¡Estos son algunos de los emprendimientos que nos han acompañado desde el inicio!

Marzo 28, 2025

Nos fuimos a recorrer la feria para encontrar a dos de los emprendimientos que llevan más tiempo participando de este evento. Ellas son Dulces Típicos D'Isa @disadulces  y Las Rellenitas, quienes llevan más de una década viniendo cada semestre y han visto pasar a varias generaciones de Tutores forjando un vínculo que ha perdurado en el tiempo. 

Conversamos con ellas sobre qué ha significado para el crecimiento de sus emprendimientos participar de esta feria y qué es lo que más les gusta de interactuar con nuestra comunidad.

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Conoce la historia de Juan Esteban Restrepo, nuestro jugador estrella de voleibol en EAFIT

Marzo 11, 2025

Entre canchas de voleibol, salones y laboratorios del bloque 20, así transcurren los días de Juan Esteban Restrepo Orozco, estudiante de tercer semestre del pregrado en Ingeniería de Sistemas e integrante de la selección de Voleibol de EAFIT, quien por su excelente desempeño en este deporte ha sido convocado también por las selecciones Colombia y Antioquia de esta disciplina.

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Entre lo íntimo y lo común: el cine como experiencia del tiempo

¿Qué tienen en común un recuerdo, un sueño y una película? Los tres juegan con el tiempo, lo doblan, lo esconden, lo transforman. El cine no solo cuenta historias: las encierra, las suspende, las deja vibrando en la mente de cada espectador. 

Como una cápsula de tiempo en movimiento, el cine nos permite vivir lo imposible, habitar otras vidas y sentir emociones que no sabíamos que podíamos sentir. Aunque todos miremos la misma pantalla, nadie ve exactamente la misma película. ¿Y si el cine fuera también una forma de recordar lo que aún no hemos vivido?

Entre lo íntimo y lo común: el cine como experiencia del tiempo

El cine es una experiencia única, incluso cuando compartimos la misma sala, pantalla y horario. Cada uno de nosotros, en calidad de espectadores, llevamos nuestra propia historia, nuestro propio tiempo y nuestra propia sensibilidad al asiento, convirtiéndonos también en protagonistas. 

Como el tiempo, el cine no transcurre: se construye, se recuerda y se siente. El cine es una máquina de emociones, de recuerdos posibles, de vidas que no son nuestras pero que, por un momento, habitamos como propias. Como una cápsula del tiempo que viaja con todos dentro, el cine guarda lo que fuimos, lo que somos y lo que tememos ser. Tal vez por eso, cuando salimos de una película, no salimos siendo los mismos: porque el cine, como la memoria, nos revela. 

La escritora Anaïs Nin, solía decir que no vemos las películas como son, sino como somos. En efecto, si revisamos nuestras experiencias frente a una pantalla, podemos comprender que ahí está su magia. Porque el cine, como el tiempo, es colectivo e íntimo a la vez. 

Pese a que la película es la misma, los espectadores nunca lo son. Cada uno la interpreta desde su biografía emocional, desde lo que ha vivido, lo que teme, lo que ama y lo que ha perdido. Una escena que para alguien es conmovedora, para otro puede ser incómoda o indiferente. Además, esas percepciones pueden variar según las circunstancias o la época, lo que hace que una historia que alguna vez nos movió, otro día nos parezca insulsa. 

El cine puede sacar nuestro cuerpo y nuestra mente de eso que queremos poner en pausa, para luego tirarnos —sin compasión— a una realidad que no da tregua. Pero es más que eso: el cine activa la memoria, la imaginación y el deseo.  

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una mujer se sienta a ver una película en una sala de cine
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Una mujer se sienta a ver una película en una sala de cine

Todavía se habla de los contenidos audiovisuales como "películas" o "cintas", términos que hacen referencia al medio analógico donde se imprimen una serie de imágenes fijas que, al ser reproducidas a una tasa de 16, 24 o más fotogramas por segundo, dan la ilusión de imagen en movimiento.

 

Memoria, imaginación y deseo 

Pensemos en esas películas que, con solo una imagen, un diálogo o un sonido, nos han llevado de vuelta a nuestro pasado, a repensar el presente que vivimos o a soñar con un futuro diferente. Esas películas están cargadas de situaciones que, creadas con los códigos del lenguaje audiovisual, logran que las emociones surjan, no solo por lo que sucede en la historia, sino también por lo que pasa en nosotros mientras la vemos. 

El lenguaje audiovisual es ese sistema de signos y convenciones utilizados para comunicar ideas, emociones y narrativas a través de imágenes, sonidos y montaje. Gracias a sus códigos, el lenguaje audiovisual puede sumergir a los espectadores en una historia, provocar identificación con los personajes, crear deseo y tensión dramática, marcar ritmos y significados, y en última instancia, crear experiencias únicas y compartidas. 

Juan Diego Mejía, escritor antioqueño, así lo retrata en su libro El cine era mejor que la vida (1997). Esta novela narra la relación entre un hijo y su padre a través del cine, que se convierte en un espacio donde los sueños y los afectos no dichos encuentran forma. Como un ritual, el cine les permite escapar desde una realidad asfixiante hacia un lugar en el que —juntos y solos— habitan otros mundos posibles. Cada función, que comparten en silencio, confirma el poder del cine para transformar su vida cotidiana en relatos dignos de ser contados. 

 

Una cápsula de tiempo en la que cabemos todos 

Desde lo experiencial, el cine huele a crispetas. Sus hileras de sillas todavía esperan a que nos sentemos frente a la pantalla gigante y nos dejemos envolver por el sonido y las imágenes cada que deseamos vivenciar otros mundos.  

Pero hoy también buscamos esa experiencia en la sala de televisión de nuestra casa, a través de plataformas de video bajo demanda o VOD —del inglés video on demand—, donde disfrutamos de esas historias que tanto cautivan nuestra atención. Con la llegada de Netflix, HBO Max o Prime Video, los espectadores tenemos mayor control sobre qué ver, cuándo y cómo, en una forma más individual y flexible de consumir contenidos cinematográficos.

 

En la actualidad muchas personas eligen consumir contenidos audiovisuales en plataformas de video bajo demanda o VOD como YouTube, Netflix o HBO Max en lugar de ir a las salas de cine.

 

Esta forma de contar historias con imágenes —que gracias a las plataformas digitales hoy podemos disfrutar, sufrir, repetir una y otra vez—, empezó a tomar forma hacia 1895, gracias a los hermanos Auguste y Louis Lumière, inventores del cinematógrafo, un innovador aparato con el que no solo se podían capturar imágenes en movimiento, sino también reproducirlas ante una audiencia.  

¿Te imaginas qué sintieron las personas que vieron por primera vez la proyección de La salida de la fábrica Lumière en Lyon en 1895? Esa fue la primera función de cine en la historia de la humanidad: la primera vez que se vio la vida proyectada en una pantalla. También fue la primera demostración de una realidad reproducible, de la inmortalidad de quienes fueron registrados en la imagen. 

Sin embargo, fue el ilusionista Georges Méliès fue quien descubrió el verdadero potencial narrativo de la imagen en movimiento. Además de retratar la realidad, Méliès creó con el cinematógrafo historias inexistentes, mundos imposibles y sueños. Para ello, propuso un arte de la fantasía, del montaje y la escenografía. Prueba de esto fue su película Viaje a la Luna (1902), la obra más reconocida de Méliès, y desde entonces el cine ha sido ese universo que acoge lo posible y lo imposible en todos los tiempos existentes. 

 

Fotograma de la película de Georges Méliès, Viaje a la Luna (1902). En esta escena, personajes mitológicos que representan planetas observan a los viajeros espaciales dormidos. 

 

El tiempo en el que delimitamos nuestra existencia 

El cine nació para atrapar el tiempo, domesticarlo y moldearlo a nuestro antojo, pues más allá de contar historias, nos permite vivirlas desde dentro, manipulando emociones y percepciones. El tiempo en el cine no es real, es un territorio narrativo que se explora y se transforma a cada segundo, condensando la necesidad del ser humano de contar, ver y compartir historias. 

En el podcast de literatura y ciencia ¿Es el tiempo una ilusión?, se argumenta que nuestra percepción del tiempo no es una verdad física absoluta, sino una construcción mental y narrativa. Aunque como sociedad compartimos convenciones temporales —como los relojes o los almanaques—, cada uno organiza su pasado, presente y futuro según su memorias, emociones y conciencia. Dicho de otra forma, todos vivimos “en el tiempo”, pero no necesariamente en el mismo tiempo. 

En cerebro organiza el tiempo de forma no lineal, según vamos viviendo cada experiencia y con base en nuestra memoria, atención y emoción. Percibimos el tiempo como una serie de situaciones que se agrupan según su significado subjetivo. Por eso recordamos lo impactante y olvidamos lo rutinario, o distorsionamos la duración según el contexto: no es lo mismo un minuto feliz que un minuto de angustia.

 

Tiempo y cine no lineal 

Pese a que el cine comenzó narrando historias lineales, la necesidad de representar la memoria, el deseo, el trauma o la conciencia —que no se viven cronológicamente—, llevó a varios directores del siglo XX a dar un salto al vacío proponiendo narrativas no lineales.  

Un ejemplo de narrativa no lineal en el cine es el Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles, pero este recurso se consolidaría más tarde con películas como Hiroshima mon amour (1959) de Alain Resnais, y más recientemente con Pulp Fiction (1994) de Quentin Tarantino o Memento (2000) de Christopher Nolan.  

La mente recuerda, imagina y reorganiza el tiempo según la emoción. No sigue el orden cronológico de los acontecimientos ni una secuencia clásica—inicio, nudo y desenlace— sino que presenta las historias de forma fragmentada. En el cine esto se puede reproducir a través del montaje con analepsis o flashbacks (escenas del pasado), prolepsis o flashforwards (anticipaciones del futuro), elipsis (saltos temporales que omiten información) y puntos de vista múltiples.

 

En la actualidad se utilizan herramientas para la edición digital de contenidos audiovisuales como CapCut, Adobe Premiere, Davinci ResolveFinal Cut Pro, Avid Media Composer, y Lightworks, entre otros. Estas herramientas de software facilitan la tarea de cortar, pegar y reorganizar fragmentos de video y audio para construir una narración cinematográfica.

 

El uso de estos recursos narrativos para el montaje no lineal representó nuevos retos para los espectadores de cine, que debían reconstruir la historia mentalmente, identificar saltos temporales y asumir un rol más activo. Ya no bastaba con “ver”: había que interpretar el orden de los sucesos, conectar las piezas y navegar el tiempo desde la emoción, como lo hace el cerebro con los recuerdos.  

Todo esto rompió con la ilusión de que el tiempo solo se narra en línea recta y permitió mostrar la complejidad de la mente humana —sus recuerdos, traumas, deseos y saltos emocionales— con una fidelidad mucho mayor a la de las narrativas cronológicas. 

Al alterar el orden de los hechos, el cine ganó profundidad psicológica y poética, revelando lo esencial antes que lo literal, jugando con el suspenso, o haciendo que una historia tuviera múltiples capas temporales superpuestas. La no linealidad transformó al espectador en un intérprete activo, y al cine en una forma de pensar, no solo de contar. 

 

Directores recomendados 

Michel Gondry

Director francés de cine y videos musicales. En su película "Eternal Sunshine of the Spotless Mind" (2004), titulada en español como "Eterno resplandor de una mente sin recuerdos", narra cómo el protagonista intenta borrar de su memoria a su expareja, reviviendo en el proceso lo más profundo de su vínculo. Representa la memoria como algo fragmentado, emocional y no lineal, donde recordar y olvidar se entrelazan con el deseo, el dolor y el amor.

Alain Resnais

Cineasta francés clave en el movimiento de la Nueva Ola Francesa o "Nouvelle Vague", conocido por sus narrativas no lineales y su exploración de la memoria, el tiempo y el olvido en películas como "Hiroshima mon amour" (1959) y "El año pasado en Marienbad" (1961).

Jean-Luc Godard

Director francosuizo célebre por romper las reglas del cine clásico y reinventar el lenguaje cinematográfico con libertad formal y política, como lo hizo en su película "À bout de souffle" (1960) conocida en la esfera hispana como "Sin aliento", una obra clave del cine moderno.

Christopher Nolan

Director británico reconocido por sus estructuras narrativas complejas y no lineales, como en "Memento" (2000), donde la historia se cuenta en orden inverso para reflejar la confusión de la memoria.

Quentin Tarantino

Director estadounidense célebre por su estilo audaz y narrativas no lineales, como en su película "Pulp Fiction" (1994), donde mezcla violencia, humor y referencias cinéfilas con una estructura narrativa fragmentada.

 

 

Autora

Paula Arredondo

Maestra en literatura, profesora de cátedra de la Escuela de Artes y Humanidades EAFIT

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Autor
Paula Arredondo
Edición
Agustín Patiño Orozco

Al ritmo del beat: ¿Qué significa el tiempo en la música?

En música, denominamos tempo —literalmente “tiempo” en italiano—, a la velocidad e intención general de una composición musical, la cual se mide en pulsos por minuto o bpm —del inglés beats per minute—. Sigue leyendo y descubre cómo los grandes maestros de la música han entendido el tempo y cómo este ha evolucionado con los avances artísticos y tecnológicos.

El tempo medieval 

Sabemos que existen algunos registros de las músicas seculares de la Europa medieval, pero vamos a empezar hablando de la música sacra de la época, pues en ella podemos evidenciar la notación o escritura musical temprana. 

Los músicos medievales escribían “neumas” —signos escritos encima del texto a cantar— como una guía de los sonidos y su situación relativa dentro de la escala musical. Pero a diferencia de la notación moderna basada en fracciones del pulso, la notación neumática no anotaba el tempo ni el ritmo de la música, por lo que era necesario conocer previamente la melodía. 

Hoy conocemos a la música litúrgica medieval como “cantos gregorianos”, considerada la música más apropiada para el culto por la Iglesia católica, por lo que su influencia todavía se puede escuchar en las misas actuales. 

El Rorate Coeli, un canto que habla sobre la venida del Mesías, será la primera composición que veremos. Debido a que la notación musical se encontraba en desarrollo, no se anotaban los valores rítmicos matemáticos que representan la subdivisión del pulso, por lo que el ritmo era casi improvisado. 

 

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Orquesta Sinfónica de la Universidad EAFIT interpretando la obra Carmina Burana (1937) de Carl Orff con motivo del cumpleaños número 65 de la Universidad.

Partitura de Rorate Coeli. Imagen: Chorus Newman (2021). 

 

Es evidente la poca información rítmica que nos provee la partitura del Rorate Coeli[1], por lo que inferimos que era imposible interpretar esta obra musical de manera consistente en repetidas ocasiones. 

Como la música estaba al servicio del culto, la prioridad era que los fieles comprendieran los textos religiosos. En consecuencia, el tempo al momento de interpretar la obra debía ser moderado, incluso más lento que el habla normal, para enfatizar y meditar el mensaje bíblico. 

En suma, no sabemos con exactitud la velocidad del Rorate Coeli, pero podemos suponer que la interpretación histórica era cercana al tempo del habla humana en una conversación. En la actualidad, diríamos que esta obra debe seguir un tempo moderato —unos ochenta pulsos por minuto u 80 bpm—, o quizás un poco más lento: un tempo andante de 60 bpm.  

 

El tempo barroco 

Johann Sebastian Bach, uno de los más grandes compositores del barroco, dedicó gran parte de su música a Dios y al servicio de la Iglesia luterana. Por eso, es lógico suponer que Bach abordó el tempo desde una perspectiva ligada a su retórica musical y al contexto litúrgico en el que se interpretaba su obra.  

Como en el siglo XVII todavía no se había inventado el metrónomo, la medición precisa en bpm era imposible. Los músicos de la época indicaban la velocidad de sus obras recurriendo a términos más o menos subjetivos como adagio, andanteallegro o presto, que indican el “sentir” que debe tener la interpretación musical. 

El tempo se entendía en función del afecto —la emoción y/o el carácter— de la música, por lo que los términos italianos ya mencionados eran vitales para transmitir la información interpretativa que de otra forma se perdería. 

 

Symbolum Nicenum de la Misa en B menor BWV 232, de J. S. Bach. Imagen: International Music Score Library Project

 

En esta partitura podemos ver la indicación “andante”[2], que señala un tempo similar al de una persona que camina a paso moderado: no muy rápido, pero tampoco muy lento, de forma que se entienda el discurso musical y lírico de la obra. Por ejemplo, aquí se habla del credo niceno, el cual declara las creencias de la fe cristiana según el Concilio de Nicea del año 325. Esta prioridad demandaba regular el tempo para hacer énfasis en el mensaje recitado por el coro.  

 

El tempo para Beethoven 

Ludwig van Beethoven vivió gran parte de su vida antes de que se inventara el metrónomo, por lo que debió recurrir a los recursos conocidos en su época para indicar el tempo en el que se deberían interpretar sus obras.  

Sin embargo, durante la segunda mitad de la vida de Beethoven se popularizó en Europa el metrónomo, un instrumento que les permitiría a los músicos medir con mayor precisión, en pulsos por minuto, o sea en bpm, el tempo de sus obras. 

Esto no significó el abandono de las indicaciones en italiano que aún conocemos, ya que estas no solo indican un tempo, sino también un “sentir”, una emoción o carácter que se le debe dar a la obra.  

Por ejemplo, scherzando se traduce como “bromeando” o “jugando”, mientras que allegro agitato, significa “alegre agitado”, y adagio e poco rubato quiere decir “lento y con poco rubato”, es decir, con poca flexibilidad para ligeras variaciones expresivas en el tempo a criterio del intérprete musical. 

La quinta sinfonía de Beethoven —una de las obras más importantes, famosas e interpretadas de este compositor—, fue concebida, terminada y estrenada años antes de la invención del metrónomo. Sin embargo, en las ediciones actuales de esta obra podemos ver una indicación de tempo puesta por el mismo Beethoven años después. El tempo es allegro con brio, lo que nos da a entender que es un movimiento rápido, con fuerza y carácter. 

Indicación del tempo a 108 bpm en Sinfonía n.º 5 en C menor, Op. 67, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Lo interesante aquí es que la indicación del tempo está a 108 bpm, mucho más rápido de lo que se pensaría para un allegro con brio, tan rápido que algunos intérpretes sugieren que se trata de un error del propio Beethoven, e incluso existen grabaciones de la obra siendo interpretada bastante más lento de lo indicado por su autor. 

Contradictores del supuesto error de Beethoven argumentan que, al final del segundo movimiento de la Sinfonía n.º 6 en F mayor, el compositor incluye frases musicales que simulan el canto del ruiseñor, la codorniz y el cuco, y que siendo la pretensión del músico sonar lo más parecido posible a estas aves en su entorno natural, la indicación del tempo debe ser la correcta y no implicaría un fallo en el metrónomo o una definición diferente de “pulsos por minuto”.

 

Canto del ruiseñor en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Canto de la codorniz en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Canto del cuco en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

El tempo espectral 

Gérard Grisey fue un compositor francés del siglo XX que vivió tiempos tumultuosos y de grandes rupturas con respecto a la tradición musical clásica, en los que surgieron numerosas escuelas y estéticas, como por ejemplo la escuela “espectralista” que tuvo auge a mediados de los años setenta. 

De acuerdo con Grisey, el espectralismo “surgió curiosamente alrededor del mismo tiempo que la geometría fractal[3]” y como escuela de composición propuso “una organización formal y materiales sonoros inspirados directamente por la física del sonido, gracias a la ciencia y el acceso a micrófonos[3]”. 

Vale la pena decir que el sonido tiene cuatro cualidades esenciales: el tono o altura —si el sonido es agudo o grave—, la intensidad —si el sonido es suave o fuerte—, el timbre —una cualidad de los armónicos que hacen parte de un sonido y le dan su carácter distintivo— y la duración —cuánto tiempo duran las vibraciones del sonido—.  

El timbre es de especial interés para los compositores espectralistas, gracias a la posibilidad técnica de descomponer el espectro de un sonido para comprender los armónicos que determinan su timbre. 

Pero la duración también es clave si hablamos de tempo. Según Grisey, “los compositores del siglo XX especularon mucho sobre las duraciones. Aplicaron al tempo las proporciones de conceptos espaciales: los números primos —Messiaen—, el número áureo —Bartók—, la serie de Fibonacci —Stockhausen—, los binomios de Newton —Risset—, e incluso procedimientos probabilísticos como la Teoría Kinética de los gases —Xenakis—[4]”. 

En su artículo Tempus Ex Machina, Grisey habla de un “esqueleto del tiempo”, al que define como las divisiones temporales que un compositor utiliza para organizar los sonidos[4]. Esta propuesta no divide el tiempo en unidades metronómicas, como los pulsos por minuto o bpm, sino en unidades cronométricas, como el segundo.  

Las partituras de Grisey son muy interesantes visualmente y están llenas de símbolos a los que muchos no estamos acostumbrados. En su obra Periodes de 1974, vemos un ejemplo de lo que Grisey llamaría luego “esqueleto del tiempo” que demarca la duración de esa sección musical. 

 

Partitura de Periodes (1974), de Gérard Grisey. Imagen: International Music Score Library Project

 

Esta partitura muestra un sonido que debe durar unos treinta segundos como mínimo, y es posible que dure un poco más, porque contar treinta segundos exactos es imposible para los seres humanos, o por lo menos muy difícil, por lo que Grisey decide dar un rango de tiempo con el que se puede jugar. También es notable que la música no inicia en el segundo cero, sino un poco después. 

En consecuencia, aquí la unidad de tempo no está en pulsos por minuto o bpm, sino que es “unos treinta segundos”. Esta unidad temporal es difícil de fraccionar o subdividir en unidades más pequeñas, al menos en una representación escrita, mientras que en la notación tradicional se puede ver cada pulso dividido en mitades, tercios, cuartos, octavos, etc.  

La falta de subdivisiones visualmente exactas del pulso le hace imposible al intérprete dividir el tempo con absoluta precisión, y eso era justo lo que buscaba Grisey en este caso, al igual que muchos de sus contemporáneos espectralistas. 

Debido a que Periodes es una pieza para siete instrumentistas, y debido a la notación del tempo utilizada, se necesita que el director musical ayude a los intérpretes a medir el tiempo de cada pasaje, para que ellos mismos no estén contando los segundos y puedan enfocarse en la música.  

Veamos un ejemplo más con Grisey, la obra Prologue (1976) para viola solista. Vemos que para la “célula musical” —la frase melódica y rítmica que se escribe dentro del cuadro— el compositor nos indica que debe interpretarse a 70 bpm, acelerando de manera gradual hasta los 90 bpm

 

Partitura de Prologue (1976), de Gérard Grisey. Imagen: International Music Score Library Project.  

 

La comilla sobre el pentagrama nos indica una respiración, pero con la expresión “ad lib.” también nos dice que la duración de esa respiración está al criterio del intérprete.  

Además, junto con la unidad metronómica “pulso = 70”, Grisey utiliza una notación proporcional justo después de la respiración. Mejor dicho, nos indica que hay tres notas cuya duración total debe ser de un segundo: la primera nota más corta que la siguiente, y la tercera nota solo al finalizar la unidad cronométrica de un segundo, y esto se sabe por el símbolo slash sobre la última nota, usado para indicar una duración casi inmediata.   

La música hindú, por ejemplo, también combina varios estilos para la notación del tempo, aunque sus desarrollos preceden lo visto en Grisey y otros compositores occidentales del siglo XX.  

En suma, a través de los años y con los avances tecnológicos y artísticos, hemos logrado ser más precisos en las indicaciones de tempo para interpretar obras musicales. Muchos compositores deciden no ser exactos siempre, pero sí dar indicaciones que les permitan a los intérpretes acercarse al tempo en su obra, como lo hace Brahms en su Cuarteto de cuerda n.° 1 en C menor al indicar allegreto molto moderato e comodo, o Bach con tan solo un andante

 

Orquesta Sinfónica de la Universidad EAFIT interpretando la obra Carmina Burana (1937) del compositor alemán Carl Orff con motivo del cumpleaños número sesenta y cinco de la Universidad en 2025. Foto: Robinson Henao.

 

Otros tiempos en la música 

Tiempo... del Latin Tempus “extensión o medida”, que significa la duración de las cosas que se encuentran sujetas al cambio. El tempo en la música es mucho más que una simple indicación de velocidad: anuncia puentes emocionales que a veces nos conectan y otras nos acogen en un abrazo sonoro. El tempo es el ritmo que nos une, el latido invisible que guía nuestra experiencia musical y nos invita a sincronizarnos con la obra y con quienes la interpretan. 

Al igual que pasa con el lenguaje, el tempo es un viajero, recorre geografías, adopta acentos y se adapta a distintas personalidades culturales. Cada región, cada tradición musical imprime en el tempo un sello propio, una manera particular de sentir y expresar el tiempo. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, el tempo tiene una cualidad universal: nos permite pensar en el colectivo, en la comunidad que comparte la experiencia musical. 

Trabajar en una Orquesta Sinfónica como la de la Universidad EAFIT permite estar cerca de términos, como allegro, lento, molto o acelerando, propios de la música sinfónica y que representan diferentes indicaciones que guían la interpretación y la emoción de la obra. Sin embargo, más allá de estas formas clásicas de marcar el tempo, existen otras maneras de acoger y vivir el ritmo musical, que invitan a transitarlo de manera más libre y a fijar nuestros pensamientos en esa experiencia sonora para transformar, conectar y reflejar identidades culturales diversas. Así, descubriremos cómo el tempo es a la vez un lenguaje personal y un puente hacia el encuentro colectivo. 

 

El tempo en la música africana 

La música africana, especialmente la subsahariana, se caracteriza por su riqueza rítmica basada en la polirritmia, que es el diálogo superpuesto de varios patrones rítmicos diferentes, interpretados simultáneamente por distintos instrumentos y voces. En un canto ceremonial pueden haber hasta seis u ocho patrones rítmicos distintos, ejecutados a la vez por tambores, palmas y cantos. El maestro del tambor guía al conjunto, estableciendo un pulso constante que sirve de referencia para todos, mientras los demás músicos entrecruzan sus ritmos, creando una textura compleja y dinámica. La repetición y la variación generan secuencias de llamada y respuesta que pueden prolongarse durante horas, manteniendo el trance y la participación colectiva.  

 

El tempo en el joropo 

Colombia y Venezuela comparten la llanura y la práctica del "contrapunteo", que es un duelo musical entre dos o más copleros que improvisan versos al ritmo del joropo, un género musical ejecutado principalmente con arpa, cuatro y maracas. El ritmo del joropo es ágil y sincopado, pues alterna compases de 3/4 y 6/8 que le dan un carácter saltarín y vivaz, mientras que el contrapunteo exige que los copleros mantengan el pulso y no pierdan el compás mientras improvisan los versos que le dedican a su contrincante en tiempo real.  

 

El tempo en el jazz 

En el jazz, el ritmo se expresa a través del swing y la síncopa. Oscar Peterson, uno de los pianistas más influyentes del jazz, es conocido por mantener un pulso constante mientras introduce complejas variaciones rítmicas y acentuaciones inesperadas. El swing consiste en dividir el tiempo de manera desigual, generando una sensación de movimiento y fluidez que invita al oyente a moverse con la música. Peterson, por ejemplo, podía mantener un tempo estable durante largas improvisaciones, jugando con la anticipación y el retardo de las notas para crear tensión y liberar energía, lo que produce un efecto hipnótico con la complejidad armónica y melódica propia del jazz. 

 

 

Referencias
  1. Chorus Newman. (2021) Partituras de canto gregoriano. Disponible en: https://matematicas.unex.es/~sancho/gregoriano/gregoriano.pdf
  2. International Music Score Library Project (IMSLP): https://imslp.org/
  3. Grisey, G., & Fineberg, J. (2000). Did you say spectral? Contemporary Music Review, 19(3), 1–3. https://doi.org/10.1080/07494460000640311
  4. Grisey, G. (1987). Tempus ex Machina. Traducción: Nora García. Disponible en: https://es.scribd.com/doc/210688833/Gerard-Grisey-Tempus-Ex-Machina  
 

 

Autores

Juan José Galindo Ramírez

Estudiante del Pregrado en Música de EAFIT

Susana Palacios David

Maestra en Música, Jefe de la Orquesta Sinfónica EAFIT

Robinson Henao

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Autor
Juan José Galindo Ramírez; Susana Palacios David
Edición
Agustín Patiño Orozco

Niñez rural, semilla de cambio para Colombia

Pensar en el futuro de la niñez rural en Colombia requiere entender unos tejidos sociales en transformación, que se entretejen con problemáticas y situaciones particulares de cada territorio.[1] 

Hay que considerar el momento de la vida por el que pasan los niños, niñas y adolescentes, sus tradiciones y las decisiones a las que se enfrentan. Promover experiencias de aprendizaje más integrales y contextualizadas ayudaría a resarcir la deuda histórica que tenemos con el campo.

Colombia es un país próspero y altamente diverso, en donde conviven regiones desarrolladas con otras más vulnerables. La desigualdad y las brechas territoriales son realidades a las que nos enfrentamos a diario. Una de las brechas de mayor relevancia para el desarrollo del país es la educación y el acceso a ella por parte de la niñez rural. 

Existen dos caras de la educación en Colombia: una urbana y otra rural. Ambas comprenden realidades antagónicas y altamente complejas.  

Según la Pontificia Universidad Javeriana, en 2023 cerca del 27% de la población entre los cinco y los veintiún años habitaba en la ruralidad, es decir, más de un cuarto de la población en edad escolar vive fuera de las grandes ciudades.[2] Esto determina la calidad y las oportunidades de acceso a la educación, teniendo un impacto a largo plazo en el proyecto de vida de niños, niñas y adolescentes.  

En la actualidad, además, si bien el 96% de la población mayor de quince años del país sabe leer y escribir, la brecha de esta cifra entre el campo y la ciudad sigue siendo abismal: mientras que la población urbana presentó una tasa de 2,7 % de analfabetismo, en la ruralidad esta cifra ascendió al 9,2 %.[2] 

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Ilustraciones sobre la educación rural en Colombia, la migración del campo a la ciudad y la educación contextualizada
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Niños del suroeste antioqueño caminan hacia su escuela cerca a un cultivo de café
 
Brechas de acceso a la educación rural 

Problemáticas como el conflicto armado, el insuficiente acceso a servicios básicos, la falta de oportunidades, la migración hacia las ciudades y las barreras de acceso a la educación y el trabajo configuran el escenario cotidiano de la ruralidad en Colombia. 

En este contexto, la niñez rural enfrenta desafíos significativos: las dificultades económicas y la necesidad apremiante de trabajar interfieren con sus estudios y con frecuencia causan desmotivación y absentismo escolar. Las niñas y adolescentes, además, suelen asumir responsabilidades familiares y domésticas y enfrentan riesgos como el embarazo adolescente. 

A estas dificultades se suman los largos y complicados desplazamientos que muchos estudiantes y maestros deben realizar a diario para llegar a la escuela.  

Una vez en el aula, los estudiantes a menudo se encuentran con instituciones educativas en condiciones precarias: las instalaciones son inadecuadas, faltan recursos tecnológicos y los docentes están sobrecargados puesto que no cuentan con los medios para atender necesidades de aprendizaje diversas.  

Por último, el currículo, diseñado en las grandes ciudades y bajo los parámetros que estas requieren, resulta ajeno a la realidad, las necesidades y los intereses de los niños, niñas y adolescentes rurales y campesinos del país. 

 

La fuga de talentos del campo a la ciudad trae consigo la falta de desarrollo económico y social, limitando las oportunidades para la innovación. En la actualidad, el 11,8 % de la población urbana ha obtenido un título universitario, frente un 1,8 % de la población rural. Ilustración: Lennis Orozco.

 

Talento del campo 

Teniendo clara la realidad compleja de la educación rural en Colombia, no es sorprendente que exista en el campo una alta tasa de deserción escolar

Muchas veces, a medida que los niños y niñas del campo se van acercando a la adolescencia, se presenta una disyuntiva: deben plantearse si pueden ―y quieren― seguir estudiando, con todos los retos que esto trae, o si comienzan a trabajar en diferentes labores en el campo para apoyar económicamente a sus familias y solventar sus gastos básicos.   

Ambas posibilidades suelen ser mutuamente excluyentes y traen consigo retos y realidades diversas. En el caso de seguir estudiando, se enfrentan a la necesidad de migrar a las ciudades para continuar con su proceso formativo en universidades y diferentes instituciones educativas superiores.  

Surge aquí una nueva problemática: comienza una fuga de talentos del campo a la ciudad, lo cual trae consigo el abandono del campo y falta de desarrollo e innovación. Las cifras dan cuenta de los impactos: para el año 2023, el 11,8% de la población urbana contaba con un título universitario como máximo nivel educativo, frente al 1,8 % de la población rural.[2]

 

Futuros posibles 

Si bien la situación de la educación rural en el país presenta retos y dificultades, no todo está perdido. Es importante recoger los avances y aciertos de los modelos educativos actuales, para así plantear y gestar una transformación de la educación rural fundamentada en la ciencia y la tecnología, el respeto por el campo y sus tradiciones, y el empoderamiento de los niños, niñas y adolescentes como protagonistas de su propio proceso formativo.  

Un punto importante en la innovación educativa es la apropiación de los recursos tecnológicos. Su acceso y aprovechamiento al interior de las aulas favorece la descentralización del aprendizaje y contribuye al cierre de brechas sociales. Por ejemplo, la educación virtual y las jornadas flexibles pueden facilitar en algunos casos la apropiación tecnológica, el desarrollo de capacidades y la innovación en los territorios. 

Es indispensable tener en cuenta las realidades y el contexto de la niñez rural y campesinas, sus tradiciones, necesidades y oficios. Estas realidades nutren y llenan de valor la transformación educativa. No se puede pensar en nuevos modelos de aprendizaje que no respeten el contexto cultural en el que se encuentran, y entiendan el gran valor de lo campesino para el desarrollo del país.  

Los niños, niñas y adolescentes representan los primeros agentes de cambio del territorio y son ellos en quienes deben centrarse los esfuerzos de la innovación educativa, buscando que sus visiones de futuro y sus proyectos de vida no se desconecten por completo del campo y del desarrollo territorial.[3] 

 

Pese a las limitaciones de conectividad, transporte y la falta de referentes en ciencia, la innovación educativa rural impulsa un aprendizaje que juega, conversa, pregunta y experimenta ―siguiendo la metodología de la Universidad de los Niños EAFIT―, para abrirle camino a los sueños de los niños, niñas y adolescentes rurales y campesinos. Ilustración: Lennis Orozco.

 

Los maestros también son protagonistas en la innovación educativa, pues no solo desempeñan un rol fundamental dentro de la educación rural, sino que se convierten en algunos territorios, en representantes de la presencia del Estado[1], líderes comunitarios y agentes del cambio social que comienza en las aulas. El maestro rural está llamado a comprender el tejido social y el entorno de sus estudiantes, a darles vida dentro del aula y desde allí construir aprendizajes. Esto debe estar acompañado de metodologías centradas en el desarrollo del pensamiento crítico y la investigación en los niños, niñas y adolescentes. 

La transformación de la educación rural en el país requiere un enfoque integral y multidimensional que combine mejoras en la calidad y el acceso a la educación, su articulación con el desarrollo territorial, y el fortalecimiento del rol de los maestros rurales, de modo que se reconozcan y potencien las capacidades y aspiraciones de los niños, niñas y adolescentes como agentes de cambio en sus comunidades y en el país.  

Se hace necesario pensar en el rol esencial de los niños, niñas y adolescentes en su formación, lo que los hace protagonistas de la innovación educativa en Colombia. Escucharlos y tener en cuenta su perspectiva es como se comienza a tejer el inicio de un nuevo modelo educativo rural para nuestro país. 

 

Referencias
  1. Orozco Gómez, W. (2022). El maestro rural en Colombia: desafíos ante la memoria y la reconstrucción del tejido social. Praxis & Saber 13(33), e13199. Recuperado a partir de https://revistas.uptc.edu.co/index.php/praxis_saber/article/view/13199
  2. Pontificia Universidad Javeriana. (2023). Características y retos de la educación rural en Colombia. Informe análisis estadístico LEE 79. Laboratorio de Economía de la Educación.
  3. Gaviria Agudelo, A. y Jaramillo Escobar, A. M. (2019). Adolescencia, futuro y desarrollo territorial: diseño de un instrumento que permita la convergencia de la visión de futuro de los adolescentes rurales y los procesos de transformación y desarrollo territorial. Caso de estudio: Provincia Cartama. Universidad EAFIT. Disponible en http://hdl.handle.net/10784/24363

 

 

Autoras

Ana Maria Parra Diez

Psicóloga de la Universidad EAFIT

Lennis Orozco Arias

Máster en Ilustración y Cómic

Sección de noticias EAFIT
Bloque para noticias recomendadas
Autor
Ana Maria Parra-Diez; Lennis Orozco Arias
Edición
Agustín Patiño Orozco

El camino de la sostenibilidad en diez pasos

Sostenibilidad es lo que nos permite satisfacer necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades. Frente a la amenaza del cambio climático debemos asegurar que el desarrollo actual no impacte de forma negativa a las generaciones futuras.

En este escenario, las empresas, sin importar su tamaño, son protagonistas. Una estrategia sostenible les permite a las empresas ser más competitivas y crecer en los tres pilares del desarrollo: el económico, el social y el ambiental.  

La Guía de implementación para el diseño y comunicación de la estrategia sostenible para pequeñas y medianas empresas en Colombia es una metodología que se desarrolla siguiendo diez pasos, cada uno con una serie de herramientas que les permite a las empresas materializar su estrategia sostenible. 

Accede a todas las herramientas anexas de esta metodología aquí.

 

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Un grupo de representantes de las universidades de la Alianza 4U recorren la quebrada La Volcana en su paso por el campus de la Universidad EAFIT
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Un grupo de representantes de la Alianza 4U recorren la quebrada La Volcana en su paso por EAFIT
1. Mira hacia adentro

Evalúa y prioriza las áreas de mejora en tu estrategia de sostenibilidad mediante una herramienta de autodiagnóstico para la pequeña y mediana empresa. 

 

2. Construye propósito

Identifica tu propósito superior o “razón de ser”. Más que responder “qué” o “cómo”, el propósito responde “para qué” te comprometes con resolver un problema social, creando un valor financiero significativo. Te recomendamos leer el “Manual del propósito: poner en práctica el propósito con valor compartido” de la Iniciativa de Valor Compartido (Shared Value Initiative).

 

3. Mira tu entorno

Reconoce los factores políticos, económicos, sociales, tecnológicos, ecológicos y legales que podrían incidir en tu contexto para identificar los potenciales riesgos y oportunidades para tu negocio. Aquí te proponemos una herramienta basada en el Análisis PESTEL. 

 

4. Define la materialidad de tu negocio

La “materialidad” se refiere a los temas ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) que debes priorizar en tu estrategia empresarial, en línea con los objetivos del negocio, para responder a las oportunidades y riesgos del entorno. Aquí te proponemos una herramienta para identificar y priorizar estos temas.

 

5. Define objetivos de sostenibilidad

Establece objetivos claros, inteligentes y relevantes para tu estrategia de sostenibilidad empresarial. Te proponemos definir objetivos SMART —llamados así por su acrónimo en inglés—, puesto que son específicos, medibles, alcanzables, relevantes, y limitados por el tiempo.


6. Conecta con tus grupos de interés

Un grupo de interés es una parte interesada: un grupo interno o externo, empresa, organización, miembro o sistema
que puede afectar o verse afectado por las acciones de tu empresa. Aquí te proponemos una herramienta para identificar y priorizar acciones con grupos de interés según tus objetivos de sostenibilidad.
 

7. Emprende iniciativas clave

Define iniciativas clave, con indicadores y metas, que contribuirán al cumplimiento de tus objetivos de sostenibilidad, alineando las operaciones con los temas materiales identificados.
 

8. Alinea la estrategia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)

Aquí te proponemos una herramienta que ha sido usada por miles de organizaciones en el mundo con muy buenos
resultados: SDG Compass, la guía por excelencia para la acción empresarial en sostenibilidad, conocida en español como la “Brújula de los ODS”.


9. Comunica tu estrategia sostenible

Diseña un plan para comunicar la gestión de la sostenibilidad en tu empresa. Debe ser un proceso flexible, acorde a las necesidades de la organización, y estar alineado con sus estrategias de comunicación interna y externa.
 

10. Reporta los hallazgos

Un reporte de sostenibilidad te permite rendir cuentas a tus grupos de interés sobre el desarrollo sostenible de tu empresa. Reporta las contribuciones positivas y negativas, así como los retos para el corto y largo plazo.

 

 

Autoras

Mariana Henao Alarcón

Magíster en sostenibilidad

Natalia Mesa Jaramillo

Magíster en sostenibilidad

Robinson Henao

Fotografía

 
 
Bibliografía recomendada
Sección de noticias EAFIT
Bloque para noticias recomendadas
Escuela o área Noticia
Autor
Mariana Henao Alarcón; Natalia Mesa Jaramillo
Edición
Agustín Patiño Orozco

La sostenibilidad como catalizador de la confianza pública 

La sostenibilidad es protagonista en discusiones públicas y análisis estratégicos de todo tipo de organizaciones. Para entender cómo inciden en la sostenibilidad del planeta, algunas empresas han incorporado análisis de impacto en temas ASG —asuntos ambientales, sociales y de gobernanza—mediante la aplicación de estándares como la Iniciativa de Reporte Global.

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paisaje de Medellín donde se ve el campus de la Universidad EAFIT y el edificio del Bloque 20 de Ciencias
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paisaje de una empresa en armonía con la naturaleza

Los análisis de sostenibilidad como la Iniciativa de Reporte Global —GRI, por sus siglas en inglés—, valoran tanto las externalidades negativas asociadas a la gestión empresarial, así como las contribuciones positivas de la organización que incrementan su credibilidad y confianza en la sociedad.

A partir de la Directiva 2022/2464 de la Unión Europea, se establece un estándar complementario con el concepto de “doble materialidad”, según el cual no sólo es importante reportar la incidencia que las acciones de una empresa tienen sobre temas ASG —materialidad de impacto—, sino también la forma en cómo esos temas afectan el desempeño financiero de la organización, los riesgos que enfrenta y las oportunidades que genera con su gestión, a través de la materialidad financiera.

Los reportes de doble materialidad, que conectan la sostenibilidad con la gestión del riesgo empresarial, son cada vez más relevantes conforme se consolidan los estándares y metodologías respectivas. Lo que queda claro es que hay una progresiva conciencia en el mundo empresarial de la conexión entre la sostenibilidad socioambiental y la sostenibilidad corporativa. En este sentido, será cada vez más importante para las organizaciones desplegar y comunicar sus estrategias de sostenibilidad.

La importancia del valor público generado por una organización no depende sólo de lo que se ha llamado “responsabilidad social empresarial” (RSE), sino también de la importancia que tiene, para una empresa, la percepción que las “partes interesadas” tienen sobre sus acciones y los valores que representan.  

Por ejemplo, casi todos preferimos trabajar en una organización que promueve el bienestar de sus colaboradores, o consumir bienes y servicios provistos por una empresa que contribuye al progreso social. Incluso, en algunos casos, una empresa amigable con el medio ambiente quizás tenga acceso a mejores condiciones de crédito. 

Es en relación con las “partes interesadas” —las personas o entidades que están en la órbita de influencia de la organización— que se definen aspectos críticos de la sostenibilidad y de los riesgos que delimitan el futuro de la empresa. 

La sostenibilidad define el futuro de las organizaciones, en tanto genera compromisos ineludibles con la sostenibilidad de la sociedad y del planeta.

 
Crear valor social desde la empresa 

El papel que desempeñan las organizaciones sociales, no gubernamentales y de la sociedad civil, se ha hecho cada vez más importante en las dos últimas décadas, conforme ganan relevancia los criterios ASG para el buen funcionamiento y la legitimidad de los sistemas económicos. 

Lo anterior sucede por al menos tres razones. Primero, porque hay una zona media indefinida entre la gestión social que corresponde al Estado y la que puede asumirse como propia de las empresas. Segundo, porque hay límites a los aportes que el sector privado puede hacer al bienestar colectivo, al desarrollo productivo y al buen funcionamiento de la sociedad y del planeta. Tercero, porque se han desarrollado herramientas que permiten plantear problemas, diseñar esquemas de intervención —como la teoría del cambio—, y evaluar el impacto y la efectividad de las acciones que emprenden este tipo de organizaciones. Todo esto configura un espacio apropiado para las empresas con propósitos sociales, ya que se les reconoce su rol y se les dota de esquemas conceptuales apropiados para medir el impacto de sus acciones. 

Además, alineando la estrategia organizacional con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y los planes de desarrollo local, las empresas contribuyen colaborativamente al logro de metas públicas. Por ello, las alianzas estratégicas y las prácticas de sostenibilidad y de responsabilidad social empresarial (RSE) desempeñan un papel muy importante en la creación de valor público.  

Las organizaciones orientadas a la creación de valor público generan, no solo valor económico —representado en el desarrollo empresarial y el apoyo a proyectos de infraestructura que mejoran capacidades logísticas y facilitan el comercio y la conectividad—, sino que también generan valor social para diferentes grupos de interés, representado en la promoción y preservación de la cultura, la naturaleza, la inclusión social y la equidad, generando un efecto cascada en iniciativas educativas, programas de salud y bienestar, y desarrollo comunitario para poblaciones en situación de desventaja. 

 

El valor de la comunicación 

Las organizaciones deben comunicar de manera clara, coherente y honesta su estrategia de sostenibilidad. No basta con tener buenas prácticas si estas no se conocen, no se comprenden, o no inspiran. Mediante una comunicación efectiva, las organizaciones pueden promover narrativas de responsabilidad compartida, impulsando cambios en el comportamiento ciudadano, el consumo consciente y la participación social.  

La comunicación genera confianza, compromiso, fidelización y movilizar aliados estratégicos cuando logra demostrar que el compromiso con la sostenibilidad es parte del corazón del negocio.  

El compromiso también es con el uso eficiente de los recursos que se destinan a la sostenibilidad, la evaluación rigurosa y la mejora de la calidad de las decisiones que cimientan la reputación organizacional y hacen transparente el impacto social y ambiental que produce la empresa.  

Además, es clave que exista consciencia profunda de esa estrategia dentro y fuera de la organización: que los líderes la comprendan, que los equipos la vivan, y que los grupos de interés vean su impacto. Solo así la sostenibilidad deja de ser un discurso y se convierte en una fuerza transformadora, capaz de generar valor privado y público.

 

Al comunicar de manera transparente sus compromisos y resultados en sostenibilidad ambiental, social y de gobernanza, las empresas refuerzan su legitimidad, fortalecen la confianza ciudadana en las instituciones públicas y privadas y mejoran en conjunto el entorno de gobernanza. 

La comunicación de los resultados en sostenibilidad organizacional no puede basarse únicamente en narrativas inspiradoras. Requiere datos verificables y análisis que permitan evaluar el impacto de las intervenciones. Para comunicar la gestión con transparencia hay que fundamentarse en la evidencia económica.  

Por eso los informes de sostenibilidad deben ir más allá del cumplimiento normativo y convertirse en ejercicios sistemáticos de rendición de cuentas, que muestren cómo las acciones de la empresa generan valor privado y público de forma medible. El fortalecimiento de la confianza pública y la sostenibilidad organizacional exige una gestión informada y basada en evidencia. Tanto las empresas como las organizaciones sociales están llamadas a medir y a comunicar con rigurosidad el impacto de sus decisiones, demostrando así su contribución al bienestar colectivo. 

Herramientas como Bien+, metodología desarrollada en la Universidad EAFIT, permiten a las organizaciones evaluar el valor público que generan, conectando sus estrategias con resultados sociales tangibles, y dando sentido a su propósito y legitimidad en la sociedad contemporánea. 

La comunicación de los resultados de gestión, en la medida en que obliga a evaluaciones cuidadosas de impacto que reflejen el valor real que produce la empresa, da fe de la responsabilidad asumida por la organización y de su compromiso con la sociedad a la que dirige sus esfuerzos.  

 

El valor de la confianza pública 

En síntesis, toda organización tiene una responsabilidad esencial en lo relativo a los factores ambientales, sociales y de gobernanza. En primer lugar, las empresas, porque con su diligencia en estos temas contribuyen a garantizar su sostenibilidad a largo plazo, atenuando riesgos que puedan incidir negativamente en su desempeño, y asegurando su “licencia social para operar”, que se deriva del cumplimiento de las expectativas que la sociedad, en su conjunto, y sus grupos de interés, tienen sobre la gestión empresarial.  

En segundo lugar, las organizaciones sin ánimo de lucro, porque contribuyen al fortalecimiento institucional y el aumento del bienestar social, haciendo viable el desarrollo económico en cuanto propician el respeto a las reglas de juego y generan consensos para impulsar la gestión empresarial.  

El desarrollo de herramientas de valoración de externalidades, —los efectos que una acción produce sobre otros agentes o la naturaleza y que no se materializan en transacciones de mercado—, y de evaluación de impacto —el análisis de los efectos que se producen cuando se destinan recursos a propósitos considerados meritorios por una organización—, abren la posibilidad de evaluar la rentabilidad social de la inversión realizada a través del cálculo del SROI —Retorno Social de la Inversión, por sus siglas en inglés—. 

Gracias a todo esto se fortalece la confianza pública en la organización, se despliegan herramientas para optimizar el uso de los recursos, y se genera transparencia, propendiendo por mejores condiciones para la vida en sociedad y el ejercicio de la iniciativa empresarial para la creación de riqueza. 

 

 

Autores

Mery Patricia Tamayo-Plata

Investigadora de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno EAFIT

Jesús Alonso Botero-García

Investigador de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno EAFIT

Sección de noticias EAFIT
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Programa académico Noticias
Autor
Mery Patricia Tamayo-Plata; Jesús Alonso Botero-García
Edición
Agustín Patiño Orozco

Tic-tac... ¿Quién le enseñó a contar al reloj? 

Antes de los engranajes, los calendarios y las alarmas digitales, incluso antes de que el ser humano pensara en dividir el día en horas y minutos, ya existía un maestro del tiempo en el cielo. Nuestro Sol es la gran referencia que marca el inicio del día, el cambio de las estaciones, el ritmo de las cosechas ¡y de la vida misma!

Durante milenios, nuestros antepasados miraron al cielo para entender el paso del tiempo. Observaron la luz y las sombras, la duración de los días, el vaivén de las estaciones. El Sol fue su guía, su reloj natural, su calendario celeste. 

Nuestra estrella fue la que nos brindó la primera noción del tiempo, al permitirnos medir los ciclos de muchos fenómenos naturales. Aún hoy, aunque tenemos relojes atómicos, seguimos dependiendo de nuestro Sol más de lo que imaginamos. 

¡Sigue leyendo para descubrir el tiempo que se esconde en la sombra de un obelisco, en los sueños profundos que llegan con la oscuridad y en la luz lejana de las estrellas! Un tiempo que medimos, pero que también sentimos, vivimos y, a veces, olvidamos.

 

El reloj más antiguo del mundo 

¿Qué hora es? Para saberlo, basta una simple, pero aguda mirada al cielo.  

Los antiguos egipcios lo sabían. Erigían obeliscos cuya sombra proyectada indicaba el paso del día. A medida que la sombra se movía, los observadores atentos podían dividir el día en segmentos y anticipar el momento de realizar ciertos trabajos o rituales.

Un obelisco es, en esencia, un gnomon gigante, es decir, un instrumento clavado verticalmente en el suelo que convierte la luz del Sol en la materia prima para medir el tiempo. Este fue uno de los primeros relojes solares conocidos, aunque no tenía números ni manecillas. 

En la América precolombina, las culturas mesoamericanas marcaban los solsticios y los equinoccios mediante alineaciones de piedras y estructuras ceremoniales. Sabían que el Sol no siempre salía por el mismo punto en el horizonte y usaban esos desplazamientos para marcar el paso de las estaciones, regular los ciclos agrícolas y celebrar festividades.  

En Europa sobrevive Stonehenge, un gran círculo megalítico aún envuelto en misterio que está alineado con la salida del Sol en el solsticio de verano, una prueba de que desde hace milenios los humanos hemos observado al Sol no solo con asombro, sino con precisión.

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Imagen del Sol donde se resaltan emisiones electromagnéticas de Rayos X

Nuestra estrella rige los ciclos de la vida. Las cosechas, las migraciones, los rituales religiosos y las actividades cotidianas han estado sincronizados con su posición en el cielo. Cada amanecer era una promesa y cada atardecer la señal de que el tiempo no se detiene.  

Solo hasta los días de Albert Einstein y su teoría de la relatividad especial, descubrimos que el tiempo es mucho más complejo que los ciclos que percibimos en nuestra escala, y que su transcurso también depende del observador. 

Desde nuestra perspectiva terrestre, el Sol parece moverse por el cielo. Sin embargo, es la Tierra la que gira sobre su propio eje. Ese giro, que tarda aproximadamente veinticuatro horas, es lo que define lo que llamamos un día. Por su parte, la Tierra, que orbita a casi ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol, completa un ciclo completo alrededor de él en poco más de trescientos sesdías. Ese ciclo define un año, un año solar

Hoy en día, los relojes mecánicos y digitales, con sus engranajes y algoritmos, no hacen más que imitar lo que el cielo lleva milenios enseñándonos: que el tiempo es movimiento, repetición y también cambio.  

Al igual que los obeliscos egipcios, los relojes atómicos más precisos en la actualidad se ajustan con referencia a fenómenos astronómicos. De alguna forma, seguimos mirando al Sol para que nuestros relojes no pierdan el ritmo. 

 
El Sol en nuestros cuerpos 

El tiempo solar no solo organiza lo que sucede allá afuera, también moldea lo que ocurre dentro de nosotros. Nuestro cuerpo, como una pequeña tierra, responde a la luz y a la oscuridad, al día y a la noche, con ritmos internos que han evolucionado durante millones de años. 

Estos ciclos se conocen como ritmos circadianos (del latín circa diem, “alrededor de un día”) y son oscilaciones biológicas de aproximadamente veinticuatro horas que regulan funciones esenciales como el sueño y la vigilia, la secreción de hormonas, la presión arterial, la temperatura corporal e incluso el estado de ánimo. 

El marcapasos de este sistema se encuentra en una diminuta estructura del cerebro llamada núcleo supraquiasmático, ubicada en el hipotálamo. Este núcleo recibe información directamente de los ojos sobre la cantidad de luz que hay en el ambiente. Así nuestros cuerpos saben cuándo es de día y cuándo es de noche, y regula la liberación de sustancias como la melatonina, que induce el sueño. 

Cuando estamos expuestos a la luz natural del Sol durante el día, especialmente en las primeras horas de la mañana, nuestro reloj biológico se sincroniza adecuadamente. Esta exposición solar favorece un mayor estado de alerta, mejora la concentración y contribuye a regular la temperatura corporal.  

En cambio, la falta de luz solar o la exposición excesiva a luz artificial durante la noche pueden provocar una desincronización circadiana que afecta el sueño, el apetito y el estado de ánimo.  

La vida moderna, marcada por el uso constante de pantallas y entornos urbanos cada vez más iluminados, ha incrementado estos desequilibrios. La contaminación lumínica, al alterar los ciclos naturales de luz y oscuridad, no solo impide ver las estrellas, sino que también interfiere con nuestros ritmos biológicos más profundos. 

Pero los efectos del Sol en nuestra biología van más allá del reloj interno: su luz estimula la producción de vitamina D en la piel, una vitamina esencial para la salud ósea, el sistema inmunológico y el equilibrio hormonal. 

También hay evidencia de que la exposición solar regula neurotransmisores como la serotonina, lo que puede explicar por qué en los meses más oscuros del año muchas personas experimentan tristeza estacional. 

Los ritmos del Sol también afectan a otras formas de vida. Las plantas abren sus hojas al amanecer y las cierran al anochecer. Los girasoles giran siguiendo la trayectoria solar. Algunas especies animales migran según las estaciones, mientras otras entran en hibernación durante los meses sin luz.  

El Sol no solo marca el tiempo, también lo habita. 

Nuestras sociedades se mueven con base en el ritmo solar. La jornada laboral, el calendario escolar, la hora del almuerzo y la de dormir tienen una raíz astronómica.  

Aunque hoy vivamos en edificios iluminados todo el día, con rutinas desligadas del entorno natural, seguimos siendo criaturas solares. Y quizás deberíamos recordarlo más a menudo. 

 
Relojes que miran a las estrellas 

La luz del Sol tarda ocho minutos y veinte segundos en llegar a la Tierra. Esto significa que todo lo que vemos en el cielo, incluso al Sol, es pasado. Es decir, el presente está ligeramente alterado por la velocidad de la luz. 

En realidad, cuando levantamos la mirada para admirar un amanecer o una puesta de Sol, lo que vemos ya sucedió. En otras palabras, hacemos arqueología cósmica

Este desfase se vuelve aún más impresionante cuando observamos otros astros. La luz de la estrella más cercana luego del Sol, Próxima Centauri, tarda más de cuatro años en llegar a nuestro planeta.  

¡Observar esa estrella hoy es ver cómo era hace poco más de cuatro años!  

Cuando estudiamos galaxias distantes a través de telescopios espaciales como el James Webb, estamos viendo luz emitida hace miles de millones de años, incluso antes de que existiera la Tierra. 

La astronomía es una ciencia del pasado, una verdadera máquina del tiempo que nos permite ver el universo como fue, no como es. 

Gracias a estas observaciones, hemos logrado descubrir el tiempo a escalas que van más allá de la experiencia humana. Sabemos, por ejemplo, que el Sol nació hace unos cuatro mil seiscientos millones de años, cuando una nube interestelar de gas y polvo colapsó bajo su propia gravedad. En su interior se encendieron las reacciones nucleares que alimentan a nuestra estrella hasta el día de hoy.  

El máximo solar es un período cíclico de mayor actividad de Sol aproximadamente cada once años. Se caracteriza por un aumento en la cantidad de manchas solares y de radiación, que pueden llegar a afectar el clima y las telecomunicaciones en la Tierra. Esta imagen combina veinticinco imágenes del Sol cerca de su pico de actividad a lo largo de todo un año. Se espera que el próximo máximo solar sea en el año 2025. Crédito foto: NASA/GSFC/SDO.

 

También sabemos que dentro de unos cinco mil millones de años nuestro Sol se transformará en una estrella gigante roja, engullirá a Mercurio y a Venus, y tal vez la Tierra. Luego expulsará sus capas externas y quedará como una enana blanca, un corazón estelar que se irá enfriando lentamente durante muchísimos años. 

Estas escalas temporales no se miden con relojes, sino con modelos, observaciones y extrapolaciones físicas, pero también con paciencia: cuando estudiamos las estrellas, el tiempo se vuelve otro, se transforma en un tiempo profundo, donde una vida humana es apenas un parpadeo. 

Los relojes más exactos del mundo, aquellos que se utilizan hoy para la navegación con Sistemas de Posicionamiento Global —GPS por sus siglas en inglés—, para sincronizar Internet y para realizar experimentos científicos de altísima precisión, están sintonizados con relojes atómicos que, a su vez, se comparan con fenómenos cósmicos.  

Un reloj atómico óptico emplea un láser que emite luz visible o ultravioleta, a una frecuencia extremadamente alta, la cual resuena exactamente con la transición atómica óptica de materiales como el cesio o el estroncio.  

Un átomo de estroncio, enfriado a temperaturas cercanas al cero absoluto —doscientos setenta y tres grados centígrados bajo cero—, permite que la sincronización entre las frecuencias del láser y las transiciones electrónicas atómicas puedan contarse con altísima precisión, y así medir el tiempo, garantizando una mayor resolución y un menor error acumulado. 

Algunos investigadores incluso proponen usar púlsares, estrellas de neutrones que giran cientos de veces por segundo y emiten pulsos regulares de radio, para sincronizar relojes atómicos. Se espera que estos cuerpos celestes sean relojes naturales para futuras naves interestelares.  

Si el Sol fue nuestro primer reloj, las estrellas pueden ser nuestros relojes del futuro a escalas cósmicas, fuera de nuestro vecindario solar. Mientras tanto, aquí seguimos, en esta pequeña esfera azul que gira en torno a una estrella promedio, en un brazo espiral de una galaxia cualquiera.  

Pero para nosotros, el Sol lo es todo, responsable del tiempo, la luz y la vida. 

 

¿Tiempo para qué? 

Cuando el tiempo se nos escapa entre pantallas, notificaciones y agendas saturadas, volver la mirada al Sol es un acto poético. Pero es también un acto profundamente científico, biológico... y necesario. 

Hemos perfeccionado métodos para medir el tiempo hasta fracciones inimaginables, de milmillonésimas de segundo, que definen operaciones bancarias, procesos de sincronización satelital y pruebas de física de partículas. 

Sin embargo, en medio de la exactitud extrema, algo se perdió: la conexión con los ritmos naturales, con el día que comienza cuando el Sol asoma y con la noche que invita al descanso.  

Perdimos la experiencia de sentir el tiempo, no solo de contarlo. 

 

La influencia del Sol va más allá de la necesaria luz. Su actividad durante los picos del ciclo solar cada once años, puede desencadenar fenómenos como eyecciones de masa coronal y tormentas geomagnéticas que afectan directamente el clima espacial. Estas tormentas pueden interferir con las comunicaciones satelitales, dañar instrumentos en órbita e incluso alterar los sistemas de navegación global.  

Nuestros relojes más precisos, los relojes atómicos, están alojados en satélites que orbitan la Tierra y sincronizan toda la infraestructura digital, desde los cajeros automáticos hasta los vuelos comerciales. Una perturbación solar puede afectarlos y tener un efecto en cascada sobre la sincronización global del tiempo. 

Paradójicamente, una explosión en la atmósfera del Sol puede llegar a desordenar los segundos más exactos de nuestra civilización. 

Estudiar el Sol, como lo han hecho astrónomos, campesinos, culturas ancestrales y contemporáneas, es también estudiar cómo nos organizamos como sociedad. Porque el tiempo no es solo una dimensión física: es también un acuerdo social, una experiencia subjetiva, un pulso que nos une a todo lo que nos rodea. 

Quizás la pregunta no sea solo cómo medimos el tiempo, sino para qué lo medimos. ¿Lo hacemos para estar más conectados, o más apurados? ¿Para comprender los ciclos de la vida o para dominarlos? ¿Nos servirá para entender que la medida del tiempo es relativa? ¿O para construir máquinas que nos permitan establecer sociedades en planetas alejados del nuestro? ¿Puede el Sol enseñarnos una forma más sabia de vivir el tiempo? 

Entender el tiempo del Sol no significa renunciar a la tecnología ni negar el progreso. Significa recordar que, más allá del reloj, hay un ritmo más profundo que late en el universo, en nuestro cuerpo y en la Tierra misma. Un ritmo que no inventamos, pero que podemos aprender a escuchar, impulsados por la curiosidad humana y el conocimiento de la física, que nos ha permitido llegar hasta donde estamos. 

 

 

Autores

Santiago Vargas-Domínguez

Investigador del Observatorio Astronómico Nacional de la Universidad Nacional de Colombia

René Restrepo-Gómez

Investigador de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingenierías EAFIT

Maria Clara Jaramillo

Comunicadora social e ilustradora

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Autor
Santiago Vargas-Domínguez; René Restrepo-Gómez; María Clara Jaramillo
Edición
Agustín Patiño Orozco

#MadeInEAFIT | The Light Is On, conoce el proceso desde cero!

Marzo 5, 2025

Desde hace una década, nuestros estudiantes de segundo semestre del pregrado en Ingeniería de Diseño de Producto (@eafit.idp) han realizado una muestra, que también se ha convertido en una tradición la cual dos veces al año llena de luz  y belleza diferentes espacios de nuestro campus. Se trata de The Light is ON, la muestra de aprendizaje experiencial en la que los estudiantes realizan una luminaria con el propósito de diseñar un producto de complejidad media en ingeniería y diseño. En este proceso empiezan de cero, desde su conceptualización  bajo una temática escogida previamente, la elección de materiales, bocetean los diseños, hasta llegar a su materialización en la que pasan varias horas de la semana trabajando con las máquinas del Taller de Maderas. Para la más reciente edición de esta muestra, y conmemorando sus 10 años de existencia , la exhibición adquirió un nuevo significado con la alianza entre la Universidad y Cueros Vélez @velezartisan, integrando el cuero reciclado  como un material clave en las creaciones. El resultado: 50 lámparas de mesa portátiles diseñadas y fabricadas por nuestros estudiantes, combinando creatividad, funcionalidad y sostenibilidad bajo el concepto de la gramática del arte. Cada diseño incorporó al menos un 30 % de cuero reciclado, junto con madera reutilizada y otras innovaciones tecnológicas como la impresión 3D. Seguro ya conoces el resultado final, pero hoy te contamos cómo fue el proceso qué hubo detrás, a cuáles retos se enfrentaron, cómo llevaron sus ideas del papel a la materialidad y cómo las organizaciones pueden ser aliadas de la academia para darle un nuevo uso a sus residuos, mientras se produce conocimiento aplicado.

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#MadeInEAFIT | The Light Is On, conoce el proceso desde cero!
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Posesión de las mesas directivas de los Grupos Estudiantiles 2025

Marzo 4, 2025

Durante la semana pasada vivimos en #EAFIT uno de los eventos que más nos llena de orgullo, pues representa el liderazgo temprano que hace parte del ADN eafitense. Se trata de la posesión de las mesas directivas de los Grupos Estudiantiles. En este ritual le dimos la bienvenida a una nueva generación de eafitenses que estarán a la cabeza de nuestros 14 Grupos Estudiantiles y que complementarán su formación académica con una experiencia universitaria en la aprenderán cómo trabajar en equipo, organizar grandes eventos, gestionar situaciones de crisis, y sobre todo, potenciar esas habilidades que debe tener todo líder como aprender a escuchar y construir con las ideas de todos. Conversamos con ellos al finalizar su posesión para preguntarles por sus expectativas al iniciar esta nueva etapa en sus grupos. ¡Esto nos contaron!

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Posesión de las mesas directivas de los Grupos Estudiantiles 2025
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