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¿Educar sobre sostenibilidad? ¿O para la sostenibilidad?



¿Educar sobre
so​​stenibilidad? ¿O para la sostenibilidad?


Autor: Alejandro Álvarez Vanegas,
profesor del área de Sistemas Naturales y Sostenibilidad.
Correo electrónico: aalvar17@eafit.edu.co  X: @Alejo_AlvarezV  Instagram: @Alejo_AlvarezV 

La educación tiene diversas funciones sociales. Entendida de una manera amplia, se trata de un proceso complejo de autoformación por medio del cual el ser humano busca conocerse a sí mismo y ubicarse en la sociedad y en la cultura de las que hace parte. ¿Pero, con qué fin? ¿El propósito de la educación se agota en que sepamos quiénes somos y a qué cultura pertenecemos, sin más pretensiones? 

No. Hay que aceptar que existen unas expectativas claras frente a la educación. De ella se espera, como lo dice Gabriel Jaime Arango Velásquez en su libro Valor social de la educación y la cultura, que ayude a «formar hombres y mujeres integralmente desarrollados, hacer buenos ciudadanos y preparar trabajadores eficientes». Se hace notar que la educación es un punto de irradiación de esperanza sobre la humanidad, pues consideramos que su resultado es la existencia de personas íntegras, de una buena ciudadanía y de una fuerza laboral hábil, requisitos fundamentales para nos sea posible florecer como humanidad. Quizás a partir de reflexiones de este tipo fue que el filósofo Immanuel Kant, en su obra Pedagogía , dijo que «encanta imaginarse que la naturaleza humana se desenvolverá cada vez mejor por la educación […]. Descúbrase aquí la perspectiva de una dicha futura para la especie humana».

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Hoy vemos una multiplicidad de razones para afirmar que la dicha de la humanidad, y la humanidad misma, están en riesgo. No solo por las grandes desigualdades y las injusticias manifiestas – y la violencia y las guerras que de ellas se derivan–, sino también por una marcada crisis ecológica, producto de una relación errónea con el resto de la naturaleza que somos. La esperanza, para muchos, recae sobre la educación. Queremos que en el proceso educativo (que abarca a las instituciones educativas, pero no se limita a ellas) podamos aprender a vernos no solo como seres sociales, sino también ecológicos; que podamos entrar a un paradigma de armonía en las relaciones entre seres humanos y con el resto de la naturaleza para que, en últimas, de ese nuevo paradigma se retomen o surjan nuevos valores que nos guíen hacia mejores comportamientos, mejores hábitos. No hay que olvidar que un hábito es la forma en la que habitamos el mundo, la manera como ocupamos el hábitat, del cual somos una especie y un elemento más. Educar para un mundo socialmente justo y ecológicamente sano: ese es, en resumen, el propósito de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS). 

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En su más reciente Hoja de Ruta para la EDS, la UNESCO define esta educación como aquella que «empodera a las y los educandos, dotándoles de conocimientos, habilidades, valores y actitudes para tomar decisiones fundamentadas y adoptar medidas responsables en favor de la integridad del medio ambiente, la viabilidad económica y una sociedad justa». No basta con educar sobre la posibilidad de un mundo sostenible. Hoy el imperativo es educar para este fin. Por eso, más allá de incluir contenidos que definan la sostenibilidad, es menester diseñar experiencias de aprendizaje que incluyan pedagogías adecuadas, mediante las cuales se puedan desarrollar competencias clave para la sostenibilidad, como el pensamiento sistémico, el pensamiento crítico o el pensamiento anticipatorio, entre otros. De esta manera, se espera que el ejercicio educativo ayude a avanzar en la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los cuales pueden –y deben– ser mirados críticamente, pero sin duda constituyen una buena aproximación a consenso de lo que la humanidad requiere. Beatriz Restrepo dejó claro en sus Reflexiones sobre educación, ética y política, que «la responsabilidad de la Universidad de aportar a la solución de los problemas de todo orden de la sociedad es ineludible». Por eso, en la actualidad, es inevitable preguntarse cómo formar una ciudadanía capaz de aportar a la solución de los grandes retos de sostenibilidad. 

Para terminar, es necesario enfatizar en que la educación no puede ser un proceso de adoctrinamiento, ni siquiera para la sostenibilidad, sino más bien de autoconocimiento y de libertad. Elaborar sobre las tensiones entre lo individual y lo colectivo no es posible en el espacio de este texto. Solo queda decir que la esperanza está puesta en que es posible educar para que, con independencia, libremente, elijamos el mejor camino. Albert Einstein, en el libro Mis ideas y opiniones, describe esto bellamente:

 

«En ocasiones se ve en la escuela simplemente un instrumento para transferir la máxima cantidad de conocimiento a las generaciones en desarrollo. Pero ese es el camino equivocado. El conocimiento está muerto; la escuela, sin embargo, le sirve a lo vivo. Debe orientarse a desarrollar en la juventud aquellas cualidades y capacidades que son de valor para el bienestar común. Eso, sin embargo, no significa que deba destruirse la individualidad y que el individuo se convierta en una mera herramienta de la comunidad, como una abeja o una hormiga. Una comunidad de individuos estandarizados sin originalidad ni objetivos personales sería una comunidad pobre, sin posibilidades de desarrollo. Por el contrario, el objetivo debe ser la formación de personas que actúen y piensen de forma independiente, pero que vean en el servicio a la comunidad su mayor problema de vida».


 
1 Esta obra es realmente el producto de una compilación, realizada por Friedrich Theodor Rink y publicada con la autorización de su maestro, de las reflexiones de Kant en una serie de lecciones sobre pedagogía.

 

¿Educar sobre sostenibilidad? ¿O para la sostenibilidad?