En los últimos 60 años la tasa de inflación de Estados Unidos ha sido, en promedio, significativamente más baja que la que se habría podido esperar. Esto se debió a un incremento intenso y prolongado pero imprevisto de la demanda de dinero por parte de las familias y empresas no financieras (distintas a bancos) y del resto del mundo. El resultado ha significado mayor bienestar social si se lo compara con un escenario de menor crecimiento de la demanda de dinero y, entonces, mayor inflación.