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Noticias / Opinión

8 de noviembre de 2012
Las opiniones publicadas en esta sección son responsabilidad de cada columnista, y no representan necesariamente el pensamiento y la visión de la Universidad EAFIT.

¿Una universidad sin clases?


Por Sebastián Montoya Isaza, estudiante del pregrado en Ingeniería Física. 

La educación como la conocemos hoy en día se compone de pedagogía y de metodología. La primera es el conjunto de principios filosóficos sobre los que se fundamenta un sistema educativo, es decir, si por ejemplo se cree en la individualidad del ser, la libertad de pensamiento, la objetividad de la verdad y la capacidad de hacerla cognoscible, entre otros. En resumen, se trata de cualquier principio epistemológico que defina dicho sistema.

La segunda representa los medios tangibles o intangibles con los que estos principios se llevan a la práctica, por ejemplo, la clase magistral, la discusión, la práctica experimental, la lectura, entre otras.

Una discusión sobre pedagogía, aunque importante, es dependiente del contexto social y religioso en el que se viva y, dado que el siglo XXI pretende haber disociado casi por completo estas ideas para dar paso a la libertad de pensamiento y la diversidad, centraré este artículo en la metodología.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿será posible imaginarnos una universidad sin clases? ¿O quizás una sin cuadernos, sin salones, sin tableros, o hasta sin profesores? La revolución educativa a la que hacen alusión estas preguntas no es para nada nueva. De hecho, ha estado presente entre nosotros por bastante tiempo.

Un clásico ejemplo de un sistema educativo alternativo, como se suelen llamar aquellos distintos al tradicional implementado en casi todo el país (y el mundo), es el de los filósofos griegos antiguos, quienes no aprendían mediante clases magistrales. Podemos recordar la historia de Sócrates y de cómo, mediante la discusión y el cuestionamiento, permitía a sus discípulos descubrir los fundamentos más profundos de su filosofía, lo que hoy se conoce como mayéutica. Más tarde, los estoicos dejaron las escuelas para desarrollar su filosofía al aire libre, con el argumento de que el hombre debe acercarse a la naturaleza en su proceso de aprendizaje.

El primer ejemplo nos sirve para entender la relación entre el estudiante y el docente de una manera distinta a la que tácitamente el sistema educativo tradicional nos ha inculcado. No se trata, entonces, de una relación unidireccional, en la que el profesor es quien posee el conocimiento y el estudiante quien no, sino de una en la que el primero cumple el papel de guía y el segundo, impulsado por su curiosidad, es quien descubre el conocimiento siempre valiéndose de sus propias capacidades.

Ahora, cabe preguntarnos si existe alguna innovación hoy en día con respecto a la metodología en la educación, y la respuesta es que sí. En primera instancia, el hecho de que un educador esté innovando durante su “clase”, incluso estando inmerso en el sistema tradicional, es casi imperceptible. Esto se da cuando, por ejemplo, un profesor se sienta a conversar con sus estudiantes o cuando plantea problemas en clase para que estos los discutan. En ambos escenarios el fin ya no es “aprender” un contenido específico, sino descubrirlo mediante el desarrollo de las competencias necesarias para entenderlo.

En segunda instancia, es correcto decir que la metodología tradicional, e incluso la pedagogía, han sido bastante reevaluadas durante el último siglo, a lo que debemos innovaciones educativas como el Colegio Fontán o los Colegios Waldorf (ambos con sede en la ciudad y con nivel muy superior en el Icfes). El primero fue creado tras la ardua investigación de los psicólogos Ventura Fontán y Emilia García de Fontán, quienes desarrollaron un sistema en el que el estudiante aprende de manera autodidáctica, a su ritmo y buscando siempre la excelencia en todos las áreas del conocimiento. Los segundos se derivan de la pedagogía desarrollada por el filósofo austríaco Rudolf Steiner, quien hacía énfasis en la importancia de la relación estudiante-docente, y quien introdujo el arte como parte esencial de la educación.

Todo esto ¿con qué fin? En mi opinión, con el de subsanar muchas de las carencias que posee el sistema educativo tradicional.

Una de las principales falencias de este sistema es la percepción de los estudiantes como un conjunto homogéneo y no como un grupo de individuos con capacidades y limitaciones distintas. El sistema tradicional se ocupa, entonces, de las masas mas no de las personas y es por esto que ahora la clase magistral simboliza el principal método pedagógico aplicado en el mundo. La desventaja es, entonces, que desperdiciamos el potencial que hay en el hombre y aquello que podría desarrollarse en él, “(…) con el fin de aportar al orden social nuevas fuerzas procedentes de las jóvenes generaciones”, como dice el autor Franz Carlgren.

Adicional a esto, el hecho de que cada individuo aprende a ritmos distintos es evadido por este sistema mediante la limitación del proceso de aprendizaje a los períodos lectivos, sacrificando la excelencia alcanzada por el estudiante, de manera que este se ve obligado a cumplir con los tiempos establecidos, en la mayoría de las veces, sin llegar al nivel de comprensión que anhela.

Y así, llegamos a uno de los puntos críticos de la educación: la excelencia. ¿Vale la pena entonces asegurar que un estudiante se gradúe en cinco años de una universidad, a pesar de que no ha alcanzado integralmente la excelencia? ¿Asegura, entonces, el sistema tradicional o el hecho de tener buenos profesores o incluso el prestigio, calidad en la educación? Finalmente, estando inmersos en este sistema, ¿podemos aprender a aprender?