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Universidad EAFIT
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Relatos de una estudiante sobre el regreso a un espacio por reconocer

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Por Sara Zuluaga Correa, e​studiante del pregrado en Literatura


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A la Universidad vengo cargada con una mochila. En ella guardo los libros que llevo a clase, el tarrito de agua para las caminatas, la libreta donde tomo nota de las cosas que no quiero olvidar. Tengo una lista de tareas para cada semana, también allí registro pasajes de las lecturas que quiero tener cerca cuando no lleve ya el libro conmigo, pero la libreta es sobre todo el espacio donde –a cálamo currente– encuentro las páginas para pensar. En ella, la velocidad del mundo se detiene y puedo intentar, en el trazo demorado, dar cuerpo a las preguntas que el afuera me propone. Así como este conjunto de hojas es para mí el lugar d​el desenredo de la duda, del registro de la sorpresa, la universidad ha sido también para mí casa de la palabra, espacio de encuentro, motivo y sitio de la conversación.

Después de meses de que sus páginas no vieran la luz de fuera, de que su cubierta no tocara más que la madera de mi escritorio y las telas que cubrían mi cama, volvimos al espacio que había dejado de alojarnos durante 2020. Hoy tomo mi libreta y junto los pedacitos de un año que ha quedado vertido en las palabras; en estos fragmentos que aquí reúno ha quedado consignado lo que fue, entonces, regresar a EAFIT.

Primer mes del 2​​021: volver

Me levanto temprano. Estoy tan nerviosa como la primera vez que fui al campus. Abro el link azul que he recibido en mi celular y completo el informe rutinario de salud. Llevaba meses añorando este día: caminar hasta la Universidad con mi libreta en la mochila, cruzar la plazoleta hacia el salón a eso de las ocho y media de la mañana, escuchar –ya no mediada por un aparato luminoso– la voz de mi profesor emocionado al hablarnos del mundo griego, poder intercambiar con mis compañeras la fascinación que nos producen los relatos –con tan solo cruzar una mirada–. 

Completo el protocolo de ingreso, la toma de temperatura, el lavado de manos. Siento otra vez el peso del morral sobre mi espalda, el sol me pega contra el cuerpo y me calienta la cabeza, las manos me sudan un poco: estoy algo nerviosa de regresar. Otros como yo cruzan los torniquetes y miran asombrados lo que encuentran del otro lado: la plazoleta sigue allí donde la dejamos meses atrás. El campus nos saluda, luminoso, como la primera mañana de nuestro primer día de universidad. ​

Camino despacio, curiosa de saber lo que será encontrarme otra vez con mis profesores y compañeras de manera presencial. Hace un año no podría haber imaginado que este sería uno de los más utilizados y añorados adjetivos que entrarían a hacer parte de mi repertorio de palabras. El mundo cambia, y con él se renueva no solo el sentir del cuerpo que vuelve a estar en movimiento, sino también las palabras que hoy utilizo para nombrar este mundo que empezamos a re-conocer. 

Un ser pequeño, peludo, rojizo se me acerca corriendo con un fruto verde, a medio ruñir, entre las patas. El árbol de mangos de la entrada ha derramado sobre el suelo una gran cantidad de frutas maduras que hoy esta ardilla parece que me quiere compartir. Un trío de flores me roba la atención mientras camino del bloque 30 a la cafetería. A los pies de la ceiba, con las cabezas bien levantadas y los pétalos abiertos, rosadas, sorprenden al transeúnte desprevenido que mira al suelo. Regresar me ha devuelto no solo la posibilidad de la palabra liberada del micrófono, del encuentro inesperado con amigos que había dejado de ver hace ya días, sino que me ha traído la sorpresa de un sentir renovado, como quien mira por primera vez. 

Ahora mi cuerpo está más atento, no solo a los protocolos que debe seguir, sino también a cada movimiento que pone en marcha y que lo rodea. Miro alrededor; pongo especial atención a lo que hago con mis manos luego de sacar mi billetera, antes de tocarme los ojos, después de haberlas puesto sobre la mesita del salón, antes de agarrar una manzana y llevármela a la boca. Observo, con más detenimiento, lo que ha pasado con los lugares que habíamos dejado de habitar: miro a las flores que ha derramado el guayacán rosado mientras estábamos fuera, a los azulejos tomar el sol sobre las ramas del carbonero; observo, sin querer moverme de ahí, cómo se enredan las orquídeas y bromelias alrededor de las ramas de los pimientos. Me detengo en la palabra que he usado para nombrar este árbol.

 ¿Aún nos prestarán su nombre como topónimo para referirnos al lugar donde antes solíamos encontrarnos los estudiantes afuera del bloque 30?


Vuelvo a casa, con la emoción renov​​ada de la primera vez. ​



Mayo (no del​​​ 68); del 2021

Un llamado a cultivar la demo​cracia

Es domingo y ya son varios los días que lleva nuestro país atravesando un particular momento de expresión del malestar social. Desde nuestras casas, desde las calles, desde los canales que conocemos y utilizamos para encontrarnos a través de las pantallas, mis amigos y yo no sabemos cómo entender lo que sucede en nuestra Colombia estos días de mayo de 2021. 

¿Cómo asir una realidad que se nos derrama entre los dedos? ¿Cómo poner en trazos palabras que aún no sabemos siquiera decir? 

Las páginas de mi libreta se llenan de anotaciones sobre Las troyanas de Eurípides; en las noches discuto con mi papá el cuento “Antígona” de Pablo Montoya que trataremos en nuestra clase del viernes. El jueves en la mañana nos reunimos por Teams a conversar a partir de la lectura de La Vorágine y Cien años de soledad en la clase de Literatura colombiana. El sábado en la noche, Labio de liebre de Teatro Petra me deja un nudo en la garganta que no sé cómo desarmar. Lo que encuentro en las páginas de los libros me muestra otra manera de leer esa realidad que hoy se nos presenta en nuestro país.

Es domingo y desde el pregrado nos llega una invitación a conversar sobre lo que está pasando en el país. Representantes, estudiantes y profesores han ideado una serie de jornadas de diálogo donde, desde la perspectiva de la academia, el arte, la creación y la investigación podremos poner sobre la mesa las inquietudes que nos visitan estos días. ¿Cómo articulamos, desde la literatura, palabras que nos permitan observar con detenimiento la realidad de la que hoy hacemos parte?, ¿cómo podemos con estas palabras que encontramos tejer una conversación que no siga distanciando, sino que acerque, las voces que hoy disuenan allí afuera?  

“La poesía habla sobre la violencia”, “La relación entre el arte contemporáneo, los intelectuales, la academia y el activismo”; “Taller de escritura creativa: contracultura y manifestaciones pacíficas”; “La literatura y su conversación con la sociedad” fueron algunos de los encuentros que tuvieron lugar durante estos días de incertidumbre. En la Universidad encontramos espacios para la reflexión que promueven en nosotros la pregunta, la diferencia y que se abren así para la discusión plural, diversa y empática.

Además de las palabras, el sentir de nuestra comunidad universitaria se vierte también en la música para conmemorar el aniversario 61 de la Institución. Con el concierto de la Orquesta Sinfónica EAFIT Música por Colombia, melodías y cantos proponen otra manera de escuchar lo que sucede en nuestro país. Las obras de artistas como Aaron Copland e Igor Stravinski nos permitieron conectarnos con la situación que estábamos atravesando a través de cinco palabras que, como EAFIT, también inician con la letra “E”: expresión, esperanza, entendimiento, escucha y empatía. 


Disfrutar de mi nuestra univ​ersidad

Cuando pienso en ella, me cuesta ahora limitarla al espacio físico que antes parecía contenerla. Me la cruzo también en los lugares que frecuento: en mi paso por el MAMM, Casa Teatro El Poblado, el Teatro de la Universidad de Medellín resuenan ecos de ​las voces que la conforman. Incluso en la distancia, recibo las melodías de metales y maderas que atraviesan esos límites que evitan que nos encontremos de manera presencial. Desde mi computador veo los conciertos que presenta la Orquesta Sinfónica EAFIT, las sesiones de música de cámara, asisto incluso a encuentros del cineclub y a varias presentaciones de la Editorial EAFIT; el material para mis clases habita espacios y formatos que antes no conocían mis cuadernos; cuando es preciso el cuidado, nos quedamos en casa para proteger también a los demás.

Pienso en mi universidad y me devuelvo en las palabras para cruzar con una línea ese posesivo que he usado para acompañarla: mi universidad no es mi universidad; mi universidad es nuestra universidad. EAFIT es un espacio que propone conversaciones plurales, múltiples, abiertas. En los espacios de En Femenino nos preguntamos por el rol que cumplen las mujeres dentro de las diferentes esferas de la sociedad; como centro de pensamiento, la Universidad propicia también espacios para el debate y la discusión argumentada; desde la Mesa de trabajo en género se adelantan sensibilizaciones, charlas, propuestas metodológicas en torno a temas de equidad de género, construcción de nuevas masculinidades, sexualidades diversas.

(…)

Voy camino a mi casa y por el radio se cuelan también referencias de ella. “–Junto con otras cinco universidades, en una campaña que recibe el nombre de ‘Vamos Pa’Lante’, EAFIT otorga Becas Rescate a estudiantes de pregrado que se encuentren en riesgo de desertar de sus carreras en un momento de restricción económica asociada a la pandemia”. Nuestra Universidad procura seguir siendo nuestra contribuyendo al bienestar y la permanencia de los estudiantes en la institución. Nuestra universidad trabaja por ser un espacio de inclusión y diversidad.

(…)

Han sido días extraños, difíciles, donde la incertidumbre parece no querer dejarnos mirar tres pasos adelante. Llenan los corredores voces enrevesadas, las pantallas saturan cuartos, baños, bibliotecas, y por momentos, la vida parece haberse ido a otro lado. Busco espacios de claridad, necesito ventanas de alivio. Se me hacen pesados estos días encierro, de angustia ante la enfermedad. No me basta la libreta, así que busco fuera canales que me permitan sentirme acompañada, incluso en momentos en los que la prescripción es la distancia.. El programa Alcemos la mano nos acompaña a reencontrar la manera de sentir, pensar y actuar favoreciendo nuestra capacidad de disfrutar de la vida. No estamos solos en el momento de enfrentar los retos que nos presentan las nuevas condiciones del ‘hoy’. En los programas de acompañamiento psicológico tenemos la oportunidad de hablar sobre salud mental y educación, efectos del distanciamiento social y perspectivas de un reencuentro. 

(…)

Vamos y venimos hacia y desde el campus. Abro y cierro mi libreta en un ejercicio por comprender estos días que corren y a veces me agitan el cuerpo sin saber muy bien qué hacer con tanto movimiento. Derramo las páginas que he cargado este año en mi mochila para mirarlas con detenimiento: 

todo acto interpret​ativo requiere  a t e n c i ó n .​




Ordenar los pedazos,
entretejer las hebras:

Re-crear un año desde el recuerdo consignado.​

De la Universidad llego a casa cargada con una mochila. En ella he guardado los libros que ya he leído, una sombrilla todavía húmeda que me ha cubierto de la lluvia, la libreta donde he escrito días que quiero recordar. En ella, he procurado dejar trazados caminos que me permitirán luego volver en el tiempo; he dejado marcas en el trayecto que me ayudarán más tarde a desempolvar la ruta… ¡Creo haber aprendido de una profe que una vida narrada es una vida por comprender!

Después de meses de garabatos y pinceladas dispersas… después de días de cambios, retos, transformaciones, nos hemos vuelto a encontrar. He tomado mi libreta y he dispuesto juntos los pedacitos de un año que ha quedado vertido en las palabras. En estos fragmentos de escritura de una estudiante eafitense he intentado consignar lo que ha sido volver a EAFIT, buscando que en ellos sea posible encontrar un itinerario que relate el regreso a un espacio por re-conocer.




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Retales del diario de una estudiante de literatura