¿Cuándo un hábito se convierte en una dependencia?
Muchas dependencias cotidianas, como el uso excesivo del celular, el trabajo sin descanso, el juego o las compras compulsivas, están tan naturalizadas que pasan desapercibidas. Desde la psicología, se advierte que estas prácticas pueden afectar la salud mental y distintas áreas de la vida.
De acuerdo con expertos eafitenses, estas dependencias también responden a dinámicas del sistema económico y cultural en el que vivimos. Reconocer las señales es clave para prevenir daños emocionales y abrir el diálogo sobre hábitos que, aunque aceptados socialmente, pueden ser perjudiciales.

No todas las adicciones se esconden en sustancias. En la actualidad, muchas formas de dependencia están ligadas a hábitos aparentemente inofensivos o incluso socialmente valorados. El celular, el trabajo, las redes sociales, el juego o las compras pueden convertirse en fuentes de ansiedad, angustia y malestar emocional. Sin embargo, al estar tan integradas en la vida diaria, pocas veces se reconocen como problemáticas.
Desde la psicología, explican expertos eafitenses, se ha empezado a visibilizar cómo estas conductas pueden derivar en formas de dependencia. “Esto ocurre cuando se instala un modo de relación rígido y privilegiado con las personas, los objetos o el mundo para afrontar las tensiones de la vida. Surge la creencia de ‘sin esto no soy capaz’ o, al menos, ‘es muy difícil’. Esa persona o ese objeto se convierte en un ‘tapón’ que silencia el malestar, la tristeza o la angustia; un tapón que, paradójicamente, a la larga genera más malestar en diversas áreas de la vida”, afirma Juan David Mesa Valencia, psicólogo de Desarrollo Estudiantil de EAFIT.
En este contexto, es importante diferenciar entre dependencia y adicción. La primera puede manifestarse como un vínculo emocional fuerte o necesario que, en ciertos casos, puede adquirir características patológicas. En cambio, la adicción se considera un trastorno complejo, caracterizado por la compulsión, el deterioro y la pérdida de control.
Juan David también señala que en un mundo que valora la hiperproductividad y la conexión permanente, no sorprende que el trabajo y el uso de dispositivos móviles hayan pasado de ser herramientas para convertirse en ejes de nuestra cotidianidad. La lógica dominante promueve la idea de que siempre se debe dar más: más horas, más resultados, más visibilidad. En especial para quienes emprenden, la consigna de “dar la milla extra” se ha vuelto una regla no escrita que responde tanto a exigencias externas como a expectativas personales.
A esto se suma la integración del celular como una extensión de la rutina. Ya no es solo un medio de comunicación: concentra vínculos afectivos, entretenimiento, estatus, dinero y, por supuesto, trabajo. Su uso constante no es casualidad, sino parte de una dinámica cultural y económica que incentiva su consumo. Más allá del análisis estructural, señala Juan David, es necesario interrogarse desde lo individual: ¿está al servicio de soportar un malestar emocional?, ¿cuál es la frecuencia y la cantidad de uso?, ¿estas actividades están afectando negativamente otras esferas de la vida?
Para Jorge Mauricio Cuartas Arias, profesor de la Escuela de Humanidades de EAFIT, una persona puede volverse adicta a actividades aparentemente inofensivas. “En la práctica clínica abordamos las dependencias comportamentales como dependencias que pueden construir una relación problemática con un objeto y convertirse en una adicción. Cuando se cumplen ciertos criterios como obsesión, tolerancia, abstinencia y conflicto con las situaciones que el sujeto vive a diario, hablamos de una condición que genera daños significativos”.
El profesor agrega que las señales psicológicas y emocionales de una dependencia en desarrollo pueden ser diversas. Entre las más comunes están el pensamiento obsesivo y la dificultad para detener o moderar la conducta, incluso al intentarlo repetidamente. A esto se suman la tolerancia (necesidad creciente de más tiempo y frecuencia) y los síntomas de abstinencia, irritabilidad o insomnio cuando no se realiza la actividad. Igualmente es frecuente la negación del problema, la racionalización y, con el tiempo, un deterioro emocional e interpersonal.
Entre los riesgos y consecuencias más frecuentes están la ansiedad, el estrés crónico y la depresión, producto de una constante exigencia emocional y la pérdida progresiva del placer en actividades que antes resultaban gratificantes. Asimismo, pueden aparecer síntomas como el burnout (estado de agotamiento físico, emocional y mental que resulta de la exposición prolongada al estrés laboral), el insomnio, la fatiga constante y los cambios de humor, lo que afecta la concentración, la tolerancia a la frustración y las relaciones personales.
Un detox de redes sociales
Una de las recomendaciones de los psicólogos eafitenses es desacelerar, entendiendo este gesto como un acto de resistencia y autoconocimiento. Detener el ritmo impuesto por el trabajo constante o el scroll infinito en redes sociales permite abrir un espacio para preguntarse, con honestidad, qué se desea realmente. Crear momentos libres de pantallas y de exigencias externas se vuelve fundamental para reconectar con las propias emociones. En ese proceso, también es posible identificar qué situaciones disparan las conductas dependientes, ensayar nuevas formas de afrontar el malestar emocional y, si es necesario, buscar acompañamiento profesional que facilite el camino hacia una vida más consciente y equilibrada.
Un caso ilustrativo es el de Elena Restrepo Henao, estudiante de Administración de Negocios y representante estudiantil de EAFIT, quien en diciembre de 2023 decidió hacer una pausa voluntaria en el uso de redes sociales. “El nivel de conciencia que yo construí en esos días fue muy especial. Te enfrentas a no hacer nada e invertir el tiempo en algo que no sea tan estimulante o lleno de dopamina como lo pueden ser las redes sociales. Entonces lees, descansas o conversas con las personas, porque se nos olvida que en el mundo presencial también eso es posible”, afirma.
A partir de su experiencia, Elena se unió a la profesora María Alejandra González Pérez para proponer un desafío práctico en la clase de Ética e Integridad. La actividad consistió en que los estudiantes hicieran un detox de redes sociales y llevaran un diario físico durante el proceso. El experimento reveló cómo muchos de ellos enfrentaron ansiedad por desconexión, pero también cómo, con el tiempo, descubrieron beneficios relacionados con el bienestar personal y la reconexión con actividades presenciales.
Los expertos insisten en la necesidad de revisar críticamente nuestros hábitos. “El primer paso, creo yo, es reconocerlo. El segundo, pedir ayuda. Y el resultado, tras un esfuerzo, es regresar a una vida más plena, saludable, en la que se construya un verdadero bienestar”, concluye el profesor Jorge Mauricio.
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Última actualización
August 6, 2025