Un cuento corto puede lograr en una página lo que una novela en doscientas, decía Hemingway. Por su parte, Francis Ford Coppola comenta: Un cuento corto y bueno, es dos veces bueno, y si es corto pero malo, sigue siendo bueno porque por lo menos no nos ha hecho perder el tiempo.
Los temores y presagios en un patio remoto donde está la tumba de un recién nacido; el despertar al mundo en barrios de música, nostalgia y nudillos; los habitantes urbanos, sus catástrofes íntimas, su alegría de plaza: son todos estos los escenarios para una narración contenida, de variedad técnica, búsqueda expresiva y lirismo fecundo.
Algunos de los personajes de estos cuentos parecen vivir en un cuadro de Edward Hopper, los hay turbadores como figuras de Francis Bacon, otros parecen respirar en una película de David Lynch.
Historias de notable intensidad, momentos que recuerdan el tono de los hai ku japoneses, sin que el uso de la elipsis les haga perder su sentido narrativo. Tras estas líneas se presienten las deudas con Chéjov, Richard Ford, Bashevis Singer, Ribeyro, Augusto Monterroso y otros que han practicado el consejo de Julio Cortázar: Atrévete a meter el dedo en el ventilador...
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