El desafío de usar el conocimiento para mejorar la sociedad

Marzo 22, 2021

Desde la Misión de Sabios de los años 90, hasta la nueva política que presentará el Gobierno Nacional, el concepto de “apropiación social del conocimiento” se ha posicionado en Colo​mbia para definir el empeño por democratizar la ciencia. Enfoques para el debate sobre esta idea.

Para algunos investigadores todavía resulta llamativo, y hasta problemático, que en Colombia se insista en denominar el interés por que la sociedad participe de la ciencia, la tecnología y la innovación bajo el concepto de apropiación social del conocimiento. Ello, sobre todo, porque no es un término ampliamente usado en el mundo y puede derivar en muchas interpretaciones que hacen más complejo medir su impacto en las comunidades.

Sin embargo, por su trasegar, esta forma de nombrar dicho acercamiento del conocimiento a las personas y a los grupos sociales se mantiene a través del tiempo. La definición más actualizada para entender a qué se refieren quienes hablan de apropiación social del conocimiento en Colombia se puede apreciar en el documento que traza los lineamientos para la nueva política de apropiación que divulgó en 2020 el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (Minciencias).

Esta dice: “La apropiación social del conocimiento que se genera mediante la gestión, producción y aplicación de ciencia, tecnología e innovación, es un proceso que convoca a los ciudadanos a dialogar e intercambiar sus saberes, conocimientos y experiencias, promoviendo entornos de confianza, equidad e inclusión para transformar sus realidades y generar bienestar social".

Según el investigador James Alberto Morales Chinca, coordinador del Proceso de Innovación Social de la Universidad de Antioquia, esta definición “se propone como una alternativa que permite acercar la ciencia y la tecnología a la sociedad, de tal manera que la misma sociedad pueda utilizarlas para apoyar la resolución de las problemáticas que existen en los territorios”.

El término se ha renovado. Primero se llamó apropiación social de la ciencia y la tecnología; después, empezando el siglo XXI, apropiación social del conocimiento; y, recientemente, apropiación social del conocimiento, la tecnología y la innovación. Sin embargo, mantiene la esencia de los ideales que plantearon los primeros investigadores que lo acogieron en los años 80 y que luego, en los 90, se establecieron en la primera Misión de Sabios instaurada por el gobierno de César Gaviria cuando quiso preparar al país para el mundo globalizado.

Cada vez toman más fuerza las iniciativas que buscan que la relación cienciasociedad sea más cercana y como una forma de alimentar a ambos sectores.

Foto: Róbinson Henao

 

Por ejemplo, en el informe de Rodolfo Llinás y Eduardo Posada Flórez titulado Ciencia y Educación para el Desarrollo, de la Colección de Documentos de la Misión, se recomienda establecer la primera política de apropiación social de la ciencia y la tecnología para el país. Ahí se indica que esta “es una estrategia –no una propuesta– de cambio social y cultural”.

Como un concepto rector de políticas para acercar la ciencia a las comunidades, se acogió definitivamente en 2005, cuando se planteó el diseño de la primera. Luego, en 2010, se generó el primer documento.

Y el hito más reciente es el de 2020, cuando se actualizaron los lineamientos, bajo el concepto de apropiación social del conocimiento. Proyectos que se inscriben en este campo, como Universidad de los Niños EAFIT, trabajan desde la perspectiva de esta estrategia.

“Entendemos que hay que garantizar la participación en la gestión, en la producción y en el debate sobre el conocimiento científico, y eso se logra a través de estrategias de apropiación social. Es una dimensión política de la ciencia en que se reconoce a la sociedad como una interlocutora legítima”, explica Ana María Londoño Rivera, jefe de Universidad de los Niños. 

¿Es igual a polític​a de divulgación?

Algunos académicos insisten en que por más que se haya tratado en Colombia como un concepto que trasciende las políticas de divulgación científica –es decir, aquellas que buscan que las personas tengan una percepción positiva de la ciencia y la tecnología para que se acerquen a esta– la apropiación social del conocimiento se inscribe en las mismas.

“Surge en el marco de discursos de divulgación científica y, hasta donde se puede saber, se acoge en Colombia. De ahí se va extendiendo a Iberoamérica y ha ido ganando fuerza con los años. Aunque se quiere diferenciar la apropiación de la divulgación, como si fueran cosas encontradas, cuando uno mira los textos se da cuenta de que a veces se tratan como iguales”, puntualiza el académico Jorge Manuel Escobar, docente investigador del Instituto Tecnológico Metropolitano (ITM), de Medellín.

Es un asunto sobre el que se han empleado diferentes denominaciones, como lo explica el profesor de EAFIT Daniel Hermelin Bravo en uno de sus trabajos sobre políticas de divulgación de la ciencia.

“En Colombia ha habido una serie de estudios recientes que se han ocupado de las relaciones entre los diseños de políticas, la participación ciudadana en ciencia y tecnología, y los modelos en los que se sustentan. En dichos estudios se usan, para referirse al mismo problema o a problemas similares: comunicación pública de la ciencia y la tecnología, apropiación social de la ciencia y la tecnología (ASCyT) y popularización de la ciencia y la tecnología”.

Esa falta de delimitación es, para algunos, un asunto que hace muy complejo comprender el concepto y medir el impacto de las políticas de apropiación social en el país. Y, también, dificulta entender cómo participa la sociedad de estos procesos. Por eso sugieren cambiarlo.

La nueva política se propone generar procesos de apropiación social que fortalezcan la cultura científico-tecnológica y que permitan gestionar un conocimiento que mejore la calidad de vida de los colombianos.

Lo importante es el vínculo ciencia-sociedad

El profesor Óscar Felipe García, director del Centro Internacional de Investigación en Innovación Social de la Universidad de Guadalajara, en México, quien conoce el trasegar de esta definición en Colombia, considera que sigue siendo abstracta.

“El sistema mexicano ha venido transformándose. No le llama apropiación social sino innovación social, que es el término que recoge la apropiación social. Este último, en sí mismo, no garantiza que se dé una solución. La apropiación social significa que lo planteado gustó, pero no significa que es lo que la comunidad necesitaba. Puede haber programas sociales muy bien recibidos por una comunidad, pero que no son basados en evidencia, que incluso pueden hacer más daño que bien. El concepto debe ampliarse a si realmente la apropiación es efectiva, genera impacto y es adecuada. Se debe trascender a cómo funciona en un marco científico aplicado, riguroso, pero acorde con las necesidades de los contextos, y que genere un cambio cultural importante”, expresa.

Ana María Londoño Rivera agrega que el término no excluye a Colombia en la búsqueda de objetivos similares de los que establecen otros países cuando se trata de promover la participación de la sociedad en asuntos de ciencia, tecnología e innovación: “Es un fenómeno de nuestra manera de usar el lenguaje, pero no de entender cómo se relaciona el vínculo entre ciencia y sociedad. Hay ejemplos latinoamericanos de apropiación social del conocimiento, así estén enmarcados dentro de otra sombrilla conceptual; y, por supuesto, los encontramos también en Estados Unidos y Europa”.

Enfoque territorial, nueva perspectiva

Una de las características de la nueva propuesta del Gobierno para mejorar la relación de la sociedad colombiana con el conocimiento científico, y que pretende subsanar las discusiones, es el enfoque territorial.Este tiene en cuenta que la apropiación depende de los contextos.

Desde esta perspectiva, Minciencias apunta a mejorar los que se considera indicadores bajos de apropiación, que de hecho fueron punto de partida importante para su diseño.

Entre otras, se referencian investigaciones según las cuales hay una muy baja participación de la ciudadanía en procesos de ciencia, tecnología e innovación; así como un desarrollo de capacidades en investigación y desarrollo muy pobre en los departamentos (solo seis lo han hecho).

Personas en charla en una calle

Foto: Róbinson Henao

 

También, se menciona como una preocupación que los recursos invertidos en convocatorias de apropiación social del conocimiento solo representaron el 0,7 % del total del presupuesto de Colciencias entre 2011 y 2018.

Pese a la declaración de la política de buscar mejorar estos indicadores, Jorge Manuel Escobar insiste en que la nueva política se queda corta en la medición efectiva de la forma en que se invierten los recursos. También señala que falta delimitar cómo participa la sociedad en los procesos de ciencia y tecnología: “Sigue siendo simplemente funcional para el propósito de mejorar la productividad”.

Otros investigadores, por el contrario, consideran que la renovación sí resuelve parte de los problemas de interpretación del concepto y de enfoque de la política, sobre todo porque se declara la participación de la sociedad. “Uno de los elementos fundamentales para generar procesos de apropiación es la participación, que ella desate una innovación transformativa: quedó al menos mencionado y eso es muy importante. Se cambia el enfoque hacia la divulgación de la apropiación por el de la forma en que se puede generar ese resultado. Va muy de la mano con los temas de innovación social. No se deja de lado la competitividad, pero se piensa en el apoyo a las problemáticas territoriales y que esa solución convoque a diferentes actores para que generen capacidades”, indica el profesor James Alberto Morales Chinca.

Una co-construcción del conocimiento

La jefe de la Universidad de los Niños EAFIT, quien participó en el comité asesor de estos lineamientos, es optimista sobre el nuevo alcance que persigue la apropiación social del conocimiento en Colombia: “Tiene deudas, pero avanza en aspectos importantes como el de proponer una definición, que de alguna forma neutraliza el debate. Esa declaración formaliza lo que el Ministerio espera lograr”.

También, resalta que se incluyera la confianza como un principio (porque da una dimensión humana al concepto), la descentralización de las acciones hacia los territorios y la promoción de la investigación en apropiación social, que motivará a los investigadores. Con mayor o menor expectativa de lo que pueda lograrse en el futuro desde esta nueva forma de acercar a los colombianos a la ciencia, cada uno de los académicos destaca como un avance que dicha actualización del concepto ponga al país a pensar en ello.

Porque, dicen, sin el apoyo ciudadano es muy difícil mejorar la sociedad a través del conocimiento. Al fin de cuentas, como concluye el profesor Daniel Hermelin, la apropiación social del conocimiento también se propone promover una confrontación sana de saberes entre los científicos y los conocimientos de las comunidades y de las organizaciones sociales, lo que conlleva a una co-construcción del conocimiento. Y eso acerca y beneficia tanto a los investigadores como a la sociedad civil.

10 experiencias a las que hay que seguirles la pista

Parque Astronómico La Punta. Argentina. Se dedica a la enseñanza y al aprendizaje de conceptos fundamentales de la astronomía a todo tipo de públicos.

Sala de Ciências del Sesc de Taguatinga Norte. Brasil. Promueve la consciencia del público sobre las implicaciones del cambio climático, a través de talleres, charlas, observaciones y experimientos.

Museo Interactivo de Osorno. Chile. Promueve que en escuelas urbanas y rurales se apropie la ciencia y su aplicación en situaciones prácticas, por medio de 20 módulos interactivos en diferentes áreas del conocimiento.

Parque Explora. Antioquia, Colombia. Promueve la cultura científica y ciudadana por medio de experiencias interactivas, charlas, obras de teatro y actividades para diferentes públicos.

Museo de Electricidad. Perú. Además de contar de manera lúdica e interactiva la historia de la electricidad y su funcionamiento, ofrece talleres de electricidad y robótica para niños y adolescentes.

Universidade Júnior (U. Jr). Portugal. Programa de educación para estudiantes de básica y secundaria que les permite iniciarse en la investigación en diversas áreas del conocimiento.

Junge Uni Bonn. Alemania. Proyecto de la Universidad de Bonn que ofrece una experiencia de inmersión en la ciencia y la investigación para niños y adolescentes.

Red de Investigación Escolar de Medellín y Antioquia. Colombia. Fomenta la discusión en torno a la investigación en la escuela y al rol que tienen los maestros en este proceso.

Cactus Santander. Santander, Colombia. El Proyecto Apropiación Social del Conocimiento en Salud (Cactus) promueve escenarios para democratizar la ciencia y que las personas den uso práctico al conocimiento generado en las investigaciones en salud.

AproCiencia. Tolima, Colombia. Proyecto de la Universidad del Tolima y la Gobernación de ese departamento que acerca la ciencia a los niños con prototipos que viajan en maletas didácticas y aulas interactivas.

Autores

Diana Milena Ramírez

Colaboradora.

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El conocimiento como bien común y al alcance de todos

Marzo 22, 2021

El mundo actual –el de la incertidumbre, la transformación, los avances científicos– ha visto en las últimas décadas un crecimiento exponencial en la producción y el intercambio de conocimientos. Hoy, en medio de la compleja coyuntura resultado de la pandemia, se refuerza la necesidad de que ese conocimiento incluya dentro de su proceso de producción algunos mecanismos para el diálogo y el contraste de visiones con diversos actores de la sociedad.

Tal necesidad ha sido planteada durante más de cuatro décadas en Colombia, que le ha apostado a una visión dialógica de la gestión del conocimiento, asunto que hoy se hace urgente y tiene una relevancia radical: no hay accesos privilegiados al saber, no hay personas más calificadas que otras para su discusión y el conocimiento no se encierra en claustros para la disponibilidad de unos pocos.

La lógica de esta nueva visión, que se ha denominado apropiación social del conocimiento, se fundamenta en entender el conocimiento como un bien común y, como tal, de dominio general sin distinción de edades, género, ocupación o nivel educativo.

Luego, es importante considerar una particularidad adicional: las ciencias no se marginan de los contextos; por el contrario, están directamente relacionadas con ellos.

En la actualidad, el contexto es el de un mundo globalizado e intercomunicado, transdisciplinar, dinámico y diverso. Esta comprensión implica que generar conocimiento tiene impactos que involucran a más personas, territorios y problemas. Y, a su vez, esos impactos se comunican y reproducen de forma más veloz.

El contexto es, pues, una riqueza y un reto para las comunidades científicas e implica un cambio estructural en la manera de concebir la gestión del conocimiento, toda vez que involucra a la sociedad como coproductora y parte implicada en la creación de ese mismo saber.

Este cambio persigue el propósito declarado en la reciente política de apropiación social del conocimiento liderada por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación que pretende entrelazar las ciencias, la cultura y la sociedad.

Esta es una aspiración que se engloba en los principios que rigen este concepto de apropiación social del conocimiento y con los que la Universidad EAFIT se alinea proactivamente: el reconocimiento del contexto, la participación en el diálogo de saberes y conocimientos, la gestación de confianza y la reflexión crítica.

Desde su creación, la Vicerrectoría de Descubrimiento y Creación gestiona el vínculo estrecho entre las ciencias y la vida cultural, lo cual es una oportunidad adicional para enriquecer el diálogo de la Universidad con la sociedad a través de los múltiples lenguajes que tiene la investigación-creación. Ellos alimentan y realimentan los contenidos, los medios y las estrategias tradicionales para trazar nuevas alternativas en este campo.

Con su dossier central, esta edición de la Revista Universidad EAFIT es una invitación a la reflexión y al intercambio de concepciones sobre la apropiación social del conocimiento desde la convicción de que son necesarias estructuras que propicien el logro de sus aspiraciones y aporten a tener una sociedad mejor informada, participativa e implicada en la generación del saber científico.

¡Que disfruten de este nuevo número de la Revista Universidad EAFIT, Descubre & Crea!

Autores

César Eduardo Tamayo Tobón

Vicerrector (e) de Descubrimiento y Creación de la Universidad EAFIT.

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Telemedicina y democratización de la salud

Septiembre 10, 2020

José Fernando Arango Aramburo, Médico anestesiólogo Hospital Pablo Tobón Uribe.

El mundo de la medicina está transitando del cuidado junto al paciente a su atención con el apoyo de medios que se enmarcan en lo que se denomina “telemedicina”. Este es un concepto amplio que cobija a muchos elementos, desde la obtención de una opinión entre dos médicos que están en lugares distantes hasta la integración de un ecosistema de dispositivos tecnológicos avanzados interconectados que cumplen distintas funciones.

Aunque esos dispositivos no van a desplazar al médico, sí lo van a conectar con centros mayores de atención que pueden estar en diversos sitios del mundo para ayudarlo en situaciones complejas que él solo no podría solucionar.

Estos avances permiten que, por ejemplo, un robot sea ya capaz de hacer suturas en intestino o piel con resultados tan buenos o mejores que los logrados por seres humanos. Y existen dispositivos que posibilitan a un médico dirigir un robot mientras esa máquina hace directamente una operación en una persona. Esas cirugías son más precisas, producen menos sangrado y llevan a una recuperación más rápida de los pacientes.

Más allá, hay aplicaciones clínicas de inteligencia artificial en las cuales se recogen miles de imágenes de tomografías de pulmón para, en estudios clínicos, tener un diagnóstico más preciso y hasta un año antes que lo pudiera establecer un ser humano sin esa ayuda.

Lo mismo se ha hecho en dermatología, en específico en cáncer de piel, cuando con inteligencia artificial se integran miles de imágenes y estas, frente a la foto de un paciente, permiten un análisis que llega a un diagnóstico más temprano.

Pero, ¿la tecnología nos está acercando a que todos tengamos acceso más rápido y mejor a la salud? En Colombia, desde el año 2010 existe el decreto 1419 que regula la telemedicina. Esta se inició con algún entusiasmo en los antiguos territorios nacionales, pero una década después se ve que muchos centros asistenciales no tienen siquiera conexión a internet o que es intermitente o mala.

Del mismo modo, que los diagnósticos o interconsultas que deberían hacerse en cuestión de minutos u horas se demoran días, por lo que llegan en momentos en los cuales el paciente se complicó o ya tuvo un desenlace desfavorable. Los desarrollos de telemedicina han tenido mucha acogida en los centros urbanos y en grupos poblacionales que ya tienen acceso a la salud, personas que pueden acceder a una consulta rápida con un especialista.

Sin embargo, el sistema de salud no ha logrado que esos desarrollos estén al servicio de una amplia población vulnerable que los requiere: falta que todo esto llegue a los sistemas públicos de salud, que tengan divulgación y que se construya una buena infraestructura.

Este problema es debido a múltiples factores, pero uno significativo es que los modelos de negocio en el sector salud se han enfocado hasta ahora en personas que ya están aseguradas y tienen alguna capacidad económica. Por otra parte, muchas personas que podrían  necesitarlos  no  tienen,  por  ejemplo, acceso a una buena conexión de internet.

Ambos factores están en caras opuestas de la moneda y son limitantes. Ello, a pesar de que la ley permite que los servicios de telemedicina a través de los regímenes subsidiado o contibutivo sean cobrados y pagados.Desde el punto de vista filosófico se plantea el dilema de que en el futuro la tecnología llegue a un nivel tal que el personal médico no sea necesario.

Por ahora vamos en que todas estas herramientas son una ayuda para médicos y personal de salud que siguen ausentes en regiones apartadas donde urge un apoyo especializado, así sea virtual.

Contrario a lo que pasa en empresas financieras y del sector de negocios, por ahora la telemedicina no ha llegado a que sea un robot el que responda preguntas, sino que siempre se designa a personal de médicos, especialistas o enfermeras para que estén pendientes, den respuestas y brinden apoyo.

Pero el asunto va más allá de unas capacidades básicas en un celular o computadora portátil: los mismos dispositivos médicos pueden estar conectados a la red a través de internet de las cosas para que, pongamos el caso, un electrocardiograma tomado en un sitio alejado esté conectado con un centro de mayor complejidad. Por eso hablamos de todo un ecosistema que se debería desarrollar.

Las empresas prestadoras de salud deben pensar incluso que esto representa una oportunidad de llegar a la gente, de acceder a zonas donde puede haber solo un médico general o una enfermera para que el paciente tenga acceso a conceptos de un médico internista o de un especialista, que las citas no se tengan que demorar semanas o meses y que algunas actuaciones médicas se puedan solucionar a través de la tecnología.

Esto es una oportunidad que los servicios de salud no han explotado de manera eficaz. Le corresponde al gobierno y a los gremios médicos impulsar este tipo de iniciativas porque tenemos una falta grande de personal de salud en zonas rurales y áreas remotas. Existe por ley la facilidad de hacerlo y las compañías tienen no solo la posibilidad sino la obligación de implementarlo. Eso sería ayudar a democratizar más la salud.

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¿Emisiones a la atmósfera?, ¿por qué no mejor de bonos verdes?

Enero 22, 2025

Al igual que en el fútbol, el tiempo juega contra quien necesita resultados. Hoy, aparte de tiempo, el medio ambiente requiere de acciones que financien iniciativas que mermen las emisiones de efecto invernadero. Los bonos verdes son una opción que crece y se consolida en el mercado de deuda.

Habría que vivir en Marte para no percibirlo. Fuertes aguaceros que generan enormes inundaciones, tifones y huracanes que se forman con mucha más intensidad, olas de calor o frío que golpean amplios sectores del mundo, fenómenos atmosféricos que desconciertan a la ciencia.

Quienes habitamos la Tierra, como en un partido de fútbol definitivo, jugamos en contra del tiempo por cuenta del cambio climático y desde diferentes ámbitos, incluidas las finanzas, y por tanto, es un imperativo buscar soluciones que permitan revertir una situación tan determinante para el futuro de la humanidad y de las diferentes especies que conforman el planeta.

Sí, hay que movilizar recursos para generar efectos resilientes alrededor del medio ambiente, pues como lo menciona Juan Felipe Franco, director general de Hill Consulting –firma colombiana que se encarga de trabajar por territorios amables y saludables–, la gestión para hacerle frente al cambio climático no puede
ser exclusivamente financiada a través de recursos de donación o de cooperación internacional.

“Definitivamente se necesita de la inyección de capital importante para lograr acciones transformadoras”, menciona el consultor, quien agrega que una alternativa para hacerle frente al asunto son los bonos verdes, financiación que se requiere con prioridad teniendo en cuenta las ambiciosas metas internacionales de Colombia frente al cambio climático y la consiguiente movilización de recursos para su cumplimiento.

Además, no se trata de un asunto filantrópico, sino de gestión de un riesgo, como lo son las acciones en beneficio del medio ambiente. Famosos desde 2007, cuando un grupo de inversionistas nórdicos se acercó al Banco Mundial con el fin de gestionar herramientas que les permitieran invertir en los mercados financieros, pero a la vez tener unos impactos positivos en el medio ambiente, se trata de instrumentos de deuda cuyos recursos solo deben utilizarse en proyectos con efectos ambientales positivos.

La definición de lo que son está en el estudio internacional El potencial de los mercados de bonos verdes en América Latina y el Caribe, financiada por la Fundación EU-LAC y en la que participaron académicos de EAFIT, la firma Hill y Get2C.

En palabras de Diana Constanza Restrepo Ochoa, docente del Departamento de Finanzas de EAFIT y una de las autoras del estudio, los bonos verdes permiten visibilizar los recursos dirigidos a la financiación de iniciativas relacionadas, por ejemplo, con eficiencia energética, energías renovables limpias o infraestructura sostenible, entre otras.

La profesora explica que “esto nos ayuda a entender mejor cómo se mueven los recursos hacia estas áreas, acordes con el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y también con el Acuerdo de París, que busca un compromiso global por limitar el aumento de la temperatura en el planeta a menos de dos grados centígrados de aquí a 2030. Idealmente a no más de 1.5 grados centígrados”.

Un mercado de crecimiento

Utilizados por instituciones públicas y privadas, los bonos hacen parte de un mercado de valores de deuda, es decir, en el que se presenta un  financiamiento por medio de la emisión de dichos bonos. Son también conocidos como valores de renta fija, pues entre emisores y compradores se sabe con exactitud la cantidad de dinero que se obtendrá y el interés fijado.

Los bonos verdes integran dicho mercado y, a 2019, se habían tranzado 1397 billones de dólares en el mundo, según el registro que desde 2014 hace The
Climate Bonds Initiative (CBI). A su vez, durante 2021 se han movido 298.4 billones de dólares en todo el planeta en bonos verdes.

La profesora Diana Restrepo especifica que son los actores privados quienes más han intervenido en este mercado con la emisión de más del 50% de los instrumentos. El sector público como tal tiene una participación cercana al 30% y la banca de desarrollo un 16 o 17%.

El estudio subraya que, según datos de 2019, Europa se erigía como el principal emisor con un 40% de bonos, mientras que América Latina aportaba
solo un 2%.

Imagen Noticia EAFIT
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Los bonos verdes son más que un asunto de financiación o de corte filantrópico. Son también una forma de gestión de un riesgo, como todas las acciones en beneficio del cuidado del medio ambiente. Foto: Róbinson Henao.

 

Y aunque es un mercado en crecimiento, corresponde al 1 % del mercado general de bonos, como lo indicó el Banco Interamericano de Desarrollo en 2019 y que se reseña en la publicación. “Llegar a ese tamaño del mercado global de deuda no es algo desdeñable porque este es un mercado bastante grande”, dice la académica, y más aún cuando su auge comenzó en 2014, siete años después de la emisión del primer bono. En lo concerniente a Latinoamérica, Diana Constanza Restrepo comenta que una de las razones para que falte más consolidación es que se trata de un sector con mercados de deuda aún muy pequeños.

“La mayoría de nuestro tejido empresarial está conformado por empresas pequeñas y medianas, y se necesita salir con una cantidad relativamente grande de deuda (una emisión competitiva de deuda en el mercado colombiano es de más de 200 mil millones de pesos)”.

A 2019, Europa se erigía como el principal emisor con un 40% de bonos, mientras América Latina aportaba un 2%. El mercado mundial de bonos verdes corresponde al 1% del mercado general de bonos.

Su uso en el país

En Colombia, para mostrar ejemplos de emisión de bonos verdes, se destacan las hechas por Bancóldex,
organización que en 2017 emitió un bono verde de 200 mil millones de pesos que le permitió conceder
créditos verdes por cerca de 330 mil millones de pesos.

ISA, en 2020, hizo una emisión de 300 mil millones de pesos para el financiamiento de dos proyectos en la región Caribe y así permitir la conexión de energías renovables no convencionales (eólica y solar) al Sistema Interconectado Nacional. Además, hubo unas colocaciones privadas de Bancolombia (350 mil millones de pesos) y Davivienda (433 mil millones de pesos), ambas en 2017, lo que las convirtió en las primeras en abrir este tipo de bonos en el país.

Ambas emisiones fueron adquiridas por la Corporación Financiera Internacional (IFC) para darle prioridad a proyectos que combatan el cambio climático. Por lo anterior, para la docente, uno de los aspectos
positivos en Colombia es que los bancos han entrado mucho a dicho mercado y esto es un caso especial dentro de Latinoamérica.

A su vez, Colombia emitirá bonos soberanos verdes este 2021, ofrecidos por gobiernos nacionales. “Ellos han tenido acompañamiento del Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial en la estructuración de esta emisión. Esperaríamos, eso sí, que la colocación resulte exitosa”, expone la profesora Diana Constanza Restrepo, quien considera que aspectos como la no firma del Acuerdo de Escazú, muy relevante para la protección del medio ambiente en el país, seguramente no afectará la intención de los inversionistas, teniendo en cuenta la especificidad de los bonos y su destinación, y el respaldo que ha tenido el Gobierno durante el proceso de estructuración.

¿Qué son los bonos verdes?

Instrumentos de deuda cuyos recursos solo deben utilizarse en proyectos con efectos ambientales.
Los pueden emitir empresas, gobiernos, municipios o entidades supranacionales.

¿Bonos verdes soberanos?

Son aquellos emitidos por gobiernos nacionales. Su emisión permite a un gobierno atraer directamente a los mercados de capital para financiar los compromisos.

Dificultades y marcos normativos

En el estudio es clara la explicación que se hace sobre la regulación de los bonos verdes, aunque como dice la misma publicación, detallar lo que es “verde” no es tan sencillo. Fue la International Capital Markets Association (ICMA) la que definió los Principios de los Bonos Verdes (GBP, por sus siglas en inglés), los que, de acuerdo con la investigación, son “directrices de proceso voluntario que recomiendan la transparencia y la divulgación y promueven la integridad en el desarrollo del mercado de bonos verdes al aclarar el enfoque para la emisión”.

La académica anota: “Los GBP dan unos lineamientos sobre cómo se debe estructurar el bono, cómo se deben informar los proyectos en que se va a invertir y cómo se debe reportar. Ese es uno de los problemas que tiene el mercado, y es que los emisores pueden o no acogerse a los principios de los bonos y aun así etiquetar como verde”.

Volviendo sobre lo que es “verde”, una de las dificultades del mercado está relacionada con el greenwashing que es, por ejemplo, cuando una petrolera o una mina de carbón emite un bono verde para eficiencia energética, y aunque ahorren energía, su foco de actividad económica continuará siendo muy contaminante.

Aspectos como el desconocimiento del funcionamiento y las ventajas de estos instrumentos, la actualización aún más de su regulación y la socialización de su operación también se hacen necesarias para fortalecer el aumento del mercado. En la actualidad, los bonos verdes se utilizan para iniciativas en energía renovable, infraestructura verde.

El escenario pospandemia

La contingencia del COVID-19 priorizó otras necesidades para el mundo. Tanto en América como en Europa, las zonas en que se centró la investigación –y por sus diferencias sociales y económicas–, se viven escenarios en los que se hace necesario revisar el futuro de este mercado, aunque las previsiones son positivas.

Según la investigación, en el caso de Latinoamérica y el Caribe, “a pesar de la incertidumbre pandémica, todavía existe la oportunidad de apelar al mercado de deuda para financiar la recuperación y los bonos verdes podrían ser un instrumento importante con el fin de movilizar recursos financieros de apoyo a una recuperación económica alineada con la construcción de emisiones cero”.

Los europeos, por su parte, acordaron el próximo presupuesto a largo plazo (1824,3 mil millones de euros). Allí incluyeron medidas de recuperación del COVID-19 pensando también en un futuro más sostenible que apoye la inversión en las transiciones verde y digital.

 

El transporte limpio es uno de los campos que se puede financiar con este tipo de bonos. Foto: Róbinson Henao.

"Ante este panorama, Juan Felipe Franco, de Hill Consulting, cree que el mercado no se verá afectado de forma negativa. “Por el contrario, cada vez más los países, los territorios y la empresa privada van a demandar más de este tipo de instrumentos de deuda para sacar adelante la recuperación pospandemia sostenible, y que empiece a tener criterios de desarrollos bajos en carbonos y resiliente al clima”.

Cambio climático, futuro, financiación, proyectos alternativos, verde... Más que palabras claves, la supervivencia de la humanidad en la Tierra, así como de las especies que hoy habitan el planeta, necesita de acciones.

Los bonos verdes, y por ende las finanzas sostenibles, como lo reitera la profesora Diana Constanza Restrepo, permiten anticiparse a esos eventos. “Si entendemos que el ambiente es una fuente de riesgo y no actuamos sobre lo que estamos haciendo para cambiar la trayectoria, seguro vamos a estar peor”.

Ah, y que quede claro, en voz del líder de Hill Consulting, que los bonos no son el único instrumento financiero para este problema. “Requerimos de esfuerzos para que haya una combinación de distintos instrumentos, a través de los que se movilicen recursos para la acción climática en Colombia y en América Latina”.

 

¿Cuál es el negocio de invertir en ellos?

Los bonos verdes son, básicamente, acuerdos en los que un grupo de inversionistas se compromete a comprar la deuda a los emisores de dichos bonos
y los emisores, a cambio, se comprometen a pagar unos intereses mientras el bono se vence.

Para Juan Felipe Franco, de Hill Consulting, los bonos terminan siendo una deuda por la que quien utiliza los recursos debe pagar unos intereses por ese dinero que recibe. Frente al mercado de bonos convencionales, la diferencia con los verdes es que en el caso de los segundos los recursos que se recogen con la emisión
solo se pueden utilizar en proyectos con beneficios ambientales.

Se trata, entonces, de instrumentos de deuda o financieros que son ampliamente usados por los países, por el sector privado y por los gobiernos. Lo interesante, además de la destinación de estos recursos, son los requisitos para acceder a estos, los que en ocasiones son entregados al usuario final bajo unas condiciones: tasas especiales, plazos de deuda quizás más amplios y períodos de condonación.

El aporte de estos instrumentos de financiación pasa por la necesidad de beneficiar acciones que tengan impactos ambientales positivos, en la reducción de emisiones y en la forma como las comunidades cada vez son más resilientes a los impactos del cambio climático.

 

Autores

Juan Carlos Luján

Colaborador Revista Universidad EAFIT.

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Autor
Juan Carlos Luján
Edición
Edición 177

Descubre tu entorno con esta guía de observación de flores y polinizadores

Mayo 2, 2022

¿Conoces las flores que hay cerca de tu casa o en tu barrio?, ¿a qué huelen?, ¿qué animales has visto visitando las flores? Utiliza esta guía de observación de flores y polinizadores, elaborada en el proyecto “Ciencia entre montañas”, y explora tu entorno para descubrir todo lo que la naturaleza nos enseña.

¿A los osos les gusta la miel?, ¿por qué los aguacates tienen semilla?, ¿cómo la niebla se convierte en el agua que tomamos?, ¿cómo son las flores que hay cerca de tu casa? Estas son preguntas de los niños y niñas participantes del proyecto “Ciencia entre montañas", liderado por la Universidad de los niños EAFIT en los municipios de la Provincia Cartama, de la subregión del Suroeste antioqueño.

A través del juego, la pregunta, la experimentación y la conversación, más de 1100 niños y niñas participantes viven experiencias de aprendizaje activo que los acercan a la ciencia y la investigación. Los acompañan mediadores locales, capacitados por el área de Apropiación Social del Conocimiento de EAFIT y asesorados por investigadores invitados.

Entre 2022 y 2025, Ciencia entre montañas realizará un total de 960 talleres en 40 sedes educativas rurales de los municipios de Caramanta, Fredonia, Jericó, Montebello, Pueblorrico, Santa Bárbara, Támesis, Tarso, Valparaíso y Venecia.

Una de las experiencias de aprendizaje desarrolladas en las sedes educativas participantes buscó responder la pregunta ¿De dónde sacan las flores su aroma? en compañía del investigador Luis Fernando Echeverri, químico farmacéutico y doctor en Ciencias Químicas.

Durante este taller, los niños y niñas estudiaron la anatomía básica de las flores, realizaron recorridos por su vecindario para identificar distintos tipos de flores y animales polinizadores, diseccionaron flores observando su estructura interna con una lupa, y experimentaron con la extracción de aceites esenciales de canela, clavos de olor y eucalipto macerándolos en alcohol durante un par de semanas.

“Hola Luis, hoy aprendimos sobre la polinización de las flores, jugamos e hicimos un experimento, y aprendimos que las flores sueltan su aroma desde sus células vegetales y los insectos vienen a polinizar. Las flores cuando se sienten atacadas sueltan un aroma que huele mal. Nos gustó tu carta ¡y muchos abrazos!".
​Darcy Cañaveral Ciro y Yakeline Álvarez Tangarife, I. E. Sabanitas Sede Educativa Rural Sabanitas, Municipio de Montebello.

¡Ahora es tu turno!
Guía de observación de flores y polinizadores

Los polinizadores que visitan nuestras flores

Realiza un recorrido por las zonas verdes que están cerca de tu​​​ casa o en tu barrio

y observa las flores que hay en el suelo, en los árboles o creciendo en las grietas de los andenes. Lleva papel y lápiz y registra todos tus hallazgos en el siguiente formato:

1. Elige una flor, obsérvala, tómale fotos, huélela y escribe tus hallazgos:

¿Cómo es la flor? Describe el color, tamaño y forma de la flor:

¿Tiene polen? ¿Cómo es?

¿Tiene olor? ¿A qué huele?

¿La flor tiene visitantes? Describe los animales que observaste visitando la flor.

2. Identifica el sexo de la flor

Observa muy bien cada una de las partes de la flor y trata de identificar:¿Es hermafrodita?

La mayoría de las plantas angiospermas (plantas con flores) son hermafroditas, es decir, tienen flores con partes masculinas y femeninas, como el curubo antioqueño (Passiflora antioquiensis) o el aguacate (Persea americana).

¿Es femenina?

Estas flores tienen solo la parte femenina que se encuentran en las hermafroditas. En ellas se puede identificar el estigma, que es la parte del pistilo que recibe el polen. También el estilo alargado en cuyo interior se encuentran los óvulos

¿Es masculina?

Estas flores tienen solo la parte masculina. En ellas se pueden las anteras, que por lo regular tienen polen.​
 

Autores

Daniela Cepeda Zúñiga, Susana Galvis Bravo y Agustín Patiño Orozco.

Colaboradores.

Carolina Arango Hurtado.

Ilustradora.

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La aventura de medir la calidad del aire a través de plantas

En muchas ocasiones, la investigación científica está rodeada de episodios fascinantes que nunca aparecen siquiera como anécdotas para hacer menos densa una conferencia y, menos, una publicación académica. Esta crónica testimonial muestra esas peripecias desconocidas detrás de hacer ciencia.

Hace cuatro años ya que participé en unainvestigación sobre la calidad del aire en el Valle de Aburrá que realizamos profesores y estudiantes del grupo de investigación en Paleomagnetismo y Magnetismo Ambiental de EAFIT, dirigida por José Fernando Duque Trujillo, docente del Departamento de Ciencias de la Tierra de EAFIT. Era en esas épocas en las que empezó a sonar mucho la idea de que en Medellín había una mala calidad del aire.

Yo por alguna casualidad había comenzado un proyecto muy bonito que consistía en medir la calidad del aire en diferentes puntos de la ciudad por medio de
plantas. ¡Sí!, especies vegetales a las que se les adhiere material particulado de su entorno y por medio de técnicas de magnetismo ambiental se puede saber el nivel de contaminación donde crecieron estas plantas.

Las Tillandsias recurvata son plantas con una distribución muy amplia en toda América y justo en Colombia se pueden encontrar en cualquier lugar: desde las ramas de los árboles, hasta en los cables de la luz. Nunca había notado su existencia hasta que las comencé a buscar.

Una parte importante de la investigación era encontrar las Tillandsias porque por los protocolos de investigación las plantas tenían que cumplir ciertos requisitos: de aproximadamente cinco centímetros y una altura mayor a 1.5 metros, y las que recolectaba tenían que estar distribuidas de manera uniforme por todo el Valle de Aburrá.

Nunca voy a olvidar el primer día que salí a recoger Tillandsias. Había pasado toda la semana planeando las rutas en las que tenía que optimizar el mayor tiempo posible porque en apenas unas pocas semanas tenía que tener toda el área muestreada. ¿La razón? Si pasaba mucho tiempo entre colectar una muestra y las otras, al final no serían comparables.

De manera que pasé mucho tiempo pensando la forma de tomar la mayor cantidad en el menor tiempo posible. Una de las soluciones fue gastar horas en Google maps revisando en qué calles de la ciudad habían árboles y en cuáles no, todo para evitar perder tiempo en lugares donde no se podían hallar.

El reto de ubicarlas y llevarlas al sur del continente

La noche anterior al primer día de muestreo había llevado todo a mi casa: el GPS, los mapas, la ubicación de las calles seleccionadas, bolsas, guantes...

Nada podía fallar porque era la primera vez que estaba yo sola dirigiendo un muestreo. Llovió toda la noche y yo no dormía pensando en que el agua iba a tumbar todas las planticas. Al final todo salió bien y a medida que pasaban los días fue más fácil encontrarlas.

Conocí toda la zona urbana del área metropolitana, barrios que nunca en la vida había visitado en los que gente curiosa preguntaba qué había de interesante en los árboles y para qué recogía esas plantas. La dinámica de muestreo tenía sus altibajos porque en el Valle de Aburrá pasas de una zona con muchos árboles a barrios con centenares de casitas sin una sola planta. Ese era un problema, lugares donde iba y no podía encontrar nada.

Las plantas las empacaba y las llevaba al laboratorio, ese mismo día las ponía a secar en un horno a 38 grados para que no se les “borrara la información”. Finalmente, cuando terminé de muestrear, tenía 185 bolsitas de planticas trituradas, listas para analizar.

Colombia terminó el año 2020 con un total de 51.454 hectáreas sembradas de banano. El 69% de las exportaciones de la fruta son a países de la Unión Europea, 16% a Estados Unidos y 15% al Reino Unido. Foto: Daniela Mejía.

 

Para mi fortuna, los análisis magnéticos de las muestras no se podían hacer en Colombia porque ningún laboratorio tiene magnetizadores de remanencia y otros equipos utilizados en magnetismo ambiental, así que después de tener las muestras listas comencé un largo viaje a la ciudad argentina de Tandil –ubicada en la Provincia de Buenos Aires, a unos 420 kilómetros de la capital del país–, para conocer un poco más sobre los minerales magnéticos pegados en las Tillandsias, y con varios análisis más determinar un índice de contaminación en cada sitio muestreado.

Viajar con las muestras fue toda una aventura, básicamente porque es materia vegetal que está pasando de una región a otra y ese tipo de cosas hay que declararlas en aduanas con el riesgo de que no las dejen pasar. Así que con mucha cautela empaqué mis bolsitas entre la ropa de la maleta de bodega y, como dicen por ahí, les eché la bendición.

Al llegar a Buenos Aires me apresuré a recibir la maleta en la banda con la sorpresa de que nunca apareció: Aerolí- neas Argentinas había dejado mi equipaje en Lima y prometió que lo enviaría lo más pronto posible a Tandil.

“El trabajo de laboratorio tiene sus cosas. Algunos piensan que es monótono y que no pasa nada, pero justo al intervenir las muestras fue cuando sentí las mejores emociones de la investigación”.

La emoción del laboratorio

Los primeros días en Tandil fueron de mucha ansiedad, primero por pensar que tal vez no llegaría la maleta —o, si llegaba, podía no tener las muestras adentro— y, segundo, porque como en la maleta traía todas mis cosas personales, no tenía nada que ponerme más que la ropa con la que había viajado.

Tardaron ocho días en enviar mi equipaje y, por suerte, las muestras aparecieron en el mismo lugar donde las había escondido, sin señales de haber sido manipuladas ni mezcladas.

Yo ya conocía Tandil, había estado allí dos años atrás cuando realicé las prácticas profesionales de geología. En el laboratorio de magnetismo ambiental del Instituto de Física Arroyo Seco (IFAS) aprendí las primeras ideas de magnetismo ambiental con el que ha sido dos veces mi director, Marcos Chaparro. De modo que yo no iba en ceros, había gente que ya conocía y amigos con los que me volvería a encontrar.

Llegué a vivir en la misma casa de la vez pasada, Chacabuco 15, al frente de un parque bonito. Eva, una señora de ascendencia danesa, me rentaba una parte de su casa parcialmente independiente en la que yo tenía cocina, baño y una litera para dormir. Digo parcial porque compartíamos la entrada y los muros eran tan delgados que podíamos escuchar las cosas que hacíamos sin ningún esfuerzo.

Cuando salía para el laboratorio, Eva hacía como que sacaba la basura, nos encontrábamos en la reja y aprovechábamos para conversar. Detrás de ella siempre estaba Capitán, un perrito que había recogido de la calle. Él se despedía también, aunque más efusivo que Eva.

El trabajo de laboratorio tiene sus cosas. Algunos piensan que es monótono y que no pasa nada, pero justo al intervenir las muestras fue cuando sentí las mejores emociones de la investigación. Todo consistía en pasar las plantas por una serie de instrumentos que las van magnetizando, y luego medir ese estímulo en un magnetómetro de pulso.

Son procedimientos relativamente sencillos que al principio requieren de mucha atención, pero que con el tiempo se vuelven mecánicos. La emoción está en ir adquiriendo datos que le dan a uno idea de lo que pasa en el área de investigación; recordaba cada sitio donde había colectado una muestra y de forma muy espontánea sentía curiosidad sobre lo que iba apareciendo en cada medición.

“No puede ser que en ese lugar dé valores tan altos de susceptibilidad”, pensaba con sorpresa. Así fui avanzando hasta que un día el magnetizador de campos alternos dejó de funcionar, de la nada. Llevaba unas 20 muestras cuando me dijeron que ya no lo podía utilizar.

Al parecer el sistema de ventilación no era eficiente y se sobrecalentó. Tardaron como un mes en repararlo y mi estancia, que iba ser de tres meses, se tuvo que alargar.

El disfrute del paisaje

Los meses de más que tuve que quedarme en Argentina no fueron ninguna mala noticia.

Por el contrario, resultaron muy provechosos para el desarrollo de la investigación.

Con tiempo de sobra pude realizar todos los procedimientos que tenía planeados y de manera extra incluimos un análisis multivariado que se realizó en colaboración con un investigador de Mar del Plata.

Para aprender sobre esta metodología tuve que viajar un par de veces a la Universidad de Mar del Plata, donde me reunía con Mauro (el investigador), para ponerlo en contexto sobre los datos que estábamos trabajando.

Con sinceridad puedo decir que la modelación matemática no se me daba para nada, pero con mucho entusiasmo hacía el viaje a esa hermosa ciudad porteña.

La causa era el trayecto de dos horas en bus de Tandil a Mardel (como dirían allá), en el cual se divisaban hermosos paisajes tallados sobre unas pequeñas colinas, sierras de aproximadamente 2200 millones de años, nada más y nada
menos que las rocas más viejas de Argentina.

Ese camino me gustaba mucho, era un contraste entre lo que veía y mis recuerdos; por un lado —en mi mente—, las verdes montañas de los Andes colombianos, altas y en crecimiento.

Por el otro, las colinas de roca descubierta, aplastadas y disminuidas por el pasar del tiempo... la erosión.

Después de una buena divisada llegaba a la terminal de Mar del Plata, ciudad que también disfrutaba mucho. Justo al frente de la parada había una tienda de empanadas, mis favoritas.

 

Las Tillandsias recurvata son plantas muy comunes en nuestro medio. Crecen incluso en techos y en cables de luz.
Foto Róbinson Henao.

“Fue inesperado encontrar lugares con índices de contaminación muy altos, como fue el caso del barrio El Poblado y algunas zonas industriales de Itagüí y Girardota”.

Hallazgos importantes

La investigación se fue enriqueciendo a medida que pasaba más tiempo en Tandil. Al final conseguimos dinero para el análisis químico de un porcentaje de muestras que enviamos a un laboratorio ubicado en Bahía Blanca, otra ciudad al sur de la provincia de Buenos Aires.

Lo hicimos con la intención de determinar la concentración de elementos que en ciertas cantidades se consideran contaminantes y así correlacionar los parámetros magnéticos con una medida de concentración.

Esta serie de datos daba un panorama muy interesante sobre el material particulado que circula por el Valle de Aburrá, especialmente porque la correlación directa de los datos magnéticos con los químicos era un indicador de que las técnicas de magnetismo —las cuales son mucho más baratas que los análisis químicos— eran apropiadas para monitorear la calidad del aire en zonas donde llueve mucho.

Esto fue un hallazgo muy importante porque el biomonitoreo magnético hasta el momento solo había sido aplicado en regiones más secas y, por lo tanto, no se sabía con certeza si en el Valle de Aburrá iba a funcionar. Con una cantidad satisfactoria de datos y mediciones ya estaba todo listo para dejar el laboratorio en Tandil.

Habían pasado aproximadamente seis meses desde que llegué y de un modo inadvertido la investigación había crecido hasta alcanzar una especie de madurez. No quería dejar Tandil, aunque sabía que el regreso a Medellín era inevitable. Sin embargo, faltaba algo importante para concluir la investigación.

En todo ese tiempo había investigado partículas tan pequeñas que no las podía percibir más que a través de las mediciones magnéticas. No teníamos una referencia visual de lo que tenían las plantas y para llegar a mejores conclusiones era indispensable observar los contaminantes por medio de herramientas
especializadas.

De forma espontánea —como mucha parte de lo que fue la investigación—, decidí con mis tutores que antes de regresar era conveniente pasar algunas muestras por el microscopio electrónico. Esto implicó una parada más antes de regresar a Medellín y prolongó un mes más el tiempo de viaje.

La próxima estación sería el campus de Geociencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en la ciudad de Querétaro.

Un inusual mapa de Medellín

En la Ciudad de México el primer reto fue convencer al personal de migración que no era una delincuente que ingresaba con fachada de investigadora y que las intenciones educativas eran reales.

A pesar del tiempo que estuve esperando que me dejaran entrar y aún con el maltrato característico de los agentes, me sentía muy emocionada de estar allí, pues era la primera vez que visitaba México y tenía muchas expectativas culturales al respecto.

Pasé unas semanas en el CGEO Juriquilla y finalmente completé los análisis de la investigación. Allí me facilitaron el microscopio electrónico con el que capturamos imágenes de las partículas magnéticas que estábamos investigando.

Las fotografías eran muy sorprendentes, pues se veía el material particulado agrupado en ciertos puntos de la planta —cosa que no se alcanza a percibir a simple vista— y con formas muy llamativas.

Este fue el último día de Daniela en Tandil. Una pequeña muestra para el recuerdo. Foto: Daniela Mejía.

 

Marina, la mujer encargada de manipular el equipo, tenía mucha experiencia con este tipo de muestras, así que me ayudaba a encontrar la mayor variedad posible de partículas y en ciertas ocasiones —cuando alguna nos llamaba la atención— analizaba sus principales componentes químicos a través del espectrómetro de energía dispersiva (EDS).

Con las imágenes listas y un par de mediciones magnéticas más había culminado mi travesía investigativa. Regresé a Colombia no sin antes visitar algunos de esos pueblitos mágicos donde se divisan paisajes excepcionales, volcancitos pequeños a lo largo de la carretera (viejos e inactivos) y uno que otro que “acaba de nacer”.

En Medellín, ya con todos los resultados a la mano, comencé a analizar los datos de una manera integral para preparar el informe que sería mi tesis. Fue inesperado encontrar lugares con índices de contaminación muy altos, como fue el caso del barrio El Poblado y algunas zonas industriales de Itagüí y Girardota.

Finalmente, la investigación sirvió para plantear un mapa de calidad del aire obtenido a través de técnicas poco convencionales de bajo costo, utilizando plantas que podríamos decir “se alimentan del aire”.

Estas conclusiones solo fueron posibles después de muchos kilómetros recorridos, que comenzaron a contar desde que se colectó la primera planta y fueron aumentando en cada laboratorio visitado. Sin lugar a dudas, la investigación no habría alcanzado tal robustez sin la colaboración de los diferentes investigadores que, desde su especialidad, ayudaron a conocer más sobre las pequeñas partículas que se esconden en una planta denominada Tillandsia.

 

Autores

Daniela Mejía

Geóloga de la Universidad EAFIT.

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Genoma de hongo revelaría tolerancia a metal tóxico

Mayo 2, 2023

Se trata del Talaromyces santanderensis, hallado recientemente en suelos contaminados con cadmio en una finca cacaotera de la vereda Monserrate del municipio de San Vicente de Chucurí, en Norte de Santander.
En laboratorios de la Universidad EAFIT se avanza en la caracterización microbiológica.

Cultivo del hongo Talaromyces santanderensis ​​

Producir cacao de alta calidad depende, entre otras cosas, de bajar los niveles de contaminación por metales pesados que se almacenan en la semilla. La buena noticia es que un hongo descubierto recientemente por investigadoras e investigadores de las universidades EAFIT y Santander es ahora clave para retener el metal pesado en el suelo y prevenir que se almacene en los frutos.

Esta nueva especie está bajo análisis en el Laboratorio de Biología Molecular de EAFIT, donde se espera descifrar su código genético, así como entender por qué es altamente tolerante al cadmio, uno de los metales pesados más presentes en suelos cacaoteros, y con base en los hallazgos idear soluciones biotecnológicas que permitan mejoraría su calidad para el consumo humano, además y de abrir nuevas puertas para la comercialización en los mercados internacionales.

En imágenes, mostramos detalles de los procesos de análisis en sus distintas fases.

Observación de caracteres micromorfológicos 

El investigador Javier C. Álvarez replica la cepa fúngica en una cámara de flujo laminar estéril para evitar contaminación.

Observación de caracteres micromorfológicos ​​

Observación de caracteres micromorfológicos 

La investigadora Manuela Quiroga nos enseña cómo se lleva a cabo la extracción del material genético.

Preparación del micelio del hongo para ser transferido y replicado.

Observación de fragmentos de ADN amplificados en una PCR.

Observación detallada del micelio.​ 

Talaromyces santanderensis muestra múltiples cambios morfológicos y respuesta biológica de supervivencia a medios con alta concentración de cadmio.

Técnica de perforación en el micelio de la cepa original para dar lugar a nuevas generaciones en diversos medios de cultivo para la evaluación de cambios morfológicos.

Proceso de extracción de ADN del hongo para la identificación genética usando PCR, electroforesis y secuenciación.

Gel de electroforesis en agarosa posterior a la extracción de DNA y PCR para evaluar la calidad y tamaño del material genético

Genes específicos (ITS, BenA, CaM y RPB2) son amplificados en un termociclador para la identificación filogenética de la nueva especie de hongo.​​

Autores

Robinson Henao

Fotografías.

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Jaime Uribe

John Jairo Vallejo

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