Usted menciona en la columna que confiar asusta y allí mismo afirma que a través del acto de la confianza delegamos porciones de nuestra vida en otros. ¿Siente que es posible confiar nuestra vulnerabilidad en las actuales circunstancias, en un momento de tanta incertidumbre y en el que la gente confía tan poco?
Mostrarnos vulnerables no es sinónimo de debilidad, es señal de coraje y resiliencia. Ahí hay mucho de machismo, creo. Como si confiar, ser amables, vulnerables, reconocer nuestras fallas implicara de por sí una derrota. Pierde el que no aprende. Confiar implica soltar un poco y, por supuesto, que el otro también suelte y ceda. Eso se podría lograr con conversaciones más abiertas e igualitarias. Aún somos una sociedad y tenemos unas organizaciones donde las relaciones están demasiado mediadas por el estatus social, el género, la edad, etcétera. Hay más jerarquías que reconocimiento de la dignidad humana intrínseca de cada persona. Cuando somos iguales, y eso pasa en democracias sanas y en organizaciones sanadoras, el miedo comienza a desaparecer.
Las organizaciones son prioritarias en la vida de una comunidad. Inclusive, en los momentos más aciagos de nuestra sociedad, muchos colectivos fueron fundamentales para la recuperación de confianza. Algunas de estas en la actualidad pareciera que están en deuda. ¿Cómo puede haber una renovación de confianza en doble vía que involucre a los ciudadanos y a las organizaciones?
Como dice Jonathan Haidt, somos 90 % primates y 10 % abejas, en el sentido en que nos entendemos como parte de grupos sociales. Por eso, el capital institucional y moral de una sociedad tiene que ver con la solidez de sus organizaciones estatales, sociales y privadas. Ahí reside, en buena parte, la estabilidad de los estados democráticos liberales. Entender la confianza sistémica es clave. El rol de las empresas, las universidades, los gobiernos, las cajas de compensación y las organizaciones sociales es fundamental para generar ambientes propicios para la construcción de confianza. Si una institución, como por ejemplo mi empresa o los jueces, traiciona mi confianza y nadie me defiende de esto, empezaré a desconfiar de todo y de todos con más frecuencia. Acá vuelvo a la conversación entre iguales. Las empresas, por ejemplo, estamos llenas de “canales” de venta, de servicio, de comunicación, pero ¿los usamos al menos de vez en cuando para escuchar?
El profesor Jorge Giraldo, exdecano de Humanidades de EAFIT, dice que esta sociedad ya vivió la renovación de un contrato social. Se refiere al acto de perdón y resiliencia que experimentó la región luego del flagelo del narcotráfico y que le permitió vivir lo que se ha llamado la transformación de Medellín. Con la crisis asociada a la confianza que tenemos en la actualidad, ¿considera que haría falta reescribir como sociedad un nuevo contrato social e iniciar una nueva transformación?
Yo no creo en las reescrituras totales, ni en las transformaciones que dividen la historia en dos. Desconfío cuando las cosas suenan a una revolución, prefiero las conversaciones abiertas y los procesos graduales. Por supuesto que el liderazgo puede acelerar estos procesos, pero no imponerlos. Dicho esto, usaría una palabra de la biología para responder. Debemos buscar que sucedan pequeñas mutaciones con alto impacto, en las instituciones, en las políticas públicas, en la cultura de las organizaciones, para que se vayan dando pasos en la dirección correcta. Las democracias estás en una crisis global, dicen muchos. Colombia, desde luego, tiene los mismos riesgos.
Yo diría que la democracia liberal y el libre mercado han dejado una huella positiva en crecimiento, mejora general de bienestar y disminución de pobreza. También ha generado problemas tan delicados como el cambio climático o la desigualdad social. Ahí es cuando algunos pretenden derribar lo construido, pero nosotros, desde las universidades y las organizaciones privadas debemos más bien cuestionarnos, evaluar qué debe ajustarse, hacerlo sin titubear, avanzar y seguir evaluando y conversando. Debemos oír las voces de los jóvenes, de los excluidos, de los más frágiles y actuar en consecuencia. Sería algo como “volvernos a poner frente al espejo”, como lo hemos planteado en nuestra publicación sobre la encuesta mundial de valores. Comprender a los otros, sean quienes sean los que así define cada uno, debe ser una obsesión para ser una sociedad más incluyente.
¿Qué rol deben jugar las universidades y otras entidades relacionadas con la educación en esta recuperación de la confianza?
Juegan un papel definitivo. Las universidades y demás espacios de aprendizaje son puentes entre el pasado, el presente y el futuro de una sociedad. Nos ayudan a reconocer nuestra historia y nos permiten analizar y comprender el presente para construir e imaginarnos un mejor futuro. Las universidades son instituciones que gozan de muy buenos índices de confianza, son percibidas como espacios de libertad y de encuentro entre las personas y las ideas. Necesitamos más lugares como la academia, de encuentro entre diversos sectores, donde se conversa de cualquier tema con respeto, donde se debate sin violencia y se cultivan las virtudes humanas y ciudadanas que construyen confianza.
Una crisis de confianza y de falta de credibilidad como la que vive la sociedad actual puede acercarnos a discursos populistas y aún más polarizadores que agudicen el problema. ¿Cómo hacerle frente a una situación de este tipo?
Sinceramente no sé bien qué responder a esta pregunta, desde el punto de vista de ideas para el colectivo social. Creo que, por ejemplo, el tema de la polarización y el odio en las redes, asunto que facilita los populismos, debe ser analizado con mucho cuidado. Sí les puedo contar qué trato de hacer yo en mi vida personal y profesional. Trato de ser confiable, de cumplir mi palabra. Leí hace poco que la reputación tiene el mismo fenómeno que el interés compuesto. Si se cumple con lo esperado por los otros, con lo prometido implícita o explícitamente, uno va acumulando confianza progresivamente, cada vez en mayor volumen y con mayor velocidad.
No respondo agresiones ni amenazas en redes, hablo con sinceridad, cuido la pureza de mis intenciones, cuando veo que me equivoco me disculpo y resarzo. Hago hasta lo imposible por mantener el control de mis emociones, me tengo prohibido el odio y la violencia en todas sus formas. La pregunta que me hago cada día es ¿cómo puedo aportar a la democracia colombiana y a la mejor calidad de vida de las personas dentro de mi círculo de influencia?
¿Por qué es necesario, inclusive pensando en nuestra supervivencia como sociedad, Cultivar la Confianza tal como lo plantea en la columna que escribió en septiembre de 2020?
Me atrevo a pensar que el cultivo de la confianza, y el verbo es deliberado, es un largo proceso, no lineal ni predecible, que no podemos evadir. Digo esto porque es una de nuestras tareas más urgentes como seres humanos y como sociedad. Confiar supone derribar los muros que hemos construido para “protegernos” de aquello o aquel que no conocemos o que no entendemos, o que no nos gusta. Estos muros nublan nuestra posibilidad de mirar a través de nuestros sesgos para darnos cuenta de que “todos somos gente”, como dice un colega. Casi todos nosotros buscamos, al fin y al cabo, vivir sin miedo, disfrutar de una vida tranquila. No creo que la confianza se reconstruya como un edificio, sino que se cultiva como un jardín, se cuida como un bosque. No sabemos cuándo habrá flores o frutos, sabemos que nuestra tarea como jardineros no terminará jamás y, sin embargo, debemos asumir nuestro deber con una lenta y persistente paciencia.
¿Cómo se podría generar confianza entre extremos? Inclusive, entre puntos tan distantes a los que no se les ve que concuerden en algo o en alguien.
Buscando los valores que tenemos en común. Algunos dicen que todos tenemos en común la compasión y la justicia, por ejemplo. Quizá debamos buscar a aquellas personas que están abiertas para conversar, aunque sean completamente diferentes en su pensar y forma de vida a nosotros. Luego, me imagino, nos debemos sentar a hablar, no para convencernos mutuamente sino para conocernos en el nivel más personal y humano, antes de hablar de ideas o de creencias religiosas o políticas. Todos tenemos una madre o un padre, unos amigos, un barrio, tuvimos mentores y maestros, tenemos tristezas, hemos perdido a alguien, sabemos lo que es tener miedo. De ahí, de repente, comience a brotar una brizna de confianza. Confío en que empresas, universidades y colegios pueden ser el escenario más idóneo para estos encuentros.
¿Cómo formar una ciudadanía digital responsable que mida las consecuencias de opinar sin ningún fundamento en las redes sociales y evite la propagación de fake news, lo que también puede minar la confianza de las personas?
Pienso en Nussbaum y en Sin fines de lucro. Formar en las humanidades, desde la práctica. De nuevo, el sistema educativo puede ayudar mucho. Hacer teatro para conocer la condición humana y sentir empatía con los demás chicos, viajar a donde nos dé más miedo ir, aprender idiomas para ver que hay otros códigos culturales y otras historias posibles, son algunos ejemplos. Leer los clásicos, antiguos y modernos, puede ser la mejor forma de hacer viable de nuevo nuestra civilización.
El mundo está saliendo de una pandemia que se ha extendido más de lo que en un principio imaginamos. También como humanidad afrontamos un desafío aún mayor: revertir en parte el cambio climático y las consecuencias que este fenómeno trae. Ante un panorama de estas características, ¿cómo promover en la ciudadanía confianza en el futuro desde un escenario de liderazgo como el que usted ejerce?
Dos ideas, para ir tejiendo. La primera, actuar de una forma posibilista, ni pesimista irredento ni optimista ingenuo. Sería algo así como decía Savater hace unos meses, que no se trata tanto de pensar qué pasará sino de hacer lo que debemos hacer para que pase lo que debe pasar. En el Bhagavad Gita se dice algo parecido, asumir nuestro deber como personas de nuestro siglo, ser parte de la solución dirían otros.
Segundo, más práctico, en las organizaciones de hoy debemos ser ejemplares, convertirnos en lugares seguros y confiables para empleados y demás públicos. Eso implica también ser activistas de ciertas causas, aunque no estén alineadas con nuestros intereses del corto plazo, como el cambio climático, la desigualdad social, la prensa libre e independiente. Finalmente, no puede ser tan difícil, las empresas hemos sido mucho mejores que los gobiernos en tener visión de largo plazo. Solo que acá no se trata solo de nosotros, de nuestros accionistas, sino de la humanidad, de la democracia liberal, de la humanidad entera.
“Confiar supone derribar los muros que hemos construido para “protegernos” de aquello o aquel que no conocemos o que no entendemos,
oque no nos gusta”.