El libro resulta una especie de fresco, escrito en caliente, con indignación y piedad, de la vida colombiana en el siglo desgraciado de El Chapín, a través de los testimonios de sus contemporáneos, cronistas, historiadores, biógrafos y logógrafos. Sus páginas rescatan los nombres de artistas apasionantes y apasionados, más o menos olvidados, como la cantante La Cebollino, José María Ponce de León, autor de las únicas óperas colombianas que han sido representadas, con ideas y libretos de Rafael Pombo, el pintor y barítono Epifanio Garay y el propio padre del Chapín, el venezolano Nicolás Quevedo Rachadell, edecán y músico de cabecera del libertador Bolívar. Reproduce textos de belleza y humor incontrovertibles como el retrato de enamorado que hiciera don Tomás Carrasquilla del poeta Julio Flórez, a quien se atreve a comparar con el superhombre de Nietzsche, y recoge algunos datos desconocidos acerca de las virtudes musicales y de bailarín del general Simón Bolívar que andaban en revistas de escasa circulación.
Sin embargo no pretende ser una biografía a la manera académica ni un libro de historia al modo tradicional. Sobre todo, es una diatriba soberbia en contra de las miserias espirituales del país ayer y hoy, y una crítica que toma partido por los valores de los aires populares frente a las mimesis más o menos tristes y débiles de las tendencias musicales europeas en territorio colombiano.
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