Tal vez no se trata de juntar los pedazos dispersos y, al enfrentar con la imaginación el desafío del sinsentido, tratar de dar una forma que se ilumine contra la luz pura. Es más bien renunciar a las subdivisiones irreales, al propósito del mosaico en el que los fragmentos normativos parecen recompensar nuestra constancia. Desistir del empeño de acumular parcelas conceptuales en un sistema de ambiciones. Más bien afirmar una radical vaguedad en la semántica humana. Un pensar desinteresado en cuanto no pretende adjudicarse a sí mismo la producción exclusiva del sentido. El errante se suele detener: la imagen es el mundo y contempla la constancia del fondo iluminado.
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