es muy curiosa esa capacidad que tiene de permanecer dormido sin decir aquí estoy y que después algo cambie y empiece a multiplicarse.
¿Cómo era para ti un día de trabajo?
Amanecer era muy rico para volver a ir a trabajar. Encontraba placer en lo que hacía y en las interacciones con la gente. Nunca me pareció horroroso tener que recibir un estudiante más o menos o tener que aguantarme el que la persona no pareciera tener el mismo interés mío por lo que se estaba dando. Un día común y corriente era trabajo todo el día. Nunca salí a almorzar, sino que llevaba cualquier cosa para que me rindiera el tiempo. Los domingos eran los mejores días de todos porque podía trabajar sin que me neciaran. El trabajo fue siempre motivo de alegría, de gusto. No era un peso en ningún momento.
Yo no concebí mi vida en ningún momento por fuera del laboratorio. Al principio cuando estaba averiguando dónde estaba el hongo, que fracasamos totalmente, viajamos a todos los lugares en los que habíamos tenido pacientes comprobados, pero en ese momento se nos había olvidado que uno se puede haber infectado 30 años antes sin manifestar la enfermedad, entonces en 30 años la historia del paciente se puede haber mudado de un lugar al otro. Y no sabemos dónde adquirió el hongo.
Obviamente a medida que uno avanza y envejece, ya no es tanto el laboratorio como la parte académica: cómo hacer programas, cómo hacer contactos, cómo hacer interacciones con instituciones extranjeras y colombianas para formar núcleos de investigación. Parte del trabajo se va convirtiendo en trabajo de escritorio.
Además de la investigación, me gustaba mucho enseñar. Me encantaba inspirar a los muchachos, ponerles retos como los que me ponía esa monja del colegio: "no, usted verá dónde va a buscar, porque eso no es mío". Y la cosa que más me agrada es haber formado tanta gente buena. Esa es mi estrella en la solapa.
¿Qué preguntas te quedan por resolver?
Todavía sigo sin saber tantas cosas de ese bichito con el que he trabajado 40 años… Y eso es lo bonito: hay muchos interrogantes. Por ejemplo, para mí es una vergüenza que no sepamos dónde habita. También me gustaría entender más en detalle por qué esas hormonas femeninas impiden la acomodación del hongo. Ese es un mundo por explorar. Y tratar de que la gente no se infecte con un bicho que puede dormir calladito por 50 años y cuando menos se piense volver a despertar. Hay muchas cosas que valdría la pena investigar. Muchas de ellas ya han sido tomadas por los alumnos que tengo. Hay quienes trabajan en la respuesta inmune, otros en encontrar genes compartidos o no compartidos y otros en saber a qué sustancias es susceptible el microrganismo en sus dos etapas.
¿Es difícil encontrar financiación para un proyecto de investigación como el tuyo?
En Colombia la investigación nunca tiene la financiación que debería tener, y eso se ha agudizado por el hecho de que Colciencias, que es la entidad que ha auspiciado los proyectos de investigación que hay en el país, tiene muchos más clientes de los que tenía hace 20 o 30 años, porque se han desarrollado carreras que tienen tendencia a utilizar la investigación como método de trabajo.
Ya son muchas más las escuelas que se precian de tener un nombre porque hacen investigación. Antes el investigador era por ahí tiradito solo, pero ahora la universidad que no certifica que es una investigadora, no puede ser calificada como debe ser calificada. La investigación se convirtió en el anillo de oro de todas las universidades para decir "yo soy una universidad, hago investigación".
Entonces, obviamente, la competencia es muy grande y es duro tener que decir competencia porque qué rico que todos los que tienen una idea para investigar y tienen la forma de llevarla a cabo por un método científico, lo pudieran hacer. Pero el dinero nunca alcanza, no importa que tan buenas sean las intenciones de Colciencias. Los ministerios ayudan un poquitico, pero no es fácil.
Con la buena noticia de que el colombiano es una persona muy capaz, no solamente desde el punto de vista intelectual, sino dentro de algo que todo investigador tiene que tener que es la persistencia, el ser cabeciduro: no me salió una cosa, la repito; no me volvió a salir, busquemos por otra parte. Es decir, no se deja desanimar por los primeros fracasos, y toda investigación comienza con un fracaso. Nunca está el camino pavimentado para que uno siga fácil.