Para Santiago Londoño el reto era replantear sus propias preguntas y superar el filtro (¿sesgo?) institucional que lo había acompañado en sus cargos y responsabilidades políticas recientes. Pero, desde sus experiencias distantes y diversas, tenían una pregunta compartida: ¿cómo entender y transformar territorios tremendamente complejos en un ambiente generalizado de polarización y pérdida de confianza?
La apertura, el respeto, la humildad y la certeza de que en la experiencia del otro había herramientas y conocimientos necesarios para ampliar la mirada propia y para entender mejor los procesos urbanos y ambientales, permitió que las conversaciones iniciales dieran paso a la decisión de emprender la tesis de investigación conjuntamente. Una unión improbable que se concretó en la academia, en el texto Tejer el territorio, algunas de cuyas conclusiones y recomendaciones, hoy, para nuestra alegría, se convirtieron en un proyecto promovido por la Fundación Proantioquia y EAFIT llamado Tejeduría Territorial, que actualmente adelanta conversaciones entre empresarios, líderes territoriales, organizaciones sociales y academia en las comunas 8 y 13 de Medellín.
La Comuna 13, espacio vital del AKA y lugar fundamental para entender la historia de Medellín, fue el territorio elegido. En sus barrios y en la interacción de varios actores quisimos comprender las relaciones y los procesos de gobernanza desde 1990 hasta 2019. ¿Cómo salimos de la crisis del narcotráfico de finales de los 80 y principios de los 90?, ¿qué papel jugaron los procesos de planeación y participación local en los cambios vividos por la comuna?, ¿cómo afectó el conflicto armado y la violencia sistemática a los procesos de participación y planeación en el territorio?, ¿en dónde están los grandes bienes públicos de infraestructura del territorio y por qué y cómo llegaron allí?
Encontramos en Elinor Ostrom, Premio Nobel de Economía en 2009, la fundamentación teórica para emprender el camino de la investigación. La insistencia de la académica estadounidense en las capacidades de colaboración y construcción colectiva de las comunidades, con el artículo Más allá de los mercados y los Estados (publicado en la Revista Mexicana de Sociología) nos permitió entender cómo la comunicación asertiva, el reconocimiento mutuo y la construcción de confianza, acciones que acompañaban nuestro proceso personal y de amistad, permiten que diferentes actores sociales logren acuerdos exitosos para la administración de bienes comunes. Con Ostrom se reivindicaron los poderes y las capacidades de las comunidades y la necesidad de encontrarse para construir de manera conjunta.
A partir de múltiples entrevistas y de una extensa revisión bibliográfica, encontramos que los procesos de planeación del territorio de los años 90, liderados por la sociedad civil y agenciados por la ciudadanía, habían identificado los retos principales y propuesto las soluciones que años más tarde fueron fundamentales para las intervenciones del urbanismo social del Proyecto Urbano Integral (PUI).
Identificamos que la política pública de planeación local y presupuesto participativo había logrado impulsar los procesos de participación ciudadana en la comuna, oxigenado y renovado los liderazgos locales y fortalecido la legitimidad de la administración municipal, fuertemente cuestionada después de las operaciones militares de 2002.
La investigación, no obstante, también nos dejó ver cómo la concentración de funciones en cabeza del Estado, así como los cambios en las reglas de juego de la participación ciudadana habían desgastado las conversaciones y alejado a algunos actores, lo que fracturó y fragmentó los territorios. Dos hechos posteriores a la fecha de análisis han magnificado y profundizado los hallazgos de la tesis. Por un lado, la pandemia, las cuarentenas y sus complejos efectos sobre las comunidades y los territorios. En segundo lugar, el estallido social de principios de 2021 con las tensiones, la violencia y la polarización resultante.
Vivimos en sociedades complejas, expuestas a grandes presiones con profundas grietas de desigualdad que reclaman diálogos y conversaciones sostenidas. Las instituciones democráticas enfrentan cuestionamientos y bajos niveles de confiabilidad. Sin conversaciones, las ciudades se convierten en territorios fracturados y sus habitantes en seres distantes, desconfiados o simplemente enfrentados.
Nuestro esfuerzo, no solo desde el urbanismo, debe ser el de propiciar más y mejores conversaciones entre personas y organizaciones con historias, trayectorias y proyectos diferentes. Conversaciones que partan del ser, del reconocimiento mutuo y que le apunten en un primer momento a la construcción de confianza. Conversaciones que no eviten los debates o las preguntas incómodas, pero que se hagan desde el respeto y la certeza de que ningún proceso estable, duradero y transformador es posible sino desde la diferencia y el pluralismo. Nos hacen falta muchos más encuentros improbables.