La sostenibilidad como catalizador de la confianza pública 

La sostenibilidad es protagonista en discusiones públicas y análisis estratégicos de todo tipo de organizaciones. Para entender cómo inciden en la sostenibilidad del planeta, algunas empresas han incorporado análisis de impacto en temas ASG —asuntos ambientales, sociales y de gobernanza—mediante la aplicación de estándares como la Iniciativa de Reporte Global.

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paisaje de Medellín donde se ve el campus de la Universidad EAFIT y el edificio del Bloque 20 de Ciencias
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paisaje de una empresa en armonía con la naturaleza

Los análisis de sostenibilidad como la Iniciativa de Reporte Global —GRI, por sus siglas en inglés—, valoran tanto las externalidades negativas asociadas a la gestión empresarial, así como las contribuciones positivas de la organización que incrementan su credibilidad y confianza en la sociedad.

A partir de la Directiva 2022/2464 de la Unión Europea, se establece un estándar complementario con el concepto de “doble materialidad”, según el cual no sólo es importante reportar la incidencia que las acciones de una empresa tienen sobre temas ASG —materialidad de impacto—, sino también la forma en cómo esos temas afectan el desempeño financiero de la organización, los riesgos que enfrenta y las oportunidades que genera con su gestión, a través de la materialidad financiera.

Los reportes de doble materialidad, que conectan la sostenibilidad con la gestión del riesgo empresarial, son cada vez más relevantes conforme se consolidan los estándares y metodologías respectivas. Lo que queda claro es que hay una progresiva conciencia en el mundo empresarial de la conexión entre la sostenibilidad socioambiental y la sostenibilidad corporativa. En este sentido, será cada vez más importante para las organizaciones desplegar y comunicar sus estrategias de sostenibilidad.

La importancia del valor público generado por una organización no depende sólo de lo que se ha llamado “responsabilidad social empresarial” (RSE), sino también de la importancia que tiene, para una empresa, la percepción que las “partes interesadas” tienen sobre sus acciones y los valores que representan.  

Por ejemplo, casi todos preferimos trabajar en una organización que promueve el bienestar de sus colaboradores, o consumir bienes y servicios provistos por una empresa que contribuye al progreso social. Incluso, en algunos casos, una empresa amigable con el medio ambiente quizás tenga acceso a mejores condiciones de crédito. 

Es en relación con las “partes interesadas” —las personas o entidades que están en la órbita de influencia de la organización— que se definen aspectos críticos de la sostenibilidad y de los riesgos que delimitan el futuro de la empresa. 

La sostenibilidad define el futuro de las organizaciones, en tanto genera compromisos ineludibles con la sostenibilidad de la sociedad y del planeta.

 
Crear valor social desde la empresa 

El papel que desempeñan las organizaciones sociales, no gubernamentales y de la sociedad civil, se ha hecho cada vez más importante en las dos últimas décadas, conforme ganan relevancia los criterios ASG para el buen funcionamiento y la legitimidad de los sistemas económicos. 

Lo anterior sucede por al menos tres razones. Primero, porque hay una zona media indefinida entre la gestión social que corresponde al Estado y la que puede asumirse como propia de las empresas. Segundo, porque hay límites a los aportes que el sector privado puede hacer al bienestar colectivo, al desarrollo productivo y al buen funcionamiento de la sociedad y del planeta. Tercero, porque se han desarrollado herramientas que permiten plantear problemas, diseñar esquemas de intervención —como la teoría del cambio—, y evaluar el impacto y la efectividad de las acciones que emprenden este tipo de organizaciones. Todo esto configura un espacio apropiado para las empresas con propósitos sociales, ya que se les reconoce su rol y se les dota de esquemas conceptuales apropiados para medir el impacto de sus acciones. 

Además, alineando la estrategia organizacional con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y los planes de desarrollo local, las empresas contribuyen colaborativamente al logro de metas públicas. Por ello, las alianzas estratégicas y las prácticas de sostenibilidad y de responsabilidad social empresarial (RSE) desempeñan un papel muy importante en la creación de valor público.  

Las organizaciones orientadas a la creación de valor público generan, no solo valor económico —representado en el desarrollo empresarial y el apoyo a proyectos de infraestructura que mejoran capacidades logísticas y facilitan el comercio y la conectividad—, sino que también generan valor social para diferentes grupos de interés, representado en la promoción y preservación de la cultura, la naturaleza, la inclusión social y la equidad, generando un efecto cascada en iniciativas educativas, programas de salud y bienestar, y desarrollo comunitario para poblaciones en situación de desventaja. 

 

El valor de la comunicación 

Las organizaciones deben comunicar de manera clara, coherente y honesta su estrategia de sostenibilidad. No basta con tener buenas prácticas si estas no se conocen, no se comprenden, o no inspiran. Mediante una comunicación efectiva, las organizaciones pueden promover narrativas de responsabilidad compartida, impulsando cambios en el comportamiento ciudadano, el consumo consciente y la participación social.  

La comunicación genera confianza, compromiso, fidelización y movilizar aliados estratégicos cuando logra demostrar que el compromiso con la sostenibilidad es parte del corazón del negocio.  

El compromiso también es con el uso eficiente de los recursos que se destinan a la sostenibilidad, la evaluación rigurosa y la mejora de la calidad de las decisiones que cimientan la reputación organizacional y hacen transparente el impacto social y ambiental que produce la empresa.  

Además, es clave que exista consciencia profunda de esa estrategia dentro y fuera de la organización: que los líderes la comprendan, que los equipos la vivan, y que los grupos de interés vean su impacto. Solo así la sostenibilidad deja de ser un discurso y se convierte en una fuerza transformadora, capaz de generar valor privado y público.

 

Al comunicar de manera transparente sus compromisos y resultados en sostenibilidad ambiental, social y de gobernanza, las empresas refuerzan su legitimidad, fortalecen la confianza ciudadana en las instituciones públicas y privadas y mejoran en conjunto el entorno de gobernanza. 

La comunicación de los resultados en sostenibilidad organizacional no puede basarse únicamente en narrativas inspiradoras. Requiere datos verificables y análisis que permitan evaluar el impacto de las intervenciones. Para comunicar la gestión con transparencia hay que fundamentarse en la evidencia económica.  

Por eso los informes de sostenibilidad deben ir más allá del cumplimiento normativo y convertirse en ejercicios sistemáticos de rendición de cuentas, que muestren cómo las acciones de la empresa generan valor privado y público de forma medible. El fortalecimiento de la confianza pública y la sostenibilidad organizacional exige una gestión informada y basada en evidencia. Tanto las empresas como las organizaciones sociales están llamadas a medir y a comunicar con rigurosidad el impacto de sus decisiones, demostrando así su contribución al bienestar colectivo. 

Herramientas como Bien+, metodología desarrollada en la Universidad EAFIT, permiten a las organizaciones evaluar el valor público que generan, conectando sus estrategias con resultados sociales tangibles, y dando sentido a su propósito y legitimidad en la sociedad contemporánea. 

La comunicación de los resultados de gestión, en la medida en que obliga a evaluaciones cuidadosas de impacto que reflejen el valor real que produce la empresa, da fe de la responsabilidad asumida por la organización y de su compromiso con la sociedad a la que dirige sus esfuerzos.  

 

El valor de la confianza pública 

En síntesis, toda organización tiene una responsabilidad esencial en lo relativo a los factores ambientales, sociales y de gobernanza. En primer lugar, las empresas, porque con su diligencia en estos temas contribuyen a garantizar su sostenibilidad a largo plazo, atenuando riesgos que puedan incidir negativamente en su desempeño, y asegurando su “licencia social para operar”, que se deriva del cumplimiento de las expectativas que la sociedad, en su conjunto, y sus grupos de interés, tienen sobre la gestión empresarial.  

En segundo lugar, las organizaciones sin ánimo de lucro, porque contribuyen al fortalecimiento institucional y el aumento del bienestar social, haciendo viable el desarrollo económico en cuanto propician el respeto a las reglas de juego y generan consensos para impulsar la gestión empresarial.  

El desarrollo de herramientas de valoración de externalidades, —los efectos que una acción produce sobre otros agentes o la naturaleza y que no se materializan en transacciones de mercado—, y de evaluación de impacto —el análisis de los efectos que se producen cuando se destinan recursos a propósitos considerados meritorios por una organización—, abren la posibilidad de evaluar la rentabilidad social de la inversión realizada a través del cálculo del SROI —Retorno Social de la Inversión, por sus siglas en inglés—. 

Gracias a todo esto se fortalece la confianza pública en la organización, se despliegan herramientas para optimizar el uso de los recursos, y se genera transparencia, propendiendo por mejores condiciones para la vida en sociedad y el ejercicio de la iniciativa empresarial para la creación de riqueza. 

 

 

Autores

Mery Patricia Tamayo-Plata

Investigadora de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno EAFIT

Jesús Alonso Botero-García

Investigador de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno EAFIT

Sección de noticias EAFIT
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Programa académico Noticias
Autor
Mery Patricia Tamayo-Plata; Jesús Alonso Botero-García
Edición
Agustín Patiño Orozco

El valor de la historia empresarial para la prospectiva y la estrategia

Agosto 24, 2025

El ritmo de la vida humana va cada vez más acelerado. Se celebra la innovación, la llegada de nuevas tecnologías y las grandes transformaciones. Los cambios, sin embargo, generan incertidumbre y requieren esfuerzos adicionales para su adecuada asimilación.

De este modo, pueden surgir preguntas como: ¿qué se puede mejorar en la organización?, ¿cómo hacer más eficientes los procesos? Estos cuestionamientos aparecen cada vez más a menudo entre líderes, administradores, emprendedores y trabajadores en general.

La búsqueda de nuevas formas de hacer las cosas se convierte en una urgencia que agobia y desvía la mirada de otros asuntos que pueden ser importantes. La incertidumbre y los cambios en el entorno pueden verse como amenazas o como oportunidades irremplazables. Todo depende de la perspectiva y de la claridad de los objetivos.

Si bien es válido trabajar por la mejora continua, se debe recordar que aunque el cambio genera crecimiento, la estabilidad es fundamental para el desarrollo. Esto arroja una nueva pregunta: de todo lo que se hace y se ha hecho, ¿qué es lo que debe permanecer?

El primer paso para optimizar los recursos es reconocer los aprendizajes valiosos obtenidos hasta el momento. En el mundo empresarial, al igual que en la vida humana, son las experiencias más sencillas las que promueven el desarrollo de habilidades valiosas para sortear grandes retos con éxito. Pero aunque son similares la vida humana y la vida de las empresas, estas últimas tienen la virtud, en muchos casos, de tener varios líderes en el tiempo.

Es claro que a la hora de tomar decisiones acertadas se requiere pensamiento crítico, y para la visión crítica, se requiere el conocimiento. Es en este punto que conocer el pasado de la organización cobra relevancia. El pensamiento histórico, a saber, la conciencia del pasado para la interpretación del presente y la planeación para el futuro, es fundamental para la gestión empresarial.

Una perspectiva histórica de los problemas del presente permite desmantelar los miedos y las dudas para abordar los retos de forma pausada, con mejores ideas y decisiones inteligentes. Una mirada atenta al pasado permite identificar experiencias análogas a los problemas de hoy, reconocer patrones de comportamiento y retomar estrategias que han dado buen resultado, dando forma a la estructura e identidad de la organización.

Trabajar en el desarrollo de una perspectiva histórica para la gestión empresarial a partir de marcos históricos amplios es un ejercicio de revisión del comportamiento de los equipos de trabajo y de los líderes ante la incertidumbre. La reactividad y la rapidez desmedida en las respuestas, por ejemplo, pueden ser indicios de que el cambio toma por sorpresa a la organización.

En ese sentido, valorar la historia y los aportes útiles que esta ofrece para la gestión es la clave para accionar con preparación y conocimiento de aquello que se hace; desde la comprensión de las lógicas y los valores propios de la particularidad de cada temporada como tejido de la historia de la organización.

Todo comienza con hacerse preguntas: ¿cuál ha sido el proceso de esta organización?, ¿cómo fue su nacimiento?, ¿qué transiciones ha experimentado?, ¿cuáles han sido sus valores y sus mayores retos?

Por supuesto, responder a dichas cuestiones es una gran tarea para la cual las organizaciones de larga trayectoria puede servirse de expertos y del aporte de los empleados como actores directos de la construcción de la historia; mientras que las más jóvenes pueden comenzar a generar un archivo de recursos históricos como actas y testimonios que en retrospectiva permitan reflexionar acerca del abordaje de situaciones críticas.

La integración del análisis histórico organizacional es una acción que tiene como punto de partida el compromiso social empresarial y el interés por contribuir al entorno. Las decisiones que se toman en las empresas no solo afectan a la operación y a los empleados, sino que también tienen un gran impacto en la sociedad, en la región y en otras organizaciones relacionadas. El líder y su forma de pensar y actuar generan cambios altamente relevantes que construyen paso a paso el futuro. Por esto, la elaboración de la historia de la compañía puede dar luces de respuestas a retos futuros a nivel interno y externo.

Considerando el impacto de los líderes y administradores en su entorno, dentro y fuera de la organización, y sabiendo que no hay rutas directas hacia el éxito, es valioso pensar en las habilidades que podrían ser útiles para una persona que desea liderar sorteando la incertidumbre para alcanzar las metas propuestas. A continuación, cuatro ideas de desarrollo integral en el liderazgo:

1. Empatía: Las organizaciones, como seres vivos, se mueven gracias a las personas que las conforman. Poder situarse en el papel del otro favorece el aprendizaje y el buen relacionamiento. Esta habilidad es necesaria para comprender las consecuencias de las acciones y el impacto positivo o negativo que las decisiones tienen sobre los demás.

2. Registro diverso de la realidad: Es importante conocer las cifras y balances de la compañía, al igual que conocer a los colaboradores y entender los ritmos humanos de la operación. El desarrollo humano e integral de los líderes es imprescindible.

3. Pensamiento crítico: Se requiere disposición para investigar, aprender y comprender todos los días para tomar buenas decisiones sin perder la capacidad de asombrarse sobre aquello que puede volverse familiar.

4. Escucha y diálogo respetuoso: En la diversidad de consejos está la clave para la resolución de conflictos. Entender las distintas maneras de comprender la realidad y expresar las ideas propias de forma asertiva es clave para el desarrollo empresarial.

Además de aquello que se debería cambiar, ¿qué se debería conservar?, ¿cuáles fueron las mejores decisiones que tomaron los líderes anteriores?, ¿qué valor tiene la historia empresarial y cómo podría integrarse un análisis retrospectivo para favorecer el progreso de la compañía? El progreso no es solo cuestión de fuerza, sino también de dirección, y está, a su vez, depende de la observación y de la estrategia.

 

Autora

María Isabel García

Comunicadora social

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Conexión: Entrepreneur Summit, un encuentro coorganizado por EAFIT a través de su centro On.going.
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Autor
Maria Isabel García
Edición
Christian Alexander Martinez-Guerrero

El riesgo no espera

Agosto 20, 2025

La gestión del riesgo en Colombia se volvió importante desde los años ochenta, cuando desastres como el terremoto de Popayán (1983) y la tragedia de Armero (1985) demostraron la fragilidad de las poblaciones ante eventos extremos.

Pero los desastres no son únicamente fenómenos naturales, sino también la manifestación de vulnerabilidades creadas por la intervención humana que ignora las dinámicas del territorio.

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Foto de sector de Medellín

Ante esta realidad surge la denominada gestión del riesgo de desastres, que se mueve en diversos tiempos. El primero es un tiempo inmediato, de respuesta a la emergencia: qué hacer en el ahora, cómo evitar que el agua inunde las casas o que los deslizamientos se lleven vidas.

Esta rapidez es útil, pero deja a un lado otro tiempo importante: el futuro. Por eso, con la planeación a largo plazo, el concepto de riesgo se entiende no solo como una circunstancia del presente ni algo a lo cual se debe reaccionar en el momento menos favorable. Desde esta perspectiva, la reducción del riesgo trata de construir escenarios en los que se evite la tragedia. 

 

Convivir con el riesgo

Aunque Medellín es una ciudad innovadora, en su interior persisten profundas desigualdades socioespaciales que exponen a algunos de sus habitantes a condiciones de alto riesgo. Sectores como El Sinaí, ubicado en la comuna 2 (Santa Cruz), enfrentan amenaza constante de inundaciones, a causa de dinámicas históricas de segregación, desplazamiento forzado y autoconstrucción en zonas inestables e informales.

Allí, la gestión del riesgo es una forma de vida. El río es un vecino impredecible: los niños disfrutan y juegan en él, pero, en época de invierno, el nivel del agua sube por las paredes de las casas hasta tapar pisos enteros.  En algunos casos, una línea color café de casi tres metros de alto es el rastro de una inundación en la calle más cercana al río y en la calle principal del barrio, dos cuadras más adentro. La línea recuerda los días cuando la tragedia y la angustia han sido las protagonistas.

Esto pasa durante cada temporada de lluvias, al menos dos veces al año, aunque no dejan de registrarse otras inundaciones de menor magnitud. En todos estos casos, el propósito de la vida se resume en acciones como salvar lo que se pueda, sacar a las mascotas o cuidar a las personas más vulnerables. 

 

Resistencias cotidianas frente a la emergencia 

A pesar de los esfuerzos institucionales en materia de gestión del riesgo de desastres, la presencia efectiva del Estado es limitada en territorios como este. La insuficiente intervención de las autoridades hace que estas comunidades tengan que vivir en un tiempo inmediato, en estado de alerta y autogestión frente a amenazas como las inundaciones.

Por eso, la comunidad de El Sinaí resuelve estos problemas con una lógica que parece innata, universal, que obedece a un instinto de adaptación que aparece durante las crisis. Por ejemplo, sus habitantes han puesto compuertas herméticas en sus casas, construido muros, diques y barreras que los protegen. Todo esto forma parte de la inteligencia colectiva, la cual no es exclusiva de ellos: estrategias similares se han visto en otras partes del mundo, como Venecia.

¿Significa esto que existen dos realidades paralelas? Posiblemente. Para Venecia, una para los turistas y otra para los residentes. Para Medellín, una segura, formal y planificada y otra vulnerable, informal y relegada a las laderas o márgenes del río.

 

Representación gráfica de las dos realidades que coexisten en Medellín.

 

Entretanto, desde universidades como EAFIT trabajamos para entender y transformar íntegramente las problemáticas de los territorios. Para El Sinaí, se propone una gestión del riesgo que valore la inteligencia colectiva, acelere los tiempos de reacción y fortalezca la vida digna. 

 

Notas

1. La avalancha del nevado del Ruiz sepultó a más de 25.000 personas. Es el desastre más grande de la historia del país. 

2. Según el Plan Municipal de Gestión del Riesgo de Desastres de Medellín 2015-2030, las mayores densidades poblacionales se concentran en las comunas 1 (Popular) y 3 (Manrique), precisamente donde se concentra el mayor porcentaje de áreas de amenaza y de riesgo por fenómenos socionaturales les y las mayores vulnerabilidades por las condiciones de vida de la población.

 

Referencia

Wilches-Chaux, G. (2008). La gestión del riesgo: del deber de la esperanza a la obligación del milagro. [Discurso]. Foro Global Provention.

 

Este contenido fue construido como elemento complementario de un trabajo de grado de la Maestría en Procesos Urbanos y Ambientales de EAFIT, en la que se exploraron acciones para la reducción del riesgo en el sector del Sinaí en Medellín.

Autores

Susana Galvis Bravo

Magíster en Procesos Urbanos y Ambientales

Julián Carvajal Zapata (@caarza)

Comunicador gráfico publicitario e ilustrador

Categoría de noticias EAFIT
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Autor
Susana Galvis Bravo; Julián Carvajal Zapata (@caarza)
Edición
Christian Alexander Martinez-Guerrero

Tic-tac... ¿Quién le enseñó a contar al reloj? 

Antes de los engranajes, los calendarios y las alarmas digitales, incluso antes de que el ser humano pensara en dividir el día en horas y minutos, ya existía un maestro del tiempo en el cielo. Nuestro Sol es la gran referencia que marca el inicio del día, el cambio de las estaciones, el ritmo de las cosechas ¡y de la vida misma!

Durante milenios, nuestros antepasados miraron al cielo para entender el paso del tiempo. Observaron la luz y las sombras, la duración de los días, el vaivén de las estaciones. El Sol fue su guía, su reloj natural, su calendario celeste. 

Nuestra estrella fue la que nos brindó la primera noción del tiempo, al permitirnos medir los ciclos de muchos fenómenos naturales. Aún hoy, aunque tenemos relojes atómicos, seguimos dependiendo de nuestro Sol más de lo que imaginamos. 

¡Sigue leyendo para descubrir el tiempo que se esconde en la sombra de un obelisco, en los sueños profundos que llegan con la oscuridad y en la luz lejana de las estrellas! Un tiempo que medimos, pero que también sentimos, vivimos y, a veces, olvidamos.

 

El reloj más antiguo del mundo 

¿Qué hora es? Para saberlo, basta una simple, pero aguda mirada al cielo.  

Los antiguos egipcios lo sabían. Erigían obeliscos cuya sombra proyectada indicaba el paso del día. A medida que la sombra se movía, los observadores atentos podían dividir el día en segmentos y anticipar el momento de realizar ciertos trabajos o rituales.

Un obelisco es, en esencia, un gnomon gigante, es decir, un instrumento clavado verticalmente en el suelo que convierte la luz del Sol en la materia prima para medir el tiempo. Este fue uno de los primeros relojes solares conocidos, aunque no tenía números ni manecillas. 

En la América precolombina, las culturas mesoamericanas marcaban los solsticios y los equinoccios mediante alineaciones de piedras y estructuras ceremoniales. Sabían que el Sol no siempre salía por el mismo punto en el horizonte y usaban esos desplazamientos para marcar el paso de las estaciones, regular los ciclos agrícolas y celebrar festividades.  

En Europa sobrevive Stonehenge, un gran círculo megalítico aún envuelto en misterio que está alineado con la salida del Sol en el solsticio de verano, una prueba de que desde hace milenios los humanos hemos observado al Sol no solo con asombro, sino con precisión.

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Imagen del Sol donde se resaltan emisiones electromagnéticas de Rayos X

Nuestra estrella rige los ciclos de la vida. Las cosechas, las migraciones, los rituales religiosos y las actividades cotidianas han estado sincronizados con su posición en el cielo. Cada amanecer era una promesa y cada atardecer la señal de que el tiempo no se detiene.  

Solo hasta los días de Albert Einstein y su teoría de la relatividad especial, descubrimos que el tiempo es mucho más complejo que los ciclos que percibimos en nuestra escala, y que su transcurso también depende del observador. 

Desde nuestra perspectiva terrestre, el Sol parece moverse por el cielo. Sin embargo, es la Tierra la que gira sobre su propio eje. Ese giro, que tarda aproximadamente veinticuatro horas, es lo que define lo que llamamos un día. Por su parte, la Tierra, que orbita a casi ciento cincuenta millones de kilómetros del Sol, completa un ciclo completo alrededor de él en poco más de trescientos sesdías. Ese ciclo define un año, un año solar

Hoy en día, los relojes mecánicos y digitales, con sus engranajes y algoritmos, no hacen más que imitar lo que el cielo lleva milenios enseñándonos: que el tiempo es movimiento, repetición y también cambio.  

Al igual que los obeliscos egipcios, los relojes atómicos más precisos en la actualidad se ajustan con referencia a fenómenos astronómicos. De alguna forma, seguimos mirando al Sol para que nuestros relojes no pierdan el ritmo. 

 
El Sol en nuestros cuerpos 

El tiempo solar no solo organiza lo que sucede allá afuera, también moldea lo que ocurre dentro de nosotros. Nuestro cuerpo, como una pequeña tierra, responde a la luz y a la oscuridad, al día y a la noche, con ritmos internos que han evolucionado durante millones de años. 

Estos ciclos se conocen como ritmos circadianos (del latín circa diem, “alrededor de un día”) y son oscilaciones biológicas de aproximadamente veinticuatro horas que regulan funciones esenciales como el sueño y la vigilia, la secreción de hormonas, la presión arterial, la temperatura corporal e incluso el estado de ánimo. 

El marcapasos de este sistema se encuentra en una diminuta estructura del cerebro llamada núcleo supraquiasmático, ubicada en el hipotálamo. Este núcleo recibe información directamente de los ojos sobre la cantidad de luz que hay en el ambiente. Así nuestros cuerpos saben cuándo es de día y cuándo es de noche, y regula la liberación de sustancias como la melatonina, que induce el sueño. 

Cuando estamos expuestos a la luz natural del Sol durante el día, especialmente en las primeras horas de la mañana, nuestro reloj biológico se sincroniza adecuadamente. Esta exposición solar favorece un mayor estado de alerta, mejora la concentración y contribuye a regular la temperatura corporal.  

En cambio, la falta de luz solar o la exposición excesiva a luz artificial durante la noche pueden provocar una desincronización circadiana que afecta el sueño, el apetito y el estado de ánimo.  

La vida moderna, marcada por el uso constante de pantallas y entornos urbanos cada vez más iluminados, ha incrementado estos desequilibrios. La contaminación lumínica, al alterar los ciclos naturales de luz y oscuridad, no solo impide ver las estrellas, sino que también interfiere con nuestros ritmos biológicos más profundos. 

Pero los efectos del Sol en nuestra biología van más allá del reloj interno: su luz estimula la producción de vitamina D en la piel, una vitamina esencial para la salud ósea, el sistema inmunológico y el equilibrio hormonal. 

También hay evidencia de que la exposición solar regula neurotransmisores como la serotonina, lo que puede explicar por qué en los meses más oscuros del año muchas personas experimentan tristeza estacional. 

Los ritmos del Sol también afectan a otras formas de vida. Las plantas abren sus hojas al amanecer y las cierran al anochecer. Los girasoles giran siguiendo la trayectoria solar. Algunas especies animales migran según las estaciones, mientras otras entran en hibernación durante los meses sin luz.  

El Sol no solo marca el tiempo, también lo habita. 

Nuestras sociedades se mueven con base en el ritmo solar. La jornada laboral, el calendario escolar, la hora del almuerzo y la de dormir tienen una raíz astronómica.  

Aunque hoy vivamos en edificios iluminados todo el día, con rutinas desligadas del entorno natural, seguimos siendo criaturas solares. Y quizás deberíamos recordarlo más a menudo. 

 
Relojes que miran a las estrellas 

La luz del Sol tarda ocho minutos y veinte segundos en llegar a la Tierra. Esto significa que todo lo que vemos en el cielo, incluso al Sol, es pasado. Es decir, el presente está ligeramente alterado por la velocidad de la luz. 

En realidad, cuando levantamos la mirada para admirar un amanecer o una puesta de Sol, lo que vemos ya sucedió. En otras palabras, hacemos arqueología cósmica

Este desfase se vuelve aún más impresionante cuando observamos otros astros. La luz de la estrella más cercana luego del Sol, Próxima Centauri, tarda más de cuatro años en llegar a nuestro planeta.  

¡Observar esa estrella hoy es ver cómo era hace poco más de cuatro años!  

Cuando estudiamos galaxias distantes a través de telescopios espaciales como el James Webb, estamos viendo luz emitida hace miles de millones de años, incluso antes de que existiera la Tierra. 

La astronomía es una ciencia del pasado, una verdadera máquina del tiempo que nos permite ver el universo como fue, no como es. 

Gracias a estas observaciones, hemos logrado descubrir el tiempo a escalas que van más allá de la experiencia humana. Sabemos, por ejemplo, que el Sol nació hace unos cuatro mil seiscientos millones de años, cuando una nube interestelar de gas y polvo colapsó bajo su propia gravedad. En su interior se encendieron las reacciones nucleares que alimentan a nuestra estrella hasta el día de hoy.  

El máximo solar es un período cíclico de mayor actividad de Sol aproximadamente cada once años. Se caracteriza por un aumento en la cantidad de manchas solares y de radiación, que pueden llegar a afectar el clima y las telecomunicaciones en la Tierra. Esta imagen combina veinticinco imágenes del Sol cerca de su pico de actividad a lo largo de todo un año. Se espera que el próximo máximo solar sea en el año 2025. Crédito foto: NASA/GSFC/SDO.

 

También sabemos que dentro de unos cinco mil millones de años nuestro Sol se transformará en una estrella gigante roja, engullirá a Mercurio y a Venus, y tal vez la Tierra. Luego expulsará sus capas externas y quedará como una enana blanca, un corazón estelar que se irá enfriando lentamente durante muchísimos años. 

Estas escalas temporales no se miden con relojes, sino con modelos, observaciones y extrapolaciones físicas, pero también con paciencia: cuando estudiamos las estrellas, el tiempo se vuelve otro, se transforma en un tiempo profundo, donde una vida humana es apenas un parpadeo. 

Los relojes más exactos del mundo, aquellos que se utilizan hoy para la navegación con Sistemas de Posicionamiento Global —GPS por sus siglas en inglés—, para sincronizar Internet y para realizar experimentos científicos de altísima precisión, están sintonizados con relojes atómicos que, a su vez, se comparan con fenómenos cósmicos.  

Un reloj atómico óptico emplea un láser que emite luz visible o ultravioleta, a una frecuencia extremadamente alta, la cual resuena exactamente con la transición atómica óptica de materiales como el cesio o el estroncio.  

Un átomo de estroncio, enfriado a temperaturas cercanas al cero absoluto —doscientos setenta y tres grados centígrados bajo cero—, permite que la sincronización entre las frecuencias del láser y las transiciones electrónicas atómicas puedan contarse con altísima precisión, y así medir el tiempo, garantizando una mayor resolución y un menor error acumulado. 

Algunos investigadores incluso proponen usar púlsares, estrellas de neutrones que giran cientos de veces por segundo y emiten pulsos regulares de radio, para sincronizar relojes atómicos. Se espera que estos cuerpos celestes sean relojes naturales para futuras naves interestelares.  

Si el Sol fue nuestro primer reloj, las estrellas pueden ser nuestros relojes del futuro a escalas cósmicas, fuera de nuestro vecindario solar. Mientras tanto, aquí seguimos, en esta pequeña esfera azul que gira en torno a una estrella promedio, en un brazo espiral de una galaxia cualquiera.  

Pero para nosotros, el Sol lo es todo, responsable del tiempo, la luz y la vida. 

 

¿Tiempo para qué? 

Cuando el tiempo se nos escapa entre pantallas, notificaciones y agendas saturadas, volver la mirada al Sol es un acto poético. Pero es también un acto profundamente científico, biológico... y necesario. 

Hemos perfeccionado métodos para medir el tiempo hasta fracciones inimaginables, de milmillonésimas de segundo, que definen operaciones bancarias, procesos de sincronización satelital y pruebas de física de partículas. 

Sin embargo, en medio de la exactitud extrema, algo se perdió: la conexión con los ritmos naturales, con el día que comienza cuando el Sol asoma y con la noche que invita al descanso.  

Perdimos la experiencia de sentir el tiempo, no solo de contarlo. 

 

La influencia del Sol va más allá de la necesaria luz. Su actividad durante los picos del ciclo solar cada once años, puede desencadenar fenómenos como eyecciones de masa coronal y tormentas geomagnéticas que afectan directamente el clima espacial. Estas tormentas pueden interferir con las comunicaciones satelitales, dañar instrumentos en órbita e incluso alterar los sistemas de navegación global.  

Nuestros relojes más precisos, los relojes atómicos, están alojados en satélites que orbitan la Tierra y sincronizan toda la infraestructura digital, desde los cajeros automáticos hasta los vuelos comerciales. Una perturbación solar puede afectarlos y tener un efecto en cascada sobre la sincronización global del tiempo. 

Paradójicamente, una explosión en la atmósfera del Sol puede llegar a desordenar los segundos más exactos de nuestra civilización. 

Estudiar el Sol, como lo han hecho astrónomos, campesinos, culturas ancestrales y contemporáneas, es también estudiar cómo nos organizamos como sociedad. Porque el tiempo no es solo una dimensión física: es también un acuerdo social, una experiencia subjetiva, un pulso que nos une a todo lo que nos rodea. 

Quizás la pregunta no sea solo cómo medimos el tiempo, sino para qué lo medimos. ¿Lo hacemos para estar más conectados, o más apurados? ¿Para comprender los ciclos de la vida o para dominarlos? ¿Nos servirá para entender que la medida del tiempo es relativa? ¿O para construir máquinas que nos permitan establecer sociedades en planetas alejados del nuestro? ¿Puede el Sol enseñarnos una forma más sabia de vivir el tiempo? 

Entender el tiempo del Sol no significa renunciar a la tecnología ni negar el progreso. Significa recordar que, más allá del reloj, hay un ritmo más profundo que late en el universo, en nuestro cuerpo y en la Tierra misma. Un ritmo que no inventamos, pero que podemos aprender a escuchar, impulsados por la curiosidad humana y el conocimiento de la física, que nos ha permitido llegar hasta donde estamos. 

 

 

Autores

Santiago Vargas-Domínguez

Investigador del Observatorio Astronómico Nacional de la Universidad Nacional de Colombia

René Restrepo-Gómez

Investigador de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingenierías EAFIT

Maria Clara Jaramillo

Comunicadora social e ilustradora

Sección de noticias EAFIT
Bloque para noticias recomendadas
Programa académico Noticias
Público Noticias
Autor
Santiago Vargas-Domínguez; René Restrepo-Gómez; María Clara Jaramillo
Edición
Agustín Patiño Orozco

Editorial: El tiempo como herencia y promesa 

Agosto 20, 2025

 

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Amanecer en el bosque

En sus 65 años, la Universidad EAFIT celebra mucho más que un aniversario: honra su vocación de sembrar futuro. Desde la ciencia, la música, la historia, la ingeniería o la astronomía, esta edición de Descubre y Crea propone una pregunta común: ¿qué hacemos con el tiempo? 

Esta edición de Descubre y Crea se sumerge en ese río inagotable que es el TIEMPO, un concepto tan escurridizo como esencial. Lo abordamos desde múltiples orillas: como memoria y como expectativa, como percepción y como recurso, como historia y como anticipación, porque el tiempo de la ciencia, la creación y la innovación no es solo el del avance, también es el del regreso, la contemplación y el asombro. 

Le preguntamos al Sol, primer reloj de la humanidad, y encontramos que seguimos orbitando bajo su influencia, incluso en la era de los relojes atómicos. Escuchamos a la mazorca hablar del tiempo como vínculo: ese que une a humanos y plantas en una historia de domesticación compartida. Viajamos al corazón de El Hueco, en Medellín, donde el tiempo rural se convierte en estrategia empresarial. Exploramos la confianza, la complejidad y la adaptabilidad como elementos de una máquina del tiempo que puede sembrar valor en los líderes del futuro. Nos asomamos a la música para descubrir cómo el tempo es emoción, técnica y también rebeldía. Y, por supuesto, develamos cómo algunos temas continuos (como el conflicto armado colombiano y la reconstrucción de la memoria) transforma la vida de los investigadores y los sitúa en un espacio y tiempo tan extraño como humano. 

En cada historia narrada en estas páginas —y en sus extensiones transmedia— encontrarán preguntas sin respuestas definitivas, visiones que se cruzan, y experiencias que nos devuelven el sentido de por qué hacemos lo que hacemos. 

Hoy, EAFIT no solo conmemora sus 65 años; proyecta su legado en desafíos concretos: formar talento, liderar con propósito, expandir el conocimiento, conectar ciencia, tecnología e innovación con los territorios. Lo hace sabiendo que el tiempo es el recurso más escaso y a la vez el más fértil. 

Esta revista es una celebración del tiempo —pasado, presente y porvenir—. Porque el conocimiento también crece con estaciones, con memoria, con decisiones que miran hacia el horizonte. 

Este número no es solo un homenaje al tiempo vivido, sino una invitación a imaginar —y a construir— el tiempo por venir. 

Antonio Copete Villa

Vicerrector de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Universidad EAFIT

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Autor
Antonio Copete Villa
Edición
Christian Alexander Martinez-Guerrero
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