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Sin bata y con botas

​​Hace falta recorrer carreteras, senderos y trochas para llegar hasta la vereda Venados, un disperso grupo de casas de campesinos e indígenas embera katío perdidas entre el horizonte azulado de las montañas del Parque Nacional Natural Las Orquídeas.

Estudiantes y profesores de la universidad EAFIT estudiaron los mamíferos de este parque y, junto a la Universidad de los niños de esta institución, conversaron con quienes habitan la zona sobre la importancia de este grupo de animales.

Por: Maria Isabel Mesa
Comunicadora social de la Universidad EAFIT

En total son 16 horas de trayecto desde Medellín. Las últimas siete deben recorrerse en mula para atravesar bosques llenos de sonidos de insectos y animales que no se escuchan en las ciudades. No hay luz, gas ni redes telefónicas; mucho menos televisión, radio o Internet.

En Venados, el agua se toma del río y se come lo que la tierra produce o lo que el bosque provee; el resto se debe traer desde Encarnación, un corregimiento a ocho horas en mula que es la tienda, la iglesia, el restaurante y el puesto de salud más cercano. Si algo pasa, es necesario desplazarse hasta allá.

Por eso, fueron necesarios dos días para que llegaran a la vereda los ocho estudiantes de la Universidad EAFIT, Juan Fernando Díaz, doctor en Ecología e investigador principal del proyecto, y Andrés Felipe Giraldo, periodista de la Universidad de los niños EAFIT. Allí,  durante dos semanas, reunieron información para completar un inventario de mamíferos.

En esta salida instalaron trampas, tendieron redes, ubicaron cámaras en el bosque y adaptaron una mesa de madera en la cabaña de la Dirección de Parques Nacionales donde descansaron algunas jornadas, para convertirla en un laboratorio improvisado.

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Equipo de estudiantes, profesores y empleados de la Universidad EAFIT que participaron en la salida de campo junto con los habitantes del sector y los funcionarios del Parque.

Algunos dedicaron noches completas a capturar murciélagos; otros recorrieron largos trayectos entre quebradas y riberas instalando y cebando trampas; y aquellos que no pernoctaban en el bosque recibían todas las capturas de sus compañeros para prepararlas en la cabaña: recoger muestras, separar tejidos y alistar las pieles para exhibirlas.

Con tanto movimiento, es normal que estas actividades resultaran extrañas para los habitantes del parque. Antes de su creación, en 1974, en estas tierras vivían algunas de las comunidades indígenas que hoy habitan en resguardos y una cantidad considerable de campesinos.

La declaración del parque como una entidad territorial para la protección del medio ambiente significó múltiples restricciones: se prohibieron las construcciones de concreto, metal, ladrillo y materiales similares; se impusieron límites a los cultivos; y se cerró la posibilidad de instalar servicios públicos básicos, por nombrar algunas.

Desde entonces, el aislamiento y las restricciones, sumadas a la percepción de abandono institucional que tiene los habitantes, crearon un ambiente de incredulidad y desconfianza ante lo foráneo. Esto condiciona las actividades académicas que se desarrollan en la zona y hace necesario involucrar de una manera más decidida a los habitantes dentro del componente social en ellas, considerándolos, más que lectores de cartillas, interlocutores en la apropiación de conocimiento.
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Este llamado fue atendido por el equipo de jóvenes e investigadores. Por eso, contactaron a la Universidad de los niños EAFIT para diseñar una estrategia que permitiera abrir canales comunicativos con la comunidad y producir contenidos que apoyarán el reconocimiento del proyecto.

A partir de este encuentro se construyó un taller de comunicación de la ciencia que planeó la Universidad de los niños EAFIT con su metodología y ejecutó el equipo de biólogos. Su principal objetivo fue darle a conocer a la comunidad las actividades que se realizaron en la zona. Así, cerca de 50 habitantes del sector, entre niños y adultos, se informaron sobre lo que estaban haciendo esos forasteros de extraños artilugios y caminar torpe.

El taller también fue un encuentro para compartir saberes. El equipo científico explicó sus descubrimientos y las metodologías para estudiar «animales con pelo», mientras que la comunidad tuvo la oportunidad de contar sus anécdotas, aquellas historias en las que alguna vez se encontraron con una chucha de río, o en la que cazaron una gran guagua.

El proyecto también fue una buena ocasión para elaborar contenidos de comunicación de la ciencia sobre el intercambio con la comunidad y las actividades de campo. En total, se grabaron cuatro videos que se publicarán en el año 2018.

De este ejercicio quedaron numerosos aprendizajes, puntos de vista y recomendaciones que todo investigador podría retomar si desea realizar un trabajo de campo. Estas lecciones se exponen a continuación.


Abrir el camino

Realizar una salida de campo es más que viajar para recoger muestras. Los investigadores deben planear y organizar los aspectos logísticos necesarios para tener los equipos, las personas e incluso la comida. De igual forma, el componente social de los proyectos requiere de un ardua planeación.

Para Mauricio Serna, estudiante de Biología que participa en el proyecto, todo comienza por tener un contacto en la zona. Para él, es necesario comunicarse inicialmente con alguien que conozca bien a la comunidad y que sirva de puente entre los visitantes y los locales: «para que ayuden a identificar los medios de transporte y el lugar, pero también para consultarles y contarles a otros pobladores lo que va a pasar. Que todos sepan qué vamos a hacer antes de llegar a hacerlo».

En este caso, la primera opción de comunicación deben ser los canales institucionales, como la Dirección de Parques Nacionales Naturales de Colombia. Sin embargo, para Mauricio es oportuno no confiarse y tener un plan b. «Lo que no puede pasar es que lleguemos y que nadie sepa quiénes somos».


La gente es parte de la investigación

¿Quiénes son? ¿De qué viven? ¿Cuál es su nivel de escolaridad? ¿Cuál es su percepción sobre los temas que estudian los investigadores? Según Andrés Giraldo, quien lideró la estrategia de apropiación en la salida de campo, estos datos permiten elegir y diseñar mejores herramientas comunicativas para trabajar con una comunidad, así como para diseñar y la aplicar de instrumentos de evaluación luego de las intervenciones.

Asimismo, es necesario que todo el equipo de investigadores sea consciente de la importancia del componente social del proyecto: «que todos sepan cuál es su papel en las intervenciones que se realizarán en la comunidad, que crean en su necesidad como un aspecto estructural de su trabajo y que conozcan las herramientas que se van a utilizar para que puedan aplicarlas», dice Giraldo.

Para los investigadores esto puede representar un esfuerzo adicional y que se suma al que hace parte de su área de conocimiento. De ahí la importancia de integrar diferentes áreas del saber y profesionales de diversas disciplinas a las salidas de campo.

Aprender con la comunidad

Visitar una comunidad es exponerse a su cultura; y en este intercambio de formas de ver el mundo, entran también en contacto distintos tipos de conocimiento. Las comunidades, por ejemplo, cuentan con información práctica y muy valiosa sobre su entorno. Los científicos, por su parte, traen un conocimiento sistemático que nace de sus métodos estandarizados; pero más que un conflicto, esto es la oportunidad de establecer una valiosa asociación.

En este punto concuerdan todos los integrantes de la salida de campo: primero, en reconocer el valor del saber empírico, y segundo, en señalar que «más que explicar, nosotros debemos generar diálogos, para que tanto ellos como nosotros aprendamos», como explica Yeimi Rueda, integrante del equipo de investigación.

También es necesario entender este vínculo más como un proceso que como una intervención. Según Yeimi, «es bueno compartir los resultados de la investigación con la comunidad durante y después del estudio. Esto se puede hacer incluso en momentos informales, involucrándolos en nuestras labores”.