Desde diciembre de 2019 escuchamos hablar de un tal virus en Wuhan, China, que parecía tan lejano que no nos preocupó. Cuando se extendió a Europa generó una cierta inquietud hasta que tocó el continente americano y fue otro el cantar. El primer caso en Colombia y peor aún, el primero en Medellín, nos hizo levantar alertas y empezar a ponernos esa extraña e incómoda máscara que, al cabo de más de un año de pandemia, y en conjunto con al distanciamiento físico, parecen haber sido las dos únicas medidas de prevención efectivas.
Esa sensación de miedo sobre lo que se vendría fue llegando a nuestras conversaciones con directivos y docentes, unos más optimistas que otros. Algunos pensaban, desde el deseo, que podía ser algo que durase solo unos meses, por cuanto el virus se extinguiría cuando llegara el verano en el hemisferio norte y, más aún, en medio de los calores tropicales. La incertidumbre seguía creciendo hasta que llegó el momento de tomar la decisión de cerrar la Universidad, continuando la operación a través de las plataformas de colaboración digital. Y sí que lo pudimos hacer: se reforzaron rápidamente los canales de soporte a los usuarios de TI, creamos miles de nuevas cuentas de correo electrónico, se desplegaron todos los grupos y materias en Teams, así como los cursos de inducción necesarios para que los distintos estamentos apropiáramos rápidamente una herramienta que hasta el momento nos había sido esquiva. La solidaridad mostró su mejor cara: se crearon grupos de apoyo a docentes, estudiantes y administrativos, fueron prestados cientos de equipos de cómputo y lanzamos campañas de solidaridad para respaldar a los más vulnerables.
Meses antes de que sobreviniera semejante situación, conversábamos sobre los resultados que había arrojado un diagnóstico de la cultura organizacional eafitense, contratado un tiempo atrás y cuyos resultados daban cuenta de la brecha existente entre el staff docente y el administrativo. Pero 2020 mostró que nuestra empatía es capaz de superar cualquier división. Pretendimos y luchamos, todos, por permitir que nuestro galeón siguiera su rumbo, que, pese a la importante disminución de los ingresos la Universidad continuara siendo sostenible; que nadie se quedara sin estudiar por problemas económicos, independientemente de su estrato socioeconómico pre-pandémico. Facilitamos el hecho de que quien estuviese pasando por una dificultad de salud mental encontrara los canales de apoyo necesarios, que se protegiera la vida, la salud y los empleos de los eafitenses. Ya un poco más de un año después, y con la mirada y la esperanza puestas en un mejor futuro, apelo a que esa solidaridad que logramos desplegar no se esconda nunca más. Por el contrario, que se mantenga visible, que haga gala de sí, que recordemos que fuimos capaces de superar los límites entre estamentos, de hacer prevalecer los intereses de la Universidad y de la sociedad. En síntesis, abogo para que no necesitemos pandemias en aras de mostrar nuestra verdadera humanidad.