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EAFITNexosEdiciones“Solo los recuerdos no se ahogan"

“Solo los recuerdos no se ahogan"

​Laura Molina Gómez
lmolin15@eafit.edu.co

 

Hace 40 años que inundaron el viejo Peñol para construir el embalse más grande de Antioquia. Los peñolenses conmemoran su historia.

Abril, 1978. Semana Santa. Los peñolenses se organizan como pueden en uno de los caminos de tierra aplanados por el paso de los camiones y los Willy's que, morro arriba, cargan las pertenencias de aquellos que lograron pagar el traslado. La brisa helada golpea y, entre los escombros de maderas, adobes y ladrillos triturados, comienzan a caminar. Dejan atrás un cerro fértil y el frontis de la iglesia, a donde había llegado su última procesión. El sacerdote, sus acólitos y los nazarenos van con el Santo Sepulcro sobre los hombros. Entre oraciones silenciosas y ojos aguados, el ruido de los motores y las pisadas de los caballos, los pobladores se despiden del valle. Es Viernes Santo. Muere Cristo, pero ellos entierran su pueblo bajo las aguas. El nuevo pueblo será, para ellos, la resurrección,

Los años cincuenta del siglo pasado fueron el comienzo del fin del valle de El Peñol, en el Oriente antioqueño. Empresas Públicas de Medellín, entonces E.E.P.P, tomó la decisión de utilizar el terreno para construir un sitio turístico para el departamento. Los escombros del viejo pueblo se ahogaron en las aguas represadas del Río Nare. La gran piedra por la que se distingue la zona, de 220 metros de alto, corona las aguas de ese espejo de agua que es el embalse Peñol-Guatapé, y el enclave cumple hoy las dos funciones con las que fue pensado: la hidroeléctrica produce 500.000 kilovatios de energía –alrededor del 4% de energía a Colombia–, y se ha convertido en distintivo turístico del departamento. Según el Sistema de Indicadores Turísticos de Medellín y Antioquia (SITUR), es el municipio más visitado por turistas nacionales e internacionales, seguido de Rionegro.

 

De valle a represa

Según el Museo Histórico de El Peñol, el ingeniero Jorge Villa estudió el caudal del río Nare, señaló sus desniveles e identificó el provecho económico que podía sacarse a través de una represa. Después de analizar otras alternativas, entre ellas San Jerónimo y Ebéjico, Villa concluyó que la mejor opción era represar las aguas en el valle de El Peñol y Alejandría, municipios del Oriente antioqueño.

Luis Bernardo Álvarez trabajó 33 años en la central de máquinas de la represa de El Peñol – Guatapé. Cuenta que desde los años 30 se hizo un estudio sobre las hidroeléctricas y se estructuró un programa de creación de represas que en 1958 comenzó a llevarse a cabo, empezando por el embalse que estaba planteado para contar con 1.200 millones de metros cúbicos de agua represada. "La topología y la geología del terreno se prestaban para embalsar sin necesidad de intervención de obra civil" afirma Francisco Sierra, contratista de Empresas Públicas.

En 1969, E.E. P.P. firmó el Contrato Maestro en el que acordaron, junto con la alcaldía de El Peñol, bajo 288 cláusulas, la inundación completa del pueblo para comenzar obras y así, construir la hidroeléctrica.

Sierra recuerda que, en la década del 50, Colombia atravesaba un período de industrialización. Las mega-fábricas y empresas crecían en todo el territorio nacional. Y las fuentes de energía ubicadas en los departamentos de Boyacá y Cundinamarca no eran suficientes. Antioquia tenía una fuente para abastecerse, sin embargo, la demanda del consumo eléctrico del resto del país exigía más. "Se construyó la represa de Guatapé para crear la interconexión de embalses de Colombia y así, abastecer las necesidades del resto del territorio", explica Sierra. El proyecto se valoró en 45 millones de dólares.

 

La pelea

Apoyados por el gobierno de turno, en cabeza de Julio Cesar Turbay, Empresas Públicas llegó al pueblo con un plan minuciosamente estructurado. Los habitantes no tuvieron opción. Fue una batalla entre la empresa y la comunidad, entre peleas y desacuerdos, roces y enojos, paros y manifestaciones.

Gustavo Giraldo, concejal del municipio El Peñol, cuenta que se armó una delegación de representantes para negociar. Un sacerdote, un ciudadano y el alcalde formaron el grupo de líderes que representarían a la comunidad. Giraldo recuerda cómo las máquinas grandes y ruidosas de construcción comenzaron a transitar por las calles angostas del pueblo, destruyendo y llevándose a su paso todos los balcones y lámparas que impidieran su paso. En medio de la incertidumbre, los peñolenses apuraron el comienzo de las mesas para llegar a un acuerdo en el que ambos se vieran beneficiados. De acuerdo con el concejal, al principio la idea de EE. PP era construir unas cuantas casas y reubicarlos en pueblos vecinos.

 

La inundación

El primer embalse se llenó en 32 días. Los objetivos se estaban cumpliendo. Se iban a aprovechar las aguas del río para fines económicos mientras el caudal se llenaba con las lágrimas de los pueblerinos. En 10 años estaría llena la concesión.

Nevardo García, funcionario del Museo Histórico de El Peñol, cuenta que, el 21 de junio de 1978, la fachada del antiguo templo católico fue detonada con 300 cargas de dinamita. Era la única construcción que estaba proyectada para quedarse en pie. Si fuera así, aún se verían las dos cúpulas sobre la superficie. En cambio, hay una columna delgada en la que corona una cruz hecha de metal que sirve como punto de referencia para indicar dónde están las ruinas.

Los camiones y retroexcavadoras recogían los escombros que dejaron las casas demolidas. Gustavo Morales, también hoy concejal, corrió con su grupo de amigos a un morro alto donde pudieran tener una mejor vista de lo que estaba por suceder. Diego Calle, quien era el gerente de EPM en la época, según cuentan en el Museo Histórico, ordenó detonar la fachada para acelerar el desalojo del pueblo.  - ¡Venga vamos, que van a tumbar la iglesia! – les gritó Morales a sus amigos, mientras corrían hacia la cima y buscaban dónde sentarse junto a otros jóvenes que querían ver el espectáculo. Los adultos rezaban en silencio detrás de ellos preparándose para recibir una cachetada en la cara. ¡Boom! En cuestión de segundos, solo quedó una nube de polvo en la laguna que apenas comenzaba a subir.

Los peñolenses tenían que sacar todo lo que les fuera útil para las nuevas casas de no más de 2 habitaciones que se les daría como recompensa. El agua seguía subiendo y aquellos que no lograron pagar el traslado, tuvieron que ir y venir con sus cosas en su espalda, descalzos y con el agua en los tobillos. Los marcos, balcones, tejas y ventanas que sobraron se los llevaron para construir el Pueblito Paisa.

"Era triste, uno veía a la gente con sus cositas al hombro" dice Gustavo Giraldo. Amparo García, una peñolense ama de casa, no recuerda muchos detalles sobre su experiencia, era muy pequeña cuando sucedió la inundación. "De lo único que me acuerdo es que a todos nos fueron sacando de las casas para luego tumbarlas, yo estaba mediana, nos mandaron para este pueblo nuevo y bueno, aquí estamos".

Entre abril de 1978 y mayo de 1979, los desalojos y su inmediata demolición fueron parte de la rutina diaria. A las propiedades se les asignó un precio según el predio y los metros cuadrados construidos. Muchas familias persistieron en las ruinas de sus casas aún después de haberse iniciado el represamiento, se negaban a abandonar su territorio, sus recuerdos, su identidad.

"Diego Calle tomó la decisión de bajar las compuertas, ya no había nada qué hacer", cuenta Álvarez. El agua comenzó a subir. Nadie se opuso. El pueblo comenzó a ahogarse.

 

Las consecuencias

En las casas de El Nuevo Peñol no se cuelga la foto del Sagrado Corazón, sino la de la plaza del pueblo viejo.

Se exhumaron cerca de 1.160 cadáveres del cementerio. Los familiares tuvieron que reconocer a sus muertos antes del traslado al nuevo camposanto. Gustavo García, concejal, dice que se perdieron las mejores tierras ganaderas y fértiles, y los sembrados de cebolla, yuca, maíz y plátano. Los viudos y los solteros fueron excluidos del Nuevo Peñol. Las nuevas casas fueron para quienes tenían familia.

Se desintegraron núcleos familiares. Otros tuvieron que compartir sus nuevas casas con amigos o conocidos. Pasaron de tener casas de hasta 20 habitaciones a unas de cuatro paredes donde apenas les cabía una cama y dos nocheros. "Si entraba el sol, uno tenía que salirse" dice Luis Alfonso Marín, actual concejal de El Peñol. Tuvieron que aprender a querer un lugar con el que no tenían ningún lazo.

Se construyó una cabecera municipal en las veredas aledañas que estaban preparadas desde principios de los 70. Se construyó un municipio sin forma: desordenado, sin parque principal ni plaza de mercado. Ahora los viejos tienen que subir dos juegos de escaleras empinadas para llegar a la iglesia. Está lleno de casas pequeñas y pegadas una de la otra, en donde la mayoría de sus escaparates y muebles no pasan de la puerta principal. Alejado de la arquitectura colonial y antigua que los distinguía. Muchos vendieron sus cosas, unos las regalaron y otros las botaron. Según narran los textos del Museo Histórico, "los ciudadanos llegaron endeudados a 15 años, los dineros que las familias recibieron solo les alcanzaron para pagar la cuota inicial de las nuevas casas".

El sustento económico se perdió, cuenta Marín. Los campesinos se vieron  obligados a aprender a cultivar tomate,  aguacate,  café y fríjol. A conseguir otra finca que cuidar y pensar a cuál municipio migrar.


El Peñol hoy

En 1991, en la presidencia de César Gaviria, las aguas de la represa bajaron. Hubo un racionamiento de energía. Desde los cerros cercanos se logró ver una parte de las ruinas que sobresalían del barro y los charcos. Los peñolenses pudieron ver el territorio en el que un día estuvo su hogar.

Hoy el pueblo crece en desorden y hay déficit de viviendas. Muchos se han quedado sin casa. Gilberto García, peñolense e historiador veterano, cuenta que a él le fue muy bien: "yo no tenía casa y me dieron una, la gente no se quería ir porque querían ver qué más les daban". Él no comparte el sentimiento de pérdida. Por el contrario, reitera que EEPP les trajo un beneficio. Dice que hubo tristeza, pero que había que hacerlo.

Luis Alfonso Marín cuenta que, cada ocho días, va con Gustavo Morales y Gustavo Giraldo a la réplica. Allá recuerdan lo que hacían cuando estaban "sardinos". Llevan fotos del pueblo, señalan las esquinas de los bares donde tomaban aguardiente y les "echaban los perros a las peladas".

Esta vieja generación mantiene viva su historia. Tratan que los turistas no solo visiten la zona para pasear el fin de semana y que el pasado no se ahogue junto las ruinas de sus hogares.

El Peñol se identifica hoy con la estatua que yace en la entrada del pueblo: una mujer desnuda de cobre, con alas extendidas y pico de águila. Sus brazos y sus ojos miran al cielo. "La Fénix de América" porque representa el resurgir del pueblo entre la represa, que pronto también desaparecerá. Se espera que para el 2040 ya no exista, a causa de la sedimentación. Y entonces, cuando bajen las aguas, quizá alguien se preguntará qué son las ruinas cuando salgan de entre el barro, la basura y el lecho del agua.

"Solo los recuerdos no se ahogan" decía un titular de prensa de 1978. Pero ya no puede leerse. Una capa de pintura también lo ha silenciado.