¡Contemplen el Museo de los Esfuerzos Inútiles!

Mayo 2, 2022

Tres semilleros de la Universidad EAFIT se unieron para idear y desarrollar este proyecto de investigación-creación en el que se exhiben 13 objetos inútiles  de manera articulada con 13 obras musicales, acompañados, cada uno, de una microficción literaria. La iniciativa tiene su origen en el cuento de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi, El museo de los esfuerzos inútiles, escrito en 1983. En 2023 esperan instalar la exposición en Medellín y El Retiro.

1. Trapeadora con cerdas de acero. El esfuerzo inútil de la pulcritud.

2. Casco frágil. El esfuerzo inútil de proteger y protegerse.

3. Kit Matscota El esfuerzo inútil de buscar relaciones no conflictivas.

¿Tendrá utilidad una trapeadora con cerdas de acero?, ¿o quizás un levantador de meñique?, ¿o qué tal intentar comerse una torta de tiza?, ¿o protegerse con un casco frágil? Todo esto es posible en el universo de lo inútil, o bueno, en el Museo de los Esfuerzos Inútiles, un proyecto en el que se encuentran la música, la literatura y la escultura, una crítica que en palabras del profesor Rodrigo Henao Arango, del Departamento de Música de la Universidad, le apunta al por qué todo debe ser útil o servir para algo.

En este escenario de lo inútil convergieron los semilleros Musux, de investigación artística y adscrito al Departamento de Música; Sin-H, de investigación en narrativa y hermenéutica literaria, que hace parte del pregrado en Literatura; y Errante, del programa de Ingeniería de Diseño de Producto.

Según el catálogo de esta iniciativa, “se trata de un trabajo interdisciplinar en el que los semilleristas experimentan en conjunto con técnicas de investigación-creación y procuran el descubrimiento de espacios novedosos de percepción e ideación". Su propósito es “sumergir al visitante en una experiencia sensorial y cognitiva que lo involucre en reflexiones e imaginaciones sobre la utilidad e inutilidad de muchas prácticas, deseos y proyectos humanos".

Hasta el momento son trece la cantidad de objetos, piezas musicales y relatos de microficción que integran esta instalación, inspirada en el cuento El museo de los esfuerzos inútiles, de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi (Seix Barral, 1983), una obra que reflexiona sobre el hombre y todas sus inventivas y propósitos. “Es muy curioso que los esfuerzos inútiles se repitan […] Un hombre intentó volar siete veces, provisto de diferentes aparatos; algunas prostitutas quisieron encontrar otro empleo; una mujer quería pintar un cuadro; alguien procuraba perder el miedo; casi todos intentaban ser inmortales o vivían como si lo fueran", se lee en uno de sus apartes.

1. Monóculo de sol. El esfuerzo inútil de tapar el sol con un dedo

2. Levantador de meñique. El esfuerzo inútil de  aparentar por encajar

3. Sombrilla. El esfuerzo inútil de estar cómodo siempre

Y justo ese tipo de reflexiones llevaron a los creadores de esta iniciativa en EAFIT a concebir una exhibición en espacios que corresponden a cuatro lugares de la vivienda familiar tradicional: sala de estar, baño, biblioteca y dormitorio.

La sala de estar, por ejemplo, apela a la tensión entre lo perfecto y lo imperfecto, a representar una apariencia de orden y control. Esta cuenta con tres objetos: kit Matscota, el esfuerzo inútil de buscar relaciones no conflictivas; la trapeadora con cerdas de acero, el esfuerzo de lo inútil de la pulcritud; y el casco frágil, el esfuerzo inútil de proteger y protegerse.

Y en el baño se encuentran el monóculo de sol, el levantador de meñique y la sombrilla, como expresiones de una “búsqueda de lo que no está a la vista"; en la biblioteca, concebida como el espacio donde chochan “la apariencia y los deseos auténticos", se ubican el reloj aleatorio, una calculadora sin operadores y la torta de tiza. Mientras que en el dormitorio, donde se suprime toda regla, se tienen una máscara transparente, un condón de encaje, unas zapatillas para sin correr y un juego de té poroso.

Lo inútil de hacer lo útil

El profesor Rodrigo Henao es uno de los gestores de este proyecto. Cuenta que lo pensaron hace cerca de dos años y que a partir de las obras musicales que su semillero creó, los de Ingeniería de Diseño de Producto planearon un objeto. A su vez, los de Literatura le hicieron una especie de curaduría a cada elemento, y, de esta manera, le dieron vida a algo así como un manual de instrucciones irónica, “un manual de uso, un poco simpático, porque obviamente una cosa inútil no tiene uso, pero ellos le dieron su uso".

1. Reloj aleatorio. El esfuerzo inútil de medir el tiempo

2. Calculadora sin operaciones. El esfuerzo inútil de comprender el universo por medio de la abstracción.

3. Torta de tiza. El esfuerzo inútil de hacerlo todo un espectáculo. 

Henao explica que en Ingeniería planearon la parte museográfica. “Somos un proyecto muy artístico. Nosotros, por ejemplo, componemos música como inmersiva. Nuestra música está diseñada para ser 'espacializada', el público está en la mitad y así ocurre en esta presentación. Los objetos están distribuidos en la sala y cuando alguien entra se ilumina un objeto y suena la música de dicho objeto, a la vez que se ve el cuento".

¿Y los nombres de las obras musicales? En la misma línea de los objetos: Carta al tiempo, Predecir lo impredecible, Cirugía plástica, El esfuerzo de lo inútil, Enamorarse, Traducir sentimientos, Dormir dentro del arpa de un piano, Vivir en un sueño, Volver sobrio al adicto, Lo inútil de hacer lo útil, Libertaria y Lo inútil de hacer arte. Todas creaciones de estudiantes y de profesores del Departamento de Música de EAFIT.

Y reitera el docente: “Mi obra es la inutilidad del arte, porque si uno se pone a pensar, un cuadro no sirve para nada, la música tampoco sirve para nada, es que fuera de la parte estética, uno no puede hacer nada con eso (risas). Y lo mismo la literatura, porque si uno habla de ficción hasta está hablando de mentiras. Es muy filosófico esto, es reivindicar esa parte de lo inútil, que es volverlo útil. Es darnos cuenta de que a veces lo útil puede ser más inútil".

Siguiendo con el catálogo, y en línea con la percepción de Henao, “la idea es que a través de materializaciones objetuales, sonoras y textuales se active un ánimo exploratorio en torno al sentido de muchos esfuerzos vitales e, incluso, en torno a la necesidad de acoger lúcida y estéticamente su sinsentido".

¿Sinsentido? Como se diría en el barrio, 'se le tiene'. Se trata del Levantador de meñique, sobre cuyo uso escribe Matilda Lara: “Para hacer uso de su levantador de dedo, introduzca el dedo meñique en el objeto y acomódelo en la última falange como si fuese un anillo. Luego, compruebe que el objeto funciona correctamente intentando flexionar su dedo. Si se mantiene inmóvil, funciona. De lo contrario, puede que esté defectuoso o que la talla deba ajustarse. De ser así, por favor comuníquese con nosotros". Así comienza este pequeño relato de ficción, titulado Levantador de meñique, y que acompaña la obra musical Cirugía plástica, de Ana Valencia. ​

1. Zapatillas para sin correr. El esfuerzo inútil de querer evitar que todo cambia con el tiempo

2. Máscara transparente. El esfuerzo inútil de  buscar ser auténtico

3. Condón de encaje. El esfuerzo inútil de buscar que las acciones no tengan consecuencia. 

4. Juego de té poroso. El esfuerzo inútil de contenerse. 

Guías del proceso

El docente Nicolás Peñaloza Hoyos, del pregrado en Ingeniería de Diseño de Producto, creó el semillero Errante que ha contado con la participación de unos 16 estudiantes, además de egresados y otras personas cercanas a este programa.

Cuenta Peñaloza que para este proyecto del Museo de los Esfuerzos Inútiles comenzaron a hacer la conceptualización a partir de las obras, reflexionando sobre el sentido de la inutilidad y la utilidad, y más en Ingeniería, en la que la utilidad es un principio fundamental.

“Nos salimos, entonces, de ese paradigma ingenieril de que las cosas tienen que servir para algo, y básicamente hicimos una lluvia de ideas de objetos inútiles para hacer un match entre la conceptualización de los esfuerzos y los objetos que se nos ocurrieron", explica el docente.

De ese ejercicio surgieron 12 objetos inútiles. “Por ejemplo, tenemos un juego de té que no sirve para preparar té porque es poroso. Entonces representa el esfuerzo inútil de contenerse. Yo he sido como una especie de guía del proceso, de hecho, los objetos han surgido de los estudiantes".

Tras la etapa de ideación viene la de desarrollo y de darle forma a esas conceptualizaciones: “Y seguimos con los ejemplos: a vos se te ocurre que para hacer una crítica al esfuerzo inútil de querer hacer de todo un acontecimiento vital, vamos a hacer una torta. Así, hay que pensar bien en qué tamaño hacerlo, con qué materiales, meter la pata muchas veces… Intentamos con un material, luego con otro, hasta que tenemos la forma de todos nuestros objetos y se amplía a 13 objetos inútiles porque surge una obra musical más".

Sí, es el esfuerzo de lo inútil. La idea en 2023 es hacer una instalación con varias galerías en la Casa de los Tres Patios (Medellín) y otra en El Retiro, pues tal como se indica en el catálogo, “toda la creación interdisciplinar ha sido pensada para ser exhibida en un espacio museográfico que propicie la conjunción de los tres tipos de productos: musical, literario –minificciones curatoriales– y materialización del esfuerzo inútil como objeto".

De niños muchas veces la cantaleta de los papás se dirigía a eso: “Ustedes tienen que ser gente útil para la sociedad". Útil claro, pero en el terreno del arte todo es posible, hasta de convertir algo inútil en útil. Y sí, ¿se imaginan qué habría sido de la vida durante la reciente pandemia de no haber sido por tanta cosa “inútil" como la música o la literatura?

Autores

Colaborador

Juan Carlos Luján Sáenz.

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María Alejandra González Pérez: Una investigadora de aquí, de allá, de todas partess

Enero 26, 2022

Santa Teresa decía que la vida es un instante entre dos eternidades y, como si en eso creyera, María Alejandra González se ha encargado de vivir la suya con una intensidad que a otros ya tendría agotados. La galardonada con el Premio Descubrimiento y Creación 2021 pudo ser monja, psicóloga o quedarse hasta la vejez en Irlanda, ama los perros y cree en el papel dignificador del trabajo.

A 160 kilómetros de París, en el norte de Francia, está Lisieux. En esa pequeña ciudad de no más de 500 mil habitantes se hizo monja, se hizo mística, se hizo santa, María Francisca Teresa Martin Guérin, más conocida como Teresa del Niño Jesús.

A diario, miles de peregrinos de medio mundo invaden sus hostales, sus callejones, para conocer la casa en la que ella vivió, la catedral en la que se le reveló
su vocación, la capilla en donde está su tumba y la enorme basílica que el papa Pío XI hizo en su nombre.

En 1998, atraída por esa religiosidad, por la espiritualidad, por la vida monástica, hasta allí llegó, con la intención de quedarse, María Alejandra González Pérez. La casa de Las Bienaventuranzas la acogió como una más de su familia. Esta comunidad católica tiene sedes en 26 países de América, África, Asia y Europa,
y recibe a sacerdotes, consagrados, casados y solteros que desean llevar una vida en oración.

En Lisieux están al servicio, entre otras cosas, de la Basílica y Les Buissonnets, como se le conoce a la casa donde vivió su infancia Santa Teresa. Desde que llegó, María Alejandra se sintió cómoda, participaba de la cocina, en las tareas domésticas y los ejercicios espirituales, entre ellos rezar en hebreo el Padrenuestro y el Ave María porque un propósito comunitario era que los judíos aceptaran a María como madre de Jesús.

Pasaron uno, dos, tres meses y María Alejandra se sentía en paz, pero al mismo tiempo le parecía egoísta ser tan feliz en la vida espiritual habiendo tanto por hacer
y resolver afuera.

Por eso, haciendo eco a las palabras de Santa Teresa cuando le expresó a Dios su deseo de “pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra, hasta el fin del mundo”, renunció y se regresó para Medellín, la ciudad en la que nació, en la que cursó su bachillerato –pasó por tres colegios de monjas–, en la que se graduó como psicóloga de la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB) y en la que para entonces vivía su papá Guillermo, su mamá Luz Marina y sus hermanas Catalina y Vanessa.

Una familia sin moldes

“Yo estudié Psicología, pero no soy psicóloga; nací en Medellín, pero no soy paisa; nací en Colombia, pero no estoy arraigada”, afirma María Alejandra quien tiene entre sus antecedentes una abuela que era inglesa pero que estuvo en un internado en Jamaica; un abuelo que fue mayor del Ejército, pero que también estudió medicina en Francia y fue secretario de salud de Norte de Santander y el Magdalena; un papá que nació en Santa Marta pero que no es costeño, que desde joven se fue a recorrer el mundo, que estudió teología, que vivió en Roma, que fue traductor para el canciller colombiano del Concilio Vaticano II y que cambió el entorno religioso en el que vivía en Europa para terminar siendo sexólogo y docente en Medellín.

Fue estudiando Psicología en la Universidad de Antioquia que su papá tuvo su primera novia: Luz Marina. Nacida en Sopetrán, era una estudiante de Sociología. Ambos hicieron una conexión que duraría hasta la muerte de ella, a causa de una demencia frontotemporal, en la primera semana de marzo del año pasado, justo en la que se anunció el primer caso de Covid en Colombia.

“Yo creo que el de mi mamá fue de los últimos grandes funerales, con mucha asistencia, antes de la llegada de la pandemia”, dice María Alejandra. Y cómo no, si ella era conocida en el mundo académico por sus investigaciones y como profesora de las universidades de Antioquia (U. de A.), San Buenaventura, Cooperativa de Colombia y de uno de los colegios de mayor tradición en el departamento, el Cefa (Centro Formativo de Antioquia).

Educada entre docentes, el entorno académico no era extraño para María Alejandra y sus dos hermanas. De niñas ya le ayudaban a la mamá a preparar clases, le hacían las carteleras, le montaban las diapositivas, incluso a calificar trabajos.

“No era por empoderarnos, sino por ocuparnos. Mi mundo familiar era súper chiquito, en casa, y los fines de semana nos íbamos para la finca en Santa Fe de Antioquia. No había tiempo de tener amiguitos, pero iempre tuvimos libertad para hacer lo que queríamos”.

Tal vez por eso, ni el padre ni la madre dijeron nada cuando su hija, al salir del bachillerato, se presentó al mismo tiempo a Zootecnia en la Nacional, a Derecho en la U. de A. y a Psicología en la UPB.

Sus perros, tres polos a tierra

A la entrega del Premio Anual de Descubrimiento y Creación, en el auditorio Fundadores de EAFIT, María Alejandra González fue acompañada de Niko, uno de los tres galgos italianos con los que comparte su vida, sus horas de trabajo frente al computador de ocho de la mañana hasta que llega la noche y el sueño.

Su amor por los perros es inconmensurable. Cuando era niña y hasta los 14 años, al lado suyo, de su papá, de su mamá, de sus hermanas, estuvo Lucas, un fox terrier miniatura que era uno más de la familia. Su muerte, ella la describe como la perdida más dura de su vida, junto con la su madre.

Por su estancia en Ceuta, en Lisieux, en Londres, en Galway, le fue imposible tener perros, pero apenas se instaló en Medellín pudo adoptarlos.

Tuvo a Cian, que murió la misma semana en que falleció la mamá. Y ahora la acompañan Tiwaz, Valentín y Niko. A cada uno de ellos los bautiza con un nombre que reafirme o modele su personalidad. Tiwaz es la runa de la perseverancia, la que le decía a los vikingos que tuvieran calma para poder alcanzar los objetivos. Valentín, cuando llegó era miedoso, asustadizo, y ese nombre lo reviste de valor. Y a Niko, que llegó en agosto de 2020, en plena pandemia, no lo quiso presionar con un nombre grande, con mucha carga simbólica: “Él fue lo mejor que me pasó el año pasado –dice ella–. Los tres son mi tranquilidad, mi polo a tierra”.

Ese instante entre dos eternidades

 Es enero de 1994 cuando ingresa a Psicología. No se imaginaba aún que con los años la vida le daría otros puntos de giro, que terminaría siendo una experta en gerencia de recursos humanos, en negocios internacionales y en responsabilidad social de las empresas y la educación superior.

Por ahora es la buena estudiante que hace sus prácticas profesionales en la Liga de Patinaje de Antioquia y que se gana una beca para complementar sus estudios de Psicología en la sede que la Universidad de Granada tiene en Ceuta. Ubicada en África, en límites con Marruecos, en esta ciudad autónoma española confluyen lo judío, lo católico, lo musulmán, y esas mezclas enriquecen la mirada de María Alejandra.

“Allí fui profesora de Psicología del Desarrollo. Tenía estudiantes de diversas culturas, religiones. Los cursos eran en español, pero también se hablaba árabe y francés, un idioma que siempre me gustó y quise perfeccionar”

Es en su siguiente destino, Lisieux –conviviendo y orando en la comunidad de Las Bienaventuranzas–, donde logra con fluidez expresarse en el idioma de Lacan.

“Galway es el lugar de mi alma, allá hay una gran parte de mi espíritu”, dice sobre esta pequeña ciudad de Irlanda donde vivió ocho años e hizo su maestría, doctorado y posdoctorado. Foto: Archivo personal de la profesora.

 

Habría podido quedarse allí, siendo feliz con su vida espiritual, cumpliendo los votos de pobreza y castidad... pero los de obediencia la conflictuaban. Mejor regresa a Colombia a “hacer el bien en la tierra”: el 21 de enero de 1999 ocurre el terremoto de la ciudad quindiana de Armenia y ella se va con la Cruz Roja a brindar atención sicosocial a las víctimas.

En ese mismo enero, los paramilitares perpetúan en Urabá cinco masacres que dejan 26 muertos. Fue el inicio de un año conflictivo, de enfrentamientos entre grupos armados en esa región. En ese contexto, a su regreso de Armenia, María Alejandra asume un cargo en el Departamento de Recursos Humanos y luego
en el de Responsabilidad Social y Empresarial de Chiquita Brands, la gran empresa bananera con sede en Apartadó y Santa Marta.

“Eran cinco mil trabajadores, se hacía necesario construir proyectos conjuntos y había muchos asuntos, como el de la relación del mercado y las transformaciones de las dinámicas sociales, que yo no entendía”. Por eso, alzó vuelo otra vez, quería aprender, aprehender.

“Regresé a Medellín un día antes de comenzar clase. Fue un tránsito difícil, la ciudad, el ambiente, el idioma, pero de una me enamoré de EAFIT, me sentí superconectada”. Sus estudios de posdoctorado en Responsabilidad Social de la Educación Superior encontraron la interlocución que necesitaba.

No deberías volver a donde has sido feliz

Un corto período en Londres para mejorar su inglés y luego Galway, una pequeña ciudad de Irlanda que con su afamada Universidad Nacional atrae a estudiantes de todos los puntos cardinales. Cursó su maestría en Relaciones Industriales y Gerencia de Recursos Humanos en medio de un ambiente jovial, de castillos, molinos, carreras de caballos, festivales de ostras y música medieval, del fluir el río Corrib y de las montañas cubiertas de niebla.

Se enamoró tanto de esa tierra que supo que allí iba a pasar mucho tiempo de su vida, y sí, se quedó ocho años haciendo su doctorado y posdoctorado que luego le abrirían las puertas de EAFIT.

“Galway es el lugar de mi alma, allá hay una gran parte de mi espíritu”, dice ella. Sin embargo, en noviembre de 2007, cuando a sus manos llegó una convocatoria para estar en EAFIT, pensó en volver a Colombia. Fue Sascha Furst, en ese entonces jefe del Departamento de Negocios Internacionales, quien se la mandó para que la distribuyera entre los colegas con quienes trabajaba en un Centro de Investigación en Innovación y Cambio Estructural.

Para sorpresa de él, ella también aplicó. Y ganó. “No me fue fácil decidir”. Subió a la montaña donde la eyenda dice que San Patricio tiró al mar la última serpiente
que quedaba en la isla y desde lo alto pidió iluminación. En enero de 2008 ya estaba en Medellín.

“Llegué un día antes de comenzar clase, fue un tránsito difícil, la ciudad, el ambiente, el idioma, pero de una me enamoré de EAFIT, me sentí superconectada con el
proyecto del rector Juan Luis Mejía”. Comenzó dirigiendo el grupo de Investigaciones en Estudios Internacionales.

Ha dictado más de seis cursos diferentes, pero es el de Ética y Responsabilidad Social, que tiene a cargo desde 2012 –además coordina a siete profesores que replican la materia– por el que más la conocen y por el que recibió un reconocimiento de la Universidad de Carolina del Sur por su aporte a la “formación de administradores comprometidos con el entorno natural y social, y que promueven la responsabilidad ética y corporativa”.

El poder transformador de la ciencia

María Alejandra y sus estudios de posdoctorado en Responsabilidad Social de la Educación Superior encontraron en EAFIT la interlocución que necesitaba para elaborar proyectos que procuran desde las empresas liderar procesos de transformación positiva y construir un mundo más equitativo. “Me jala más la investigación que la docencia”, asegura.

La investigación la apasiona y trabaja de lunes a lunes en ello, por algo su trayectoria la hizo merecedora este 2021 del Premio Anual de Descubrimiento y Creación, que es un incentivo que otorga EAFIT a los investigadores.

“Creo en el poder transformador de la ciencia, en el poder transformador de las empresas, en la academia y las universidades como articuladoras de esas dinámicas, como conexión entre el gobierno y las comunidades, entre la sociedad civil y las empresas”, exclama con vehemencia.

Y ya son trece años haciendo historia desde EAFIT para el mundo porque si bien está en Medellín, a diario se conecta con África, con Asia, con Europa, con el resto de América.

 

Tres de sus grandes amores son sus perros, que la acompañan y de los que, explica ella, tienen nombres que reafirman su personalidad. Foto: Róbinson Henao.

 

Hay días que frente al computador intercambia saberes con personas que están en siete usos horarios diferentes. María Alejandra se siente cohabitante del planeta Tierra, no tiene un nacionalismo fuerte ni por Colombia ni por ninguna parte. Antes de la pandemia salía al exterior por lo menos siete veces al año. Ha vivido en seis países y en otros 84 ha pasado por lo menos una noche.

Al cumplir 50 años  espera llegar a los 100 visitados. Para ella, conocer países es como coleccionar Pokemones. El que no ha podido tener es Antártida. Y sus consentidos son Armenia, Escocia, Montenegro, Omán e Irlanda, donde está su amada Galway, a la que solo ha vuelto una vez y quizá no lo haga más porque, como dice la canción de Joaquín Sabina, “al lugar donde has sido feliz, no deberías tratar de volver”.

 

Hay un tiempo para todo

Poco ejerció la Psicología María Alejandra: además de atender en el consultorio de sexología de su padre, de sus clases en Ceuta y algunas de Psicometría en Galway, estuvieron las prácticas en la Liga de Patinaje de Antioquia. Ese período de su vida lo recuerda con aprecio porque adquirió saber que aún aplica para su vida y en sus investigaciones y proyectos.

“Me tocaba trabajar con los deportistas de alto rendimiento. De los psicólogos cubanos que estaban allí aprendí que lo importante es que los atletas asimilen que hay ciclos de subida y de bajada, que no se puede permanecer siempre en lo alto, y que cuando se está arriba hay que prepararse para descender sin caer”.

Ella asume la vida con ciclos de ascenso y descenso, de optimizar el tiempo de las vacas gordas y poder saber que llegarán las vacas flacas, como una ola con la que juegan los surfistas.

“Muchas semanas del año tengo que maniobrar las vacas flacas, debo tener disciplina y tranquilidad para asumir que nada se queda arriba, nada se queda abajo. La mayoría de las personas no necesariamente son conscientes de que van a caer. Hay momentos en los que no tengo la misma capacidad de trabajo y sé
que tengo que programarme para el tiempo de sembrar”.

Y ese control, el entender que hay un tiempo para todo, lo aplica en sus investigaciones con empresas que están en contextos de mercados emergentes, de robustecimiento empresarial en regiones de América Latina y el Caribe, Europa del Este, África y el sureste asiático.

Piensa que con ellas es importante construir escenarios futuros que sean sostenibles, que se anticipen a las crisis que vendrán, que tengan la capacidad para responder a las diferentes amenazas.

“Yo creo en el trabajo como una actividad que dignifica a las personas, por eso es importante tenerle fe a quienes producen los empleos, trabajar de la mano con ellos para generar valor positivo a la sociedad, con mercados más justos e incluyentes”.

 

Autores

Ramón Pineda

​Colaborador Revista Universidad EAFIT

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Santiago Tobón: “El privilegio, a veces, nos ciega”

Enero 26, 2022

No es un economista de oficina. Le gusta estar en la calle hablando con la gente, con policías, con delincuentes, con el ciudadano de a pie, pues sabe que para entender lo macro hay que conocer lo micro. El ganador del premio Medalla Juan Luis Londoño de la Cuesta ha construido un camino que reafirma la importancia de trabajar por el bienestar de otros.

Casi que cada quince días, Santiago Tobón le daba día libre a sus lides académicas para encontrarse con Isabel Gutiérrez, el amor de su vida. Él vivía en Lovaina (la nueva), Bélgica. Ella, en Madrid, España. Corría el año 2012 y ambos se habían aventurado a dejar Colombia para hacer sus maestrías en Europa, él en Economía y ella en Estudios Latinoamericanos.

“Yo vivía limitado por el dinero de una beca, pero en una aerolínea de bajo costo los tiquetes de ida y vuelta solo me costaban 40 euros”. Eran fines de semana
felices, de abrazos, de descubrimientos, un pare en ese camino que lo llevaría, entre otras cosas, a ser en este 2021 el economista joven más destacado de Colombia.

Fundada en 1425, la Universidad Católica de Lovaina es una de las más antiguas del mundo. Dice la historia que, en ella, el astrofísico y sacerdote Georges Lemaître enunció por primera vez su teoría del átomo primigenio, el mismísimo Big Bang. Anualmente alberga, en promedio, 21 mil estudiantes de 120 países.

Uno de ellos fue Santiago, quien tardó un pregrado en Ingeniería Informática y una maestría en Administración para encarrilarse a estudiar lo que es su verdadera vocación, la de ser un economista... Pero no uno a la vieja usanza, en una oficina resolviendo el mundo desde la teoría, sino saliendo a la calle, como esos que se ponen en los zapatos del otro para comprender y hallar soluciones.

“Si cuando salí del colegio, que me tocaba decidir cuál carrera hacer, hubiera sabido que era Economía, habría estudiado eso”. Se decidió por la Ingeniería Informática –hoy de Sistemas– porque en esas pruebas que se hacen en el bachillerato para encontrar la vocación todo apuntaba a que era bueno en
ingenierías y matemáticas.

Además, era un gomoso de los computadores: desde muy niño en su casa había PC, en un tiempo en que tenerlo era un lujo. Igual, se graduó feliz en la Escuela de Ingeniería de Antioquia (EIA). Mientras estudiaba, montó con unos socios una empresa de desarrollo de software. Fue cuando llegó a trabajar en la Gobernación de Antioquia que comprendió que se había equivocado de profesión.

Se rompe la burbuja

Gabriel Jaime Tobón y Luz Magdalena Zapata nacieron en Cali, pero ambos con familias paisas, vinieron fue a conocerse en Medellín. En esta ciudad, en el barrio La Castellana, conformaron su hogar en el que se criaron sus hijos Santiago y Carolina.

Cuando el niño tenía once años se fueron a vivir a la Loma de los Parra, aunque no lo cambiaron de colegio y siguió estudiando hasta tener el título de bachiller del Corazonista.

Una vida tranquila, con privilegios, en una Medellín del sur y del occidente en la que se ve de lejos esa otra ciudad de cinturones de miseria, de desplazados, de empleos paupérrimos y bandas criminales ejerciendo su
propio gobierno en las comunas más marginadas.

Por coincidencias de la vida, le ofrecieron un cargo en la Gobernación de Antioquia. Santiago vio una oportunidad de aprendizaje, acababa de salir de la EIA, había tenido su negocio de software pero le faltaba experiencia laboral.

Santiago es el actual director del Centro de Investigaciones Económicas y Financieras.

 

Llegó primero a la dirección de Desarrollo Económico, luego a la de Desarrollo Territorial y Catastro. Poco a poco comprendió que generar ingresos, crear empresas y empleos tenía muchas limitantes. “Sentía que me faltaban herramientas para entender esos problemas y me dí cuenta que quería estudiar Economía, que me apasionaban las políticas públicas y retos como la pobreza y la violencia”.

Allí encontró su vocación y a dos personas que serían importantes en su vida: Isabel Gutiérrez, abogada, politóloga, quien le sembró la inquietud por estudiar los desafíos sociales más apremiantes, y ahora es su esposa. Y Juan Carlos Muñoz, quien lo animó a hacer la maestría, ha sido coautor en sus investigaciones y hoy es su colega en el Departamento de Economía de EAFIT.

A Isabel la conoció mientras ella dirigía un programa de construcción de paz en zonas de conflicto. Los alcaldes le pedían plata y era él quien aprobaba su factiblidad. Por A o por B les tocaba viajar juntos por toda Antioquia. A Juan Carlos lo conocieron ambos cuando los buscaron para promover un proyecto de gestión de la propiedad de la tierra en el departamento, y su relación con el conflicto.

La violencia como limitante

Tarazá es uno de los seis municipios del Bajo Cauca. A seis horas de Medellín, lleva décadas viviendo una historia de violencia, de desarraigo, desaparecidos, masacres, campos minados, gobierno de grupos armados ilegales.

Allí, la burbuja en la que vivía Santiago se acabó de resquebrajar cuando fue en compañía de Isabel a hacer un registro de víctimas reclamantes de subsidios otorgados por la Ley de Justicia y Paz.

Estuvieron todo el día allí escuchando historias terribles y a él lo marcó la de una señora que vio cómo algunos miembros de su familia cayeron en las trampas de las minas antipersonal, y cómo otros, por rescatarlos, también murieron en el intento o quedaron mutilados. “Me conmovió tanto dolor, tantas restricciones de desigualdad. Uno comienza a conocer esos problemas de violencia y no hay nada que se vuelva más importante que resolverlos”.

Comprender que uno de los limitantes más grandes para el desarrollo es la violencia, que cuando esta se ejerce los niños no van a la escuela, no se abre la tienda, no hay transporte, no se invierte... se convirtió en adelante en un tema constante en sus investigaciones.

Para entonces, haciendo uso de una beca que le otorgó la Gobernación, cursaba una maestría en Administración en EAFIT. Al terminar el período de gobierno de Luis Alfredo Ramos, empacó maletas junto con su novia para continuar en Europa su camino de aprendizaje.

Las ganas de estudiar, un buen nivel de inglés y ser bueno en matemáticas le permitieron ganarse la beca de Colfuturo con la que pudo vivir en Lovaina. Desde allá siguió mirando a Colombia: de la mano con Juan Carlos Muñoz, su tesis de maestría fue el estudio del efecto de la formalización de la tierra sobre los cultivos de coca.

Encontraron que cuando se formaliza la tierra hay menos cultivos ilícitos, que cuando el campesino tiene título de propiedad, por un lado, accede a más créditos, a mejores incentivos y, por otro, al ser dueño es un sujeto penal al que se puede condenar por ese delito. “Es más efectivo formalizar la tierra que la erradicación por aspersión”, dice.

De Chicago a Medellín y viceversa

Como parte de un convenio que EAFIT tiene con la Policía Nacional, desde hace cinco años, le ha dado clases a mayores, tenientes coroneles, coroneles y generales, quienes reciben formación en liderazgo, comunicaciones y evidencia científica en intervenciones policiales.

Gracias a Santiago y a su esposa Isabel, quien comenzó la relación con esa institución, en ese proceso de formación hay visitas a Chicago para que los uniformados conozcan cómo funciona la policía de allí y estudien de la mano del Crime Lab, de la Universidad de Chicago, la historia criminal de la tierra que gobernó Al Capone.

Actualmente, llevan cinco años haciendo entrevistas en cárceles, para saber por qué entran, qué ganan, qué tan probable es que asciendan, que se mueran, que vayan a la cárcel, qué tanto les preocupan sus hijos... También van a los barrios a hablar con tenderos, comerciantes, y quienes tienen que pagar la “cuota de seguridad” de los combos.

“Tratamos de comprender las razones que llevan a alguien por un camino de violencia y crimen. Las decisiones más complejas que he tenido en mi vida son si estudiaba Ingeniería o no, si me casaba o no, pero hay quienes tienen que tomar la decisión de si armarse para proteger a un familiar, como le pasó a un chico que conocimos: tenía trece años cuando se enteró que a su hermana la habían llevado a un bosque para abusarla. Él fue a defenderla, pero se generó un conflicto con un combo vecino que era el agresor. Por temor se retiró del colegio y formó un pequeño grupo para proteger su sector. La política criminal y muchos de nosotros lo hacemos todos los días”.

Junto a otros colegas, Santiago Tobón trabaja en un proyecto que busca entender mejor el crimen organizado en Medellín.

¡Tengo que hacer un doctorado!

Cuando se fue para Lovaina a hacer su maestría en Economía, Santiago estaba convencido que no quería hacer un doctorado. Pero descubrió el placer de investigar, le quedó gustando, sobre todo cuando conoció un par de organizaciones creadas por economistas que aplican métodos tradicionales de las ciencias médicas en fenómenos sociales: al igual que una farmacéutica cuando experimenta una vacuna y a unas personas se la aplican y a otras le dan un placebo para estudiar sus reacciones, en este toman un segmento de población, lo dividen en dos grupos, uno de tratamiento y otro de control, para encontrar soluciones en temas puntuales de educación, pobreza y violencia, entre otros.

Una de esas organizaciones, Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab (J-PAL), fue fundada por la pareja de esposos Abhijit Banerjee y Esther Duflo, ganadores del premio Nobel de economía en 2019 por cambiar el paradigma de estudiar la pobreza y el desarrollo haciendo experimentos. La otra, Innovations for Poverty Action (IPA), la creó Dean Karlan, uno de sus estudiantes.

Ambas son como hermanas y desde hace años cercanas a las investigaciones que Santiago ha venido realizando en Colombia y que lo hicieron merecedor este año del premio Medalla Juan Luis Londoño de la Cuesta, el más importante que se entrega en el país a los economistas menores de 40 años. Cuando se graduó regresó a Colombia junto con Isabel que también había concluido su posgrado en el Instituto Ortega y Gasset en España. Se casaron a los cuatro meses.

Ella ingresó a EAFIT y él se dedicó a unos emprendimientos mientras resolvía con qué irse a hacer el doctorado en Economía en Los Andes. La oportunidad se presentó cuando ambos consiguieron empleo en Bogotá: él en Finagro, en temas de desarrollo rural, y ella en la Oficina contra la Droga y el Delito de Naciones Unidas.

Jerónimo

En 2018 culminó su doctorado con una tesis que tiene tres partes. La primera es una investigación en la que analizan los efectos que en Medellín tiene las cámaras de seguridad para combatir el delito. La segunda estudia el efecto
sobre los actos delictivos que tiene el patrullaje policial en determinadas calles de Bogotá. La tercera investiga de qué manera afectan las malas condiciones de una cárcel el nivel de reincidencia de sus presos.

Ahora, de la mano de Innovations for Poverty Action, EAFIT y la Universidad de Chicago, entre otras instituciones, investiga el tema de las pandillas y el crimen organizado en Medellín, Cali, Río de Janeiro y Honduras para proponer
soluciones que puedan reducir la incidencia del crimen organizado.

Los últimos cuatro años han sido intensos en la vida de Santiago. Además de obtener su título de doctor, de hacer una estancia posdoctoral en Chicago, de llegar a EAFIT, de ganarse el premio Juan Luis Londoño, es papá de Jerónimo. A sus cuatro años, el niño está lleno de vitalidad, pero no fue así cuando era bebé: a los cinco meses lo hospitalizaron por una gripa que se le volvió bronquiolitis y que no cedía con los tratamientos ni el paso de los días.

El profesor afirma que su familia es su gran estímulo y motor tanto de su vida personal como profesional. Foto: Róbinson Henao.

Le diagnosticaron una rara inmunodeficiencia primaria de la que solo hay seis casos documentados. Para sanar era necesario hacerle un trasplante de células madre que le reiniciara su sistema inmune. En Colombia solo era posible en Bogotá, Cali o Medellín.

Optaron por hacerlo en Medellín, en el Pablo Tobón Uribe. Fue casi un año viviendo en ese hospital. Aquí estaban las familias de ambos, y era mejor a su lado. El primer trasplante no funcionó, el segundo, sí. “Hoy Jerónimo está vivo, en gran medida, gracias a los privilegios que nos rodean. Para empezar, la mayoría de los niños mueren sin el diagnóstico, pero en su caso la enfermedad se diagnosticó a tiempo. El trasplante de células madre que le devolvió la vida se hizo en las mejores condiciones que permitía la ciencia, pero otros niños no llegan al trasplante. El privilegio a veces nos ciega, pero ver de cerca estas desigualdades me ayudó a no perder la perspectiva y a reafirmar la importancia de trabajar por el bienestar de otros”.

Autores

Ramón Pineda

Colaborador Revista Universidad EAFIT

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Innovación educativa, en el ce​ntro de Imaginar Futuros

Este laboratorio ha transformado los ambientes de aprendizaje de cientos de instituciones de educación básica y media en el país. En la actualidad, es un soporte del Ministerio de Educación, con el que sigue desarrollando avances por un aprendizaje más acorde con el mundo contemporáneo.

Colaborador: Pompilio Peña

La pandemia de la covid-19 afectó duramente las actividades académicas del país. Los expertos más optimistas apuntaron a que las brechas que causó podrían cubrirse en cinco años. No obstante, Diego Leal Fonseca, director adjunto del Centro Imaginar Futuros de la Universidad EAFIT y experto en innovación educativa, estima que los efectos de ese aislamiento obligatorio se notarán, incluso, hasta el 2030.

Pero hay una mirada optimista. Los retos, exigencias y planes de acción implementados durante la pandemia, para fortalecer el ya deteriorado sistema educativo, abrieron una nueva puerta a expertos para analizar cómo era posible vigorizar el Ecosistema Nacional de Innovación Educativa.

Uno de ellos fue Leal, quien viene aportando al mejoramiento de este tema, tanto en ámbitos regionales como nacionales, junto con su equipo del Centro Imaginar Futuros, un laboratorio que tiene como propósito fortalecer las capacidades de los diferentes actores que conforman el ecosistema educativo nacional.

Pero ¿qué entender por ecosistema educativo? Según Leal, “cuando nosotros pensamos en un ecosistema de innovación educativa, estamos pensando en esa perspectiva biológica que habla de actores, relaciones, conexiones, y cómo se pueden dar nuevas posibilidades para reimaginar lo que se hace, aplicando la innovación educativa, que no solo pasa por el mejoramiento tecnológico".

Bajo esa perspectiva, uno de los grandes retos es lograr una articulación entre distintos niveles educativos, con el fin de entender cuáles son las realidades y dificultades de los estudiantes y cómo pueden superarse, más aún en tiempo de pospandemia.

Esta mirada holística propuesta por el Centro Imaginar Futuros, que pretende superar un viejo modelo educativo que está al margen de las exigencias de la actualidad mundial, lleva más de una década de aplicación. Una de sus primeras intervenciones fue en el municipio de Itagüí y los efectos positivos de su mediación aún repercuten.​​

Experiencia novedosa​​​​​​​​​​​

Con el inicio de la gestión de Carlos Andrés Trujillo en 2012 como alcalde del municipio de Itagüí, la nueva administración comenzó a cuestionar el modelo tradicional de educación y se dio a la tarea de buscar asesorías que le permitiera implementar nuevos procesos de aprendizaje.

“En ese orden de ideas tuvimos una asesoría inicial de la exministra de Educación Cecilia María Vélez, quien nos recomendó, además, que enlazáramos la conversación con la Universidad EAFIT", recordó el secretario de Educación, Guillermo León Restrepo.

En aquel entonces, el estudio de las condiciones educativas de ese municipio del sur del área metropolitana fue liderado por Claudia María Zea, experta en temas de innovación educativa, aprendizaje digital y colaborativo, formación de docentes y producción de contenidos digitales. 

Imagen Noticia EAFIT
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Miles de niñas, niños y adolescentes se han beneficiado en todo el país con la propuesta de innovación educativa.

Zea y su equipo realizaron un diagnóstico del sistema educativo para luego desarrollar, de manera específica, un plan de tecnologías aplicadas a las aulas escolares en 24 instituciones educativas, con 38 sedes, 580 aulas  y 1.300 directivos y docentes.

Fue así como nació el Plan Digital Teso, que hoy lleva el nombre de Plan Digital Itagüí. Esa intervención se estructuró en cuatro ejes temáticos: evaluación de la infraestructura tecnológica; replanteamiento de los procesos de formación de aprendizaje de estudiantes, maestros y funcionarios; desarrollo de una estrategia de gestión de innovación, desarrollo e investigación; y aplicación de indicadores de gestión de las tres líneas ya citadas.

De este modo, se trazó una visión al 2023 en su Plan Educativo Municipal, que refleja el proceso evolutivo iniciado en 2012. Esa estrategia se tradujo en inversiones en ambientes de aprendizaje, mayor conectividad y sinergia entre los diferentes actores, y los estudiantes se convirtieron en el capital más importante. 

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Tendencias y retos para unir conocimiento científico y saber social

Marzo 22, 2021

El V Encuentro de Investigadores de EAFIT permitió conocer experiencias internacionales y de la propia Universidad en el área de apropiación social del conocimiento, así como analizar cómo y por qué es necesario profundizar el diálogo ciencia–sociedad.

EAFIT han realizado una importante cantidad de proyectos en los que la sido exitosa la interacción de sus académicos y científicos con la sociedad. Su objetivo ha sido tan sencillo como profundo: involucrar a personas, organizaciones y comunidades no científicas en los procesos de generación de nuevo conocimiento, así como acercarlos a los resultados mismos de las investigaciones.

Las experiencias van desde programas de alto impacto como Universidad de los Niños hasta series radiales como la titulada Con la ciencia en la cabeza o la exposición Incomprendidos, que en 2019 unió la biología y la física en un montaje didáctico y lúdico.

También se han realizado y se siguen haciendo eventos culturales como la Serieclub Cuatro Ojos, que analiza algunas de las series de televisión más populares del momento, y las obras de teatro y los conciertos didácticos sobre ciencia que pusieron a personajes como Sócrates o Galileo como protagonistas.

Y, por supuesto, los proyectos de investigación de hondo calado que también han tenido componentes fuertes de apropiación, como la Expedición Colombia BioAnorí, que descubrió para la ciencia 14 nuevas especies de animales y plantas; Sin bata y con botas, diálogo de saberes en el Parque Natural Nacional Las Orquídeas y, más recientemente, las Georutas graníticas en el Museo Histórico del municipio de El Peñol.

Trabajos como esos, y muchos otros realizados en todas las escuelas de la Universidad, han evidenciado la responsabilidad de investigadores que, desde la planeación misma de los proyectos, han incluido momentos de interacción e intercambio de saberes y experiencias con comunidades o públicos diferentes a los de su círculo especializado.

En ese sentido, hay un camino ganado en la perspectiva de avanzar en esa relación. Pero, ¿cómo profundizar ese diálogo ciencia–sociedad y llevarlo a tantos otros proyectos de descubrimiento y creación que podrían tenerlo?

Esta pregunta fue uno de los ejes articuladores del V Encuentro deInvestigadores de EAFIT, realizado el 16 de febrero de 2021. La reunión permitió discutir sobre las tendencias y retos en torno a la apropiación social del conocimiento y proponer una reflexión que busca motivar a que la labor investigativa vaya también en esa línea de acción.

Hacer transferencia del conocimiento

"Lo que queremos con este espacio es tener la posibilidad de dialogar activamente alrededor del poder de investigar, de preguntarnos, de hacer transferencia de conocimiento y poder, a través de la indagación, ir más allá", manifestó Claudia Restrepo Montoya, rectora de EAFIT, en la apertura de este encuentro académico.

El evento se realiza cada semestre bajo la organización de la Vicerrectoría de Descubrimiento y Creación, como un espacio de encuentro y conversación entre todos los actores que participan en las labores de investigación dentro de la Universidad.

El vicerrector encargado de Descubrimiento y Creación, César Tamayo Tobón, resaltó la pertinencia de la discusión y expresó que "una las formas en que podemos medir la madurez de las instituciones y las organizaciones en su actividad de descubrimiento y creación es con la seriedad que se toma la apropiación social del conocimiento. EAFIT ha recorrido un camino más o menos largo, ya llevamos casi una década en que empezamos a volcarnos hacia todos estos procesos".

En dos conversaciones con profesores que conocen del concepto y lo han llevado a la práctica, se abrió un debate que se espera continúe dentro de los distintos grupos de investigación que tiene no solo la Universidad, sino otras instituaciones de educación superior y centros de investigación. A continuación, las principales conclusiones de esos diálogos.ica primero. Esas escalas de tiempo corresponden a dicho propósito”.

EAFIT estructura su propio esquema de trabajo

Como parte de su responsabilidad al generar conocimiento científico y artístico, la Universidad EAFIT empezó a definir el que será su “Subsistema de apropiación social de la ciencia, la tecnología y la innovación”. La estrategia va más allá de responder a los lineamientos que ya empezó a trazar el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación; en realidad, surgió de la convicción institucional de darle la importancia que merece a la relación ciencia–sociedad.

El documento que define esta propuestra de trabajo es claro en afirmar que “todo grupo social que se precie de ser democrático debe garantizar que la ciudadanía incida y participe en las dinámicas de gestión, producción y aplicación del conocimiento”. Por eso, convoca a la empresa, al Estado, la academia y la sociedad civil a dialogar e intercambiar sus saberes, conocimientos y experiencias, “promoviendo entornos de confianza, equidad e inclusión para transformar sus realidades y generar bienestar social”.

Para Ana María Londoño, jefe de la Universidad de los Niños de EAFIT y articuladora del subsistema, uno de los primeros pasos hacia esa meta es conseguir que en todo proceso de investigación sea transversal el componente de la apropiación, pues esto puede movilizar una cultura institucional que tenga por principio que al investigar se involucre a la sociedad como un actor relevante y legítimo.

Objetivos del subsistema

El documento Sistema de Descubrimiento y Creación – Sembrar interacciones para generar conocimiento, elaborado por la Vicerrectoría de Descubrimiento y Creación, establece que son cinco:

 Analizar las estrategias de apropiación social del conocimiento de los proyectos de investigación de la Universidad y acompañar a los grupos de investigación para desarrollar e implementar sus estrategias.

Ejecutar proyectos de apropiación en las distintas dimensiones que incluye el concepto (comunicación, participación ciudadana, intercambio y gestión del conocimiento, transferencia).

Participar y aportar en la constante discusión frente al concepto de apropiación social del conocimiento, su puesta en marcha en el contexto local y en la formación de los actores involucrados en su ejercicio.

En articulación con el Sistema de Aprendizaje, formar capacidades en los investigadores en formación de la Universidad EAFIT en relación con la apropiación social del conocimiento.

5.Evaluar los procesos de apropiación adelantados en la Universidad.

Con la creación del subsistema, la Universidad busca facilitar, promover y favorecer la apropiación social del conocimiento que genera la Institución para consolidar los medios, estrategias, mediaciones y mecanismos de interacción con la sociedad. Incorporar sus visiones y aportes a la investigación científica ayudará a dar cumplimiento a lo que EAFIT declara como su propósito superior: “Inspiramos vidas e irradiamos conocimiento para forjar humanidad y sociedad.

Ideas para una reflexión: Los invitados especiales al Encuentro de Investigadores

Un sentido crítico sobre el ecosistema informativo digital

“Las innovaciones tecnológicas son altamente flexibles a partir de lo digital y eso también posibilita hablar de apropiación. Al ser flexibles, la sociedad crea nuevos usos que no vienen predeterminados por la gran industria. En las redes sociales hay un montón de pequeños modelos muy interesantes de apropiación que van proliferando. Esto nos lleva a pensar la información de otra manera: como lograr que la nuestra sea buena, precisa y que logre dar una respuesta al usuario. Tenemos que partir de un pensamiento crítico sobre el contexto en el que estamos operando porque, si no lo hacemos, el esfuerzo de apropiación puede venir permeado por vicios propios del proceso actual de información y comunicación mediado por tecnologías, y al final no se logrará avanzar”.

Carmen Gómez Mont (México), doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM con orientación en comunicación e innovaciones tecnológicas.

La tendencia hoy es llegar a los públicos no cautivos

“Una de las tendencias en esta materia se refiere a la búsqueda de los ‘no públicos’ porque ya tenemos unos públicos cautivos para la divulgación, popularización o apropiación de la ciencia, entre los que están las escuelas, los docentes y personas en general que poseen cierto interés previo sobre cuestiones científicas. Las tendencias internacionales de los últimos años intentan llegar a los públicos no cautivos: a poblaciones indígenas, de trabajadores...

Y hacer cocreación de exhibiciones, exposiciones cientificas, con ciertas poblaciones que naturalmente no estarían apeladas por los procesos de comunicación de la ciencia. Esa es una tendencia necesaria, difícil, pero creciente”.

Diego Golombek (Argentina), investigador, divulgador de la ciencia, autor de varios libros que acercan el conocimiento científico al ciudadano del común.

Científicos también tienen que apropiarse de los “otros”

“Hay que hablar de este tema porque no solo la sociedad necesita entrar en diálogo con los científicos. Los diferentes modos de producción de conocimiento que hemos tenido hasta ahora nos indican que las comunidades científicas también tienen que apropiarse de esos ‘otros’ conocimientos y entrar en diálogo con ellos, con esas ‘otras’ formas de entender el mundo.

En esos diálogos es donde está es quid del asunto, el punto clave de la apropiación. De otro lado, hemos pensado mucho la apropiación desde las ciudades, desde los centros urbanos, y estamos en pañales en pensar cuáles son las maneras de hacer ejercicios de apropiación, coproducción y comunicación desde la ruralidad”.

Sandra Daza Caicedo (Colombia), consultora en comunicación y apropiación social de la ciencia, la tecnología y la innovación.

El reto de responder, ¿eso para qué sirve?

“Está muy bien que existan distintos tipos de investigadores: los que quieren profundizar en el conocimiento hiperespecializado que permite avances y transformaciones que, a la larga, inciden en la vida cotidiana de todos; pero también es importante que otros investigadores nos aproximemos a la gente común y corriente. Solo le veo ventajas a que podamos trabajar en una conexión directa con la gente, pues es un ir y venir entre lo que pensamos, producimos y elaboramos desde la universidad, y las preguntas que nos hacen afuera, la forma en que cualquiera nos reta cuando salimos y nos interroga diciendo: ¿y eso para qué sirve?”.

Marda Zuluaga Aristizábal, psicóloga, doctora en Ciencias Sociales y Humanas, profesora de la Escuela de Humanidades de EAFIT.

Una vía para ayudar a transformar el país

“Muchas personas consideran que llevar nuestro conocimiento académico a las comunidades es como lanzarlo en suelo infértil. Esa posición me parece prepotente y arrogante. Creo que la única forma de transformar un país, una sociedad, es llevando conocimiento de calidad a todas las comunidades. Si usted habla con cualquier niño de una escuela, sea campesino o de la ciudad, encuentra que absorbe esa información muy fácil. Me parece vital poder entregar un conocimiento de calidad sin subestimar a nadie. En gran medida, en nuestros proyectos nos preocupamos por eso, utilizando obviamente un lenguaje adecuado para cada público. Esa es, también, una forma de ayudar a romper barreras sociales”.

Juan Fernando Díaz Nieto, biólogo, doctor en Ecología, Evolución y Comportamiento, profesor de la Escuela de Ciencias de EAFIT.

Insertar la ciencia en un mundo dominado por el entretenimiento

“Divulgar la ciencia es un reto porque uno se inserta en el mercado de los contenidos y en la competencia por ganar la atención de las personas en momentos como el actual, donde es tan fuerte la idea de entretenimiento: si uno quiere competir con una serie audiovisual entretenida, quizás no salga bien librado. Lo que hay que hacer es descubrir las oportunidades, realizar productos con un lenguaje más cercano al entretenimiento. Ese es un reto para la academia, los profesores y científicos porque esa no es la lógica de la ciencia. Igualmente, el camino puede estar en generar experiencias en las personas; por ejemplo, con realidad virtual y realidad aumentada hay mucho por explorar en ese sentido”.

Agustín Patiño Orozco, comunicación social, encargado de estrategias de producción y divulgación de contenidos en la Universidad de los Niños.

Autores

Juan Gonzalo Betancur

Editor Revista Universidad EAFIT.

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Telemedicina y democratización de la salud

Septiembre 10, 2020

José Fernando Arango Aramburo, Médico anestesiólogo Hospital Pablo Tobón Uribe.

El mundo de la medicina está transitando del cuidado junto al paciente a su atención con el apoyo de medios que se enmarcan en lo que se denomina “telemedicina”. Este es un concepto amplio que cobija a muchos elementos, desde la obtención de una opinión entre dos médicos que están en lugares distantes hasta la integración de un ecosistema de dispositivos tecnológicos avanzados interconectados que cumplen distintas funciones.

Aunque esos dispositivos no van a desplazar al médico, sí lo van a conectar con centros mayores de atención que pueden estar en diversos sitios del mundo para ayudarlo en situaciones complejas que él solo no podría solucionar.

Estos avances permiten que, por ejemplo, un robot sea ya capaz de hacer suturas en intestino o piel con resultados tan buenos o mejores que los logrados por seres humanos. Y existen dispositivos que posibilitan a un médico dirigir un robot mientras esa máquina hace directamente una operación en una persona. Esas cirugías son más precisas, producen menos sangrado y llevan a una recuperación más rápida de los pacientes.

Más allá, hay aplicaciones clínicas de inteligencia artificial en las cuales se recogen miles de imágenes de tomografías de pulmón para, en estudios clínicos, tener un diagnóstico más preciso y hasta un año antes que lo pudiera establecer un ser humano sin esa ayuda.

Lo mismo se ha hecho en dermatología, en específico en cáncer de piel, cuando con inteligencia artificial se integran miles de imágenes y estas, frente a la foto de un paciente, permiten un análisis que llega a un diagnóstico más temprano.

Pero, ¿la tecnología nos está acercando a que todos tengamos acceso más rápido y mejor a la salud? En Colombia, desde el año 2010 existe el decreto 1419 que regula la telemedicina. Esta se inició con algún entusiasmo en los antiguos territorios nacionales, pero una década después se ve que muchos centros asistenciales no tienen siquiera conexión a internet o que es intermitente o mala.

Del mismo modo, que los diagnósticos o interconsultas que deberían hacerse en cuestión de minutos u horas se demoran días, por lo que llegan en momentos en los cuales el paciente se complicó o ya tuvo un desenlace desfavorable. Los desarrollos de telemedicina han tenido mucha acogida en los centros urbanos y en grupos poblacionales que ya tienen acceso a la salud, personas que pueden acceder a una consulta rápida con un especialista.

Sin embargo, el sistema de salud no ha logrado que esos desarrollos estén al servicio de una amplia población vulnerable que los requiere: falta que todo esto llegue a los sistemas públicos de salud, que tengan divulgación y que se construya una buena infraestructura.

Este problema es debido a múltiples factores, pero uno significativo es que los modelos de negocio en el sector salud se han enfocado hasta ahora en personas que ya están aseguradas y tienen alguna capacidad económica. Por otra parte, muchas personas que podrían  necesitarlos  no  tienen,  por  ejemplo, acceso a una buena conexión de internet.

Ambos factores están en caras opuestas de la moneda y son limitantes. Ello, a pesar de que la ley permite que los servicios de telemedicina a través de los regímenes subsidiado o contibutivo sean cobrados y pagados.Desde el punto de vista filosófico se plantea el dilema de que en el futuro la tecnología llegue a un nivel tal que el personal médico no sea necesario.

Por ahora vamos en que todas estas herramientas son una ayuda para médicos y personal de salud que siguen ausentes en regiones apartadas donde urge un apoyo especializado, así sea virtual.

Contrario a lo que pasa en empresas financieras y del sector de negocios, por ahora la telemedicina no ha llegado a que sea un robot el que responda preguntas, sino que siempre se designa a personal de médicos, especialistas o enfermeras para que estén pendientes, den respuestas y brinden apoyo.

Pero el asunto va más allá de unas capacidades básicas en un celular o computadora portátil: los mismos dispositivos médicos pueden estar conectados a la red a través de internet de las cosas para que, pongamos el caso, un electrocardiograma tomado en un sitio alejado esté conectado con un centro de mayor complejidad. Por eso hablamos de todo un ecosistema que se debería desarrollar.

Las empresas prestadoras de salud deben pensar incluso que esto representa una oportunidad de llegar a la gente, de acceder a zonas donde puede haber solo un médico general o una enfermera para que el paciente tenga acceso a conceptos de un médico internista o de un especialista, que las citas no se tengan que demorar semanas o meses y que algunas actuaciones médicas se puedan solucionar a través de la tecnología.

Esto es una oportunidad que los servicios de salud no han explotado de manera eficaz. Le corresponde al gobierno y a los gremios médicos impulsar este tipo de iniciativas porque tenemos una falta grande de personal de salud en zonas rurales y áreas remotas. Existe por ley la facilidad de hacerlo y las compañías tienen no solo la posibilidad sino la obligación de implementarlo. Eso sería ayudar a democratizar más la salud.

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Las comunidades, con más conocimientos para salvar la bahía de Cartagena

Enero 26, 2022

Este lugar, orgullo de la nación y tesoro del turismo, se halla en estado crítico. Desde hace siete años, una investigación ofrece diagnósticos precisos que facilitan la toma de decisiones para mitigar los efectos de la contaminación y mejorar la calidad de vida de la gente a su alrededor.

Hay lugares que uno visita y queda con la sensación de no querer volver. Para mí, uno de esos fue Cartagena de Indias en diciembre de 2019. Aunque sé que hay desigualdades en todas partes, las que noté allá me impactaron mucho.

Hace poco volví por motivos laborales y hoy solo pienso cuánto me gustaría poder regresar para hacer trabajo con las comunidades, regresar para conocer más historias como la de Mirla Aaron Freite.

Tiene 51 años. Sus días comienzan bien temprano. Junto a “Popi”, su mamá, recibe a los vecinos con una taza caliente de café cerca de las cinco de la mañana. Ella es los oídos y la voz de sus vecinos.

Es una líder social y no hace falta ser muy astuto para adivinar que en sus venas corre algo más que sangre. En su mirada se le nota eso que hace pensar en un mejor futuro: la pasión y la ilusión. Quizá, esas dos palabras tambien podrían definir su vida.

Y es que no hay de otra. Pareciera que siempre sabe qué hacer y a quién acudir para resolver los problemas que rondan en su comunidad, una pequeña isla ubicada al sur del casco urbano de Cartagena con un tamaño similar al del municipio de Itagüí en Antioquia.

Ahí vive Mirla, esta líder social oriunda de Santa Marta, quien después de ir y venir por otros lugares de la costa Caribe colombiana decidió asentarse hace 25 años en este territorio donde se confunde la arena del mar con la tierra de sus calles sin pavimento.

Tiene dos hijos: un joven soñador que desde 2018 migró a Berlín (Alemania) y una chica trans que ha aprendido de su madre a hacer valer sus derechos.

Tierra Bomba es un lugar en medio del mar, pero sus casi 3500 habitantes no tienen servicio de agua potable. Allí, la oferta de empleo es casi nula, pero a todo el frente suyo se produce más de la mitad del producto interno bruto (PIB) del departamento de Bolívar, gracias al turismo.

En uno de los costados de su playa se bañan los niños en medio de las lanchas de sus padres y tíos, pero a unos 10 o 15 metros flotan pañales, mascarillas y muchas bolsas plásticas.

¿Cómo llegar a Tierra Bomba?

Esta es una de las preguntas sugeridas por Google y los resultados de la búsqueda normalmente muestran una realidad distinta a la que yo vi.

Ni aquello es mentira ni lo que les cuento es la verdad absoluta, pero definitivamente las monedas tienen dos caras y descubrir un poco estas dualidades fue, en sí, el objetivo de mi viaje.

En Tierra Bomba viven personas oriundas de diversas zonas del país, sobre todo de los departamentos cercanos.

También ha sido lugar de llegada de muchos migrantes venezolanos. Es un pueblo que vive fundamentalmente de actividades alrededor del turismo como la venta de comida, artesanías, servicio de masajes y de la pesca tradicional.

Como a todos, la pandemia los golpeó emocional y económicamente muy fuerte. “Prácticamente fue gracias a los pescadores que pudimos sobrevivir. Todos los días los esperábamos. Entre dos y tres pescaditos por familia. Nos ayudaron mucho”, recuerda Mirla sobre los días más cruentos del revolcón social que propinó ese agente casi invisible del cual aún hoy sentimos sus consecuencias..

La investigación es financiada por el Centro Internacional de Investigación para el Desarrollo de Canadá. Es liderada por la Universidad EAFIT, con participación de las universidades de los Andes y de Cartagena, y el apoyo de la Corporación Autónoma Regional del Canal del Dique y la Fundación Hernán Echavarría Olózaga. Foto: Pixabay

 

Pero tanto antes como después del COVID-19, Tierra Bomba debe enfrentar desafíos de grandes magnitudes que, por su complejidad, no tienen una única solución.

Se trata de la alta contaminación de la bahía de Cartagena, la zona común de Tierra Bomba y las comunidades de Barú, Ararca, Caño del Oro, Bocachica, Punta Arena y Pasacaballos que hacen vida alrededor de este cuerpo hídrico.

Durante casi 500 años, esta ha sido el puerto principal del Caribe colombiano, conocido también como “Puerta del comercio de América”. Gracias a su ubicación geográfica, es un punto estratégico para el transporte de mercancías y el asentamiento de cientos de empresas.

Hasta hace apenas unas décadas se conservaba como uno de los ecosistemas más preciados del país, pero todo ha cambiado: hoy la bahía es un paciente que requiere cuidados intensivos y ojalá existieran métodos tan efectivos como una vacuna para resolverlo.

“He estado en proyectos europeos de alto nivel y este está exactamente al mismo nivel e incluso más arriba. La forma como acá se involucra a las comunidades es fantástico. Es algo que personalmente nunca vi”. Flávio Martins, investigador asociado al proyecto, Universidad de Algarve (Portugal).

Impactos en la política y empoderamiento social

A partir de los resultados de Basic, el Tribunal Administrativo de Bolívar falló el año pasado una demanda contra instituciones nacionales y locales, ministerios, Alcaldía de Cartagena e incluso la Armada Nacional.

Se ordenó la creación de un plan de recuperación urgente y se creó para este fin el Comité Ambiental Interinstitucional para el Manejo de la Bahía de Cartagena por parte del Ministerio de Ambiente.

En esta instancia se cuenta con la participación de diversos actores de sectores y por primera vez en la historia se incluyen habitantes de la zona. Una importante herramienta para ello fue un diplomado dirigido a 20 representantes institucionales y 40 ciudadanos.

Entre ellas, Mirla, quien además es alta consultiva de nivel nacional, Mujer ONU y estudiante de último año de Derecho.

“Basic no te da un pescado, sino que te enseña a pescar. Ser una líder exige tener este tipo de capacidades y realmente no las teníamos. Hoy podemos incidir, defender, apoyar y aportar a nuestras problemáticas”.

 

Con las capacitaciones a la comunidad y a instituciones, los habitantes de la ciudad tienen mayores herramientas para asumir la defensa de su territorio. Foto: Cortesía del proyecto.

Un futuro prominente

Hasta final del año 2023, el proyecto contará con una tercera fase para el desarrollo de alertas tempranas que permitan hacer pronósticos de eventos de contaminación.

Con esto se podrá generar información y conocimiento para las autoridades ambientales. También se espera seguir buscando recursos para su sostenibilidad y un
mayor impacto en las personas.

Definitivamente, esta iniciativa es un referente para países en desarrollo que enfrentan realidades similares y es reconocer, como dice Mirla, que en el trabajo en equipo se logran soluciones comunes y acertadas, “que detrás de la ciencia hay grandes seres humanos, personas que han entendido que no existe un conocimiento técnico que pueda ser absoluto si no encuentra una línea directa de conexión con los saberes y los desafíos que tienen las comunidades”.

Autores

Christian Alexander Martínez Guerrero

Comunicador de la Vicerrectoría de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad EAFIT.

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​La alquimia del tiempo y la roca

EAFIT celebra 40 años del pregrado en geología participando en la mayor expedición paleontológica en la historia de Colombia

Las mañanas aquí pueden ser frescas y acogedoras. A veces hasta se levanta una brisilla suave que anima a salir a campo. El engaño, no obstante, dura poco.

Llegan las 10:30 y es como si una mano in​visible encendiera un gran horno... 30, 35, 40 grados centígrados. El sol se cierne agresivo sobre el paisaje de cactus, arbustos y matorrales creciendo a parches sobre el suelo expuesto y los turupes de las cárcavas rojizas por las que alguna vez fluyó el agua. Un par de horas después la lengua se pega al paladar y desaparecen del morral los obligatorios dos litros de líquido.

Tal es la bienvenida del desierto de la Tatacoa, Huila, a los novatos que venimos a “fosilear" durante una semana de mayo junto a paleontólogos, geólogos, paleobiólogos y otros profesionales curtidos por experiencias de campo, de al menos diez instituciones nacionales e internacionales.

Se trata de la expedición paleontológica más grande que se haya dado en Colombia, y el contingente de EAFIT es el más numeroso.

Dos profesores investigadores, una estudiante de doc​torado, cuatro estudiantes de pregrado y cuatro miembros de un equipo de comunicaciones vienen a demostrar lo que afirma Carlos Jaramillo, geólogo y palinólogo del Smithsonian Tropical Research Institute, y líder de la expedición: que la paleontología en Colombia está sucediendo hoy en Medellín y que “EAFIT es donde está el centro de esa a​ctividad".

Para la muestra, un botón: el profesor Andrés Cárdenas Rozo extiende sobre el suelo un enorme mapa geológico que muestra detalladamente la estratigrafía de la zona, y que junto con el geólogo Camilo Montes de la Universidad del Norte y otros colegas, elaboraron en 2021.

El mapa es crucial para saber qué edades tienen las rocas a nuestro alrededor, dónde está cada estrato y dónde ir a buscar qué. Examinamos atentamente el colorido plano, y luego, con los ojos de la imaginación, escaneamos el terreno bajo nuestros pies. Capas y capas de fósiles y trozos de huesecillos anidados entre sedimentos antiquísimos se agolpan como capítulos de una enciclopedia esperando ser hallados, leídos e interpretados. 

Cada uno, un lapso de tiempo geológico con su propio glosario, sus propios organismos, sus propios secretos sobre la vida y el clima del pasado profundo del norte de Sudamérica.

Pero es el intervalo que transcurrió entre hace 16 y 11,6 millones de años, un período geológico conocido como el Mioceno medio, el que les roba el sueño a todos estos investigadores, que acarician el suelo con la mirada y le rompen la piel con sus martillos.

Después de todo, la Tatacoa es parte de La Venta, hasta ahora el lagerstätte, o repositorio de fósiles del Mioceno más rico y en mejor estado de preservación de los trópicos, en todo el mundo. Tanto así que se le honró oficialmente con su momento geológico distintivo, el “Laventense".

La Venta nos da una idea de cómo era la vida del norte de Sudamérica en ese entonces. No hay otro lugar ni remotamente parecido a este en términos de su capacidad para mostrarnos cómo fue ese momento, cómo era la fauna en la región antes de la oleada principal del Gran Intercambio Americano de criaturas, cuando América del Sur era una isla gigante completamente separada e independiente del resto de las Américas.

Los fósiles que se han venido sacando a la luz en este bosque desértico y caluroso del presente están permitiendo entender que hace 13 millones de años este era un lugar totalmente diferente.

Un paisaje más bien plano, compuesto por pantanos, lagos someros, ríos, planicies de inundación, todos interconectados entre sí, cuando aún no existían los Andes, ni el río Magdalena, el Amazonas o el Orinoco. Un ecosistema llamado “Pebas", aparentemente más de selva proto-amazónica que de otra cosa, donde convivía un alucinante número de especies totalmente distintas a las actuales.

Desde peces de agua dulce, incluyendo un género que era capaz de vivir bajo y sobre el agua porque tenía pulmones, hasta hermosas tortugas gigantes, una asombrosa variedad de especies de cocodrilos tanto terrestres –una verdadera rareza– como acuáticos, serpientes, armadillos, aves, crustáceos, gliptodontes, ungulados, marsupiales, roedores y más murciélagos y especies de monos del Nuevo Mundo que en cualquier región fósil de América del Sur.

Las damas de los xilópalos 

Lo que poco se ve por aquí son fósiles de plantas. Los pastos, el polen, o las grandes hojas de los árboles, brillan hasta ahora por su ausencia por razones que los frustrados expertos no acaban de comprender. Aunque en esta expedición se hallaron hojas de palmas y algunas hojitas de un tipo de helecho acuático llamado salvinia, en parches muy pequeños.

Las plantas son la base de un ecosistema. Las que nos hablan del clima, de la humedad del ambiente, del tamaño de los bosques, de la fauna que podían sostener. Es decir, sin ellas, la película está incompleta. Lo cual es irónico porque los paleobotánicos que las estudian son contados en la mano.

La Universidad EAFIT, a falta de una paleobotánica, cuenta con una profesora y tres estudiantes. Dos de ellas están de suerte, porque lo que sí abunda en la Tatacoa es su especialidad: las maderas fósiles.

Las inspectoras de estos bosques distantes son la profesora Camila Martínez Aguillón, bióloga especialista en la ecología evolutiva de plantas tropicales, y su estudiante de doctorado Diana Karen Pérez Lara, una bióloga que vino a EAFIT desde su natal México siguiendo su interés en estos hermosos trozos de leños mineralizados.

Las seguimos por el desierto de Tatacoa admirando su destreza para detectar visualmente los troncos. Las científicas han recibido ayuda de los pobladores locales, que demuestran cómo, al ojo no avezado, una madera puede parecer una roca cualquiera.

“Nosotros no tenemos que excavar para sacar las maderas, sino que las vamos encontrando en el suelo, y es como que le dicen a uno 'oye, recógeme, acá estoy'", dice Diana Karen agachándose al lado de un fragmento de fósil de vetas jaspeadas alineadas en una misma dirección.​

“¿Ves estos poritos?", añade acercando las narices a la lupa de geología sobre el trozo previamente humedecido para ver mejor el detalle.​

“En realidad son vasos, tubos. De entrada, me están diciendo que no solo es una madera fosilizada, sino que se trata de un árbol que producía flores. Una angiosperma. Los poritos son vasos que transportan el agua desde la raíz hasta las hojas. Eso es una innovación evolutiva dentro de las angiospermas. Y también una indicación de que probablemente el fósil está bien preservado".

Eso significa que la alquimia que reemplazó el tejido de este tronco con minerales comenzó hace millones de años cuando el árbol quedó cubierto por sedimentos llenos de sílice, que junto a la acción del agua, se fueron filtrando y sustituyendo cada célula de la madera.

En el laboratorio, las investigadoras cortan las muestras en láminas de 5 milímetros de espesor, para luego pulirlas manualmente con polvos abrasivos hasta reducirlas a un grosor de entre 60 y 100 micras, que permita pasar la luz para observarlas bajo el microscopio. Cuando la madera está bien fosilizada, es posible ver las células “como cuando el árbol estaba vivo".

Por eso el subyugante nombre de Xilópalo, por la combinación de palabras griegas 'madera' y 'piedra preciosa'. Pero los xilópalos de la Tatacoa son mucho más que joyas.

De hecho, según ambas científicas, las plantas nos dan información más confiable que los vertebrados porque los animales se mueven. “En cambio, ellas se tienen que quedar ahí. Entonces han desarrollado ciertas adaptaciones para poder tolerar el estrés ambiental", dice Diana Karen. “Las maderas específicamente nos pueden dar pistas de cómo eran la precipitación y la temperatura, o si había temporada seca o no, y cuánto duraba".

Conoce la Exposición “Bosques del pasado: semillas que viajan en el tiempo​" en el Centro Cultural Biblioteca Luis Echavarría Villegas. 

Los paleobotánicos miden los anillos de crecimiento –que en plantas tropicales son menos conspicuos por la ausencia de estaciones marcadas–, aunque quizás lo que más se mide en las maderas tropicales fósiles son el grosor y la cantidad de los vasos, o poros, por milímetro cuadrado.

La presencia de menos de 20 vasos gruesos por milímetro cuadrado en la muestra indica que esa madera vivió en un lugar donde había mucha agua, mientras que más de 80 vasos muy delgados anuncian que se trataba de un bosque seco.

“En tres géneros de maderas leguminosas reportadas previamente para La Venta, Goupioxylon, Leguminoxylon y Terminalioxylon, se ha visto que no tienen vasos muy grandes", explica Diana Karen. “Pero tampoco son vasos típicos de un lugar seco, como el bosque seco de la actualidad. Estos árboles del pasado tenían una disponibilidad de agua bastante aceptable, pero no extrema".

Lo cual suena muy interesante porque en los últimos años se ha estado debatiendo qué tan húmedo era realmente el ecosistema Pebas. “Se podría pensar que esta parte del sistema Pebas en el que hoy es la Tatacoa era un poco más seca de lo que se calcula –​propone la investigadora–​​ pero por ahora sólo tenemos los reportes de esos tres géneros que hemos hallado hasta el momento, entonces no podemos hacer esa afirmación. Necesitaríamos al menos otros 20 morfotipos".

Tiene sentido, añade, que en la Tatacoa haya tantas leguminosas, que a diferencia de lo que uno pudiera pensar no son endebles plantas verdes, sino que el grupo también incluye árboles leñosos como la acacia y el tamarindo. Porque se sabe que las leguminosas siempre han sido más abundantes en zonas calientes. “Y justamente en Tatacoa las tenemos por montones durante este óptimo climático del Mioceno, cuando las temperaturas y los niveles de dióxido de carbono eran altos".

Otra madera que les está hablando muy claro a las dos expertas es la Goupia, que hoy en día es un componente importante del Amazonas y que crece también a orillas del Magdalena. “Estas goupias nos cuentan acerca de la conexión que existía entre Amazonas y Tatacoa. Eran árboles de unos 20 a 30 metros de alto, con unos 100 centímetros de diámetro. Nos podrían llegar a indicar si se trataba de un bosque húmedo tropical, o bien un lugar altamente inundable".

 

El trópico es la clave​

Para la profesora Camila Martínez, una clave del estudio de las maderas fósiles está en la ubicación tropical de la Tatacoa.

“El registro fósil de las plantas se ha explorado muy poco en general en el planeta y en los trópicos aún menos. Entonces cada pequeño hallazgo que uno hace en esta región es un gran descubrimiento para la ciencia. En Colombia la investigación que se ha hecho en ese campo es mínima o casi nula".

La otra clave es estudiar las maderas modernas porque “para poder interpretar el registro fósil tenemos que entender muy bien cómo funcionan las plantas hoy en día".

El plan ahora es proveer material didáctico para los museos y otros espacios en el desierto visitados por turistas. Eso incluye montar una exhibición sobre maderas fósiles en el Museo de Historia Natural de La Tatacoa, en La Victoria, donde se vive la paleontología de avanzada de esta región.

El museo, dirigido por los hermanos Andrés y Rubén Vanegas –oriundos de La Victoria–, con ayuda del Smithsonian Institute en Panamá, guarda unos 3,000 fósiles hallados por ellos mismos con sus colaboradores y por paleontólogos como los de esta expedición.

Los especímenes están estupendamente bien preservados y van desde huesos sueltos hasta el cráneo perfecto de un mico, tortugas, purusaurios y enormes gaviales con mandíbulas y vertebras articuladas, para mencionar solo algunos.

El museo es también el sitio de reunión donde los cansados pero emocionados investigadores se reúnen cada noche a mostrar los tesoros recogidos ese día en campo, tesoros que se quedan aquí mismo. Otros más, colombianos y extranjeros venidos de otros países, prefieren pasar horas sentados en el bien equipado laboratorio examinando e identificando fósiles de sus especialidades con los que hasta ahora solo han podido soñar.

En medio de todos ellos está Diego Urueña, un joven estudiante de geología y paleontología nacido en La Victoria que desde pequeño se dejó seducir por los tesoros del museo y los que están enterrados a su alrededor. Entonces fue becado por EAFIT y otros patrocinadores, y está en Medellín, metido de cabeza entre fósiles.

Bien podrá terminar dedicado a los de su Tatacoa natal, o por qué no, seguir las huellas de ballenas o dinosaurios. Pero de lo que está seguro es del enorme impacto social que la paleontología profesional ha tenido en la vereda.

“Nadie en este pueblo pensaba que era posible de vivir de recoger piedras, que eso era una pérdida de tiempo", dice durante un recorrido guiado por el museo, que cada vez atrae a más turistas. “Pero cuando ven que a alguien de acá se le presenta una oportunidad de estudiar en una ciudad, ven que eso vale la pena. Y es importante para el desarrollo de la comunidad, ya que a través del museo ha habido más desarrollo económico".

 

Una semana de calor y polvo en La Victoria se hace corta a la luz de los fósiles, las conversaciones fascinantes y la camaradería que hay en las expediciones. También, con los planes para el futuro. Durante la última salida de la expedición, nos sorprende un maravilloso caparazón de tortuga. Ayudando a mover a la criatura de piedra había al menos dos familias, incluyendo una pequeña paleontóloga en ciernes, brocha en mano.

Todos ellos escucharon las conferencias nocturnas que dieron los expedicionarios en un auditorio. El pueblo entero acudió a la celebración de los 100 años de investigación paleontológica de La Tatacoa, con todo y torta de cumpleaños a los fósiles de la región.

Esos fósiles merecen todas las tortas de cumpleaños del mundo. Porque son mensajeros de ese Mioceno medio, ese período que resulta ser el mejor ​análogo disponible para nuestra futura Tierra bajo el cambio climático exacerbado por los humanos.

 

Este artículo hace parte de una estrategia transmedia del Laboratorio de Divulgación Científica de EAFIT para la divulgación y apropiación social de la Colección Paleobotánica de la Universidad EAFIT, administrada por la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingenierías.

Autores

Ángela Posada-Swafford

Periodista científica egresada del MIT Knight Fellowship

Ilustración

Camilo Montoya Castaño

cmonto41@eafit.edu.co​

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Inventar es creer a ciegas en el futuro del mundo

Quienes hacen ciencia para desarrollar tecnologías innovadoras trabajan con la convicción de que, en el futuro, las soluciones que movilizan sus investigaciones serán escuchadas y aplicadas para resolver los problemas del mundo.

Para muchos científicos innovadores, sus proyectos se parecen a la idea de un equilibrista que inicia su camino sabiendo que hay un puerto seguro del otro lado.

Sin embargo, el viaje no siempre es lineal y muchas veces la sociedad o el mercado no están preparados para aprovechar el conocimiento o los inventos que apasionan a los científicos.​

Melissa Londoño Ávila, jefa de Transferencia de Tecnología y Conocimiento de EAFIT, reconoce que muchas iniciativas de innovación perecen antes de que el mercado las acoja: "el valle de la muerte es ese abismo en el que muchos desarrollos científicos y tecnológicos caen, sin lograr financiamiento, a pesar de su inmenso potencial".

A veces no basta con investigar e idear soluciones.

Además de las habilidades científicas, hay otras que también son necesarias para transformar el futuro, habilidades que se acercan más a las de un emprendedor.

Aunque se muevan los cimientos

Juan Carlos Botero, doctor en estructuras y docente investigador de EAFIT, ha dedicado años al desarrollo de una plataforma de monitoreo sísmico automatizado para edificios y estructuras. Su objetivo es aprovechar sensores para medir las vibraciones del suelo y detectar riesgos y daños potenciales para las construcciones.

Pese al reconocimiento que ha obtenido en seminarios y congresos, su iniciativa ha encontrado obstáculos que no permiten su aplicación a nivel industrial.

"Buscamos determinar cómo se mueven los edificios e identificar en tiempo real si hay algún riesgo o daño que pueda comprometer su integridad", explica el investigador.

Su investigación lo ha llevado a proponer cambios en las normas de sismorresistencia en Colombia, esperando que estas modificaciones beneficien la implementación de su tecnología y protejan la vida de muchas personas.

Sin embargo, el desinterés del sector privado –el cual suele preferir las inversiones de rentabilidad inmediata– ha retrasado la adopción de su desarrollo. "Es frustrante ver cómo una tecnología que podría salvar vidas y proteger edificaciones no se implementa por no estar aún en la norma", comenta Botero.

Mientras un automóvil actual tiene en promedio ciento cincuenta sensores que ayudan a conservar la vida de quienes viajan en él, un apartamento típico colombiano, que es uno de los patrimonios más importantes para muchas familias, no tiene un solo sensor que pueda anticipar riesgos y evitar tragedias.

“En Colombia se encuentra uno de los 'nidos sísmicos' del mundo, regiones que tienen una gran concentración de actividad sísmica, es decir, lugares en donde tiembla mucho. Está ubicado el municipio de Los Santos, Santander, y para prevenir el riesgo, tanto el sector privado como el gobierno y la academia tienen la tarea de unir esfuerzos para innovar más en sismorresistencia".

​​—​ Juan Carlos Botero Palacio, docente investigador de EAFIT.

De científica a emprendedora

Laura Sierra Zapata, doctora en ingeniería y bioprocesos, docente investigadora de EAFIT y fundadora de Astrolab Biotecnología S.A.S., ha comenzado a ver cómo sus ideas son acogidas por el mercado. Sierra ha trabajado en soluciones de diagnóstico y tratamiento para los microbiomas humano y animal que permiten entender cómo funciona el cuerpo y ayudan a comprender cómo interactúan los microorganismos con él, cómo afectan la salud y cómo podemos intervenir de manera más eficaz para prevenir y tratar enfermedades.

"Tuve que aprender a vender mi idea, educar al consumidor y encontrar aliados estratégicos en laboratorios clínicos", explica Sierra, quien debe alternar su trabajo en el laboratorio con las responsabilidades de ser emprendedora y líder de un equipo de trabajo.

Así, tiene la mira puesta en el microscopio y los datos, pero también en las oportunidades de promoción de su portafolio de servicios basados en conocimiento.

“La medicina está tendiendo hacia una mayor promoción de la salud. Mi trabajo podría resultar en que el microbioma, que es la comunidad de microorganismos que viven en nuestro cuerpo, se convierta en un biomarcador de nuestro estado de salud. Esto podría ser una realidad en el futuro cercano a través del desarrollo de tecnologías de uso rutinario".

​​—​ Laura Sierra Zapata, docente investigadora de EAFIT y fundadora de Astrolab Biotecnología.

Laura Sierra ha logrado algo crucial: hacer que su conocimiento sea relevante y útil para el desarrollo de una tecnología accesible para un público amplio. Mes a mes ve el crecimiento en la demanda de sus productos y servicios, aunque reconoce que aún queda un largo camino por recorrer.

"Es un esfuerzo continuo de educación y promoción, pero cada vez más personas y médicos reconocen la importancia del microbioma en la salud", destaca.

El desafío de ser un científico emprendedor

No basta con esperar a que el mercado esté dispuesto a escuchar. Los científicos deben ir más allá de la investigación, la ideación de soluciones y la divulgación. Necesitan desarrollar habilidades ligadas al mundo del emprendimiento que les permitan llevar sus innovaciones al mercado y hacerlas accesibles para la sociedad.

Las historias de Juan Carlos Botero y Laura Sierra muestran cómo los científicos son pioneros que hacen preguntas que el mercado muchas veces no anticipa y, a veces, parecen querer eludir.

Los altos costos, la ausencia de normas que exijan su avance para el beneficio común y la actitud centrada en retornos rápidos a la inversión son desafíos que solo algunos científicos y emprendedores de base tecnológica se atreven a enfrentar.​

Conoce más ideas y experimentos que salen del laboratorio para convertirse en soluciones innovadoras para el futuro.

Autores

Stiver Peña Guzmán

Comunicador de Nodo EAFIT.

Correo: spenag3@eafit.edu.co

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