Valeria Querubín González - vquerubi@eafit.edu.co
Hablar de Niquitao es hablar de una de las primeras zonas de asentamiento de población formadas en la zona Suroriental de Medellín. Más que un vecindario específico, Niquitao es una calle a la que se han adherido los barrios San Diego, Colón y el cementerio San Lorenzo.
Hablar de Niquitao es hablar de resistencia. De acuerdo con datos publicados por El Colombiano en 2016, hay 168 inquilinatos en donde viven 1.488 personas. Mauricio Galán, comandante de la policía de la comuna 10, explicó en el momento que “muchos de estos lugares no son dignos para que las personas los habiten, son casas de tres pisos en las que viven 20 familias, cada una hasta con 10 personas en un cuarto de no más de 3 por 3 metros”.
Hablar de Niquitao es hablar de rap. Máxima Expresión es un grupo de cinco jóvenes que rapean e improvisan por pasión, porque es su manera de afrontar realidades y situaciones adscritas a un contexto pesado que no se entiende si no se vive.
Máxima Expresión es la unión de dos grupos: The Project Family y La Amenaza Underground. El primero, conformado por Mauricio y Daniel, nació en 2013 gracias a Camilo, un amigo en común de ambos, quien fue asesinado al siguiente año. El segundo lo integran Santiago, Ignacio y Jeferson, quienes empezaron a rapear juntos hace cinco años.
Cada quince días, Máxima Expresión convoca a varios raperos de Medellín en la cancha de San Diego a pelear con palabras. Las batallas de rap, denominadas Batallas de Lobos, son maneras en que los habitantes de sectores periféricos de Medellín como La Milagrosa y Pablo Escobar les hacen frente a batallas diarias, las que por lo general sí involucran balas.
Las Batallas de Lobos nacieron como un parche de raperos que se juntaron a freestalear un sábado a las cuatro de la tarde, luego de que Ignacio hiciera un chat en Facebook convocando a varios MC’s de la ciudad. Tuvieron tanta acogida y llegaron raperos de tantas partes de Medellín, que decidieron periodizar el evento. Hasta el momento van en su octava versión, dividida en cuatro secciones en las que cada rapero tiene un minuto para enfrentarse a otro.
La dinámica es sencilla: el evento comienza con 16 participantes, y en cada ronda se elimina a la mitad. Cuando quedan los 4 mejores, empieza la final y sube el nivel de dificultad: se asigna un tema o situación sobre la que deben improvisar. Además, se restringe el número de palabras a pronunciar. Los tres jueces evaluarán rapidez, contundencia, coherencia y métrica. Es un procedimiento que poco hay que explicar. Cada uno de los asistentes sabe a qué se enfrenta cuando Tyago Kanival, el presentador de las batallas, agarra el micrófono.
Santiago Gómez (Tyago), tiene 17 años y vive en Manrique Oriental. Se fue a vivir al Centro por un tiempo mientras lograba sacar a su madre y hermano de allí, pues “había mucha drogas, mi mamá estaba consumiendo y tomando mucho alcohol”. Después de conseguirles un apartamento en La Milagrosa, se mudó adonde actualmente vive con su novia, de 21, y con el hijo de ella.
La mudanza no le costó: a su papá no lo conoce y trabaja en los buses desde que tiene 9 años, razón por la que solo llegó hasta octavo en el colegio, pues la jornada era agotadora y no le alcanzaba el tiempo para terminar las tareas. Asimismo, a los 9 empezó a rapear. Vio en el rap una oportunidad de vida más allá del estigma de ser música de gamines y marihuaneros. Su apodo es una combinación entre su nombre y “Kanival”, puesto que se considera un devorador en el freestyle. Tyago está solo y lo sabe; pero no es un obstáculo para él. Por el contrario, es su mejor inspiración: “No hay opción. Salgo adelante o salgo adelante”.
Mauricio Grajales, El Bigcionario, tiene 19 años. Su apodo es una composición entre big, grande, y diccionario. Vive en Pablo Escobar con su mamá y sus tres hermanas. Su papá falleció cuando tenía 8 años, edad en la que inició a rapear, pero fue a los 15 cuando lo empezó a ver como una opción de vida gracias a Camilo, un amigo. Con él escuchaba canciones de Nach, Caña Brava, Porta y Laberinto LC.
Fue así como procedió a componer canciones inconclusas. La primera que logró terminar fue cuando mataron a Camilo, en el 2014. Desde eso siguió escribiendo; hasta el momento tiene 40 canciones escritas y solo 4 grabadas por falta de recursos. Para Mauricio, el hip hop es importante porque le hace poner los pies en la tierra. Para definirlo, opta por esta frase de Portavoz, un rapero chileno: “no hacemos rap pa’l pueblo. Somos el pueblo haciendo rap”.
Daniel Tobón, Sandcriu, tiene 20 años, vive en Pablo Escobar, y hasta hace poco estaba haciendo una técnica en Diseño Gráfico que tuvo que parar por cuestiones de dinero. Su apodo viene de dos palabras en francés: sangre y tinta. Las eligió porque son dos elementos fundamentales para un rapero, y las tradujo a ese idioma por ser el del amor. Daniel rapea desde los 14, influenciado también por Camilo. Fue él quien le dijo que tenía el talento y lo hacía bien. Así, empezó a improvisar más seguido, y es que prefiere la adrenalina del momento a componer canciones más pensadas: “Cuando uno compone, lo piensa más y no saca todo porque dedica más tiempo a analizar lo que se escribe”.
Para Daniel, el rap significa un modo de cambiar mentalidades. “Los raperos somos jóvenes que queremos estudiar, salir adelante, y a eso motivamos con nuestras letras. Desde que yo me di cuenta que quería ser un artista dejé de consumir droga, porque cómo voy a hacer canciones en contra de la droga si la estoy consumiendo. Eso sería incoherente. El rap me enseñó que tengo que cambiar yo si quiero cambiar al mundo”.
Jeferson Zapata, Reymund, tiene 17 años y vive en Niquitao. No conoce a su papá. Vive con sus 4 hermanos y su mamá. Antes eran 5, pero a uno lo mataron en el Día de la Madre de este año. La razón: un tarro de sacol que no se dejó quitar mientras estaba en la indigencia. Está en once en el colegio Ana de Castrillón. Canta reggae, dancehall y trap, y hace 9 años rapea. Incursionó influenciado por otros artistas, especialmente EsK-Lones, un grupo de rap de San Javier, en donde había un rapero que tenía su misma edad. Ahí pensó que, si alguien tan pequeño lo hacía, él también podía.
Así, Jeferson utiliza el rap para tratar de que las personas piensen diferente, de cambiar el mundo para bien. “Nuestras letras no incitan a lo soez ni vulgar, sino a que las personas piensen, es un rap muy de conciencia y superación”, cuenta. Aunque al principio empezó cantando reguetón porque quería ser millonario y estar rodeado de mujeres, como muestran los videos, se dio cuenta de que sus letras eran muy vacías, y eso no era lo que él quería representar.
Jeferson quiere estudiar Producción Musical y Audiovisual, porque están encaminadas a su carrera como artista. Para ello, dice contar con todo el apoyo de su familia, excepto en lo económico, porque “no hay manera”. Su nombre artístico viene de una canción de Daddy Yankee, “Todos quieren a Raymond”. El nombre le gustó y lo modificó a su gusto hasta resultar el apodo con el que ahora lo conoce casi todo el barrio. A veces le dicen La Metralleta, porque cuando rapea, sí parece disparando a matar.
Por último, está Ignacio, mejor conocido como Nacho. Juan Ignacio Gómez tiene 17 años y está en once en el colegio Héctor Abad Gómez. Vive con su abuela y con una pareja amiga de ella, ya que sus padres viven en la costa.
La batalla se acaba cuando los jurados eligen a los dos mejores y ellos, a su vez, se lanzan rimas para determinar al ganador. Este se lleva el dinero que hayan recogido de la inscripción al evento: 5 mil pesos por persona, un precio muy bajo porque si no, nadie los apoyaría. En eso coinciden todos los chicos de Máxima Expresión: para que el rap se consolide en Medellín, falta apoyo del mismo público. “Es que aquí nos las damos de innovadores porque recibimos todo lo extranjero”, dice Mauricio. “Pero al talento local no lo apoyamos ni un poquito, y eso que hay mucho”.
El fin del parche representa algo más que la hora de irse para todos los raperos y el público presente. El rap siempre significa algo más. El fin de esta batalla es, para Máxima Expresión, el final de las últimas batallas que se libren con otra cosa que no sean palabras.