Desde el primer momento la obra de Humberto Pérez me deslumbró, por la narración evocadora que encierran sus pinturas (especies de historias fantásticas pintadas, que nos obligan a contarnos un cuento), por la riqueza y variedad de su búsqueda, por el cuidado meticuloso de la forma, por el absoluto dominio de la técnica, por la devoción obsesiva a un oficio que encuentra en sí mismo la propia recompensa, por la concentración del artista en dibujar, copiar, pintar, probar, raspar, ilustrar, buscar, repetir e inventar, en una lucha secreta por algo que es grande, aunque no sepamos exactamente qué es.
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