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Resultados Concurso Microrrelato 2021

Acá los ganadores de esta edición

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VI CONCURSO NACIONAL UNIVERSITARIO DE MICRORRELATO PALABRAS CONTADAS 2021

DIRECCIÓN DE DESARROLLO HUMANO-BIENESTAR UNIVERSITARIO


Ganadores

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Primer lugar: 

Asedio

​Esteban Roldán Ortiz. Egresado de Negocios Internacionales de la Universidad de San Buenaventura, Medellín. Se define a sí mismo como “Negociador internacional con especialización en finanzas arrepentido”.

Algunas víctimas acosan a su asesino hasta desquiciarlo. Así le dije en el momento que me ponía la pistola entre los ojos, agarrándome la camisa por el pecho. Entonces apretó el gatillo y se desapareció seis meses de la ciudad, lo mismo que demoré en salir del hospital. Aunque él me daba por muerto, yo sabía sus movimientos y apenas supe que había regresado me di a la tarea: me le cruzaba en las esquinas cuando pasaba borracho, me aglomeraba entre la gente y me dejaba ver de lejos, pero luego me ocultaba. Un día me subí al mismo bus que él y cuando me vio se bajó por la puerta de atrás. Ese juego comenzó a parecerme divertido, hasta que un día me le paré al otro lado del puente, sin guardar mucha distancia y él del desespero se tiró, cayó al río y le explotó la cabeza contra una piedra. Era enorme. Yo mismo llamé para reportar el accidente y vi cómo lo sacaron del fondo del agua. Desde ese día no dejo de verlo en las noches, justo antes de dormir, cuando apago las luces y su rostro deforme asoma por el espejo frente a mi cama. 

Segundo lugar: 

​El espejo

Yesid Alexis Espinosa Zapata.​ Empleado de Bienestar de la Institución Universitaria ITM de Medellín. Psicólogo y abogado. Lector y escritor.

El espejo. La luz calmosa de la luna se colaba aquella madrugada por las ventanas. Empezaba el cuarto movimiento de la sinfonía de la noche, cuando el fantasma decidió dar una última ronda por la antigua casa. Por mucho tiempo había hecho oídos sordos al llamado del espejo enmohecido que colgaba derrotado en un clavo del pasillo de la segunda planta, pero, misteriosamente, esa vez no pudo evitar atenderlo.  

Se detuvo frente al cristal a una distancia prudente. Estuvo allí por un momento flotando entre el temor y la curiosidad, hasta que decidió aproximarse y, poco a poco, lo hizo.  

Contempló a escasos centímetros su reflejo empañado por la humedad y casi rozó con la nariz la helada superficie que le mostraba sin compasión las arrugas espectrales que le cruzaban el rostro. Vio con asombro las volutas de humo que eran su escaso cabello fantasmal: blancos cadejos, tan blancos como su rostro y como su túnica.  

Fue en ese instante cuando sus ojos se llenaron de una neblina triste y la conciencia del paso del tiempo se le impuso como una cruz, hasta llevarlo a exclamar con dolor: «¡Cómo han pasado los siglos!».


Menciones especiales 


#1. Maternidad (José Joaquín Duque Mejía. Egresado de Gerencia de Sistemas de la Universidad Pontificia Bolivariana, Mede​llín).​

​Al vampiro lo tengo desde bebé, entonces le daba sangre con un tetero. Ahora, que está grande, dejo que me muerda la yugular. 


#3. Insensatez (Juan Diego Taborda López. Estudiante de la Especialización en Gerencia del Desarrollo Humano de la Universidad EAIT, Medellín). 

Y ahí, mientras la luz tenue apenas ocultaba aquello, que ya los primeros botones de su camisa por derecho me habían permitido observar, nos emborrachamos de pasión, una copa tras otra, su alma se diluyó en la mía, y las palabras se tomaron la noche. 

Su ropa se deslizó delicadamente, sobre el pudor y la cobardía que ya reposaban en el suelo. Exquisito aquel sudor que bajaba por su espalda, pero más maravilloso aún los besos que pasaban por la mía. Entre los gemidos del corazón y los rasguños del deseo, nuestros cuerpos explotaron con sutileza y delirio, nuestras mentes extasiadas sucumbieron al sueño y la eternidad. 

Al despertar y cuando pienso que he visto todo aquello que mis ojos puedan en su límite adorar, sigue ahí, cómodamente en mi pecho, con el corazón desnudo, la piel al descubierto y el cabello enloquecido. Es tal la elegancia, la delicadeza y el ímpetu que no me atrevo a moverme un milímetro a razón de no alterar semejante perfección. 

Luego de aquella noche, me pregunto, ¿cómo puede alguien, de cualquier forma amar a otro y atreverse siquiera a desaparecer de su vida pretendiendo que no lo lleva consigo???  


#5. ¿Dónde están mis hijos? (Juan Carlos Carvajal Sandoval. Egresado de Creación Literaria de la Universidad Central, Bogotá).  

Y ahí, mientras la luz tenue apenas ocultaba aquello, que ya los primeros botones de su camisa por derecho me habían permitido observar, nos emborrachamos de pasión, una copa tras otra, su alma se diluyó en la mía, y las palabras se tomaron la noche. 

Su ropa se deslizó delicadamente, sobre el pudor y la cobardía que ya reposaban en el suelo. Exquisito aquel sudor que bajaba por su espalda, pero más maravilloso aún los besos que pasaban por la mía. Entre los gemidos del corazón y los rasguños del deseo, nuestros cuerpos explotaron con sutileza y delirio, nuestras mentes extasiadas sucumbieron al sueño y la eternidad. 

Al despertar y cuando pienso que he visto todo aquello que mis ojos puedan en su límite adorar, sigue ahí, cómodamente en mi pecho, con el corazón desnudo, la piel al descubierto y el cabello enloquecido. Es tal la elegancia, la delicadeza y el ímpetu que no me atrevo a moverme un milímetro a razón de no alterar semejante perfección. 

Luego de aquella noche, me pregunto, ¿cómo puede alguien, de cualquier forma amar a otro y atreverse siquiera a desaparecer de su vida pretendiendo que no lo lleva consigo???  ​


#10. Malvada (Carlos Felipe Rúa Delgado. Profesor de Derecho de la Universidad de San Buenaventura, Cali).

Veinte años después la volví a ver, tomaba café en el centro de la ciudad. El tiempo tomó la venganza que no pude.???  ​

#17. Lucecitas sordas (Juan Camilo Jaramillo Salazar. Egresado de Comunicación Transmedia de la Universidad EAFIT, Medellín).   

Viví en la ciudad más tronada del mundo. En las noticias decían que en cada aguacero caían más de mil rayos, dieciocho por minuto, confirmaban los expertos. Nunca les creí, mis cuentas superaban por mucho los mil quinientos rayos. Por eso, la última noche esperé a que empezara a goterear y por cada resplandor que veía hacía una raya, contaba dos segundos y con el estallido completaba una cruz en mi libreta. 

Pero la cruz 1553 me quedó nona, no pude sentir ningún ruido. 

Ahora que solo veo lucecitas sordas ahí abajo, sé que siempre tuve la razón. 


#28. Morgue (Juan Sebastián Álvarez Ríos. Egresado de Derecho de la Universidad EAFIT, Medellín).   

El dedo gordo que sobresalía hizo que no fuese necesario descubrir el resto del cuerpo.


#29. Vínculos (Juan Felipe Arroyave. Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín). ​  

La mujer ubicó el vínculo en la tierra y dispuso la manta. Se abrazó las piernas y esperó, balanceándose con suavidad. 

Pasaron varias horas hasta que, de repente, las luces en el vínculo se encendieron. La mujer dio un salto. La película de metal se deslizó y la cabeza mugrosa del hombre comenzó a emerger; cuidando de no introducir los dedos, la mujer lo tomó del pelo y haló con todas sus fuerzas. 

El hombre estaba completamente desnudo; sus brazos, sus piernas, cubiertos de hematomas. La mujer lo arrastró como pudo hasta la manta y se tendió encima de él. El hombre sonrió tenuemente y levantó el puño: había logrado arrancar un cúmulo viscoso de semillas de granada. 

La mujer no pudo contener las lágrimas. Se besaron. 

Una cortina de cielo espeso palpitaba sobre ellos. Alrededor se repetían leguas y leguas de montañas coloradas, informes, infinitas. 


​#36. El deseo (Alejandro Henao. Estudiante de Ingeniería de Producción de la Universidad EAFIT, Medellín). ​  

—Solo un deseo—, me garantizó con voz ronca aquel anciano sin rostro, en una ciudad desconocida. 

Estaba desconcertado. No sabía dónde estaba y más preocupante aún, no sabía cómo había llegado allí. Fue solo abrir los ojos y escuchar la repentina advertencia del desconocido. 

Un deseo…, lo analizaba en mi mente. No soy hombre de supersticiones, nunca lo he sido, pero sí le tengo alto respeto a lo desconocido. Y más grande que mi respeto es mi odio a la decepción y sin duda alguna odiaría que mi deseo fuera tan estúpidamente imposible que no se cumpliera. 

No, no puede ser algo tan inmensurable que venza la magia del deseo. Tampoco quiero desperdiciarlo en algo tan tristemente pequeño que quede con un arrepentimiento superior a las fuerzas cósmicas de mi deseo. No, no. Debo pensarlo más… 

El tiempo pasó, no sé cuánto exactamente, pero el deseo ya está dicho. Me llena de miedo pedir algo tan grande e imposible. Las implicaciones infinitas y las oportunidades aún mayores; y pensar que fue algo tan corto como “Deseo despertar”. 


#53. Sábado en la finca (​Pablo Andrés Orozco Rincón. Estudiante de Negocios Internacionales de la Universidad EAFIT, Medellín).  

―Abuelo, buenos días. 

Sus manos me dieron dos palmaditas suaves, pero sus ojos no se deprendieron de los pajaritos que comían banano del cebadero. Apoltronado con un radiecito que susurraba boleros, el Abuelo disfrutaba en su silla, mientras podía. Pronto iban a servir el almuerzo y luego el noticiero y después la siesta y entonces el café con pan y falta la partida de dominó y ya sirven la comida y a dormir que mañana es operación retorno y toca devolverse temprano a la ciudad. Era el último momento con sus pajaritos. 

―Hoy vinieron bastantes, qué… 

―Se les va a acabar la comidita, poneles otro pedazo. 

Su voz se esforzó para interrumpirme; yo me esforcé en grabar esa imagen en mi mente. 

En estos días volví a la finca, pero no se oía música y habían guardado la silla. Puse un plátano y me quedé de pie esperando a los comensales. Tres veces se acabaron la comida y tres veces volví a ponerles. Al día siguiente, temprano, mientras empacaba el carro, un pajarito que nunca había visto se posó en el cebadero y comenzó a cantar. Su trinar me recordó a un bolero.  


#59. La guerra de las plagas (José Santiago. Estudiante de Ingeniería Electr​ónica de la Universidad del Norte, Barranquilla).  ​​  

En Buenos Aires la penuria y el olvido provocaban una escasez sin precedentes. Cada día las hormigas, las moscas y las lombrices tenían que rebuscarse para conseguir alimento. En una noche de abril, en el caño detrás del pequeño barrio de Quibdó, iba iniciar una tenebrosa guerra. Las hormigas soldados afilaban sus mandíbulas, y las moscas y lombrices preparaban una estrategia en conjunto contra las hormigas. Esa noche el agua había arrastrado a la desembocadura tres manjares. Las hormigas tomaron el primero y las lombrices y moscas, quienes siempre habían trabajado juntas, el segundo. Sin embargo, la guerra determinaría quiénes se quedarían con la última ración. La tensión aumenta y sólo el caño separa ambos batallones, pero las moscas, con su habilidad para volar, inician la guerra atacando a los obreros de las hormigas que se encuentran indefensos. Las hormigas soldados se juntan y defienden a los obreros mientras se resguardan, no obstante dentro de la madriguera los esperan las lombrices quienes ya se habían infiltrado. Las hormigas logran defenderse con muchas pérdidas, pero la guerra termina cuando un humano vestido de verde toma el cuerpo del niño de 11 años en estado crítico y lo lleva al hospital. ​  


Noviembre de 2021


Departamento de Desarrollo Artístico

Desarrollo Humano-Bienestar Universitario​