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Marda Ucaris Zuluaga Aristizábal

Psicóloga, doctora en Ciencias Sociales y Humanas, apasionada por el lenguaje y asesora del taller ¿Qué descubrimos experimentando?

​«Yo creo que escuchando y preguntando cualquier profesional puede ser mejor profesional de lo que es».

Había un juego en particular que te gustara cuando eras niña? ¿Por qué?​​

Me gustaba mucho jugar en la calle. Me tocó una época de transición en la que ya había videojuegos, pero todavía no eran tan predominantes; entonces en ese momento jugaba con mis amigos escondidijo,  distintas versiones de chucha (la lleva), ponchadito y  hasta fútbol. ​

La mayoría eran actividades al aire libre. Nos reuníamos todos los niños del barrio, hacíamos comitivas y nos inventábamos juegos. Compartir con ellos era muy emocionante.


¿Con quién compartías y pasabas la mayor parte del tiempo cuando eras niña?

Compartía con mis hermanitos menores y con mi papá. Él fue profesor de colegio toda su vida, y tenía un horario que le permitía pasar más tiempo con nosotros que mi mamá. Ella estaba con nosotros los fines de semana. 


¿Hubo algún profesor que te marcó significativamente? ¿Por qué?

Los profesores que me marcaron fueron aquellos que no eran tan esquemáticos estableciendo una relación de poder. ​En la escuela tenía profesoras que nos enseñaban con cuentos infantiles para aprender poemas; tenían un énfasis relacionado con el arte, que es muy valioso.  Sin embargo, cuando estudié Psicología en la Universidad de Antioquia, hubo un referente que fue Carlos Arturo Ramírez. Él proponía una manera de enseñar que consideré muy valiosa y fue aprender conversando; sus clases nunca eran magistrales y jamás llegaba, digámoslo así, a exhibir su conocimiento.


¿Qué hace alguien que se dedica a la Psicología?

Los psicólogos trabajamos con seres humanos. Lo hacemos con individuos o con colectivos. En el ámbito individual se puede hacer tanto trabajo clínico o psicoterapéutico como hacer asesorías o consultorías muy puntuales. Desde la perspectiva social, podemos trabajar con comunidades (maestros, niños, grupos de mujeres, grupos de hombres, adolescentes). 

Según el escenario donde nos desenvolvamos, los psicólogos podemos trabajar en psicología jurídica, psicología educativa, psicología social, psicología deportiva. Por ejemplo, en psicología educativa en un colegio, desarrollamos estrategias de prevención en temas como la sexualidad, las drogas, las relaciones familiares, la autoridad. 

Campos de acción hay un montón. Pero además hay varias perspectivas teóricas, modos de entender los fenómenos psicológicos. No es lo mismo ser un psicólogo cognitivo que un psicólogo dinámico, o tener una orientación psicoanalítica —desde la cual se toman en consideración aspectos inconscientes que las otras corrientes no tienden a tener en cuenta tan ampliamente o a las que les dan una explicación distinta—. Y esas perspectivas, esas escuelas psicológicas, son el producto de numerosas investigaciones psicológicas.


¿Cómo ha sido tu historia por la Psicología?

Siempre quise ser profesora. Con esa perspectiva académica empecé a hacer investigación desde que era estudiante. Me vinculé a un grupo de investigación que ha tenido una orientación cualitativa. Una de las inquietudes que nos convocaba a nosotros era ver qué hay en común en todas las psicologías para que se llamen psicologías. 

Entonces nuestras investigaciones iniciales eran de un corte teórico. Leíamos y analizábamos los textos de los autores clásicos para todas las escuelas de Psicología y, con base en esa lectura y ese análisis, encontramos lo que comparten esas escuelas entre sí. Concluimos que el objeto de la Psicología es el alma. Pero el alma entendida no como algo místico o religioso, sino como cultura encarnada. 

No hay ninguna escuela de la Psicología que no hable del proceso de humanización, por el que tenemos que pasar todos desde que nacemos para poder integrarnos a una sociedad y a una cultura. Aunque tenemos toda la potencialidad, toda la predisposición para desplegar nuestra humanidad, se necesita un medio familiar y cultural preciso para que esto suceda. Los niños salvajes que al parecer fueron criados por una manada de lobos o de leones tienen los comportamientos de estos animales y no los comportamientos humanos; a pesar de que tienen toda la biología y fisionomía humana.  A los seres humanos no nos basta con nacer de otros seres humanos para que se exprese nuestra humanidad. 

Luego de hacer investigación teórica, pasé a la intervención psicosocial: trabajé con comunidades, con maestros, con estudiantes de colegios en distintos lugares de Antioquia. Ahí me empezó a llamar la atención la psicología social, y comencé a conectar dos temas que me han interesado mucho: el lenguaje y el conflicto armado. 

Por un lado, para mí el lenguaje y el discurso siempre han sido centrales desde que era estudiante. Me interesaban mucho todas las materias que tenían que ver con la manera como el lenguaje nos humaniza, cómo va cambiando nuestra perspectiva de la realidad según la forma en que empezamos a simbolizar las cosas. Finalmente, qué es lo que ofrecemos los psicólogos: un espacio donde la gente relate lo que le ha pasado y transforme ese relato. Cuando el relato se transforma es porque uno también está transformando la manera como lo entiende, como lo interpreta y qué tanto lo afecta, o sea, no es lo mismo nombrar las cosas de una manera que nombrarlas de otra. Por otro lado, la violencia en Medellín fue un tema que a mí siempre me inquietó y con el que empecé a trabajar desde que era estudiante. Hacíamos trabajos de prevención temprana de la agresión, en programas que atendían las necesidades del contexto de violencia que había en la ciudad. 

Entonces empecé a hacer investigación basada en el análisis del discurso, pero también a partir de textos escritos y de entrevistas que realizaba con víctimas del conflicto para poder identificar representaciones, narrativas sobre el conflicto armado, qué implica hablar del conflicto armado, o escribir en unos artefactos particulares, como las bitácoras del Salón del nunca más, que es mi último trabajo y fue a lo que dediqué mi tesis de doctorado.

Yo, a diferencia de otros colegas psicólogos, no hago experimentos ni encuestas o cuestionarios masivos para analizar, por ejemplo, la correlación puntual entre dos fenómenos, por ejemplo el estrés y algunas enfermedades físicas a partir de unas hipótesis que dan origen al estudio y que se quieren verificar. Mi trabajo se enfoca en escuchar con amplitud lo que muchas personas tienen para decir acerca de experiencias significativas que han marcado sus vidas y las de otros y, en esa medida comprender cómo es que interpretan una realidad tan compleja como la del conflicto, cómo los ha afectado emocional y relacionalmente, qué han hecho para seguir adelante y qué esperan del futuro.


¿Recuerdas en qué momento de tu vida dijiste «Quiero ser psicóloga»?

Recuerdo que quise ser psicóloga porque había una tía, la hermana menor de mi mamá, que estudiaba Psicología en la Universidad de Antioquia y vivía en mi casa. Ella es de Granada, Antioquia, el pueblo de donde es toda mi familia, pero cuando pasó a la UdeA se vino a vivir a la ciudad y llegó a nuestra casa.  Yo agarraba las fotocopias que dejaba por ahí porque me gustaba mucho leer. Así empecé a leer sobre Freud, el inconsciente y la personalidad; eso me parecía muy interesante. Cuando mi tía iba con una compañera a estudiar a la casa yo me ponía a escucharlas. Por eso fue que a mí me empezó a llamar la atención la Psicología cunado tenía más o menos 12 años. Además, por esa conexión personal y familiar con Granada, investigo las bitácoras del Salón del nunca más.


¿Recuerdas algún momento especial relacionado con la Psicología?

Pensé en algo que tiene que ver justamente con el lenguaje y las palabras, algo que me pasó en una sesión de psicoterapia. Los que estudiamos Psicología, incluso cuando todavía somos estudiantes, empezamos a ir a psicoterapia. Siempre los profesores nos dicen que es muy importante que, si nos vamos a dedicar a esto, lo primero que tenemos que hacer es conocernos a nosotros mismos, porque acompañar a otros sin hacerlo es muy difícil.

 En una sesión dije «Todo lo que yo proyecto es un irme»; y el psicoanalista me preguntó: «¿Estás diciendo “un irme” o “unirme”?»  Y yo me quedé como «¡Carajo!», porque en las clases de psicoanálisis a uno le explicaban que muchas veces decimos cosas que son formaciones de lo inconsciente, que uno cree que está diciendo algo y, sí, está diciendo eso, pero al mismo tiempo está diciendo otra cosa. 

Me pareció muy bonito darme cuenta de que en esa expresión tan chiquita («un-irme») estaba condensada toda la problemática de la que estaba hablando en ese momento, era de esas veces que uno quiere irse, pero no se va. Como que me estalló algo en el cerebro. El lenguaje es maravilloso.


¿Qué te sigue enamorando de la Psicología?

Ver como toda la potencialidad que tiene el lenguaje para transformar nuestra realidad. A veces pensamos que las palabras son una bobada y que son simplemente palabras, pero yo me sigo dando cuenta del poder que tienen. Por ejemplo, en la interacción con mis estudiantes, me doy cuenta de cómo se sorprenden cuando son capaces de decir algo de otra manera o de cómo algo que habían visto hace dos semestres cobra sentido a partir de algo que estamos viendo en clase. 

En concreto el trabajo que realizo con el análisis de la escritura en torno al conflicto tiene que ver con el poder del lenguaje, con cómo la escritura se vuelve un soporte vital para muchas personas que encuentran en ese instrumento una forma de mantenerse conectadas con las personas que ya no están. Me parece fascinante cómo el lenguaje hace presente lo ausente. 


¿Qué es eso que te parece frustrante?

Aquí y en este momento en particular, es frustrante ver todos los días lo que está pasando con la implementación de los acuerdos de paz; ver esa forma irresponsable en que se tratan fenómenos como el asesinato de líderes sociales; ver lo que está pasando en el Centro Nacional de Memoria Histórica y como se está revictimizando a un montón de gente que había sido reconocida. Y nosotros como investigadores sabemos que eso es un retroceso brutal.

Pero más que el retroceso, es el dolor que eso le vuelve a causar a las personas que ya han sufrido lo indecible y sentir que están volviendo a ser relegadas después de haber tenido una esperanza y que además la violencia está retornando con tanta fuerza. Eso hace que a veces uno se pregunte «¿Qué sentido tiene lo que hago si las condiciones de tantas personas en el país están volviendo a ser tan adversas?», pero al mismo tiempo los que trabajamos en esto nos decimos: «Con mayor razón tenemos que seguir trabajando en formación para la paz».

Estamos acostumbrados a vivir en guerra. La mayoría de la gente aquí está muy aporreada por distintitas razones; el conflicto nos ha tocado a todos. Hay gente que tiene unos dolores enquistados, así no sean propios, así sea que se los transmitieron los abuelitos, los papás y es un dolor que ellos no entienden de dónde viene pero que lo viven todo el tiempo porque es de lo que crecieron rodeados. 

Parte de nuestra labor es no solo contar lo que ha pasado, sino también generar espacios donde como colombianos entendamos que se puede vivir de otra manera y que tiene sentido vivir de otra manera.


Si un niño, niña o joven lee esta entrevista y está interesado en dedicarse a la Psicología, ¿qué le recomendarías?

Sobre todo, que empiecen a ejercitar la escucha, eso sería lo principal. Independientemente de la escuela, del campo, de si van a trabajar con una persona, con tres o con cien, lo más importante es que nunca, por más que hayan estudiado, crean que ya saben qué necesita una persona o una comunidad, sino que aprendan a escuchar. Eso se puede hacer con los amiguitos, con la mamá, con los primos, con el papá. Antes de salir corriendo a decir cosas y lo que opinan y lucirse de todo lo que han estudiado, lo más importante que pueden hacer para ser buenos psicólogos es escuchar, dejar que el otro termine de decir lo que tiene que decir. También aprender a preguntar. 

Yo creo que escuchando y preguntando cualquier profesional puede ser mejor profesional de lo que es. A veces le damos demasiado valor a vernos como los expertos y nos da miedo que nos corchen y decir «No sé». Decir no sé es tan difícil. Cuando te digo esto, me acuerdo del discurso que dio Wislawa Szymborska cuando recibió el premio Nobel en 1996 justamente sobre la importancia del «No sé» y sobre todo el valor y la valentía que se abre cuando uno reconoce que hay cosas que no sabe. Ese discurso es maravilloso. 


¿Algún referente para leer o explorar?

Para entender un poquito mejor nuestro contexto hay un autor que a mí me encanta: Luis Miguel Rivas. El libro de él que se llama Tareas no hechas tiene unos textos sobre lo que es ser colombiano que a mí me parecen de una profundidad impresionante. Como son literatura, cuentan unas historias con las que cualquiera se puede identificar, pero que llevan unas reflexiones muy agudas. Lo pueden leer adolescentes, adultos, o niños acompañados por adultos.