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La termodinámica y las nuevas formas de pensar la economía​​​​


Autor: Luis Antonio Quintero,
profesor del área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad.
Correo electrónico: lquinte3@eafit.edu.co 

Se considera el planeta tierra como un conjunto de sistemas jerárquicos acoplados que evolucionan fuera del equilibrio, a partir del flujo de energía de radiación solar, la cual ingresa a la cadena trófica por los procesos fotosintéticos creadores de vida. Resultan importantes los gradientes que se configuran, como los de temperatura, los potenciales químicos, los cuales, según la segunda ley de la termodinámica para los sistemas aislados, deberían tender a disiparse en el tiempo, pero en nuestro caso están asociados con la dinámica del clima y los ciclos biogeoquímicos y también con la emergencia de los sistemas autoorganizados y los seres vivos. La maximización de la transferencia de potencia entre estos sistemas jerarquizados y portadores de vida permite sobreponer las limitaciones e ineficiencias asociadas a la transferencia de energía, que se supone inducirían a los sistemas a un equilibrio homogéneo e indiferenciado o a una muerte térmica. Las islas de novedad, diferencia y biodiversidad cumplen principios que se adhieren a la termodinámica, especialmente la alejada del equilibrio y que podrían considerarse también para pensar procesos vitales desarrollados dentro de las sociedades humanas. 

El propósito de estas notas, es el de intentar mostrar cómo diversas prácticas o lineamientos de políticas sociales y económicas, podrían visualizarse desde los principios de la termodinámica, para guiar sobre la forma como podrían leerse aspectos más cotidianos del transcurso humano. 

El planteamiento desde la económica tradicional se fundamenta en el optimismo tecnológico que plantea que, en una época inicial, el crecimiento económico y el deterioro ambiental van asociados, pero luego se llega a un umbral a partir del cual el crecimiento económico se puede dar a partir de la innovación tecnológica, la que ha sido posible gracias a la acumulación de capital. El superávit o los excedentes que propician el crecimiento económico permitiría la inversión en tecnologías verdes, que son las que van a propiciar que se desacople el crecimiento económico del deterioro ambiental y ésta es la que se conoce como curva ambiental de Kuznets, según la cual a las economías les aguarda un destino en el que se puede seguir creciendo sin que se impacte mayormente a los recursos naturales. 

Lo que ésto engloba es uno de los dogmas de la visión económica predominante, o economía neoclásica de profundo acendro anglosajón, el cual plantea que el crecimiento económico expresado en el PIB o los bienes y servicios producidos en el ámbito de un país se constituye en el propósito central de la economía, sosteniendo que este crecimiento es el que resuelve los problemas del bienestar social y a la larga puede resolver los problemas ambientales. 

Ya se tiene una crítica fuerte a esta posición en todo el trabajo de Nicolas Georgescu Roegen1, contraponiendo el argumento que plantearse un crecimiento exponencial, fundamentado en recursos naturales que son finitos y los cuales frente al desarrollo tecnológico no posibilitan la plena sustituibilidad de esos factores productivos, con la circunstancia adicional que actualmente se tiene un ritmo de aumento en la demanda de bienes y servicios, de países con alta explosión demográfica donde amplias masas van tornándose urbanas y en fuertes demandantes de bienes y servicios que se asocian con el bienestar. Si a esto se le adiciona la alta contaminación que se produce en el proceso a unos niveles que el planeta no logra asimilar, teniendo entonces un ciclo de retroalimentación con las fuertes presiones sobre las condiciones de calidad de vida, se evidencia que el argumento de crecer y acumular para desmaterializar la economía no resulta verosímil. 

Frente a esta línea en la que han trasegado diversos economistas como Robert Solow quien afirmaba que el progreso tecnológico mediante su potencial de substituibilidad de los recursos naturales podría arreglárselas cuando llegará su agotamiento o la confianza de Samuelson en la ciencia, según la cual ésta podría lograr que la energía disipada que es residual en los procesos podría ser aprovechada, tornándola en energía disponible. 

Las propuestas desde las nuevas concepciones de la economía, como la economía verde, que reeditan al mercado como apto para dirimir los problemas con los servicios ambientales, incluso los que ocurren fuera de su ámbito, generando un mercado para transar sus derechos que se monetizan y permiten que sean los mecanismos del mercado los que resuelvan los problemas ambientales, haciendo que quien contamine pague, desincentivando así las externalidades negativas o generando pagos para quienes conservan promoviendo las externalidades positivas, lo cual ha sido promovido en varias de las cumbres climáticas mundiales instituyendo el ambientalismo de mercado2. 

Son múltiples los trabajos que muestran que es falsa esta visión según la cual el crecimiento económico se puede desacoplar del impacto ecológico y muestran cómo las sociedades post materialistas europeas, que reciclan, usan carros eléctricos, compensan las emisiones, consumen alimentos verdes, entre otras muchas acciones, que las hacen economías desmaterializadas, llegan a tener un impacto superior a ciudadanos con sociedades más materialistas, en países de África, por ejemplo3. Esto porque muchos de estos países ricos, están externalizando los impactos ambientales, al dejar que sean los países que producen los recursos naturales y la energía de fuentes fósiles y donde se tienen estándares ambientales más laxos, que son además los países más pobres y donde predomina mayor desigualdad social, los que carguen con estos impactos. Por ello haciendo las cuentas globales se constata que el crecimiento económico sigue totalmente acoplado al consumo de energía y de materiales y la generación de contaminación, más allá de los límites de absorción del planeta. 

Frente a esto se ve la necesidad de pensar el desarrollo económico más allá del crecimiento del PIB o de la centralidad del mercado como generador de la racionalidad predominante para la toma de decisiones. Se presenta en consecuente la propuesta de la profesora Kate Raworth, quien en su libro: “Economía rosquilla: 7 maneras de pensar la economía del siglo XXI”4, busca conciliar los límites ambientales que se están sobrepasando, con el modelo de crecimiento económico tradicional, proponiendo un modelo alternativo, por el que se equilibre el bienestar humano y la capacidad de soporte ambiental. La de la profesora Raworth, es una propuesta valiosa para países en desarrollo, los cuales son demasiado pobres para ser verdes, enfrentando la paradoja respecto a que los recursos naturales se requieren en estos países para sobrevivir. Pero insertos en una perspectiva en la que hay que desarrollarse y acumular, para luego repartir, resulta difícil hacer compatible esta concepción de desarrollo con el bienestar social. El reto entonces es el de cambiar las estructuras y los determinantes sociales, culturales, las relaciones de producción, para enfilarse hacia un nuevo orden que permita la conservación y en este punto cumple la academia un papel transformador y fundamental. 

La multitud de lineamientos y directrices ambientales devenidos de organizaciones multilaterales, a los que los países adhirieron y por los que se han establecido compromisos, han estado rezagados en su cumplimiento y alcance de logros para la mayoría. Lo cual implica repensar desde los mismos tomadores de decisiones, las formas de avanzar en las transformaciones que permitan enfrentar, los enormes impactos que están apareciendo sobre las comunidades, especialmente las más vulnerables en nuestros países. 

Por el paradigma predominante se plantea el crecimiento del PIB como indicador de progreso, sin reconocer dentro de éste las desigualdades en la distribución del ingreso para amplios grupos poblacionales. Frente a esto se plantea el respeto de los derechos humanos de todas las personas dentro de los medios que permite el planeta. Es entonces necesario vislumbrar las economías que permitan soportar el bienestar social, dentro de los límites del planeta, por ello se menciona la rosquilla, donde desde el interior se pugna por construir los niveles del bienestar y en los bordes externos se indican los límites impuestos al crecimiento por los recursos disponibles.

Se propone con evidencia y testimonio basado en economías consideradas desmaterializadas, las cuales buscan enfocar su proceso económico a partir del conocimiento y del mayor uso de tecnologías fundadas en la naturaleza y el aprovechamiento de la energía solar. Las que por esa desmaterialización reducen el uso de recursos no renovables en favor del uso de fuentes renovables, para hacer más sostenible los procesos productivos. Esto prevalece al proyecto de estado que reivindica el poder del mercado como generador de competencia y eficiencia, el cual no ha logrado llevarnos a buen destino. Entonces del individuo de la escuela neoclásica que maneja racionalmente sus dotaciones para buscar maximizar su beneficio de forma individualista y egoísta y con un dominio completo sobre la naturaleza de la cual se sirve, se pasa al ser social, que puede ser cooperativo que reconoce su dependencia del entorno natural y que exhibe múltiples valores que transitan por las muchas formas de expresar el ser. 

Frente a la existencia de un punto de equilibrio entre oferentes y demandantes, se considera el paradigma sistémico y la complejidad, que implica la interacción de múltiples factores, algunos con dinámicas de retroalimentación que se alejan de este equilibrio mecánico y desde el cual se sugieren otros diseños económicos que pueden permitir una mejor distribución en una amplia red de flujos, los que adicionalmente consideren los mismos limites ambientales dentro del conjunto de necesidades del bienestar de una forma integral. 

Si los países que ahora tienen economías menos contaminantes tuvieron que ser en otro tiempo contaminantes para generar la acumulación de capital y tecnología que les permitiera esos actuales niveles de reducción de su impacto ambiental y ese es el destino que aguarda a los países que aún están en desarrollo. Es posible que, frente a una fuerte demanda de los primeros por los recursos necesarios para sostener su desarrollo y bienestar, los segundos no logren transitar hacia la desmaterialización de sus economías. Teniendo, además poblaciones urbanas ascendentes con 

fuerte carga aspiracional impulsada desde la cultura consumista prevaleciente y con grandes masas sin acceso al bienestar y llenas de múltiples necesidades, llegando así a la paradoja que: “Los países pobres son demasiado pobres para ser verdes”. Pues se requieren de sus recursos para sobrevivir, con un conjunto de determinantes sociales y culturales que imposibilitan otra forma de concebir, los modos de producción y de relacionamiento económico, quedando poco espacio para propiciar la conservación. Esto es entonces un reto de la comunidad global, el de construir un modelo en el que se alineen los procesos humanos con los de la naturaleza, el de poner más el foco en las demandas de todas las sociedades y conciliarlas con las exigencias de las especies que configuran la biodiversidad nos rodea, pero también es el reto del pensamiento en cuanto a considerar los nuevos paradigmas que bien pueden estar afincados en la termodinámica, para dirimir los lineamientos de políticas y toma de decisiones, a partir de las implicaciones dinámicas que desde la conservación y la sostenibilidad, mirando integralmente el conjunto de relaciones, económicas, sociales y sobre todo ambientales, confluyen en nuevas prácticas que debemos configurar. 

La propuesta de la economía rosquilla es destacable porque plantea tanto las necesidades antrópicas, como los límites a los que están expuestas estas necesidades. Por último, sería muy conveniente como desde las métricas, los métodos, las herramientas y sobre todo desde la conceptualización desde la Universidad podríamos aportar a la construcción de los nuevos paradigmas.



1 Georgescu-Roegen, Nicholas. La ley de la entropía y el proceso económico. Ed. Fundación Argentaria. Madrid. 1996. 275 pgs. 

2 Naredo, J. M., & Gómez-Baggethun, E. (n.d.). RÍO+20 EN PERSPECTIVA Economía verde: nueva reconciliación virtual entre ecología y economía. 

3 Wiedmann, T. O., Schandl, H., Lenzen, M., Moran, D., Suh, S., West, J., & Kanemoto, K. (2015). The material footprint of nations. Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 112(20), 6271–6276. https://doi.org/10.1073/pnas.1220362110 

4 Kate Raworth: Economía rosquilla. Siete maneras de pensar como un economista del siglo XXI. Paidós, Barcelona, 2018.  

 

La termodinámica y las nuevas formas de pensar la economía​​​​