¿Cómo puedes contribuir, con tu conocimiento, a los territorios y comunidades que más lo necesitan? Esta pregunta no va en ningún examen sorpresa, pero es importante que, desde ya, la incorpores en tu experiencia universitaria. Desde tu ingreso a EAFIT comenzaste a hacer parte de una comunidad de conocimientos y saberes en permanente conexión con todas las organizaciones que integran la sociedad, y con cada actividad, iniciativa o propuesta en la que te involucres, estarás contribuyendo para que sigamos transformando realidades, aportando valor y llevando soluciones a las comunidades, territorios y escenarios que más lo necesitan.
Hoy queremos invitarte a conocer el tercer eje de nuestro Proyecto Educativo Institucional: Construcción de tejido social productivo, y todas las opciones que tienes para sumar tu aporte.
EAFIT nació para responder a una necesidad que se había identificado en un momento específico de nuestra región –formar profesionales en el campo de la administración y los negocios– y, con el paso de los años, fue incorporando nuevos saberes que enriquecieron nuestro proyecto científico y humanista. La Institución reconoce ese camino y, al mismo tiempo, se conecta nuevamente con su ADN para seguir generando valor y desarrollo sostenible a partir de las capacidades y experiencias puestas al servicio de las empresas, los sistemas públicos y los emprendimientos.
Conoce nuestras capacidades con:
Nodo es un centro para personas dispuestas a aprender a desaprender, a pasar de la teoría a la práctica, a cuestionarlo todo, a hacer que los datos sean más humanos y a hacer de la tecnología mucho más que un dispositivo o una red.
Sorpréndete por el gran abanico de soluciones que puedes crear, elige nuevas perspectivas y formas de aprendizaje y desarrolla capacidades útiles en un entorno cambiante y desafiante.
On.going es un centro de emprendimiento para crear el nuevo tejido empresarial y dinamizar la comunidad emprendedora de Medellín, Colombia y América Latina.
Si visitas los pisos 1, 2, 8 y 9 del bloque 1 podrás ver cómo estos lugares se han convertido en la casa de los emprendimientos de impacto, esos que tocan a sus comunidades, que ayudan a transformar realidades, que generan empleo y que tienen un propósito superior que va más allá de crear un negocio. Desde aquí se está transformando la idea que existe alrededor del emprendimiento en el país, donde se fomenta una mentalidad capaz de ver el mundo al revés.
On.going opera a través de las siguientes unidades:
Es el espacio de los emprendedores. Tiene un coworking con NEWO, un landing empresarial y un ciclo de eventos que les permite a empresarios, emprendedores e inversionistas conectarse a menos de un café, desde un punto estratégico de la ciudad.
Es una membresía creada para empresas que buscan conectarse con el ecosistema emprendedor y sus actores más relevantes, todo alrededor de la innovación abierta y el apalancamiento de negocios existentes.
On.going Academy es una plataforma de formación, con cursos ideados para emprendedores, equipos de trabajo, estudiantes y todas las personas curiosas que quieran tener proyectos más sostenibles y competitivos.
Es una incubadora de ideas de negocio donde se potencian las ideas de negocio de la comunidad eafitense. Desde aquí se crea el nuevo tejido empresarial y se genera mentalidad emprendedora. La plataforma cuenta con una red de mentores, fundadores y expertos en diferentes temáticas claves en el proceso de ideación y desarrollo de las idea de negocio.
En los meses de confinamiento, el mundo se paró pero la naturaleza siguió su camino, se recuperó y tuvo un respiro. Ese alivio temporal fue un llamado para que la academia y los gobiernos le apuesten a mayor investigación y a fortalecer instrumentos políticos con enfoque socioambiental.
Las imágenes le dieron la vuelta al mundo y se volvieron virales porque parecían sacadas de un capítulo de la Tierra sin humanos. Ciervos en las calles de Tokio, cabras montesas paseándose por Madrid, zorros en Londres y pumas en Santiago de Chile; fotografías satelitales que mostraban la disminución de gases sobre China o en el norte de Italia; el regreso de las aguas cristalinas a los canales de Venecia, ¡y con peces!, aeropuertos vacíos, ciudades sin turistas...
Así, a medida que la pandemia por COVID-19 se abría paso en el mundo, cerrando comercios, vaciando lugares emblemáticos y obligando a los diferentes gobiernos a dictar medidas de aislamiento y confinamiento, la naturaleza también fue reconquistando, durante esos meses, su terreno en las ciudades.
Matt McGrath, corresponsal de medio ambiente de la BBC, expresó en su momento que nunca antes en la historia de la humanidad, ni siquiera con las guerras o las recesiones económicas, el planeta había dado un respiro tan grande como el que se estaba viviendo.
Y no se equivocaba. El descenso de las emisiones de CO2 en la primera mitad de 2020, según Natural Climate Change, fue de 8.8 % (pero se redujo a un 6.5 % con las reaperturas progresivas); la caída de las emisiones de dióxido de nitrógeno fue de un 20 % en algunos de los países más golpeados por el coronavirus como China, Italia y Estados Unidos; y según la Agencia de Energía Internacional, en este mismo año, el mundo usó un 6 % menos de energía.
Sin embargo, este alivio no es suficiente, pues investigadores de la NASA y del Instituto de Oceanografía Scripps, de la Universidad de San Diego (Estados Unidos), advierten que para que el respiro planetario tenga mayores beneficios la reducción de emisiones de CO2 debe ser de un 10 % global sostenido y prolongado por al menos un año.
Se trata de una opinión a la que se suman Alejandro Álvarez Vanegas, docente de Cultura Ambiental de la Universidad EAFIT; Santiago Mejía Dugand, investigador del proyecto Peak-Urban EAFIT; y Paola Arias Gómez, investigadora de la Escuela Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia, quienes coinciden en que es necesario tomar los aprendizajes recogidos hasta el momento y convertirlos en intereses investigativos para evitar un posible coletazo ambiental durante el proceso de reactivación económica.
“Es evidente que durante la pandemia cayó el consumo de energía y hubo una disminución en la generación de emisiones o residuos, pero esto fue solo un momento valle. Ahora se espera que el sistema económico arranque con todo su poder y para tratar de recuperar el tiempo perdido no sería raro que volviéramos a los mismos niveles de contaminación de antes de la pandemia o, incluso, peores”, menciona Santiago Mejía, doctor en Gestión Ambiental de
la Universidad de Linkoping, en Suecia.
Para Alejandro Álvarez, las imágenes que le dieron la vuelta al mundo, con los animales y la naturaleza reapropiándose de sus espacios, aunque no dejan de ser llamativas por su belleza, no son indicadores de que efectivamente haya una regeneración en los ecosistemas o de un frenazo en el avance del cambio climático.
“Se necesita mucho más tiempo para dar una afirmación de este tipo. Por eso se hace tan importante no solo la investigación en este campo, sino la divulgación y apropiación del conocimiento derivado de esta, que se lleve a los procesos formativos de los estudiantes y genere una educación para el desarrollo sostenible”.
Los animales en las calle y diferentes especies reapropiándose de los espacios naturales durante la pandemia, no son un indicador que efectivamente demuestre que se haya producido una regeneración en los ecosistemas durante ese período.
Foto: Róbinson Henao
Muy en línea con lo anterior, Paola Arias, quien fue una de las científicas que participó en la elaboración del más reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), señala que los nuevos horizontes de la investigación ambiental deben ser inter y transdisiciplinarios, y con un alto componente social, especialmente en lo que tiene que ver con las interacciones entre ecosistemas y seres humanos.
“Los programas investigativos de la actualidad se dirigen, en su mayoría, a los sectores productivos, y las áreas sociales siempre están relegadas. Es necesario que el debate, los énfasis y los recursos sean también transversales a los derechos humanos, a los esfuerzos por cerrar las brechas de desigualdad, y a la construcción de una investigación socioambiental”, puntualiza.
Es ahí donde se hace necesario hacer un llamado a la academia para propiciar una investigación científica orientada no solo a mantener los beneficios temporales obtenidos durante la pandemia, sino también para potenciarlos y convertirlos en estrategias planetarias a largo plazo.
“No lograremos asegurar la salud humana mientras sigamos ignorando la salud ambiental”. Julian Blanc, experto en vida silvestre del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente.
Para Santiago Mejía el cambio debe ser inminente y apuntarle a un modelo de sostenibilidad donde las capacidades tecnológicas y los instrumentos políticos y económicos se articulen con los sistemas naturales y planetarios.
Hace 40 años, explica, las primeras discusiones sobre sostenibilidad ponían las esferas ambiental, social y económica intersectadas, y en una misma escala de importancia. A comienzos de la década del 2000 este concepto evolucionó frente a la pregunta de si, efectivamente, estos tres aspectos eran igual de importantes o si había un sistema al que se suscribían los demás.
“Se llegó a la conclusión, por ejemplo, que sin el plano ambiental no podría existir uno social o económico. Eso se tradujo en un modelo en el que la esfera ambiental era la más importante, dentro de esta estaba la social y, a su vez, esta última contenía la económica”, explica el académico.
Pero desde 2010, con el reconocimiento de que los recursos son finitos, el discurso dominante pasó a ser el de “límites planetarios”. Ahora el modelo contempla una primera esfera donde se ubican las necesidades básicas sociales insatisfechas, otro para los límites que estamos sobrepasando con el consumo de los recursos naturales, y un espacio seguro al que queremos aspirar todos, en un
balance perfecto entre lo social y lo ambiental.
Temas como el ozono estratosférico, el cambio climático, el agua fresca, el uso de los suelos, los aerosoles, los nutrientes de la tierra o el manejo de las sustancias químicas creadas por el ser humano, son algunos de esos límites planetarios que, en palabras de Santiago, deben estar presentes las investigaciones ambientales.
“Somos una especie con capacidad de adaptación, computación y raciocinio. El reto es usar esa tecnología artificial y hacerla compatible con los servicios ecosistémicos. Solo por poner un ejemplo, podemos crear plantas para purificar el agua, pero eso ya lo hace la naturaleza misma con su ciclo, y es necesario reconocer y proteger esos beneficios”.
Y esto se conecta, para Santiago, con otras de las variables que hay que tener en cuenta en la investigación socioambiental.
Una de estas se debe centrar en el uso de la tierra, aprendiendo de los sistemas naturales existentes y pensando “un campo agronómico inteligente, conectado con la natura-
leza, el manejo del agua, la ganadería sostenible, los amarres para evitar la erosión, la renovación de nutrientes y la protección de ecosistemas claves, como los humedales”.
Justamente sobre los ecosistemas afirma que ahora hay cambio de enfoque, pues no solo se trata de mantenerlos, sino también de ayudar a regenerarlos.
Como un Tsunami, así describe Paola Arias Gómez la situación actual del planeta. Y es que la académica, quien hizo parte del reciente informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), afirma que tras la ola del COVID-19 se viene una mayor: la de los efectos de la crisis climática.
“Una de las conclusiones de este informe manifiesta que es inequívoco que el daño que estamos causando al planeta se debe a las actividades humanas y eso es sentar un precedente muy importante. Es la primera vez que estamos admitiendo nuestra responsabilidad”, comenta la investigadora de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia.
Para Paola Arias, ese es otro de los puntos donde de deben centrar las líneas de investigación ambiental: en la mitigación de los efectos climáticos. “Estamos muy cerca de subir a los 1.5 grados centígrados de temperatura que tenemos como límite en el Acuerdo de París y, una vez allí, el cambio será irreversible”, apunta.
La científica señala que, aunque el aumento del nivel de los océanos continuará por varios siglos más, y se presentarán eventos extremos, desde ahora se pueden adelantar acciones para cambiar el futuro. “La pandemia nos mostró que es posible
generar cambios y si bien nos falta mucho es satisfactorio ver que hay una voluntad por cambiar la realidad actual”, concluye.
Como investigador del proyecto Peak-Urban, iniciativa en la que cuatro universidades de Colombia, India, Reino Unido y Sudáfrica unen esfuerzos para analizar y solucionar las principales problemáticas de las ciudades de países en desarrollo, Santiago Mejía Dugand reconoce que otro de los frentes investigativos debe estar centrado, precisamente, en las ciudades.
“Solucionar los problemas de la gente que no tiene sus necesidades satisfechas en los niveles básicos tendría un impacto muy positivo en el medio ambiente. Desde Peak hemos visto que mucha de la degradación e invasión de zonas naturales que prestan amortiguación se debe a que la
gente tiene que solucionar sus problemas básicos: ponerse un techo encima, estar cerca de lugares con vida comercial, comer o usar el agua”.
Y agrega que mejorar las condiciones de esas zonas también debe contemplar la ruralidad, pues ninguna política o investigación que quiera beneficiar a la ciudad puede ignorar al campo como su principal proveedor.
Hoy, las ciudades están igual o más congestionadas que antes.
Foto: Róbinson Henao
Además de las líneas mencionadas, para Alejandro Álvarez también es importante que en el futuro de la investigación se centre la mirada en dos conceptos emergentes: el de salud planetaria y el de One health approach.
Sobre la primera de estas aproximaciones explica que está enfocada en mostrar cómo la salud del planeta se refleja en la salud humana. Todo esto con el apoyo de The Lancet Comission on Pollution and Health, desde la que se han venido analizando los efectos de la contaminación en las personas.
El Informe de la Comisión Lancet COVID-19, encabezado por Jeffrey Sachs y en el que participaron 26 expertos de diferentes países, entre ellos Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de Los Andes, fue presentado en la sesión 75 de la Asamblea de las Naciones Unidas, y su propósito fue ofrecer soluciones globales, equitativas y duraderas para la pandemia desde un enfoque humanitario y ambiental.
En lo humanitario, por ejemplo, reconoce la necesidad de superar la pobreza, el hambre y las perturbaciones a la salud mental derivadas de esta coyuntura mundial, mientras que en el segundo ítem llama la atención sobre la necesidad de reactivar la economía mundial de una forma incluyente, resiliente, sostenible y, sobre todo, alineada con los objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo Climático de París.
“Mucho se ha hablado de que la reactivación tiene que ser verde, pero en el afán de acelerar estos procesos se puede generar más daño. Hay evidencia, por ejemplo, de que la degradación de los ecosistemas incrementa el riesgo de nuevas enfermedades e infecciones zoonóticas, y esto es un ejemplo de cómo se entrelazan lo ambiental y la salud pública”, expresa Alejandro Álvarez.
En línea con lo anterior, el One health approach propone entender la salud humana, animal y ambiental desde un enfoque transversal, con programas, políticas, legislación, investigación y el trabajo conjunto de diferentes sectores para lograr mejores resultados en la salud pública.
Julian Blanc, experto en vida silvestre del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), expresa que esto se basa en el hecho de que la salud humana y la salud animal son interdependientes y están vinculadas a la salud de los ecosistemas en los que coexisten. “No pueden separarse y los tres necesitan atención urgente. Muchas enfermedades zoonóticas que se han convertido en pandemias se han relacionado con factores ambientales como la deforestación y se ven agravadas por el cambio climático. No lograremos asegurar la salud humana mientras sigamos ignorando la salud ambiental”.
Uno de los grandes retos que señala el profesor Alejandro Álvarez Vanegas, docente de Cultura Ambiental de EAFIT, es el de la divulgación y la apropiación del conocimiento generado en los proyectos de investigación y en las diferentes iniciativas en materia ambiental. Por eso, menciona dos procesos universitarios que buscan responder a esta necesidad.
Una es el diplomado en Emergencia Climática para periodistas de Colombia, que está en su segunda edición, y es posible gracias a una alianza entre la Gobernación de Antioquia, EAFIT, las universidades Nacional de Colombia y de Antioquia, Grupo Éxito, ISA, Hotel San Fernando Plaza, Teleantioquia y el Club de la Prensa de Medellín.
El otro es un proyecto para el fortalecimiento de capacidades docentes en temas de educación para el Desarrollo Sostenible, financiado por el Servicio Alemán de Intercambio Académico con la participación de EAFIT, la Universidad de Antioquia, la Universidad Técnica del Norte (Ecuador), y la Universidad de Vechta (Alemania).
Periodista del Área de Información y Prensa de EAFIT.
La pandemia profundizó temas que estaban pendientes en la agenda económica mundial y trajo nuevos retos para reconstruir el tejido empresarial, comprender el futuro de las empresas y, sobre todo, proteger el empleo de las personas más vulnerables.
Aunque todavía perturbados por lo que ha significado la aparición de la pandemia mundial en el año 2020, estudios, tendencias, debates y análisis intentan alumbrar el camino para curar la economía. Los efectos son devastadores y se han sentido con fuerza en miles de empresas y en millones de empleos, sobre todo entre las poblaciones más vulnerables. La situación ha removido también los focos de interés de la investigación.
No es simple pesimismo. Mientras los gobiernos, con mayores déficit presupuestales y niveles de deuda más elevados, se mantienen en una lucha desigual por cuidar la salud de los ciudadanos y se retan a reactivar sus economías y procurar que se recuperen, los efectos del COVID-19 son reales y profundos, como lo han empezado a evidenciar los diagnósticos que han emergido durante este 2021.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), que prevé un crecimiento económico de 6 % para finales de 2021, luego de una contracción de -3,5% el año pasado, se ha mostrado preocupado porque se han ahondado las brechas mundiales entre las economías avanzadas y las emergentes, en razón de que la recuperación se ha dado en medio de una distribución desigual de las vacunas.
Bajo un escenario de mayor desigualdad, para los expertos es claro que el crecimiento económico global no será el único factor que determine la recomposición de los mercados y el bienestar de las personas.
Eso lo cree la academia y se ha registrado en análisis de prospectiva como El futuro de la sostenibilidad en las empresas, de Forética y el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible. “El grado en el que el bienestar y la estabilidad social dependen actualmente del crecimiento económico constante se ha convertido en una fuente de vulnerabilidad ante la pandemia del COVID-19”, señala el estudio.
Las investigaciones sobre la pobreza y la desigualdad, que antes de la nueva realidad mundial eran importantes, hoy tienen un mayor relieve. La razón, en el caso de los esfuerzos por poner fin la pobreza, es que esta lucha también tuvo un revés. La pandemia generó 124 millones de nuevos pobres en 2020, según el Banco Mundial.
“Con la pandemia se acentuaron estos temas. En países como el nuestro o como Chile, en que las condiciones no eran las mejores, ese debate resurge con fuerza, aunado a la protesta social, por lo que se muestran como un tema de investigación interesante en torno a lo que es la desigualdad de la renta”, expresa Mauricio López, coordinador del Grupo de Macroeconomía Aplicada de la Universidad de Antioquia (U. de A.).
Otro asunto que suscita interés, al mismo tiempo que preocupación, es el futuro del empleo. Se necesitan luces para la recuperación de puestos de trabajo para los grupos de población que ya venían con problemas antes de la llegada del virus.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha calificado el fenómeno de 2020 como “una disrupción sin precedentes en el mercado laboral”, pese a las medidas inmediatas de gobiernos, gremios y empleadores por preservar los puestos de trabajo y los ingresos de las personas.
“Si bien es cierto que estas medidas han sido esenciales para mitigar la crisis, todos los países han sufrido un pronunciado deterioro del empleo y de los ingresos nacionales, lo cual ha acentuado las desigualdades existentes y ahora se corre el riesgo de perjudicar de forma duradera a los trabajadores y a las empresas”, señala su informe de perspectivas para el empleo en 2021.
De acuerdo con este organismo, esta situación llevará a que en 2022 haya 205 millones de personas sin trabajo, cuando en 2019 esta cifra, que ya presentaba un déficit amplio, era de 187 millones.
Hoy tienen alta relevancia las investigaciones sobre pobreza y desigualdad, las cuales se agravaron por los confinamientos y los efectos de los cierres de empresas y negocios por la pandemia.
Foto: Róbinson Henao
“Toda la temática de empleo se desatendió. Quisimos salvar el existente y no moldear el del futuro. Por eso mantienen relevancia asuntos como las brechas de género, el desempleo juvenil y la situación laboral en general”, apunta Giovanni Montoya, catedrático de economía, finanzas y estrategia en la Universidad Católica de Chile y en otras universidades en Colombia. En el caso de los jóvenes, se señala que no solo es importante seguir estudiando las elevadas tasas de desocupación, sino los impactos en cuanto a la formación y la posibilidad de que esta población pueda acceder a su primer empleo.
“El inconveniente es que parte de los jóvenes sin formación académica o con poca formación vieron afectadas sus habilidades de trabajo en equipo y de expresión. La misma rectora de EAFIT, Claudia Restrepo Montoya, mencionaba que ello se vio en los resultados de las pruebas de Estado. Eso va a ser un inconveniente para que puedan incrustarse en el tejido empresarial”, dice Óscar Medina Arango, profesor del Departamento de Organización y Gerencia de la Universidad EAFIT.
De otro lado, la brecha de género, que en los últimos años ha cobrado bastante relevancia en los análisis, también se mantiene como un tema central de investigación, pero con un ingrediente adicional: el temor de que lo logrado para alcanzar la paridad se haya perdido.
Los constantes estudios sobre el empleo que se conocieron en 2020 mostraron una tendencia a que miles de mujeres en el mundo abandonaran sus empleos remunerados para dedicarse a las tareas del hogar, y ello se vio de manera paulatina en las crecientes tasas de desempleo de esta población.
En Colombia, por ejemplo, la tasa de desempleo de las mujeres en julio de 2021 fue de 26,2%, según el Departamento Nacional de Estadística (Dane); 10 puntos porcentuales por encima de la tasa registrada en los hombres, cuando en 2019 la brecha era casi de la mitad.
“La deslocalización del empleo puede incidir negativamente en que se amplíen las diferencias de los salarios entre hombres y mujeres, ampliando las brechas de género”. Óscar Medina Arango, profesor del Departamento de Organización y Gerencia de la Universidad EAFIT.
Por su parte, también se requiere conocer el impacto sobre los trabajadores informales (en que es común encontrar migrantes, víctimas de la violencia y otras poblaciones vulnerables), que no solo vieron disminuidos sus ingresos como consecuencia de los confinamientos, sino que se presume tuvieron mayor afectación por el virus, dado que su actividad les impedía permanecer en el hogar.
“En América Latina son más fuertes los temas del mercado laboral y la informalidad. Preocupa bastante porque si bien antes eran importantes, con la pandemia nos dimos cuenta de que su relevancia es mayor como un tema determinante de la pobreza”, analiza el director del Grupo de Macroeconomía Aplicada de la U. de A.
Respecto a los empleos no calificados, hay inquietud de qué tanto la digitalización y la exigencia de nuevas competencias logrará que se mantengan enganchados o recuperen el empleo perdido. Si el Foro Económico Mundial había advertido que la desaparición de puestos de trabajo sería profunda en pocos años, lo que estiman los académicos es que el nuevo panorama mundial no hizo más que acelerar esta transformación.
“Como debates que emergieron con la pandemia se tiene el tema de la automatización y profesiones que están en riesgo de continuar en un futuro cercano. Urge estudiar más cuáles serían los empleos que se van a perder o van a ganar más fuerza a futuro”, añade el profesor Mauricio López.
Otro fenómeno que se ha acentuado en los últimos meses es la deslocalización del empleo, es decir, la afectación por la decisión de las empresas de trasladar su producción, buscando abaratar costos de producción.
De acuerdo con el profesor Óscar Medina Arango, de EAFIT, se estaba generando antes de la pandemia, pero hoy se está viendo incluso en economías emergentes y ya no por países o por estados, como ocurría en Estados Unidos, sino por regiones. “Se va a generar un desplazamiento de trabajos hacia otras partes que antes se limitaba a los centros de servicio al cliente o los centros médicos”, señala.
Asimismo, considera que la deslocalización puede incidir negativamente en que se amplíen las diferencias de los salarios entre hombres y mujeres. “En Estados Unidos, Francia, Países Bajos y Austria se estaba impulsando la publicación de los salarios, por los diferentes tipos de trabajo y los que se pagaban entre hombres y mujeres. Lo que ha ocurrido, por ejemplo en Estados Unidos, es que la medida ha hecho que algunas compañías dejen de contratar personas de los estados que
lo han exigido, y lo dicen abiertamente”, añade el profesor Medina Arango.
La filosofía empresarial deberá tener en cuenta también las discusiones sobre la productividad y el equilibrio con el bienestar y la salud de las personas. “Ahora, cuando la pandemia se empieza a acabar y la mayoría de la gente está vacunada, muchos probablemente no van a regresar a la empresa. El fenómeno se está viendo en Estados Unidos, en donde se prevé que varias industrias y sectores tendrán dificultades para reenganchar al personal, lo que puede generar que se suban los costos”, dice Luis Fernando Mondragón, profesor de la maestría de Administración Financiera y de la maestría en Gerencia de Proyectos de EAFIT.
Respecto a la situación de las empresas y la recomposición del tejido empresarial, además de los estímulos que se puedan generar desde el Estado, han emergido necesidades de estudiar los enfoques estratégicos en un contexto tan cambiante, las nuevas formas de producción, la orientación hacia el nuevo consumidor y la adaptación general a este escenario de mercado.
Mondragón dice que las empresas hoy se están preguntando qué hacer con su estrategia corporativa, ya que esta se desbarató con la coyuntura. “Las proyecciones que se tenían a cinco años desaparecieron. Hay una profunda
demanda para trabajar sobre el nuevo futuro y los nuevos escenarios para replantear la estrategia de los negocios.
Ello ocurre porque cambiaron las tres bases de la estrategia: mercados, productos y empresas”, señala. Así como las formas de trabajo plantean nuevos paradigmas acerca de la productividad, también hay debates sobre si es necesario que las empresas se enfoquen más en ser resilientes que eficientes, como una forma de ser sostenibles.
Hoy tienen alta relevancia las investigaciones sobre pobreza y desigualdad, las cuales se agravaron por los confinamientos y los efectos de los cierres de empresas y negocios por la pandemia.
Foto: Róbinson Henao
De hecho, se espera que las investigaciones contribuyan a mostrar casos de éxito en aquellas industrias que se adaptaron con rapidez a la adversidad. Si bien es cierto que la COVID-19 resintió a casi todos los sectores, las empresas también mostraron una capacidad de adaptación que se debe considerar en el nuevo entorno.
“La pandemia ha revelado la rapidez y contundencia con la que administraciones, empresas y sociedad pueden actuar cuando se percibe que existe una emergencia real. Debemos reconocer que no hemos visto unos niveles de adopción de medidas semejantes en lo que atañe a desafíos como el cambio climático, la biodiversidad y la desigualdad”, dice el estudio de prospectiva de Forética y el Consejo Empresarial Mundial para la Sostenibilidad.
La industria 4.0 también se mantiene como un aspecto relevante de los estudios académicos en este período de pandemia, tanto para entender la adaptación a la tecnología como en la comprensión de la adopción acelerada por los confinamientos.
De la incorporación de machine learning, blockchane, data science, robótica y todos los temas de la Cuarta Revolución Industrial, llaman la atención los efectos que tendrán en las profesiones, como se mencionó, y las brechas que puede generar entre países con economías desarrolladas frente a las emergentes.
“La cuestión es cómo los países van a la par con las tendencias mundiales, a la luz de los desarrollos tecnológicos, teniendo en cuenta que están cambiando la forma de hacer las cosas, con un efecto inmediato en la calidad de vida. Lo que veo es que habrá más separación entre las economías desarrolladas y las emergentes; los nuestros seguirán siendo más lentos en la adopción de estas tecnologías y muy dependientes de las materias primas”, asegura el profesor Mondragón.
La reconfiguración de la empresa también tendrá que atender las nuevas prioridades de los mercados. Se cree que los consumidores han llegado a un nivel de consciencia importante sobre lo fundamental, como lo mostraron las firmas consultoras durante 2020 y que se mantiene como tendencia, pese a la apertura de las economías.
Las nuevas perspectivas y las conclusiones que emerjan de estas, en conjunto o por separado, podrán aportar a que se genere en el diálogo social y la cooperación internacional en que se enfocan los llamados para trabajar desde diferentes esferas para que los efectos de la pandemia sobre la economía no afecten más el empleo vulnerable ni a las propias empresas.
Colaboradora Revista Universidad EAFIT.
Entre la pandemia y las múltiples crisis mundiales y locales, las ciencias sociales y las humanidades han puesto su mirada en el cuidado del hombre, de las instituciones y de las organizaciones de la sociedad. También en la importancia de escuchar para saber y de aprender para argumentaron.
Solamente cuando las calles se quedaron desiertas por la cuarentena para frenar la expansión del COVID-19 y las imágenes de las salas de unidades de cuidados intensivos empezaron a mostrar a los contagiados conectados fue que la sociedad se dio cuenta de que el cuidado colectivo era la clave para sobrevivir.
Y es que, hasta abril de 2020, solo una minoría entre los 7.800 millones de personas que habitamos la Tierra era consciente de que la ciencia, toda, la humana, la de la salud, la básica, la social, la exacta, estaba volviendo sobre sus primeros pasos: poner en el centro de su atención el cuidado del ser humano.
La declaración de pandemia por la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue el cimbronazo general, pero en la academia, en los laboratorios, en las reflexiones científicas ya sonaba la alarma porque los síntomas eran evidentes: la crisis climática, las permanentes y cada vez más fuertes recesiones en las economías más poderosas del mundo, la inatajable escalada bélica y el deterioro de los ambientes de convivencia y seguridad en las grandes ciudades –entre otros fenómenos estructurales– fueron anuncios que no se pudieron ignorar más.
Todo lo anterior derrumbaba el mito de que el alto desarrollo tecnológico iba a ser la punta de lanza de la batalla por un mundo mejor.
La pandemia fue la alerta general para algo que ya estaba pasando en el mundo, afirma Mariantonia Lemos Hoyos, doctora en Psicología y profesora del Departamento de Psicología de EAFIT.
“Independientemente del alto grado de desarrollo tecnológico que tengamos, hay unas preocupaciones que van emergiendo y que no pueden ser solucionadas desde ese punto de vista como tal o mediante soluciones biológicas o técnicas específicas, sino que se tiene que empezar a hacer una pregunta por el componente humano”, explica.
Agrega que tras décadas de un desarrollo científico en el cual el centro se puso en “el conocimiento per se”, volvieron las preguntas sobre el ser humano porque “es importante volver a estudiarlo para entender los fenómenos que median su comportamiento, los fenómenos sociales, para ayudarnos a resolver ciertas situaciones que tenemos hoy”.
El problema colombiano es, sin embargo, más complejo. A las dificultades generales que impuso la pandemia se unió el ambiente de malestar social ocasionado, primero, por los efectos de aquella y, segundo, por la aplicación de políticas económicas lesivas para muchos grupos de la población. Y miles se fueron a las calles, a pesar del miedo al contagio –o por él– y se produjo una escalada de protestas sociales.
Adolfo Eslava, decano de la Escuela de Humanidades de EAFIT, en su reflexión Deseos desde la crisis, señaló que “no estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, es un momento de crisis de la humanidad que tenemos que enfrentar sin indolencia y sin desfallecer [...] es ocasión de revertir la tendencia de un ecosistema que gravita alrededor de la técnica, el algoritmo y la optimización para situarlo en la órbita de los hábitos y hábitats esperanzados y esperanzadores”, en alusión tanto a la crisis global de salud pública como a la nacional de la vida social y política.
El abogado Santiago Londoño Uribe, magíster en Ordenación del Territorio, Urbanismo y Medio Ambiente de EAFIT y responsable del proyecto "Tejeduría Territorial” reconoce “una fractura y una fragmentación y la preeminencia de algunos actores sobre otros; el Estado, el Municipio, creció y se fortaleció, pero al mismo tiempo desplazó a muchos otros actores en los territorios”.
En el documento Comunicar para transformar, de la maestría de Estudios del Comportamiento, de EAFIT, se expresa que “la situación pandémica ha puesto el foco en asuntos auténticamente comunes: la salud pública, la seguridad humana, la reactivación social y económica”.
En la coyuntura se iban reuniendo tres conceptos básicos: cuidado, cambios de comportamiento y conversación, todos puestos en la mira de iniciar procesos de transformación en la sociedad.
El abogado Santiago Londoño Uribe y el rapero Aka (Luis Fernando Álvarez Ramírez), de la comuna 13 de Medellín, desarrollaron en su tesis de maestría, Tejer el territorio: procesos de gobernanza urbana comparados en la producción de bienes comunes en la comuna 13, una propuesta de trabajo para, mediante la conversación, volver a construir confianza entre los sectores sociales.
Bajo el patrocinio de Proantioquia y con el apoyo de EAFIT, la metodología propuesta se convirtió en un encuentro social que Londoño llamó "Tejeduría Territorial" y que, en comienzo, se ejecuta en las comunas 13 (San Javier) y 8 (Villa Hermosa) de Medellín.
Londoño recuerda las experiencias que, en los años 90, vivió la ciudad a instancias de la hoy desaparecida Consejería Presidencial para Medellín que propició grandes encuentros con todos los sectores de la sociedad local para buscar salidas a la crisis de aquellos años provocada, entre otros factores, por los efectos del narcotráfico.
La Tejeduría es más pequeña, incluso íntima. La primera fase consistió en el diseño metodológico de los encuentros y en la identificación de los actores invitados: cuatro líderes del territorio, cuatro organizaciones sociales con presencia en sus barrios e historia de trabajo, y cuatro empresarios.
La invitación es a convensar
Esa conversación se debe desarrollar en tres fases:
La primera se llama “Reconocimiento y construcción de confianza”, que arrancar a partir del ser humano: “Identificamos una fractura, una fragmentación, que ha generado una profunda desconfianza entre los actores, que va acompañada de prejuicios”, explica Londoño. Su duración se previó en tres meses.
La segunda fase se produce cuando “ya empezamos a conocernos, ya sabemos qué hace cada uno, estamos en este territorio; ahora, ¿qué podemos hacer juntos? Ahí comenzamos a recopilar procesos de planeación local, que en Medellín hay muchos”, dice Londoño.
“Y una tercera es la acción y la ejecución. Ya nos conocimos, construimos confianza y entendemos quiénes somos, estamos sobre un territorio que conocemos mejor porque estamos trabajando ahí; planeamos y diseñamos proyectos; en esta parte vamos a buscar recursos y a ejecutarlos. Esa es la tejeduría”, puntualiza.
“No estamos en una época de cambios sino en un cambio de época, es un momento de crisis de la humanidad que tenemos que enfrentar sin indolencia y sin desfallecer”. Adolfo Eslava, decano de la Escuela de Humanidades de EAFIT.
La profesora Lemos Hoyos explica que la “cultura del cuidado” apareció en la medicina cuando, superados los avances en los tratamientos de las enfermedades infecciosas con el uso de antibióticos, la atención se desplazó hacia las enfermedades crónicas que, aunque no en su totalidad, son prevenibles en fases tempranas y están mediadas por el comportamiento.
“Al cuidar al ser humano como tal, su calidad de vida, su bienestar, la palabra salud empieza a ser muy importante. Pero esa palabra no diferencia entre lo mental y lo físico porque entiende al ser humano como una unidad”, indica. “Cuando hablamos de cuidado lo entendemos como mejorar la calidad de vida del individuo, desde lo individual, social y cultural”, agrega.
Sin embargo, el problema no solo atañe a las ciencias. “Los seres humanos no somos tan racionales ni tan lógicos como se había creído. Entender de qué manera nos comportamos y por qué a veces nos comportamos tan distinto de como decimos que lo vamos a hacer nos daría la clave para abordar por qué se producen y cómo intervenimos esos fenómenos sociales”, dice Mariantonia Lemos. Asimismo, advierte que esas diferencias entre pensamiento y acción son las que pueden ocasionar un desastre incalculable.
Entonces, para lograr cambios en favor del cuidado urge que se aborde el problema central: iniciar una conversación entre la sociedad, el Estado, lo público y lo privado, con la presencia de la academia.
La profesora Lemos Hoyos afirma que “en este momento se vuelve urgente y necesaria la conversación entre los agentes de lo privado y lo público, para definir cuáles deberían ser las prioridades de trabajo. Porque podemos tener las prioridades que se han trazado desde las agencias internacionales o el Gobierno Nacional, pero es necesario tener en cuenta a todos los entes de la sociedad”.
La academia, sostiene la doctora Lemos Hoyos, interviene en esas agendas, pero no tiene la capacidad ni el rol de definirlas: “El individuo, el grupo social que estamos tratando de intervenir, debería estar presente desde la conceptualización del problema para definir, precisamente, si es un problema”.
El cuiado de todos es un compromiso que debemos afrontar como sociedad de cara al futuro. Foto: Róbinson Henao.
José Antonio Fortou, jefe del pregrado de Ciencias Políticas de EAFIT, escribe en el documento Reflexiones desde nuestra Escuela de Humanidades que la conexión entre los científicos de la política y las políticas públicas se logra “solo si entendemos de manera rigurosa las causas y los efectos de los fenómenos políticos (y así) podemos proponer alternativas eficaces y colectivamente benéficas”.
La profesora Juliana Montoya Arango, jefa del pregrado en Diseño Urbano y Gestión del Hábitat, en su reflexión De la protesta a la propuesta afirma que el programa que ella dirige abrió un espacio de “catarsis, escucha y propuesta” como respuesta académica a la movilización social de abril pasado.
Y formula el planteamiento que quieren desarrollar las ciencias del cuidado de la sociedad: “Se percibe mucha polarización y muchas personas no quieren opinar porque creen que van a ser atacadas o que sus opiniones no van a ser respetadas. ¿Cómo promover la escucha y la diversidad de miradas?”
Una de las respuestas la desata su colega Mariantonia Lemos: “La participación del otro es fundamental porque nos permite que las intervenciones sean más eficaces y prácticas para ese individuo”.
Para ella, el concepto “participación” está presente en todo momento y “nos habla de la importancia de que estos estudios impliquen trabajar con esas sociedades y que no sean soluciones externas a las que estamos acostumbrados en América Latina, de imponer un modelo y de esa manera tratar de acabar con un problema”.
El papel de la universidad –superando los roles institucionales de docencia, investigación y extensión– se plantea como el de propiciador y facilitador de “los espacios de conversación entre lo público, lo privado y lo social porque somos más neutrales. No somos los protagonistas de esa conversación, ellos deberían ser la sociedad, los líderes, que son quienes deben definir cómo trabajamos esos asuntos”, indica la profesora Lemos Hoyos.
“Los espacios de conversación que se han dado en las universidades son fundamentales y la manera en que se han llevado a las calles, o cómo llevar las conversaciones, se vuelven fundamentales para desescalar la violencia con la conversación y que podamos definir a qué dedicarnos a trabajar”, añade. Pero, en los ambientes de polarización o de incredulidad sobre los efectos de la pandemia, la conversación pasa por saber conversar, es decir, por desarrollar la capacidad de argumentación.
El doctor en Filosofía y jefe del Departamento de Humanidades de EAFIT, Júlder Alexander Gómez Posada, explica que existen diferencias entre la argumentación teórica y la práctica. “Agrupamos como argumentación teórica la que se ofrece con el propósito de saber qué es verdad o, por lo menos, qué es aceptable como descripción. Algo es teórico cuando es contemplativo, cuando pretende decir cómo es el mundo. En cambio, agrupamos como argumentación práctica los esfuerzos por dar razones a favor o bien de la adopción de un compromiso práctico”, explica Gómez Posada.
En el tema del cuidado de la sociedad y la persona, la ciencia supera su papel teórico y, cuando existe un fin social, debe divulgar información científica para conseguir que los ciudadanos la acepten y se comporten de acuerdo con ella.
La situación vivida en la pandemia puso de presente esos retos de la ciencia. Tan importante como desarrollar los procedimientos para tratar a los contagiados, la ciencia enfrentó el reto de desarrollar la vacuna en tiempo récord para prevenir la enfermedad.
Y, tan importante como esos desafíos, se vivió el de divulgar los cambios de comportamiento necesarios para disminuir la velocidad de contagio. “El científico está formado para investigar y discutir con sus colegas, no para comunicárselo a la gente y la gente no sabe cómo evaluar lo que le dice un científico”, advierte el profesor Júlder Gómez.
Ese “abismo” no solo se presenta entre las ciencias “duras” y la sociedad. Para las ciencias humanas también surgen retos parecidos. El profesor Santiago Londoño Uribe señala que el primer objetivo de su trabajo es acercar a los distintos actores sociales distanciados por la desconfianza mutua para darles instrumentos para reconstruirla: “Y eso es mediante la conversación, la cual implica escucha. Ella es más íntima, más cercana”.
El papel de la universidad, enfatiza la profesora Lemos Hoyos, está arrojando un resultado positivo entre sus investigadores: “Estamos dejando de tener diferencias tan fuertes en que solo podíamos trabajar en lo cualitativo, lo cuantitativo o el método de la investigación-acción participativa, como si fueran tres líneas distintas.
Estamos entendiendo cada vez mejor que la investigación y sus métodos no pueden ser tan divergentes, sino trabajar con metodologías mixtas que nos permitan tener una relación más horizontal en la investigación y la intervención”.
La profesora concluye que, para lograr avances en el cuidado de la sociedad, la ciencia y sus investigadores deberán salirse de “sus cajoncitos” (en referencia a los saberes específicos) “para entablar conversaciones, incluso dentro de la academia”. Porque lo que está en juego es el cuidado de todos. Que es el cuidado de cada uno.
Explicar los resultados de una investigación o presentar las líneas fundamentales de una teoría es diferente a convencer a alguien de asumir una postura o de cambiar un comportamiento. Esa, en general, es la línea que separa la argumentación teórica de la argumentación práctica, el área de trabajo del profesor Júlder Alexander Gómez Posada.
“Hay que empezar a hablar más de lo que implica comunicarle a la sociedad el resultado de la investigación teórica. Por ejemplo, los médicos, los abogados, los ingenieros o los artistas deberían ser conscientes de que nadie les está entendiendo nada cuando hablan de su ciencia, de su ingeniería o de su arte”, señala Gómez.
Pero también hay que formar a la sociedad. “A la gente hay que darle criterios para evaluar una cosa como educación cívica... Los científicos, los ingenieros, los artistas, que son buenos, inteligentes y razonables, no son la autoridad. La autoridad depende de unos métodos, de unos procedimientos... Y son las sociedades de científicos, las comunidades académicas las que avalan. En este momento no es hacer lo que un científico diga, sino preguntarse cuál es el consenso de la comunidad académica”.
El filósofo es contundente: comunicar la ciencia se deberá convertir en otra disciplina científica.
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