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El abrazo de la madre naturaleza

En la naturaleza existen ejemplos claros de cómo las relaciones de confianza
 son fundamentales para la supervivencia de una especie, la salud de un ecosistema
 y la misma vida humana. Quizá es tiempo de escucharla y apreciar su belleza.


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​Andrés Giraldo C. Colaborador


E

En la última etapa de su vida, el ​​naturalista prusiano Alexander von Humboldt escribió y publicó Cosmos, una obra compuesta por cinco volúmenes que presenta un panorama general del universo y reúne su prolífico pensamiento científico y humanista. A través de Cosmos, Humboldt sostiene que la naturaleza es una entidad viva, que todos los organismos están conectados en un complejo tejido y que nuestra respuesta ante esta debería basarse en nuestros sentidos, emociones y sentimientos, una postura novedosa en aquella época.

Casi dos siglos después de la publicación del primer volumen (1845), su propuesta sigue siendo retadora. Por lo general, las sociedades humanas se comportan como organizaciones ajenas y lejanas al mundo natural, un mundo que se nos presenta como agreste, incluso peligroso. En otras palabras, desconfiamos de la naturaleza, aunque somos parte de ella. Así, al preguntarnos por esta paradoja, quisimos explorar qué tiene la naturaleza para enseñarnos sobre la confianza.

El hecho de confiar o desconfiar está cubierto de tanta cotidianidad que es complejo definirlo. En 1972, el filósofo israelí Nathan Rotenstreich intentó hacerlo a través de un texto titulado On Confidence. Rotenstreich plantea que la confianza es una forma de apuesta conjunta, en la que debe haber una disposición o actitud que se basa en la convicción de que otra persona se comportará de cierta manera. Esto produce en aquel que confía una actitud de confianza, que también se ve reflejada en el depositario de ella. ¿Qué tan cercano puede ser este concepto en el mundo natural?​​​​​

naturaleza-confianza.png

Ilustración, ​Cesar Franco



​​La confianza dentro de la naturaleza

Para Juan Fernando Díaz Nieto, docente del Departamento de Ciencias Biológicas de EAFIT, la respuesta puede estar más cerca de lo que parece: “Un perro siempre sabe a quién se le acerca”. El profesor Díaz, que es experto en mamíferos, también destaca cómo los integrantes de una manada confían en sus cercanos y eso hace posible que funcionen como sociedad. Un ejemplo es la crianza cooperativa, que se presenta tanto en mamíferos como en aves: “en algunos casos, solo una pareja se está reproduciendo, y los otros adultos (los tíos y los primos) ayudan en su crianza. Así aseguran que sus genes pasen a la siguiente generación, aunque sea en una pequeña fracción”.

Otro tipo de confianza se genera frente a la pareja reproductiva. En el caso de las aves, es común que se construya en el cortejo, en el que salen a relucir plumajes y danzas vistosas. En los mamíferos, esta confianza se deposita en una pareja que tenga las condiciones para proteger a una futura familia. Así, la hembra confía en que el macho le dará unos buenos genes a su descendencia.

Pero es quizá en los monos donde se encuentran los comportamientos más llamativos. Según Sebastián Orozco Montilla, biólogo y especialista en estos animales, la confianza en ellos se ve en sus estructuras sociales. Por ejemplo, los monos araña se organizan en comunidades dinámicas que pueden llegar a ser de hasta 40 integrantes. Dependiendo de factores como la disponibilidad de recursos, estas comunidades se dividen y unen por periodos. “A veces no son los mismos, y claro que hay disputas y mejores amigos; pero siempre terminan confiando en el grupo como un todo”.

“Para los primates todos los individuos de su comunidad son esenciales para que el grupo se mantenga unido y tenga un mejor futuro. Cada uno tiene su rol y ellos saben que cuidarse todos es cuidarse a ellos mismos. Quizá podemos aprender eso de ellos”, concluye el experto. De hecho, los monos también pueden confiar en los humanos. Los primatólogos consideran que una comunidad se habitúa a un investigador cuando se comporta de manera auténtica en su presencia. Esto solo ocurre luego de un dedicado seguimiento a las comunidades de monos, incluso por varios meses o años, por parte de los investigadores.

Los monos nocturnos son otro buen ejemplo. En el Neotrópico (trópico de América), existen once especies de este tipo de monos, de las cuales ocho de ellas habitan en Colombia y tres son endémicas (solo se encuentran en el país). Son animales monógamos, eso quiere decir que tiene una pareja para toda la vida, un tipo de compromiso que, según Orozco, se basa en cierto tipo de confianza en que es mejor permanecer juntos que separados. Con esta pareja no solo se duerme y consigue alimento; también se reproduce y garantiza la perdurabilidad de los genes.

Pero también se pueden encontrar ejemplos de confianza más cercanos. Juan Fernando Díaz señala que existen estudios que demuestran cómo humanos y perros comparten rutas metabólicas que generan relaciones de confianza. “Hay un paper muy bonito en el que se describe la generación de oxitocina cuando hay un acercamiento entre humanos y perros, incluso con el solo hecho de mirarse. Puede decirse que es amor a primera vista”. ¿Nos puede ocurrir lo mismo con otras especies? ¿Somos capaces de confiar en la naturaleza?​


​​Naturaleza, humanidad y confianza

Según Rotenstreich, la confianza no nace de la nada, se basa en la expectativa de que una acción o situación tendrá lugar porque así lo sugiere la experiencia. A veces, incluso, somos capaces de confiar en otro, aunque la experiencia nos aconseje no hacerlo. En parte porque confiar no siempre es un acto racional. El hecho de confiar es en sí mismo un tipo de acto generoso y recíproco, un riesgo que se corre sobre la expectativa de cierta fidelidad futura y la esperanza de la reciprocidad presente.

A veces los humanos tomamos ese riesgo y confiamos en la naturaleza, muchas veces con base en la experiencia o nuestra capacidad para aprender y conocer de otros seres vivos. Este es el caso de la relación que podemos construir con algunas plantas. Como lo explica Alejandro Giraldo, egresado del pregrado de Biología de EAFIT, aunque no podemos esperar una acción recíproca de las plantas, sí confiamos en ellas como agentes que nos brindan salud, paz y bienestar.

Esta relación parece ser más evidente en las comunidades que pueden mantener un contacto más estrecho con la naturaleza. Giraldo explica que en el Parque Nacional Natural Los Nevados aprendió que los campesinos tienen la costumbre de saludar un árbol que llaman Pedro Hernández (Toxicodendron striatum): “El árbol es supremamente tóxico; el solo hecho de estar cerca de él genera irritación. Entonces, si lo ves, te quitas el sombrero y lo saludas. Así evitas que te haga daño, evitas el riesgo y la desconfianza, pero más allá de eso, aprendes a tratarlo con respeto y a confiar en lo que se sabe de él y lo que representa”.

Otra manera de confiar en las plantas, y en general de la naturaleza, es a partir de los beneficios que obtenemos de ellas. A esto se le llama “servicios ecosistémicos”, un enfoque calificado como antropocéntrico, pero que ha demostrado su utilidad. “Confiamos en que las plantas pueden limpiar el aire que respiramos, brindarnos materiales para construir nuestros hogares, fibras para vestirnos, alimento para nuestras mesas y belleza para nuestra alma. Ese disfrute estético a mí personalmente me genera seguridad”, afirma Giraldo.

Sin embargo, no siempre esta relación humanidad-naturaleza se presenta tan virtuosa. Díaz explica que, a causa de la pandemia por covid-19, y de otras enfermedades zoonóticas como el ébola, se ha generado un fuerte movimiento de inseguridad y rechazo al mundo natural, un proceso que no es nuevo y que se presenta como el resultado de la modernidad. Se trata del miedo a un mundo salvaje que nos parece hoy desconocido.

“La naturaleza nos provee muchos más beneficios que problemas. Nosotros somos de hecho parte de la naturaleza, lo que ocurre es que hemos generado ambientes artificiales que nos alejan de ella. Yo creo que son precisamente esos ambientes artificiales y el estar desconectados de ella lo que nos hace sentirnos ajenos y nos priva de sus beneficios. Por eso, necesitamos conocerla, interactuar con ella. Y no se trata de volvernos expertos, es cuestión de eliminar esa barrera para poder sentirla, tocarla, estar en ella”, concluye el profesor Nieto.

Quizá esta sea otra de las rutas que debemos explorar para enfrentar los numerosos retos que plantea el reciente informe IPCC 2021 de la ONU sobre el clima. En últimas, se trata de revisitar posturas como la de Humboldt, que hace poco menos de 200 años se percató de que la humanidad es un hilo de un gran tejido interconectado, tejido que se basa en el orden y la belleza y que no es otra cosa que la naturaleza. Depositar nuestra confianza en este tejido implica garantizar un futuro posible para la humanidad; y para lograrlo, es urgente conocerla y reconocer nuestro rol en ella.​

​Convencido de la necesidad de acercar a los niños a la naturaleza, el profesor Juan Fernando Díaz trabaja con EAFIT en un proyecto para acercar a las familias a los entornos naturales: “estamos pensando en formas de llevarlos a conocer áreas naturales de manera segura, pero muy práctica. Queremos que los niños y sus padres toquen, sientan, conozcan de cerca un murciélago, un ave, un marsupial. Es que conocer es el primer paso para confiar”, señala.​​​


​​Lecturas inspiradoras alrededor de este tema

Aquí te ofrecemos los títulos y los códigos para que las encuentres en la Biblioteca de EAFIT:

La invención de la naturaleza, de Andrea Wulf. Pone en contexto la magnitud del impacto que tuvo Alexander von Humboldt en la ciencia y la sociedad en general

Biofilia, de Edward Wilson. Recomendada por el profesor Juan Fernando Díaz


El abrazo de la madre naturaleza