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EAFITVida CulturalVida Cultural / ExposicionesExposiciones 2019Woodstock 1969: 50 años de la nación del rock

Woodstock 1969: 50 años de la nación del rock

En agosto de 2019, en el Hall del Bloque 38

 



Cinco décadas han transcurrido desde que se diera el mayor y más importante festival de rock de la historia, Woodstock, cerca de Nueva York (Estados Unidos). ¿En qué consistió?, ¿cuáles son sus derivaciones y mensajes en el presente?

Estas y otras preguntas las plantea Juan Carlos López Díez, docente de la Escuela de Administración de EAFIT, en la más reciente edición de la revista El Eafitense y que se reproduce a continuación. Se recuerda este hito con una exposición de páneles en el hall del bloque 38 de la Universidad.


En agosto de 2019 se cumplen 50 años de aquel que es considerado el mayor festival de rock de la historia, celebrado al norte de Nueva York en una región llamada Bethel, oficialmente con el nombre de Woodstock Aquarian Music and Art Fair –el sitio original–. La zona de Woodstock, nombre que pasaría a la historia, no fue aprobado. Fue este festival, quizás de manera impensada, un cierre de la famosa década de ‘los sesenta’, al final de la cual se escenificaron grandes conciertos como Hyde Park en Londres, Monterey (California) y Altamont en San Francisco, este último organizado por The Rolling Stones y que marcó la etiqueta final del desencanto, “cuando el rock perdió la inocencia” en razón del ajusticiamiento de un espectador por el grupo de vigilancia contratado por los organizadores. Un decenio de irrupciones y contradicciones que, normalmente, se encapsulan en la historia del siglo XX con el nombre de la ‘contracultura’.


Artistas ya consagrados como Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jefferson Airplane (luego llamado Jefferson Starship), Joe Cocker, Joan Baez, John Sebastian y grupos como el británico The Who y los ídolos de San Francisco, Grateful Dead, fueron, en la evolución de 72 horas de adrenalina, testigos de primer orden de nuevas estrellas en el firmamento como Carlos Santana y de una banda con nombre de firma de abogados: Crosby/Stills/Nash & Young. Al lado de estos una multitud de artistas (ver recuadro).


El día fue el viernes 15 de agosto, en una granja al norte de La Gran Manzana, que alcanzó a albergar en un momento a 450.000 espectadores, “sin el suficiente sentido como para protegerse de la lluvia” al decir de Andy Warhol. 


Esta multitud abriría fuegos con el cantante neoyorquino Ritchie Havens, quien tuvo que prolongar su show por casi tres horas mientras se alistaban otras bandas. Tal la complejidad organizacional y logística, la mayor hasta entonces.


Woodstock fue el epítome de lo que significaron los años sesenta, “un entrañable acontecimiento fruto de la inocencia juvenil y del idealismo más espléndido”, al decir de Thomas Frank. Una síntesis temeraria de la década y su música se podría acotar en la dialéctica Anti/Pro: Anti guerra (Vietnam), establishment, competencia (hippies). Pro sustancias psicoactivas, derechos civiles (nueva), izquierda juvenil.


Tal vez aquellos tres días de bandas y solistas de rock simbolizaron el epítome de una década de la cual, medio siglo después, aún se evoca por lo que representó: la irrupción de una juventud de la posguerra (años 50) y su “nihilismo revolucionario”. Para bien o para mal, con el fondo musical del rock & roll, las cosas no volverían a ser lo mismo, según quienes se declaren beneficiarios o damnificados. Una época sobre la cual no se pondrán de acuerdo, que tal vez deba esperar otro medio siglo para una mayor claridad.


El rock & roll, producto típico de la posguerra, considera como uno de sus hitos fundacionales la canción Rock around the clock (1955) de Bill Haley and his Comets, aunque el mismo Haley, en Crazy Man Crazy, de 1952, daba inicio a sus primeros coqueteos y acople de armonías y ritmos que harían migrar el rhythm and blues eléctrico al rock. 


La década de 1960, bajo la batuta juvenil, es la de la ‘contracultura’, una reacción frente al statu quo, significativo porque se trataba del rechazo a los valores establecidos, mas no a la situación material, en una época de gran crecimiento económico y mínimo desempleo.


Como se referenció, la década de 1960, bajo la batuta juvenil, es la de la ‘contracultura’, una reacción frente al statu quo, significativo porque se trataba del rechazo a los valores establecidos, mas no a la situación material, en una época de gran crecimiento económico y mínimo desempleo.


Según el inventor del término en El nacimiento de la contracultura, Theodore Roszak, el movimiento “era una revuelta contra una civilización alienante, mecanizada y descaradamente materialista, y a favor de un modo de vida más natural, intuitivo, armonioso y generoso”. El principal historiador de la contracultura, a través de los tiempos, Ken Goffman, sintetiza la de los sesenta como “la afirmación del poder del individuo para crear su propia vida”, es decir, declararse en rebeldía frente a los convencionalismos y la autoridad.


Balance de medio siglo


Si de lo que se trata es de hacer un balance de medio siglo y tal vez medio más de una década de contracultura, ¿qué ha arrojado?, ¿es positivo o deficitario el saldo?, ¿en qué cambió la sociedad, la juventud, los gobiernos, el trabajo, los modelos económicos y las corporaciones? Es difícil fijar un balance certero de lo que dejó esta época. Sin embargo, algunas cosas afloran con mayor claridad.


Tal vez se podría contabilizar el brinco al tablero de la juventud, estamento que reclamó –y logró– el pleno uso de sus derechos, aunque después fuese absorbido por el establecimiento capitalista, por las corporaciones y, sobre todo, por el inatajable aparato de la publicidad norteamericana que creó, hoy se llama segmentación, una nueva categoría de consumidores, la de los jóvenes, reflejado en el neologismo de los teenagers, aquellos muchachos en su segunda década de vida, hasta ese momento no tipificados por la mira del creciente consumismo.


En la comodidad del nuevo estándar de vida y el aburguesamiento quedaron hundidos buena parte de los sueños de la vida en comunas por parte de los hippies, del flower power, los campos de fresas y la comunión con la naturaleza. Marcuse la llamó la ‘cooptación’. Pero, tal vez, del otro lado del balance, estos hábitos contraculturales hayan sido la semilla del ambientalismo como una especie de nueva religión. De nuevo bajo la titularidad de los jóvenes.


Tal vez el mundo y la propia juventud pensarían que se viviría indefinidamente inmersos en la burbuja económica de la posguerra. Pero en 1973 llegaría el primer ‘batacazo’ con la crisis energética que llevaría el barril de petróleo a límites insospechados. Y un giro lento pero contundente de los Estados Unidos hacia la derecha, que se las arreglaría para poner en cintura los brotes de acné juvenil.


Para muchos quedaría el recuerdo de una música que, sin espacio a dudas, cambió la segunda mitad del siglo XX y no solo en lo musical. Vendrían otros ritmos y derivaciones del rock como el punk de los setenta y el ‘new wave’ de los ochenta, entre muchos otros y el rock & roll dejaría de ser el vehículo central contra el establecimiento, su mainstream.


Para muchos quedaría el recuerdo de una música que, sin espacio a dudas, cambió la segunda mitad del siglo XX y no solo en lo musical. De festivales y grandes conciertos que aún se recuerdan, como en esta oportunidad, a medio siglo de ‘La Nación del Rock’, un tejido social de 72 horas donde no hubo mayores contratiempos, salvo en la alimentación y en los servicios públicos; alumbramiento de creaturas en lugar de víctimas.


Uno de los intelectuales más críticos del capitalismo, Richard Sennett, apunta en La nueva cultura del capitalismo, sobre los problemas actuales de este sistema, que en los años sesenta incubaron las críticas a las “prisiones burocráticas” de las grandes corporaciones y los aparatos estatales. Quizás uno de los mayores símbolos de Woodstock, la cantante de blues-rock Janis Joplin lo sintetizó de la mejor manera con el nombre de su banda: “Big Brother & The Holding Company”.