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Academia / 19/05/2017

"El ensayo es un amigo de la vida": Efrén Giraldo

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Efrén Giraldo Quintero explora formas, imágenes, líneas y manifestaciones artísticas diversas en su afán por dotar de un sentido más profundo a la literatura, en todas sus manifestaciones

Efrén Giraldo Quintero, docente de la Escuela de Humanidades de EAFIT, presentó su más reciente libro​;Cartas a una joven ensayista.​El intercambio de pareceres y deseos entre una joven y un ensayista experimentado es la ficción que otorga dinamismo a esta obra, una celebración del argumento como potencia creadora.

Un conocimiento visceral de las letras otorga a Efrén Giraldo​​ Quintero, ensayista, cuentista, crítico literario, investigador, profesor, docente y jefe del Departamento de Humanidades de EAFIT, las facultades para atenuar las líneas divisorias de los géneros y ofrecer, mediante una comunicación ficticia entre dos seres movidos por el erotismo inherente a la literatura, una visión enérgica y flexible del ensayo.

Su libro Cartas a una joven ensayista, publicado por la Editorial EAFIT y presentado recientemente en la edición número 30 de la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), se enmarca en la tradición epistolar de maestros enseñando a jóvenes aprendices los secretos de la poesía, la pintura, la novela, entre otras expresiones del arte, para sacar este género argumentativo del imaginario de textos acartonados, fríos y académicos, al terreno de la potencia creadora, imaginativa y sensual. ¿De qué manera? El escritor lo explica.

¿Cuáles asuntos de la creación del libro se facilitaron con la continuación de la tradición epistolar? ¿Cuáles se dificultaron?

Una tradición, o un género si se quiere, ofrece una doble cara: por un lado, puede tratarse de una convención que nos limita a la hora de escribir. Pero, por el otro, es una guía para decir lo que queremos expresar de una manera eficaz y comprensible. La mayor virtud de la carta como género es la posibilidad que nos da de imaginar, a través de la escritura, a un destinatario a la vez específico y universal. Esa ambivalencia entre lo típico y lo singular es una de las grandes posibilidades de la forma epistolar. Por otro lado, siempre será difícil introducir en una conversación, que se supone coloquial, “doméstica”, reflexiones de carácter estético, literario y social. Una de las virtudes del ensayo es, precisamente, moverse entre abstracciones y vivencias, de manera que la carta —forma ensayística, si se quiere— ofrece esa oportunidad.

¿Qué diferencia radical se desprende de que esta vez la destinataria de las cartas sea una mujer?

En parte, lo hice por llevar la contraria. La mayoría de textos preceptivos tienen por destinatario a un sujeto masculino, como si el aprendizaje de la pintura, la poesía o la novela solo pudiera recaer en hombres. Con el ensayo, este sentido de inversión cobra aún más sentido, si pensamos en que todavía hay quienes piensan que la filosofía, la crítica, el debate y el ensayo son cosas de dominio masculino. Aunque debería decir que, en este caso, resulta justo que sea una mujer la destinataria de unas cartas que buscan promover la crítica y la conquista de un “espacio propio”. Virginia Woolf, de quien tomo la anterior expresión, Susan Sontag, Madame de Staël, María Zambrano, Margueritte Yourcenar están muy presentes en estas cartas, que utilizan como referente sobre todo a mujeres que en algún momento tomaron posición en el ámbito de la escritura y emplearon el ensayo como género de vida. 

Al empezar a escribir, ¿tenía una imagen previa de la mujer destinataria o se le fue revelando?

Es probable que se haya tratado de un deseo preliminar. La figura de una muchacha que quiere escribir ensayos y que se comunica por escrito con un hombre un poco mayor que los escribe “profesionalmente”, y con el que inicia una relación amorosa o una amistad erótica, me resultaba bastante atractiva. Aunque debo reconocer que, como en toda escritura de ficción, o por lo menos donde hay personajes, el fluir de la escritura sigue los cauces que las mismas frases y su música interna van dictando. El ensayo literario es como una música intelectual que pulsa en el diapasón de las ideas las cuerdas de la frase. Si bien tenía una especie de plan —los asuntos formales y estructurales del ensayo que todo interesado en el género debe tener en cuenta— la manera en que el hombre y la muchacha dialogan iba exigiendo desarrollos específicos.

La posibilidad del encuentro entre ambos personajes del libro aparece después de hablar de la digresión y el distanciamiento, ¿fue eso gratuito?

No creo que sea deliberado.  Pero tal vez tenga que ver con el hecho de que escribir y leer cartas son actividades que nos muestran la cara contradictoria que tiene el hecho de fijar un texto. Para escribir hay que estar solo. Pero, a la vez, escribimos para acercarnos a los demás con un gesto que pretende dejar una huella. El teórico de la cultura Boris Groys dice que el único modo de que el aislamiento no sea mal visto socialmente es cuando hacemos un proyecto. Escribir, bajo esta lógica, es como un permiso para sustraernos de las obligaciones de la vida cotidiana, en el entendido de que lo estamos haciendo para producir un acto comunicativo de mérito. Esa dialéctica entre soledad y compañía es algo que me gusta mucho de las cartas y del género ensayístico. Otra polaridad es la que se da entre senilidad y juventud. El ensayo se ha concebido siempre como un género de vejez, practicado como algo tardío, con una perspectiva del ocaso. Y, sin embargo, es también el género jovial por excelencia, el género de la revolución y la agitación, del cambio y la dinámica.

¿Un buen ensayo debe lograr un enlace entre la experiencia particular y la colectiva, los mundos privado y social?

Definitivamente. Esa es una de las muchas tensiones del ensayo. Privar a la escritura ensayística de su vínculo con la vida cotidiana, las emociones y la anécdota es una mutilación. Más o menos, eso es lo que ocurre en las universidades y los colegios, donde el ensayo se enseña como un género serio y acartonado, en el que se prescinde de la opinión y la valoración, cuando no de la imaginación, la ocurrencia, los errores.

¿Y cuando una obra narrativa logra hacer dicho enlace, se vale esencialmente de las herramientas del ensayo?

La novela es un género que integra muchas modalidades del discurso y que se aprovecha de lo que le ofrecen otros géneros. Es frecuente que muchas de las mejores novelas tengan ensayos en su interior. De hecho, siempre he pensado que cuando se empezó a decir que la novela era una forma dialógica se estaba dando testimonio de la intromisión del ensayo en los tejidos novelísticos. El ensayo es una de los modelos textuales más perfectos de la polifonía y el pluralismo. Es propio de él convocar las voces del pasado, el presente y el futuro.

El hecho de que el ensayo se la deba jugar constantemente por asegurarse un lugar en la literatura, ¿hace más difícil su elaboración, en relación con la elección de imágenes, voces, etc.?

Existen dos posiciones. Una que se lamenta de que la escritura ensayística haya quedado al margen de la literatura, en el sentido de que no se le reconocen sus virtudes estéticas o su capacidad de elaboración formal. En Colombia, por ejemplo, a mi modo de ver, ensayistas como Hernando Téllez, Fernando González, Nicolás Gómez Dávila o Jaime Alberto Vélez valen más, desde el punto de vista estilístico, que la mayoría de nuestros novelistas “contemporáneos”, que acaparan los premios y la visibilidad en ferias y vitrinas. Hay otra posición, a la que probablemente me siento más inclinado, según la cual está bien que el ensayo mantenga su posición excéntrica, siempre en tensión frente al mundo de la imaginación y el mundo de las ideas. El ensayo, desde esta perspectiva, sería el verdadero renovador de la escritura literaria, y no la novela. 

La exclusión de la argumentación como forma de creación literaria, desde La Poética de Aristóteles, ¿fue un error histórico o un hecho afortunado que dio al ensayo la capacidad de otorgar realismo a las ficciones?

Más bien, es el resultado de una simplificación que hicieron los románticos: afiliar el lenguaje literario exclusivamente con la expresión lírica y la construcción ficcional de un mundo posible, tareas que se le entregaron a la poesía y a la novela. La otra influencia, proviene de la Ilustración, que dividió a la literatura en dos tipos: la literatura de imaginación y la literatura de ideas. La creación de mundos posibles desde una ficción que prescinda de ideas sociales, políticas y antropológicas es inviable. Es devolver la narración al puro entretenimiento, allí donde la industria cultural y los mánagers del ocio reinan a su antojo. No son valores indeseables, pero no son los únicos. La ola de antiintelectualismo que corroe a buena parte de la literatura contemporánea —incluida la literatura colombiana— coincide con el desdén de muchos escritores por el mundo académico, por la ciencia y por las universidades. De hecho, en Colombia hace mucho que la literatura no nos da un intelectual que pueda servir de referencia. El intelectual ha sido reemplazado por el columnista y el opinador, mientras que los escritores, en lugar de ser actores calificados del debate, son más bien figuras pintorescas de una especie de star system de “alta cultura” más bien precario.

Ver otras respuestas de Efrén Giraldo Quintero sobre el ensayo y su libro.

Grandes ensayistas y narradores

Efrén Giraldo destaca el trabajo de creadores diversos, como el escritor argentino Ricardo Piglia, quien, "en el segundo tomo de sus diarios, dice que la corriente de renovación vanguardista que circula por la novela proviene del ensayo: James Joyce, Marcel Proust, Robert Mus​il, Hermann Broch. El mismo Piglia, y novelistas como Juan José Saer, Milán Kundera, Enrique Vila-Matas, por mencionar a algunos, tienen en la escritura argumentativa uno de sus campos de trabajo más fecundos. En América Latina, existe una tradición muy importante, la tradición del “libro monstruoso”, caracterizada por el juego resbaladizo con los géneros: Domingo Faustino Sarmiento, Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, Octavio Paz. ¿Cuál es su característica? Dar lugar a la argumentación y al juego de las ideas en medio de lo lírico, lo narrativo o lo dramático".​

Última modificación: 19/05/2017 14:36

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