“El tiempo es oro”, o cómo ahorrar nuestro recurso más limitado

La planeación y la optimización de procesos determinan en gran medida la eficiencia y la sostenibilidad de una organización. Para lograr una cadena de suministro óptima, es clave ajustar cada uno de sus eslabones para ahorrar tiempo y otros recursos valiosos.

Desde la Ingeniería Industrial, la analítica computacional y la Ingeniería de Construcción se ofrecen soluciones para invertir el tiempo con mayor eficiencia. 

 

La escena dura casi cuatro minutos: en ella, el protagonista de El curioso caso de Benjamin Button, interpretado por Brad Pitt, narra cada uno de los desafortunados sucesos que llevaron a Daisy —una bailarina interpretada por Cate Blanchett—, a romperse una pierna: una mujer que pierde un taxi, un conductor distraído, un hombre que no escuchó su despertador y una enamorada que rompe con su novio. Todos ellos determinan, sin querer, la suerte de la bailarina.  

El que maneja los hilos de esta historia se llama “Tiempo”, dueño y señor de este relato y de todo lo que sucede en la cotidianidad. De ahí que lo comparemos con el oro: “el tiempo es oro”, solemos decir. Y eso es verdad si nos referimos por ejemplo a los tiempos de adquisición, producción o distribución en la cadena de suministro... operaciones logísticas que, de no gestionar de manera óptima, pueden llevarnos a tener —no una pierna rota—, pero sí una productividad resquebrajada.

“En cualquier industria, el tiempo es fundamental, es el plazo en el que debemos llevar a cabo todos los procesos necesarios para que un producto llegue hasta las manos de un consumidor final”, indica Carlos Castro Zuluaga, Máster en Ingeniería Industrial y jefe del Pregrado en Ingeniería Industrial de la Universidad EAFIT.

 

Imagen Noticia EAFIT
Fotografías de sectores industriales, logísticos y de la construcción en Colombia
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Construcción de la zona portuaria de Urabá en el departamento de Antioquia
Tan fuertes como el eslabón débil 

Optimización de procesos logísticos, de producción y de construcción. De esta manera la ingeniería y la innovación industrial aportan a eficiencia, productividad y sostenibilidad de las organizaciones. Y si el mayor reto es el tiempo, empecemos hablando de la gestión de la cadena de suministros para entender cómo el tiempo juega a favor —o en contra— de los objetivos de una empresa.  

“Una cadena de suministro está compuesta por todas las diferentes etapas de la fabricación de un producto o de la prestación de un servicio. Cada una de esas etapas implica tiempos que deben acortarse de manera que el producto o el servicio estén disponibles lo antes posible. Ese es uno de los fundamentos de la competitividad en cualquier industria: optimizar el uso del tiempo y entender cómo este afecta a la organización en el plano financiero”, anota el profesor Castro. 

Entre más demoras haya en los tiempos de fabricación, adquisición de materias primas, almacenaje y distribución de productos, más se verán afectados los ingresos de cualquier empresa. De acuerdo con Castro, “en toda organización las eficiencias se deben ver reflejadas en la disminución de costos y, por ende, en una mayor rentabilidad del negocio”.  

 

Estudiantes de la Universidad EAFIT en la "Fábrica de aprendizaje", un aula que simula una línea de producción industrial a escala reducida. Foto: Robinson Henao.

 

En esa línea, los ingenieros industriales deben gestionar las necesidades de una organización frente a las operaciones que afectan las cadenas de suministro, administrando adecuadamente los recursos y garantizando un alto nivel de servicio a los clientes.  

La gestión de la cadena de suministro es un proceso complejo en el que intervienen variables económicas, financieras y demográficas, entre otras, que hacen que las decisiones tengan diferentes alcances. Paula Alejandra Escudero, investigadora de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingenierías de EAFIT, subraya que “en un ecosistema todo está conectado y cuando uno quiere optimizar una variable, debe pensar en esas conexiones para no afectar el funcionamiento de las demás. El proceso es sistémico, necesita una visión holística”.  

Aunque el tic-tac del reloj no se detenga, el gran objetivo siempre será la calidad, porque como dice la frase popular, “vísteme despacio que voy deprisa”. 

Nuevo Pregrado en Ingeniería Industrial EAFIT

“Los ingenieros industriales tienen un rol determinante en cualquiera de los eslabones de una cadena de suministro, ya sea proveedor, fabricante, distribuidor o comercializador. En EAFIT hacemos énfasis en la aplicación de la analítica computacional y el análisis financiero para la toma decisiones a lo largo de la cadena de suministro”. 

 

Carlos Castro Zuluaga, máster en Ingeniería Industrial y jefe del Pregrado en Ingeniería Industrial EAFIT.

 
El tiempo simulado es más barato 

Una de las mejores maneras de ahorrar tiempo en las organizaciones es hacer uso de otro recurso determinante: los datos. Las diferentes técnicas de analítica de datos sirven para tomar decisiones más inteligentes: “debemos convertir los datos en información que nos permita definir patrones de forma mucho más asertiva”, comenta el profesor de ingeniería Carlos Castro.  

En la actualidad existen herramientas como la analítica prescriptiva —el análisis de datos aplicado a proveer recomendaciones y orientar la toma de decisiones—, que facilitan el diseño y optimización de una cadena de suministros. 

Un buen ejemplo de esto es Progress, una metodología ágil diseñada por Planify Analytics para el desarrollo de herramientas computacionales enfocadas en la planeación de cadenas de suministro y la programación de operaciones en empresas de manufactura y servicios.  

Lo explica Mario César Vélez, investigador de EAFIT y cofundador de Planify Analytics: “muchas empresas planean y programan sus operaciones de manera empírica, en hojas de Excel o con software no especializado para su negocio, pero como investigadores y consultores sabemos que esto se puede hacer de una forma mucho más rigurosa, aplicando ingeniería y tecnología”. 

Entonces ¿Cómo optimizar procesos y ser más eficientes y productivos con el tiempo que tenemos? ¡Pues tomando decisiones! Mejor dicho: aprendiendo a decidir con criterio y responsabilidad. La investigadora Paula Alejandra Escudero, señala otras dos herramientas de analítica que son cada vez más utilizadas para orientar las decisiones en las empresas: la modelación y la simulación computacional.

 

Un ejemplo: ¿Cómo hacer una distribución eficiente de bebidas gaseosas en Medellín? 

1. Planea la producción

- Planea la cantidad y la frecuencia de la producción de bebidas gaseosas.

- Analiza la demanda de bebidas en tiendas y supermercados.

2. Estudia la demanda

- Identifica dónde y cuándo se consume más: ¿En el centro o en barrios periféricos? ¿Cerca de qué? ¿En qué momento?

- Conoce a tus clientes: ¿Qué población te compra? ¿Cómo son sus hábitos de consumo?

3. Diseña las rutas

- Define una ruta: ¿Al norte o al sur de la ciudad? ¿Dónde es la salida del camión de la planta?

- Optimiza la ruta: ¿Cuántos barrios, tiendas y supermercados debe cubrir cada camión? ¿Con cuántos dispongo? ¿Cuánto tiempo tardan?

- Ten en cuenta factores que afectan el ruteo: ¿En qué sentidos van las calles? ¿Hay restricciones de acceso o de horarios?

4. Optimiza la distribución

- Identifica estrategias para reducir costos y ahorrar tiempos.

- Acude a herramientas tecnológicas para lograr eficiencias.

- Diseña estrategias para asegurar el abastecimiento en tiendas y supermercados, garantizando la disponibilidad para los clientes.

 

Muchas organizaciones no cuentan con el tiempo o los recursos necesarios para permitirse realizar pruebas y aprender de los errores en escenarios reales. “Es difícil tomar decisiones solo a punta de experiencia”, reconoce la investigadora. 

"Si tengo un problema en la realidad, lo puedo representar —o ‘modelar’— mediante una estructura matemática o lógica que me permita entenderlo mejor y resolverlo. Hay modelos matemáticos que apoyan la toma de decisiones: modelos de optimización, de simulación y de pronósticos”, explica la investigadora. 

“Por eso usted debe estudiar cómo se relacionan las variables que intervienen la operación de su negocio, y todo esto en relación con el tiempo. La modelación matemática y la simulación computacional, por ejemplo, le permitirían evaluar sin mayores riesgos los escenarios futuros que se pueden derivar de ciertas decisiones en el corto, mediano y largo plazo, y que podrían comprometer la sostenibilidad de la organización”, concluye. 

Además, ya están a la vista tecnologías con inteligencia artificial que permiten construir modelos de aprendizaje automáticos y a la medida, que se actualizan constantemente y ayudan a tomar decisiones en tiempo real, y así responder de forma oportuna a los retos que enfrentan las empresas para la gestión de sus cadenas de suministro. 

 

Tiempo de construcción 

Según la Cámara Colombiana de la Construcción Camacol, se espera que en 2025 el sector de la construcción aporte el dos punto cinco por ciento del producto interno bruto del país. “La construcción es un sector industrial muy importante para la economía colombiana. Sin embargo, es uno de los más ineficientes”, señala Luis Fernando Botero, jefe del Pregrado en Ingeniería de Construcción de EAFIT. 

El docente Botero explica que, según la consultora Mckinsey & Company, en los últimos diez años la construcción en Colombia ha crecido a una tasa del uno por ciento en productividad, notablemente menor que en el caso de la manufactura, que ha venido creciendo a una tasa del dos punto seis por ciento[1]. 

“El sector de la construcción está en una desventaja grande, porque ha estado reacio a adoptar los desarrollos y los avances tecnológicos que la manufactura y la producción industrial han logrado. La construcción colombiana se caracteriza por ser todavía bastante informal, por utilizar mano de obra poco calificada y por no gestionar procesos de planeación claros. Obviamente el resultado no puede ser el mejor ni en calidad, ni en costos, ni en tiempos de entrega”, apunta Botero. 

De todo el tiempo dedicado a realizar un proyecto de construcción, solo una tercera parte es productivo. “La mayoría del tiempo, alrededor de un setenta por ciento, termina siendo ‘no productivo’ por ineficiencias o falta de planeación. La realidad del sector se ve reflejada en sus resultados”, concluye el profesor de EAFIT. 

 

Metodologías como el Lean construction proponen hacer más esbelto, productivo y eficiente el sector de la construcción en Colombia. En la foto vemos la construcción de infraestructura portuaria en el Urabá antioqueño. Foto: Robinson Henao.

 

Como magíster en Ciencias de la Administración y especialista en gestión de la construcción, Botero reconoce el reto que implica reducir las brechas tecnológicas y de conocimiento en el sector de la construcción en Colombia. Relata Botero: “en una importante empresa del país, hice parte de la implementación de una metodología que venía del sector de industrial: el Lean construction o ‘construcción sin pérdidas’, que es la aplicación de los aprendizajes de la metodología Lean —por ejemplo, la manufactura ‘esbelta’ de automóviles—, recontextualizados en el sector de la construcción”. 

Algunas empresas colombianas se han venido apropiando de metodologías como la Lean construction o el BIM Modelado de Información de Construcción o Building Information Modelling—, y en la actualidad, se destacan como organizaciones mucho más productivas y eficientes en el uso de recursos. “Sin embargo, por la altísima rotación de profesionales, estas mismas empresas enfrentan grandes retos de gestión del conocimiento y sostenibilidad de las innovaciones”, reconoce Botero. Por eso no se puede dar por sentado el avance: todavía falta mucho camino para implementar nuevas tecnologías y conocimientos en el sector constructor del país. 

Otra particularidad es que, aún con sus ineficiencias, la construcción en Colombia sigue siendo rentable. “Obviamente, la rentabilidad es cada vez más bajita, entonces el ejercicio es: si esto funciona aún con tantas pérdidas de tiempo ¿Cómo sería si nos las ahorramos?”, cuestiona Botero.  

Nuevo pregrado en Ingeniería de Construcción en EAFIT

“Este programa de formación en Ingeniería se destaca por su énfasis en la innovación tecnológica y la implementación de metodologías como BIM - Lean para la optimización de procesos en el sector de la construcción, combinando los más recientes avances para la gestión digital de procesos con los conceptos de manufactura avanzada aplicados de manera innovadora a los proyectos de construcción. Estos son aspectos clave en la actualización curricular del pregrado en Ingeniería Civil y la creación del nuevo pregrado en Ingeniería de Construcción de la Universidad EAFIT”. 

 

Luis Fernando Botero, magíster en Ciencias de la Administración y jefe del pregrado en Ingeniería de Construcción EAFIT. 

 

¿Has mirado el reloj? Ya han pasado algunos minutos desde que empezaste a leer y durante todo este tiempo alguien participó de una competencia de atletismo, alguien más envió un correo urgente y algún otro desafortunado perdió un vuelo internacional. “El tiempo es aliado o enemigo según las decisiones que tomemos”, concluye el profesor Carlos Castro. 

A diferencia de lo que sucede en El curioso caso de Benjamin Button, las organizaciones sí se pueden evitar un final triste. Gracias a la ingeniería y la analítica, pueden controlar con mayor precisión los tiempos cada eslabón de la cadena de suministro, contribuyendo al ahorro de tiempo y recursos valiosos, y cimentando su competitividad y sostenibilidad a futuro.

 
Referencias 
  1. Mckinsey & Company (2017) Reinventing construction: a route to higher productivity. Disponible en: https://www.mckinsey.com/capabilities/operations/our-insights/reinventing-construction-through-a-productivity-revolution  

 

 

Autores

Juan Carlos Luján Sáenz

Periodista y profesor de cátedra de la Universidad EAFIT

Robinson Henao

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Autor
Juan Carlos Luján-Sáenz
Edición
Agustín Patiño Orozco

Entre combustibles fósiles y nuevas tecnologías: el dilema de la energía en el futuro 

Agosto 21, 2025

¿Qué tienen en común las grandes potencias mundiales?

La respuesta, quizá, esté en la energía. A lo largo de la historia, quienes han dominado sus fuentes energéticas han ocupado roles de liderazgo.

Hoy, la transición energética no se trata solo un cambio tecnológico, sino también de una transformación cultural, política y geológica que apenas empieza.

 

Transición energética: una mirada histórica

A lo largo de los años, nuestro desarrollo económico ha estado ligado a recursos extractivos como el carbón y el petróleo, los cuales han generado tanto oportunidades como dependencia. Colombia no ha sido ajena a este fenómeno.

El acceso a la energía, por ejemplo, ha sido un indicador para medir la desigualdad. Las grandes ciudades del país alcanzaron una cobertura casi universal desde hace décadas, mientras que regiones como Guajira, Chocó y zonas de la Amazonía aún no lo han logrado. El hecho de que no exista sincronía ha perpetuado ciclos de pobreza que trascienden generaciones.

Al mismo tiempo, nuestro margen temporal para actuar se reduce rápidamente. Algunos estudios evidencian que los patrones de precipitación están alterándose, lo cual afecta desde la agricultura hasta la generación hidroeléctrica.

La degradación de nuestros páramos, fuentes críticas de agua, sugieren puntos de no retorno: si la energía fuera una película, el cambio climático sería el antagonista más desafiante.

 

¿Y entonces?

Desde una perspectiva geológica, es decir, a partir del entendimiento de los materiales y recursos que componen nuestro planeta, la transición hacia energías renovables enfrenta limitaciones significativas.

Aunque fuentes de energía alternativas como la solar y la eólica puedan presentarse como soluciones ideales, tienen intermitencia. ¿Qué hacer con los días nublados o los períodos sin viento, por ejemplo?

Para responder a estos retos, se han creado sistemas de almacenamiento y respaldo, que también dependen del uso de minerales, al igual que la implementación de las tecnologías alternativas.

En otras palabras, actualmente no contamos con la capacidad para depender en un 100 % de energías renovables, como sugiere David Santiago Avellaneda, investigador de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería de la Universidad EAFIT.

Migrar hacia un sistema de energía 100 % renovable representaría un cambio paradójico, porque la dependencia de combustibles fósiles se cambiaría por una nueva dependencia de metales y minerales, muchos derivados de procesos que utiliza la misma industria que intentamos reemplazar.

¿Cómo hacer una transición energética limpia sin los recursos financieros e industriales provenientes de combustibles fósiles como el petróleo?

Para responder esta pregunta, analicemos una necesidad que tiene una gran parte de la población: el transporte, tan indispensable para ir a nuestros trabajos, escuelas u hospitales.

 

Sobre ruedas eléctricas

Aunque hoy vemos algunos sistemas de movilidad eléctricos, los carros, por mencionar solo uno, representan solo el 20 % del total del mercado, y suelen ser bastante costosos para la mayoría de la población. Juan David Mira, investigador de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería de EAFIT, plantea una serie de retos que, a grandes rasgos, son los siguientes: 
 

El desafío tecnológico

Para hacer la transición hacia un transporte sostenible, hay barreras que van desde la innovación hasta la accesibilidad. Hay que evaluar la autonomía, la capacidad energética y el costo.  

 

El desafío de la infraestructura 

A diferencia de lo que podría pensarse, la solución no es convertir todos los medios de transporte de combustión a tecnología eléctrica. No hay una alternativa sostenible para deshacernos del material que quedaría a raíz de la implementación de nuevas fuentes de energía. Además, dicha conversión requeriría acelerar el desarrollo de proyectos eólicos y solares a gran escala. 
 

El desafío social 

Existe una resistencia natural al cambio, que generalmente está alimentada por mitos (y nuevas verdades) sobre efectividad, seguridad y conveniencia. Por eso, sería necesario usar estrategias relacionadas con pruebas piloto, capacitaciones y comunicación efectiva sobre los beneficios tangibles de la transformación. 

 

Encrucijada política y empresarial

Esta es otra batalla en la que se enfrentan dos narrativas: una que prioriza la urgencia climática y otra que hace énfasis en la seguridad energética y fiscal del país.  

Además, no hay que dejar de lado que existen algunas iniciativas a nivel país que dan cuenta de cómo el sector empresarial está respondiendo al desafío de la transición energética desde la generación, la distribución y la aplicación en sectores específicos como el transporte:

1. La transformación de Ecopetrol, que demuestra cómo incluso empresas tradicionalmente petroleras están diversificando hacia energías renovables.

2. El enfoque innovador de Celsia para democratizar el acceso a la energía solar, con un enfoque especial en las empresas pequeñas y medianas.

3. Los esfuerzos del Grupo EPM en el ámbito de la movilidad eléctrica, particularmente en transporte público.

Lo interesante de la revolución energética no es solo el reemplazo de las tecnologías, sino también el llamado a repensar nuestra relación con el planeta.

Si algo está claro, es que debemos reconocer que no hay una energía completamente “limpia”; cada alternativa conlleva su propio impacto ambiental y limitaciones materiales que deben ser evaluadas.

Generar cambios eficaces y a gran escala debe ser un proceso que se desarrolle de forma asertiva, sobre todo, porque hemos entrado, como lo anunció el más reciente estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), a la llamada “era de la electricidad”. 

 

De cara al desafío de la transición energética, en EAFIT hacemos parte de varias estrategias, entre ellas, Energértica 2030, un proyecto país en el que hacen parte 8 instituciones de educación superior, 3 empresas y 12 aliados internacionales. 

Como uno de los resultados, desarrollamos el primero barco electrosolar de América Latina. Se trata de Serena, una solución de transporte fluvial sostenible que toma en cuenta los patrones de desplazamiento y las necesidades de comunidades como Magangué, en el departamento de Bolívar. 

Con este proyecto de movilidad eléctrica, además, se desarrolló un kit de hibridación que permite que motocicletas tipo street de bajo cilindraje —el 90% de las que ruedan en Colombia— operen con energía eléctrica, así como una estación de carga, también con energía solar. 

 

Autoras

Yerly Herrera

Comunicadora social

Laura Lafaurie López

Psicóloga y artista

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Autor
Yerly Herrera; Laura Lafaurie López
Edición
Christian Alexander Martinez-Guerrero

Los tiempos de la ciencia

Agosto 20, 2025

La ciencia está hecha de tiempo, de memoria y de historia.

Aprendemos, enseñamos, investigamos, inventamos y producimos conocimiento en el tiempo.  

Las sociedades son comunidades de conocimiento y de práctica que conservan o transforman sus tradiciones de saber a través de apropiaciones y negociaciones con otras sociedades.

Cada cultura con sus tecnologías disponibles y sistemas de conocimiento son el resultado histórico de migraciones e intercambios (humanos y ecológicos) que han estado en movimiento por decenas de miles de años y a escala global.  

Entender la globalización como una historia común de conexión, permeabilidad y adaptación nos permite pensar que la relación entre tiempo y conocimiento es dinámica y compleja. En ese sentido, en lugar de una noción de tiempo global único, lineal y sincronizado, la historia del conocimiento nos propone calibrar el tiempo como una medida plural.

La ciencia se presenta a menudo como una empresa futurista impulsada por la innovación tecnológica, con la aspiración de superar las limitaciones del presente y el pasado, y las particularidades locales.

Esta imagen idealizada retrata la ciencia como una actividad de individuos e instituciones comprometidos en una carrera de sincronización acelerada, buscando métodos universales y aplicaciones estandarizadas. Esta imagen, aunque útil para dinamizar la industria del conocimiento y promover transformaciones urgentes, no captura la complejidad temporal de la actividad científica en el mundo.

Se trata de una concepción y propuesta de un tiempo homogéneo e impersonal, acumulativo y progresivo que suele contarse en una sola dirección: una historia de la ciencia y la tecnología narrada desde un momento de partida (ya sea en Egipto, Sumeria o Grecia) y dirigida a un solo punto futuro donde Europa y Estados Unidos serían los únicos centros de avance y cúspide de la racionalidad.

Sin embargo, concebir el tiempo de la ciencia como una competencia hacia la gran sincronización oscurece y simplifica la divergencia de las tradiciones de saber, sus necesidades sociales, sus trayectorias tecnológicas, y sus múltiples formas en que experimentan el tiempo del conocimiento.  

Esto produce inevitablemente evaluaciones arrogantes con las que se etiquetan a otras comunidades como temporalmente subdesarrolladas y atrasadas.

Pero más allá de la exclusión y desvaloración cultural, se ha creado un padecimiento moral y psicológico en el trabajo del conocimiento: la ansiedad de no lograr estar a tiempo, de no poder asimilar y digerir a tiempo los resultados y las innovaciones que se producen a diario.

¿Cómo podemos recalibrar nuestro sentido del tiempo y aprender a valorar los ritmos con los que las tradiciones de conocimiento florecen?

La historia excluyente del progreso científico y la alienación temporal que engendra la idea de un tiempo único pueden remediarse a través del reconocimiento y el cultivo de ritmos y temporalidades diversos.

Por lo tanto, para pensar el tiempo de la ciencia desde Colombia, por ejemplo, es necesario abrirnos a historias mucho más ricas y matizadas, donde las diferencias culturales y las negociaciones entre tradiciones muestren su papel fundamental en la configuración del saber científico.

Justamente, las acciones que conforman el conocimiento científico son intrínsecamente históricas, marcadas por contingencias, horizontes de posibilidad, olvidos, memorias y expectativas situados socialmente.

La concepción del tiempo como una línea progresiva, donde el conocimiento se acumularía de manera uniforme en una sola trayectoria, resulta ser una ilusión y un ideal construido a expensas de omisiones, exclusiones y simplificaciones.  

Diferentes comunidades y culturas reproducen, a su manera, herencias y pasados específicos, lo que implica que no todas parten de un mismo lugar, no todas comparten las mismas tradiciones de saber, y no todas cambian y se transforman al mismo ritmo. Esta realidad de asincronía ocurre simultáneamente en todos los centros y comunidades de saber, incluso en países que sobresalen por su liderazgo e influencia global.

La idea alternativa de que cada comunidad y lugar generan una experiencia temporal distinta es fundamental para comprender las realidades locales que conforman la diversidad científica del mundo globalizado.

El tiempo, en este sentido, se manifiesta como una dimensión espacial, donde cada ubicación geográfica y social posee su propia manera de transcurrir y transformarse.

Las herencias y los pasados tecnológicos que cada cultura preserva influyen profundamente en cómo abordan y desarrollan el conocimiento científico.

Las comunidades no heredan las mismas preguntas, métodos o prioridades, no todas las culturas comparten una misma medida del tiempo y una misma manera de pensar el cambio.

Toda esta diversidad simultánea conduce a experiencias temporales divergentes en las empresas científicas.

En la práctica científica global, lo que observamos es una coexistencia de simultaneidades en lugar de una sincronía en una única línea de tiempo.

Si bien las actividades científicas y tecnológicas pueden ocurrir al mismo tiempo en diferentes partes del mundo, estas se amoldan a tradiciones divergentes que operan con sus propios ritmos temporales, y permiten imaginar futuros alternativos.

La historia de la ciencia, vista a través de una lente temporal plural y descentralizada, se puede narrar como un acontecimiento de encuentros o desencuentros, de intercambios o paralelismos, de negociaciones o disputas entre diferentes aspiraciones de cambio y estilos de pensamiento.  

Reconocer estas divergencias temporales aporta una comprensión más generosa y justa de la historia y la práctica científica.  

El tiempo histórico y social de la ciencia podría visualizarse de manera más acertada como una estructura laberíntica con varios caminos posibles, o como una red tentacular o arborescente, con ramificaciones que actúan con cierta autonomía.

Esta multiplicidad temporal no es solo útil para pensar las sociedades del pasado, sino que también se presta para entender el presente, matizar la idea de progreso y desarrollo, e imaginar otras historias y representaciones de la ciencia en el tiempo…

Una historia y un proyecto de sociedad global de conocimiento a la altura de tal diversidad identifica, valora y cultiva espacios de tiempo en los que la producción del conocimiento esquiva el ideal ansioso de un único tiempo de acelerada sincronía.

Esta sugerencia de una visión más inclusiva y afirmativa permite apreciar la diversidad del ingenio humano a lo largo de la historia, mantiene abiertas las propuestas de futuro, y nos ayuda a comprender que las sociedades construyen y transforman vitalmente sus conocimientos con diferentes ritmos y en tiempos simultáneos. 

 

Conoce la Trayectoria de Estudios de Ciencia que fomenta el pensamiento crítico para entender la historia y vida social de la ciencia y la tecnología.

 

Autor

Andrés Vélez Posada

Investigador de la Escuela de Artes y Humanidades

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Autor
Andrés Vélez Posada
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Al ritmo del beat: ¿Qué significa el tiempo en la música?

En música, denominamos tempo —literalmente “tiempo” en italiano—, a la velocidad e intención general de una composición musical, la cual se mide en pulsos por minuto o bpm —del inglés beats per minute—. Sigue leyendo y descubre cómo los grandes maestros de la música han entendido el tempo y cómo este ha evolucionado con los avances artísticos y tecnológicos.

El tempo medieval 

Sabemos que existen algunos registros de las músicas seculares de la Europa medieval, pero vamos a empezar hablando de la música sacra de la época, pues en ella podemos evidenciar la notación o escritura musical temprana. 

Los músicos medievales escribían “neumas” —signos escritos encima del texto a cantar— como una guía de los sonidos y su situación relativa dentro de la escala musical. Pero a diferencia de la notación moderna basada en fracciones del pulso, la notación neumática no anotaba el tempo ni el ritmo de la música, por lo que era necesario conocer previamente la melodía. 

Hoy conocemos a la música litúrgica medieval como “cantos gregorianos”, considerada la música más apropiada para el culto por la Iglesia católica, por lo que su influencia todavía se puede escuchar en las misas actuales. 

El Rorate Coeli, un canto que habla sobre la venida del Mesías, será la primera composición que veremos. Debido a que la notación musical se encontraba en desarrollo, no se anotaban los valores rítmicos matemáticos que representan la subdivisión del pulso, por lo que el ritmo era casi improvisado. 

 

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Fotografías de la Orquesta Sinfónica EAFIT
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Orquesta Sinfónica de la Universidad EAFIT interpretando la obra Carmina Burana (1937) de Carl Orff con motivo del cumpleaños número 65 de la Universidad.

Partitura de Rorate Coeli. Imagen: Chorus Newman (2021). 

 

Es evidente la poca información rítmica que nos provee la partitura del Rorate Coeli[1], por lo que inferimos que era imposible interpretar esta obra musical de manera consistente en repetidas ocasiones. 

Como la música estaba al servicio del culto, la prioridad era que los fieles comprendieran los textos religiosos. En consecuencia, el tempo al momento de interpretar la obra debía ser moderado, incluso más lento que el habla normal, para enfatizar y meditar el mensaje bíblico. 

En suma, no sabemos con exactitud la velocidad del Rorate Coeli, pero podemos suponer que la interpretación histórica era cercana al tempo del habla humana en una conversación. En la actualidad, diríamos que esta obra debe seguir un tempo moderato —unos ochenta pulsos por minuto u 80 bpm—, o quizás un poco más lento: un tempo andante de 60 bpm.  

 

El tempo barroco 

Johann Sebastian Bach, uno de los más grandes compositores del barroco, dedicó gran parte de su música a Dios y al servicio de la Iglesia luterana. Por eso, es lógico suponer que Bach abordó el tempo desde una perspectiva ligada a su retórica musical y al contexto litúrgico en el que se interpretaba su obra.  

Como en el siglo XVII todavía no se había inventado el metrónomo, la medición precisa en bpm era imposible. Los músicos de la época indicaban la velocidad de sus obras recurriendo a términos más o menos subjetivos como adagio, andanteallegro o presto, que indican el “sentir” que debe tener la interpretación musical. 

El tempo se entendía en función del afecto —la emoción y/o el carácter— de la música, por lo que los términos italianos ya mencionados eran vitales para transmitir la información interpretativa que de otra forma se perdería. 

 

Symbolum Nicenum de la Misa en B menor BWV 232, de J. S. Bach. Imagen: International Music Score Library Project

 

En esta partitura podemos ver la indicación “andante”[2], que señala un tempo similar al de una persona que camina a paso moderado: no muy rápido, pero tampoco muy lento, de forma que se entienda el discurso musical y lírico de la obra. Por ejemplo, aquí se habla del credo niceno, el cual declara las creencias de la fe cristiana según el Concilio de Nicea del año 325. Esta prioridad demandaba regular el tempo para hacer énfasis en el mensaje recitado por el coro.  

 

El tempo para Beethoven 

Ludwig van Beethoven vivió gran parte de su vida antes de que se inventara el metrónomo, por lo que debió recurrir a los recursos conocidos en su época para indicar el tempo en el que se deberían interpretar sus obras.  

Sin embargo, durante la segunda mitad de la vida de Beethoven se popularizó en Europa el metrónomo, un instrumento que les permitiría a los músicos medir con mayor precisión, en pulsos por minuto, o sea en bpm, el tempo de sus obras. 

Esto no significó el abandono de las indicaciones en italiano que aún conocemos, ya que estas no solo indican un tempo, sino también un “sentir”, una emoción o carácter que se le debe dar a la obra.  

Por ejemplo, scherzando se traduce como “bromeando” o “jugando”, mientras que allegro agitato, significa “alegre agitado”, y adagio e poco rubato quiere decir “lento y con poco rubato”, es decir, con poca flexibilidad para ligeras variaciones expresivas en el tempo a criterio del intérprete musical. 

La quinta sinfonía de Beethoven —una de las obras más importantes, famosas e interpretadas de este compositor—, fue concebida, terminada y estrenada años antes de la invención del metrónomo. Sin embargo, en las ediciones actuales de esta obra podemos ver una indicación de tempo puesta por el mismo Beethoven años después. El tempo es allegro con brio, lo que nos da a entender que es un movimiento rápido, con fuerza y carácter. 

Indicación del tempo a 108 bpm en Sinfonía n.º 5 en C menor, Op. 67, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Lo interesante aquí es que la indicación del tempo está a 108 bpm, mucho más rápido de lo que se pensaría para un allegro con brio, tan rápido que algunos intérpretes sugieren que se trata de un error del propio Beethoven, e incluso existen grabaciones de la obra siendo interpretada bastante más lento de lo indicado por su autor. 

Contradictores del supuesto error de Beethoven argumentan que, al final del segundo movimiento de la Sinfonía n.º 6 en F mayor, el compositor incluye frases musicales que simulan el canto del ruiseñor, la codorniz y el cuco, y que siendo la pretensión del músico sonar lo más parecido posible a estas aves en su entorno natural, la indicación del tempo debe ser la correcta y no implicaría un fallo en el metrónomo o una definición diferente de “pulsos por minuto”.

 

Canto del ruiseñor en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Canto de la codorniz en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

Canto del cuco en la Sinfonía n.º 6 en F mayor, Op. 68, de Ludwig van Beethoven. Imagen: International Music Score Library Project

 

El tempo espectral 

Gérard Grisey fue un compositor francés del siglo XX que vivió tiempos tumultuosos y de grandes rupturas con respecto a la tradición musical clásica, en los que surgieron numerosas escuelas y estéticas, como por ejemplo la escuela “espectralista” que tuvo auge a mediados de los años setenta. 

De acuerdo con Grisey, el espectralismo “surgió curiosamente alrededor del mismo tiempo que la geometría fractal[3]” y como escuela de composición propuso “una organización formal y materiales sonoros inspirados directamente por la física del sonido, gracias a la ciencia y el acceso a micrófonos[3]”. 

Vale la pena decir que el sonido tiene cuatro cualidades esenciales: el tono o altura —si el sonido es agudo o grave—, la intensidad —si el sonido es suave o fuerte—, el timbre —una cualidad de los armónicos que hacen parte de un sonido y le dan su carácter distintivo— y la duración —cuánto tiempo duran las vibraciones del sonido—.  

El timbre es de especial interés para los compositores espectralistas, gracias a la posibilidad técnica de descomponer el espectro de un sonido para comprender los armónicos que determinan su timbre. 

Pero la duración también es clave si hablamos de tempo. Según Grisey, “los compositores del siglo XX especularon mucho sobre las duraciones. Aplicaron al tempo las proporciones de conceptos espaciales: los números primos —Messiaen—, el número áureo —Bartók—, la serie de Fibonacci —Stockhausen—, los binomios de Newton —Risset—, e incluso procedimientos probabilísticos como la Teoría Kinética de los gases —Xenakis—[4]”. 

En su artículo Tempus Ex Machina, Grisey habla de un “esqueleto del tiempo”, al que define como las divisiones temporales que un compositor utiliza para organizar los sonidos[4]. Esta propuesta no divide el tiempo en unidades metronómicas, como los pulsos por minuto o bpm, sino en unidades cronométricas, como el segundo.  

Las partituras de Grisey son muy interesantes visualmente y están llenas de símbolos a los que muchos no estamos acostumbrados. En su obra Periodes de 1974, vemos un ejemplo de lo que Grisey llamaría luego “esqueleto del tiempo” que demarca la duración de esa sección musical. 

 

Partitura de Periodes (1974), de Gérard Grisey. Imagen: International Music Score Library Project

 

Esta partitura muestra un sonido que debe durar unos treinta segundos como mínimo, y es posible que dure un poco más, porque contar treinta segundos exactos es imposible para los seres humanos, o por lo menos muy difícil, por lo que Grisey decide dar un rango de tiempo con el que se puede jugar. También es notable que la música no inicia en el segundo cero, sino un poco después. 

En consecuencia, aquí la unidad de tempo no está en pulsos por minuto o bpm, sino que es “unos treinta segundos”. Esta unidad temporal es difícil de fraccionar o subdividir en unidades más pequeñas, al menos en una representación escrita, mientras que en la notación tradicional se puede ver cada pulso dividido en mitades, tercios, cuartos, octavos, etc.  

La falta de subdivisiones visualmente exactas del pulso le hace imposible al intérprete dividir el tempo con absoluta precisión, y eso era justo lo que buscaba Grisey en este caso, al igual que muchos de sus contemporáneos espectralistas. 

Debido a que Periodes es una pieza para siete instrumentistas, y debido a la notación del tempo utilizada, se necesita que el director musical ayude a los intérpretes a medir el tiempo de cada pasaje, para que ellos mismos no estén contando los segundos y puedan enfocarse en la música.  

Veamos un ejemplo más con Grisey, la obra Prologue (1976) para viola solista. Vemos que para la “célula musical” —la frase melódica y rítmica que se escribe dentro del cuadro— el compositor nos indica que debe interpretarse a 70 bpm, acelerando de manera gradual hasta los 90 bpm

 

Partitura de Prologue (1976), de Gérard Grisey. Imagen: International Music Score Library Project.  

 

La comilla sobre el pentagrama nos indica una respiración, pero con la expresión “ad lib.” también nos dice que la duración de esa respiración está al criterio del intérprete.  

Además, junto con la unidad metronómica “pulso = 70”, Grisey utiliza una notación proporcional justo después de la respiración. Mejor dicho, nos indica que hay tres notas cuya duración total debe ser de un segundo: la primera nota más corta que la siguiente, y la tercera nota solo al finalizar la unidad cronométrica de un segundo, y esto se sabe por el símbolo slash sobre la última nota, usado para indicar una duración casi inmediata.   

La música hindú, por ejemplo, también combina varios estilos para la notación del tempo, aunque sus desarrollos preceden lo visto en Grisey y otros compositores occidentales del siglo XX.  

En suma, a través de los años y con los avances tecnológicos y artísticos, hemos logrado ser más precisos en las indicaciones de tempo para interpretar obras musicales. Muchos compositores deciden no ser exactos siempre, pero sí dar indicaciones que les permitan a los intérpretes acercarse al tempo en su obra, como lo hace Brahms en su Cuarteto de cuerda n.° 1 en C menor al indicar allegreto molto moderato e comodo, o Bach con tan solo un andante

 

Orquesta Sinfónica de la Universidad EAFIT interpretando la obra Carmina Burana (1937) del compositor alemán Carl Orff con motivo del cumpleaños número sesenta y cinco de la Universidad en 2025. Foto: Robinson Henao.

 

Otros tiempos en la música 

Tiempo... del Latin Tempus “extensión o medida”, que significa la duración de las cosas que se encuentran sujetas al cambio. El tempo en la música es mucho más que una simple indicación de velocidad: anuncia puentes emocionales que a veces nos conectan y otras nos acogen en un abrazo sonoro. El tempo es el ritmo que nos une, el latido invisible que guía nuestra experiencia musical y nos invita a sincronizarnos con la obra y con quienes la interpretan. 

Al igual que pasa con el lenguaje, el tempo es un viajero, recorre geografías, adopta acentos y se adapta a distintas personalidades culturales. Cada región, cada tradición musical imprime en el tempo un sello propio, una manera particular de sentir y expresar el tiempo. Sin embargo, a pesar de estas diferencias, el tempo tiene una cualidad universal: nos permite pensar en el colectivo, en la comunidad que comparte la experiencia musical. 

Trabajar en una Orquesta Sinfónica como la de la Universidad EAFIT permite estar cerca de términos, como allegro, lento, molto o acelerando, propios de la música sinfónica y que representan diferentes indicaciones que guían la interpretación y la emoción de la obra. Sin embargo, más allá de estas formas clásicas de marcar el tempo, existen otras maneras de acoger y vivir el ritmo musical, que invitan a transitarlo de manera más libre y a fijar nuestros pensamientos en esa experiencia sonora para transformar, conectar y reflejar identidades culturales diversas. Así, descubriremos cómo el tempo es a la vez un lenguaje personal y un puente hacia el encuentro colectivo. 

 

El tempo en la música africana 

La música africana, especialmente la subsahariana, se caracteriza por su riqueza rítmica basada en la polirritmia, que es el diálogo superpuesto de varios patrones rítmicos diferentes, interpretados simultáneamente por distintos instrumentos y voces. En un canto ceremonial pueden haber hasta seis u ocho patrones rítmicos distintos, ejecutados a la vez por tambores, palmas y cantos. El maestro del tambor guía al conjunto, estableciendo un pulso constante que sirve de referencia para todos, mientras los demás músicos entrecruzan sus ritmos, creando una textura compleja y dinámica. La repetición y la variación generan secuencias de llamada y respuesta que pueden prolongarse durante horas, manteniendo el trance y la participación colectiva.  

 

El tempo en el joropo 

Colombia y Venezuela comparten la llanura y la práctica del "contrapunteo", que es un duelo musical entre dos o más copleros que improvisan versos al ritmo del joropo, un género musical ejecutado principalmente con arpa, cuatro y maracas. El ritmo del joropo es ágil y sincopado, pues alterna compases de 3/4 y 6/8 que le dan un carácter saltarín y vivaz, mientras que el contrapunteo exige que los copleros mantengan el pulso y no pierdan el compás mientras improvisan los versos que le dedican a su contrincante en tiempo real.  

 

El tempo en el jazz 

En el jazz, el ritmo se expresa a través del swing y la síncopa. Oscar Peterson, uno de los pianistas más influyentes del jazz, es conocido por mantener un pulso constante mientras introduce complejas variaciones rítmicas y acentuaciones inesperadas. El swing consiste en dividir el tiempo de manera desigual, generando una sensación de movimiento y fluidez que invita al oyente a moverse con la música. Peterson, por ejemplo, podía mantener un tempo estable durante largas improvisaciones, jugando con la anticipación y el retardo de las notas para crear tensión y liberar energía, lo que produce un efecto hipnótico con la complejidad armónica y melódica propia del jazz. 

 

 

Referencias
  1. Chorus Newman. (2021) Partituras de canto gregoriano. Disponible en: https://matematicas.unex.es/~sancho/gregoriano/gregoriano.pdf
  2. International Music Score Library Project (IMSLP): https://imslp.org/
  3. Grisey, G., & Fineberg, J. (2000). Did you say spectral? Contemporary Music Review, 19(3), 1–3. https://doi.org/10.1080/07494460000640311
  4. Grisey, G. (1987). Tempus ex Machina. Traducción: Nora García. Disponible en: https://es.scribd.com/doc/210688833/Gerard-Grisey-Tempus-Ex-Machina  
 

 

Autores

Juan José Galindo Ramírez

Estudiante del Pregrado en Música de EAFIT

Susana Palacios David

Maestra en Música, Jefe de la Orquesta Sinfónica EAFIT

Robinson Henao

Fotografías

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Autor
Juan José Galindo Ramírez; Susana Palacios David
Edición
Agustín Patiño Orozco

¿Está temblando más últimamente? 

Agosto 20, 2025

Los terremotos, sismos o temblores (tres palabras para un mismo fenómeno) son una muestra de que la tierra está viva, de que la tierra se mueve.

Hace pocos días a más de un colombiano lo despertó el movimiento de la cama. Mi papá pensó que el movimiento provenía de mi mamá, pero no, ella dormía profundamente mientras la cama se movía de un lado para otro.

“Está temblando” –pensó mi papá. Mientras esto ocurría yo estaba manejando camino a la Universidad, razón por la cual no lo sentí; pero supe que tembló, pues en la emisora el presentador mencionó que había acabado de temblar.

A los pocos segundos de enterarme del temblor recibí por WhatsApp el siguiente mensaje de un familiar: “Tembló. Se sintió duro, yo estaba acostado y sentí un movimiento horizontal moderado a fuerte, pero cortico”. En otros grupos de WhatsApp también mencionaron el temblor, y en la Universidad parte de las conversaciones incluyeron al temblor, que se sintió en gran parte del país.

Para acabar de ajustar ¡a los tres días volvió a temblar! Esta vez, en el grupo de WhatsApp de los primos uno de ellos envío el reporte del nuevo terremoto junto con la frase “Van muchos en poquitos días”. Es verdad, van muchos en poquitos días, ¿será que está temblando más? Pues no, no está temblando más, está temblando más o menos lo mismo.

Si miramos periodos largos, podemos notar que los terremotos siempre han ocurrido y que, además, tienen frecuencias similares (ocurren aproximadamente con los mismos intervalos de tiempo). Eso sí, hay años particulares donde pareciera que la tierra decidió generar más terremotos, pero también hay años donde hay “más calma”; pero al verlo a largo plazo, el promedio de terremotos por año se mantiene relativamente constante.

Los terremotos, sismos o temblores (tres palabras para un mismo fenómeno) son una muestra de que la tierra está viva, de que la tierra se mueve.

El interior de la tierra es mucho más caliente en el centro y esta temperatura va disminuyendo a medida que nos acercamos a la superficie. Y esta superficie, que se llama corteza, está agrietada en lo que se llaman placas tectónicas, las cuales están sobre un material que permite que se muevan.

El movimiento de las placas tectónicas (acercamiento, separación o deslizamiento) hace que se acumule energía que con el tiempo se libera en lo que llamamos terremoto, sismo o temblor.  Entonces, en aquellos lugares donde interactúan las placas tectónicas es donde ocurren los terremotos. Colombia se encuentra en un lugar donde interactúan las placas tectónicas Nazca, Suramericana y Caribe, razón por la cual es un país sísmicamente activo.

Sin embargo, no todos los terremotos que ocurren en nuestro territorio son iguales: hay unos terremotos que ocurren frecuentemente y que liberan poca energía (la mayoría ni los sentimos), mientras que hay otros que no son muy frecuentes y que liberan tanta energía que pueden generar daños en la infraestructura y afectaciones en los humanos (muertos, heridos, desplazados).  

A nivel mundial cada año ocurren aproximadamente: un millón de terremotos que usualmente no se sienten; cien mil terremotos menores que se sienten la mayoría de las veces; diez mil terremotos “ligeros” que generan un movimiento perceptible; mil terremotos moderados de los que algunos generan daños en la infraestructura; cien terremotos fuertes que generan daños; 20 terremotos que generan daños importantes y pérdidas de vidas; un terremoto severo que genera un gran impacto económico y grandes pérdidas de vidas; y menos de un terremoto que genera destrucción en áreas grandes y pérdida masiva de vidas.1

Según el Servicio Geológico Colombiano, entidad que monitorea los terremotos en el país, en Colombia ocurren, en promedio, 2,500 terremotos al mes; sin embargo, la mayoría de estos terremotos pasan desapercibidos.

Yo dicto una materia que se llama ingeniería sísmica, donde estudiamos qué son los terremotos y cómo estos terremotos se relacionan con las personas y la infraestructura, buscando conocer los efectos que pueden generar los terremotos futuros en un lugar.

El primer día de clase siempre le digo a mis alumnos: “este semestre tendremos a nivel mundial un terremoto importante que va a generar daños en la infraestructura y afectaciones humanas (muertos y heridos), y también tendremos un terremoto que nos moverá el piso en el país”. ¡En los casi veinte semestres que he dictado la materia nunca he fallado!, y no es porque yo anticipe el futuro, es porque no está temblando más, está temblando más o menos lo mismo.

Aprovecho que hablé de anticipar un terremoto para aclarar que los terremotos no se pueden predecir: los conocimientos científicos actuales no permiten identificar con antelación el lugar y el día en que va a ocurrir un terremoto. Tal vez en un futuro se logre, pero por ahora no se puede.  

Lo que hacemos quienes nos dedicamos a los terremotos es estudiar la sismicidad pasada: registramos los terremotos que han ocurrido, cuánta energía han liberado, dónde se generaron y cada cuánto ocurrieron.

Toda esta información la analizamos y de esta manera podemos identificar dónde puede temblar, cada cuánto y qué tipo de movimiento van a generar los terremotos que puedan ocurrir. Con esta información podemos decir si en un lugar se espera que los terremotos generen movimientos importantes del terreno.

¿Recuerdas que mencione que en nuestro país no todos los terremotos son iguales? En Colombia los lugares que tienen mayor ocurrencia de terremotos se encuentran en las costas, alrededor de las cordilleras, y en un sitio muy especial ubicado en el departamento de Santander y conocido como el Nido Sísmico de Bucaramanga, donde tiembla casi todos los días (seis de cada diez terremotos que ocurren en el país son generados en el Nido de Bucaramanga).

Ahora, es importante tener en cuenta que el movimiento del terreno que genera un terremoto no depende únicamente de la energía que se libera (lo que conocemos como magnitud), sino también de que tan profundo es el lugar donde se libera la energía.

El efecto de los terremotos en nuestro entorno depende, además del movimiento en el terreno que genera la energía liberada, de cuántas personas e infraestructura están en un lugar y de la capacidad de las personas y de la infraestructura para resistir las fuerzas que imponen los terremotos. Entonces, no necesariamente porque un terremoto es muy fuerte va a generar muchos daños, o porque es moderado no va a pasar nada.

¿Aún después de leer lo anterior sientes que está temblando más? ¿Has pensado que últimamente tenemos mayor acceso a la información? Esta es una de las principales razones por la que en los últimos años sentimos que está temblando más.

Anteriormente no era tan sencillo enterarse rápidamente de lo ocurría globalmente, ahora todo está a un click. Sin la facilidad de información que tenemos actualmente solo nos enterábamos de los terremotos que generaban consecuencias importantes; en cambio ahora nos enteramos de esos terremotos y también de aquellos en donde “no pasa nada”.

Adicionalmente, en las últimas décadas se ha aumentado considerablemente el número y la capacidad de los equipos de monitoreo sísmico, lo que ha aumentado el número de terremotos que registramos, incluyendo muchos terremotos que ni siquiera son perceptibles por los humanos.

 

Autora

Ana Beatriz Acevedo 

Investigadora de la Escuela de Ciencias Aplicadas e Ingeniería EAFIT

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Fotografía de suelo quebrado por un movimiento sísmico, Fotografía de suelo quebrado
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Autor
Ana Beatriz Acevedo
Edición
Christian Alexander Martinez-Guerrero

Futuro de las finanzas regionales en Colombia 

En Colombia, los departamentos se financian mediante recursos propios y mediante transferencias del Gobierno nacional. A pesar del anhelo de descentralización fiscal, la mayor parte de los recursos con los que cuentan los gobiernos regionales provienen de transferencias del Gobierno central. El recaudo de impuestos y los ingresos de otras fuentes es minoritario. 

Para estudiar este fenómeno, se pueden medir los ingresos corrientes tributarios y no tributarios de las gobernaciones a partir de los datos oficiales del Departamento Nacional de Planeación (DNP) sobre las operaciones efectivas de caja, y luego compararlos con las transferencias recibidas desde el Gobierno nacional. 

Pese a que la brecha entre recursos propios y recursos provenientes de transferencias se ha venido acortando, los departamentos han recibido del Gobierno nacional en promedio 1,43 veces más de lo que están en capacidad de recaudar por sí mismos. En otras palabras, entre los años 2000 y 2023, los ingresos propios de los departamentos representaron en promedio el 41,29% del total de sus ingresos. Pero los datos ocultan una realidad mucho más compleja: la desigualdad en la proveniencia de los ingresos de los departamentos.  

Los departamentos de Colombia se clasifican en categorías fiscales: Cundinamarca, Antioquia y Valle del Cauca son de categoría “especial”, pues concentran una mayor población y obtienen más ingresos corrientes de libre destinación. Otros departamentos se clasifican en las categorías 1, 2, 3 y 4: la categoría 4 es la de menor población y menor nivel de ingreso.  

En los tres departamentos de categoría especial, los ingresos corrientes propios han superado a las transferencias recibidas desde otras entidades públicas. Estos departamentos se benefician de grandes aglomeraciones urbanas e intensa actividad económica, lo que les permite obtener un gran recaudo tributario e incluso desarrollar otras fuentes de ingreso.  

Todos los demás departamentos tienen una realidad distinta. En ellos, las transferencias superan a los ingresos propios. Para poner solo un ejemplo, mientras que Cundinamarca genera el 61% de sus recursos mediante ingresos propios, Amazonas no alcanza a generar el 10%.  

 

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Paisaje rural del departamento de Cundinamarca, Colombia
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Paisaje rural del departamento de Cundinamarca, en Colombia
Un país de regiones 

Las diferencias entre los departamentos de Colombia implican que un cambio en la política fiscal territorial del país puede tener impactos muy distintos en cada región.  

Por lo general, las medidas orientadas a aumentar la autonomía regional fortalecen a departamentos con mayor capacidad de generar recursos propios, como Antioquia, Cundinamarca y Valle del Cauca. Sin embargo, otras entidades territoriales no se beneficiarían en la misma medida, puesto que pueden enfrentar dificultades para incrementar su recaudo tributario. 

En contraste, mantener o fortalecer las transferencias desde la nación hacia los departamentos permite a los departamentos con menor autonomía acceder a recursos cuantiosos que de otra manera no lograrían conseguir.  

Esta opción puede verse como beneficiosa, ya que previene una mayor desigualdad en los ingresos de los departamentos. Sin embargo, los incentivos que este sistema genera no contrubuyen a fortalecer la eficiencia de las administraciones territoriales y pueden limitar la competitividad de los departamentos con mayor dinamismo económico.  

Además, la mayoría de las transferencias del Gobierno nacional tienen destinaciones específicas que limitan la capacidad de las gobernaciones para decidir los rubros en los que es más pertinente invertir estos recursos.

Figura 1. Relación entre Ingresos Corrientes Departamentales e Ingresos por Transferencias, 2000-2023. Las categorías fiscales de los departamentos se definan cada año a partir de datos sobre su población e ingresos corrientes de libre destinación. Elaboración propia a partir de datos del DNP.

 

Por lo anterior, además del debate sobre las fuentes de financiación —dar mayor autonomía para recaudar o fortalecer las transferencias—, también se discute la posibilidad de fortalecer la capacidad decisoria de los departamentos para asignar los recursos a distintas áreas, de acuerdo con las prioridades territoriales. 

Si bien es crucial mantener un adecuado financiamiento de los departamentos para fortalecer la igualdad entre las regiones del país, también lo es permitir que el recaudo propio se fortalezca, para incrementar la autonomía de los departamentos y tener un gasto público más orientado a las necesidades específicas de la diversa geografía nacional.  

En este sentido, nuestra estimación[1] es que un crecimiento del 1% en la producción económica de los departamentos generaría un 0,8% de aumento en el recaudo propio, principalmente a través de los ingresos no tributarios. Es decir, el crecimiento y el desarrollo económico de los departamentos es una buena forma de lograr que estos obtengan mayor autonomía.

 

Autonomía con buen juicio fiscal 

La Ley 617 de 2000 representa una herramienta fundamental para que los departamentos gestionen de forma más responsable sus recursos. Al exponer una categorización basada en dos factores concretos —la población y los ingresos corrientes de libre destinación—, la norma no solo busca ordenar las finanzas territoriales, sino también promover el equilibrio entre los recursos públicos que se recaudan y lo que se gasta en un año fiscal[2]. 

El Estado colombiano, mediante las normas de hacienda pública, orienta a los departamentos a conocer bien su capacidad fiscal y a ajustar su estructura administrativa en función de ella. La posibilidad de cambiar de categoría, según el desempeño financiero, introduce un incentivo claro: aquellos que gestionen sus recursos de manera eficiente tendrán más flexibilidad, mientras que quienes no lo logren, verán limitado su presupuesto destinado a la inversión.  

Es crucial destacar que los recursos que los departamentos pueden administrar con mayor libertad provienen, en su mayoría, de los ingresos propios que generan a través del recaudo de impuestos, por ejemplo, gravando productos como la cerveza, los licores, los cigarrillos y el tabaco, los cuales aportan una parte importante de los ingresos corrientes.  

Los gobiernos departamentales también generan ingresos por concepto de registro y anotación, y mediante el recaudo de impuestos a vehículos automotores. Además, la sobretasa a la gasolina cumple un rol clave, junto con otros ingresos que ayudan a completar el recaudo departamental.

Figura 2. En este mapa, los departamentos de Colombia se muestran más grandes o pequeños según su nivel de Ingresos Propios (Tributarios y No Tributarios) como Porcentaje del Total de los Ingresos Departamentales. Elaboración propia a partir de datos del DNP [4]. 

 

El Artículo 4 de la Ley 617 de 2000 fija topes a los gastos de funcionamiento de los departamentos según su nivel de ingresos. Un departamento de categoría especial puede gastar en funcionamiento hasta el 50 % de sus ingresos de libre destinación, mientras que uno de categoría 3 o 4 tiene que mantenerse dentro del 70 %[2]. 

La normativa también es clara en cuanto a qué ingresos pueden considerarse de libre uso, excluyendo aquellos que ya tienen un destino específico, como las regalías o las transferencias. Estos recursos solo pueden ser usados para un fin determinado y no pueden ser redistribuidos por el Gobierno nacional. Aun así, es necesario darles un manejo adecuado para asegurarse de que realmente respondan a las necesidades actuales. 

Por su parte, las rentas nacionales tienen un destino específico y pueden utilizarse de manera flexible según las prioridades del presupuesto general[3]. Solo existen tres excepciones: las participaciones que la Constitución asigna a departamentos, distritos y municipios; los recursos para inversión social —salud, educación y programas para combatir la pobreza—; y aquellos que deben destinarse a entidades de previsión social o a las intendencias y comisarías.  

En suma, mejorar la forma en que se planea el presupuesto nacional y los presupuestos territoriales es determinante para que los recursos sin un uso fijo se aprovechen al máximo, especialmente en áreas como salud, educación y reducción de la pobreza, sin perder la capacidad de adaptarse a las necesidades actuales.

 

 

Notas
  1. Arias Mejía, J. M., Caicedo Esper, G. F., Acosta Ochoa, S., Salazar Aguirre, J., y Echeverri Valencia, M. F. (2024). Realidades de la descentralización fiscal de los departamentos. En Descentralización y autonomía territorial: El camino hacia adelante. Valor Público, Universidad EAFIT. Disponible en https://universidadeafit.widen.net/s/qpmwlrqldz/descentralizacion-autonomia-territorial
  2. Congreso de Colombia. (2000). Ley 617 de 2000. Esta Ley ajusta aspectos clave de la Ley 136 de 1994 y de la Ley Orgánica del Presupuesto, con la intensión de fortalecer la descentralización y mejorar el manejo fiscal en municipios y departamentos.
  3. Constitución Política de Colombia. (1991). Artículo 359. Establece el principio general de no asignación específica de las rentas nacionales, salvo las excepciones.
  4. Departamento Nacional de Planeación (DNP) TerriData. Disponible en TerriData :: DNP

 

 

Autores

José Miguel Arias-Mejía

Estudiante de la Maestría en Economía de la Universidad EAFIT

Gonzalo Felipe Caicedo-Esper

Profesor de cátedra de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno EAFIT

Luis Miguel Ocampo-Marín

Experto en CAD y lider de proyectos en urbam EAFIT

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Autor
José Miguel Arias-Mejía; Gonzalo Felipe Caicedo-Esper
Edición
Agustín Patiño Orozco

El testimonio de la Mazorca 

Al estrado habían subido ya muchos testigos intentando defender, sin éxito, al agricultor que, en un desafortunadísimo golpe de azar, había provocado la indignación de los activistas. Defendía su libertad en un juicio en el que se determinaría si eso que él hacía podría considerarse o no un crimen.

“Domesticar”, decía el demandante, “es esclavizar”

“¿Defendería el jurado a un humano que críe humanitos en su jardín para que luego alguien se los coma?”, dijo, y acto seguido presentó imágenes de plantas laceradas, apareadas a la fuerza, maceradas. Cultivos extensos que un testigo agitado se atrevió a comparar con el holocausto.  

El abogado del demandante era convincente y había escogido bien a sus testigos: un frijol frustrado que desde hacía siglos había perdido la capacidad de desvainar sus semillas, un arroz cansado de cargar granos enormes en su tallo, trigos dismórficos incapaces de reconocerse en el espejo.  

Un ejemplo para cada una de las formas de lo que el perito había nombrado como síndrome de domesticación, y que era, en este punto, el argumento ganador.  

Era la última sesión antes de la deliberación del juez. Los argumentos en favor de la cultura humana habían sido descartados de inmediato. ¿Por qué habría de importarle a las plantas que el sapiens hubiera desarrollado la agricultura, las ciudades y el Estado?  

Durante siglos, el humano había seleccionado intencionalmente, y bajo criterios que responden solo a sus intereses, a especies ahora enfermas, rechonchas y dependientes. El abogado acusador había preparado una estocada final que lo llevaría al éxito: el testimonio de la Mazorca.  

Terriblemente confiado de su milenario testigo preguntó: “¿Es o no es la domesticación un crimen?”.  

 

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Detalle de Ilustración alusiva a la domesticación humana de las plantas mediante la representación ficticia de un juicio donde los vegetales demandan al homo sapiens
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monocultivo de maíz donde se puede ver el deterioro del suelo
 
Y la Mazorca dijo:  

“Me parece ahora, después de haber escuchado en silencio sus argumentos y esculcado, no sin dificultad, entre los recuerdos remotos de este vínculo, que la verdad del asunto es un poco más compleja.  

Los humanos nos domesticaron, sí, pero eso no significa necesariamente lo que ustedes han dicho aquí. Hace miles de años yo no era más que un pasto silvestre en Mesoamérica. Hoy, es difícil imaginar el mundo sin mí.  

Muchas de nosotras, cargadas en bolsillos de sapiens andantes, como el polen que viaja en las patas de una abeja, nos hicimos universales. Diría cualquiera, sin dudarlo demasiado, que la mía, y la de los testigos que han venido aquí a hablar en contra de este hombre, son en realidad historias de éxito. 

¿En verdad no lo ven? Ni ellos ni nosotros tenemos mucho que ver aquí. Esta es una historia sobre el tiempo, y es él el único que puede explicarnos lo que ha pasado. La domesticación, al menos en un inicio —pues no tengo razones para negar que el asunto parece haberse salido un poco de control— es un vínculo forjado por el tiempo y el azar.  

Una semilla cayó en el suelo y el sapiens la vio crecer. Luego, como aquellas hormigas que aprendieron a cultivar hongos hace milenios, aprendió el humano hace doce mil años que él podía hacer lo mismo.  

Y así, tal cual, pero con otra semilla y otro sapiens, sucedió en Mesoamérica, en los Andes, en la Creciente Fértil, en China, en África occidental; en lugares distantes y sin contacto alguno, lo mismo.  

Todo, sencillamente, es cuestión de tiempo. 

No pretendo oponerme a lo que en verdad es evidente: alguien debe responder por este asunto. Yo, más que nadie, he vivido las transformaciones producto de esta relación. Y nuestra expansión, entre muchas otras cosas, ha implicado la desaparición o desplazamiento de otras especies.  

Sin embargo, así como hemos cambiado, lo han hecho ellos. Su cultura nació al ritmo de nuestra germinación, sus cuerpos evolucionaron y se adaptaron a los nuestros. Dependemos los unos de los otros. 

¿Que si es un crimen domesticar a una especie? No lo sé. Pero no olviden esto a la hora de decidir: no somos objetos tendidos en el suelo, somos parte activa en este vínculo. Y si quieren estar seguros mejor pregúntenle al tiempo, verdadero testigo de sí mismo”.

 

 

Autores

Matilda Lara-Viana

Estudiante de la Maestría en Estudios Humanísticos EAFIT y joven investigadora de la Alianza BIOFILIA

Estefanía Ceballos Benítez

Bióloga EAFIT y joven investigadora de la Alianza BIOFILIA

Sebastián Patiño Baena

Biólogo EAFIT y joven investigador de la Alianza BIOFILIA

 

 

Bibliografía recomendada
  • Alam, O., & Purugganan, M. D. (2024). Domestication and the evolution of crops: variable syndromes, complex genetic architectures, and ecological entanglements. The Plant cell, 36(5), 1227–1241. https://doi.org/10.1093/plcell/koae013
  • Bocquet-Appel, J.-P. (2011). When the world’s population took off: The springboard of the Neolithic demographic transition. Science, 333, 560–561. https://doi.org/10.1126/science.1208880
  • Diamond, J. (2002). Evolution, consequences and future of plant and animal domestication. Nature, 418(6898), 700–707. https://doi.org/10.1038/nature01019
  • Fuller, D. Q., Denham, T., & Allaby, R. (2023). Plant domestication and agricultural ecologies. Current biology: CB, 33(11), R636–R649. https://doi.org/10.1016/j.cub.2023.04.038
  • Kluyver, T. A., Jones, G., Pujol, B., Bennett, C., Mockford, E. J., Charles, M., Rees, M., & Osborne, C. P. (2017). Unconscious selection drove seed enlargement in vegetable crops. Evolution Letters, 1(2), 64–72. https://doi.org/10.1002/evl3.6
  • Mueller, U. G., Schultz, T. R., Currie, C. R., Adams, R. M., & Malloch, D. (2001). The origin of the attine ant-fungus mutualism. The Quarterly review of biology, 76(2), 169–197. https://doi.org/10.1086/393867
  • O’Brien, M. J., & Laland, K. N. (2012). Genes, culture, and agriculture: An example of human niche construction. Current Anthropology, 53(4), 434–470. https://doi.org/10.1086/666585
  • Perry, G. H., Dominy, N. J., Claw, K. G., Lee, A. S., Fiegler, H., Redon, R., Stone, A. C., et al. (2007). Diet and the evolution of human amylase gene copy number variation. Nature Genetics, 39(10), 1256–1260. https://doi.org/10.1038/ng2123
  • Purugganan, M. D. (2019). Evolutionary insights into the nature of plant domestication. Current Biology, 29(14), R705–R714. https://doi.org/10.1016/j.cub.2019.05.053
  • Purugganan M. D. (2022). What is domestication?. Trends in ecology & evolution, 37(8), 663–671. https://doi.org/10.1016/j.tree.2022.04.006
  • Schultz, T. R., & Brady, S. G. (2008). Major evolutionary transitions in ant agriculture. Proceedings of the National Academy of Sciences, 105(14), 5435–5440. https://doi.org/10.1073/pnas.0711024105
  • Zeder, M. A. (2012). Domestication: Definition and overview. In C. Smith (Ed.), Encyclopedia of Global Archaeology (pp. 2069–2086). Springer. https://doi.org/10.1007/978-1-4419-0465-2_610

 

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Programa académico Noticias
Autor
Matilda Lara-Viana; Estefanía Ceballos Benítez; Sebastián Patiño Baena
Edición
Agustín Patiño Orozco

Hasta la última vereda: aprendizajes de la expansión metodológica de la Universidad de los Niños EAFIT

Con presencia en más de diez departamentos y treinta y tres municipios de Colombia, la Universidad de los Niños EAFIT ha contribuido a la Apropiación Social del Conocimiento (ASC) en diversos ecosistemas escolares del país, estimulando la curiosidad, el gozo intelectual y el pensamiento crítico en niños, niñas, adolescentes, jóvenes y mediadores. 

La metodología de la Universidad de los Niños transforma el conocimiento científico en experiencias de aprendizaje que promueven el descubrimiento colaborativo, incluyente y divertido a través del asombro, la pregunta, el juego, la conversación y la experimentación.  

Estas herramientas metodológicas se actualizan y apropian en ecosistemas escolares regionales gracias al desarrollo de proyectos colaborativos que fortalecen conexiones entre la Universidad y aliados estratégicos de la sociedad civil, los sistemas públicos y el sector empresarial.  

Veamos algunos aprendizajes de la expansión metodológica de la Universidad de los Niños en el marco de tres proyectos de innovación educativa con enfoque territorial: Ciencia entre Montañas, Saberes en Red: Aprendamos con Eloísa Latorre y la Jornada Escolar Complementaria Inspiración Comfama

Imagen Noticia EAFIT
Fotografías de escuelas y comunidades educativas rurales en el Suroeste Antioqueño, participantes del proyecto "Ciencia entre Montañas" de la Universidad de los Niños EAFIT.
 
Educación que cultiva ecosistemas de CTeI 

La innovación educativa permeabiliza los sistemas educativos existentes, fomentando más y mejores conexiones con los entornos locales, y nutriendo los brotes de futuros ecosistemas regionales de ciencia, tecnología e innovación (CTeI). 

Esto se impulsa mediante la apropiación de metodologías como el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), las preguntas guía anuales, los talleres vivenciales, la realización y difusión de contenidos educomunicativos, el uso innovador de recursos de aprendizaje —huertas, kits educativos, dispositivos tecnológicos, etc.—, y la realización de ferias de cultura científica que celebran los saberes locales y tradicionales. 

Esta es la experiencia, por ejemplo, del proyecto Ciencia entre Montañas, el cual ha beneficiado a más de mil setecientos niños y niñas del suroeste antioqueño, en cuarenta escuelas de la ruralidad dispersa de la Provincia Cartama, que incluye a los municipios de Caramanta, Fredonia, Jericó, Montebello, Pueblorrico, Santa Bárbara, Támesis, Tarso, Valparaíso y Venecia. 

Con el desarrollo de talleres guiados por preguntas relacionadas con el agro y la biodiversidad, este proyecto busca fortalecer competencias científicas y acercar a los participantes a su territorio desde una mirada investigativa que descubra mejores oportunidades para su futuro. 

Dentro del aula, los participantes viven experiencias y juegos que detonan preguntas y conversaciones alrededor de conceptos científicos, y fuera del aula, con actividades al aire libre, los niños y niñas exploran su territorio y se apropian de las maneras en las que se produce nuevo conocimiento en las ciencias naturales. 

 

El estímulo de ecosistemas educativos más conectados con las realidades locales fortalece el tejido social a través del conocimiento. En la imagen vemos un grupo de niños y maestros junto a un árbol de limones en la vereda Piedra Verde del municipio de Fredonia. Foto: Robinson Henao.

El proyecto Ciencia entre Montañas conecta la innovación educativa con el fortalecimiento del ecosistema regional de CTeI, con el liderazgo de la Universidad EAFIT y la Universidad de los Niños en alianza con Comfama y la Fundación Fomento a la Educación JCH, y además con la participación de diversas universidades y centros de ciencia —EAFIT, CES, Universidad de Antioquia, Jardín Botánico de Medellín, Parque Explora—, expertos del sector empresarial local —Urantia, Agrovizcaya, Café Luna, Laboratorio del Café—, y aliados como el Agroparque Biosuroeste, la Provincia Cartama y los gobiernos municipales. De esta manera el proyecto cumple con el propósito de las iniciativas de CTeI financiadas por el Sistema General de Regalías (SGR).

 

“Quiero agradecer el valor que Ciencia entre Montañas le ha dado a la ruralidad, al mostrar la ciencia como algo que hace parte de nuestra cotidianidad y entorno. Mis niños son felices y esperan con expectativa a los talleristas para compartir juntos muchos temas interesantes. El proyecto contribuye inmensamente a mi labor docente mediante estrategias innovadoras y el cambio de mentalidad frente a cómo vivenciar los temas que a simple vista pueden parecer complejos”.

 

Claudia Guerra, docente del Centro Educativo Rural La Alacena, Támesis. 

“Ser tallerista me ha dado la posibilidad de conocer mi territorio, de acercarme y compartir el conocimiento con los niños y niñas y, sobre todo, la oportunidad de crear, experimentar y soñar con la posibilidad de construir un mundo más justo e incluyente para todos”.

 

— Ana Milena Henao, tallerista del proyecto Ciencia entre Montañas

 
Inspiración y herramientas para investigar 

A través del despliegue de estrategias para la formación de formadores locales en diversos territorios, la Universidad EAFIT ha fortalecido capacidades regionales para la CTeI, facilitando que docentes, mediadores y líderes comunitarios accedan a herramientas pedagógicas para el aprendizaje experiencial, la apropiación social del conocimiento y el fortalecimiento de habilidades para el siglo XXI.  

Solo en 2024, la Universidad de los Niños contribuyó a la formación de más de noventa talleristas territoriales y más de dos mil cien maestros. Este enfoque ha promovido la sostenibilidad de los procesos de aprendizaje colaborativo en territorios y poblaciones con acceso limitado a la CTeI, tanto en poblaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes, así como dentro de los mismos márgenes del Área Metropolitana del Valle de Aburrá y otros centros poblados del departamento.  

Los más de setenta docentes participantes del proyecto Ciencia entre Montañas destacan la importancia de la innovación educativa en la ruralidad dispersa, donde hay acceso limitado al conocimiento científico sobre el agro y la biodiversidad.  

Estos docentes agradecen el enfoque territorial del proyecto y la inclusión de talleristas y mediadores científicos locales, quienes enriquecen el aprendizaje con nuevas herramientas pedagógicas y se convierten en referentes del desarrollo local sostenible, en lugar de acentuar la tendencia migratoria hacia las ciudades y los centros poblados en busca de oportunidades. 

 

Las barreras geográficas, económicas y culturales son retos para la innovación educativa rural en Colombia. En la imagen vemos un grupo de niños cruzando el Río Cauca en una embarcación de remos en el municipio de Jericó. Fotografía: Robinson Henao.

 

Otra experiencia es la del proyecto Saberes en Red: Aprendamos con Eloísa Latorre —con respaldo metodológico de la Universidad de los Niños en alianza con ISA Intercolombia—, que busca fortalecer la apropiación social del conocimiento sobre biodiversidad, cambio climático, transición energética y energías renovables, beneficiando a más de veintiocho mil niños y niñas de municipios como Anorí, San Carlos, Heliconia, Santa Rosa de Lima, Norcasia, El Copey, Tierralta, Albania, Santa Marta y Yumbo, entre otros.  

Inspirados por los desafíos de la Educación para el Desarrollo Sostenible (EDS), el proyecto busca desarrollar procesos pedagógicos y de mediación que promuevan liderazgos territoriales. Para eso, desarrolla estrategias educativas que proveen herramientas para el fomento del pensamiento científico, tales como la distribución de dos kits educativos —uno individual, para cada estudiante, y otro de carácter institucional—, que responden a las necesidades del territorio colombiano y aseguran su pertinencia en cada comunidad.  

Para sacarle el mayor provecho posible a los recursos pedagógicos en el contexto rural colombiano, los kits educativos desarrollados y distribuidos por el proyecto se destacan por proporcionar herramientas para el “aprender haciendo” tanto dentro como fuera del aula, y por ofrecer contenidos educomunicativos accesibles, que dialogan con el contexto local y que se pueden adaptar a diversos niveles y currículos escolares. 

 

Siempre es hora de aprender 

Uno de los retos del sistema educativo colombiano es cómo fortalecer la Jornada Escolar Complementaria (JEC). Gracias a la transferencia metodológica de la Universidad de los Niños a los programas JEC de Comfama y Cafam entre 2019 y 2025, la Universidad de los Niños EAFIT ha contribuido al estímulo del liderazgo en emprendimiento, participación ciudadana, pensamiento científico y cultura bilingüe en más de dos mil cuatrocientos niños, niñas y adolescentes de 55 instituciones educativas de Antioquia y Cundinamarca cada año.   

En particular, el proyecto JEC Inspiración Comfama ha contribuido a la formación complementaria de cientos de niños, niñas y adolescentes que han transformado sus preguntas en proyectos, emprendimientos y oportunidades concretas para el futuro, conectando la ciencia, el arte, la tecnología y el ejercicio ciudadano con sus realidades cotidianas y territoriales.  

En línea con la metodología de la Universidad de los Niños, este proyecto no solo promueve el acceso al conocimiento, sino que lo resignifica desde el juego, el gozo intelectual y la acción colectiva. 

Por ejemplo, en la Institución Educativa Antonio Nariño de Puerto Berrio los estudiantes construyeron un diccionario de lenguaje juvenil. Esta experiencia les permitió ver su identidad como una forma de conocimiento válido y digno de ser compartido con otros.  

Por su parte, en la Institución Educativa Concejo Municipal El Porvenir de Rionegro, los estudiantes participantes del proyecto recolectaron más de veinte especies de plantas y raíces de uso cosmético y medicinal, encapsulando sus olores y creando experiencias sensoriales que propiciaron conversaciones sobre memoria, tradición y naturaleza. “¡Huele a la huerta de mi abuela!”, dijo uno de ellos, emocionado por los aprendizajes que conectan con el origen. 

 

Uno de los retos del sistema educativo colombiano es fortalecer la Jornada Escolar Complementaria. En la imagen vemos un grupo de niños visitando un laboratorio de biología en la Universidad EAFIT para observar microorganismos y tejidos vegetales en varios microscopios. Fotografía: Christian Martínez.

 

Un último ejemplo: en varias instituciones educativas rurales, los estudiantes prepararon charlas tipo “TED Talks” como proyecto final. Desde sus experiencias personales, hablaron de liderazgo, desigualdad y emprendimiento. Un joven contó cómo el trabajo en el cafetal le enseñó sobre esfuerzo y disciplina, y propuso su idea para exportar café local con mayor valor agregado. Al terminar su charla, hubo aplausos y lágrimas. “Hoy me sentí importante”, concluyó.

En suma, los retos de la educación rural en Colombia son muchos: inadecuada infraestructura física y baja conectividad a Internet en las sedes educativas; escasa formación y experiencia de docentes y mediadores locales en la implementación de metodologías activas, Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP) y estrategias de apropiación del conocimiento contextualizado; desconexión entre la escuela y el entorno rural, lo cual dificulta el aprendizaje situado y la innovación educativa regional; ausencia de referentes en ciencia, tecnología e innovación (CTeI), lo cual limita el desarrollo del pensamiento crítico y las aspiraciones a futuro de niños, niñas y adolescentes; y aún hoy, la presencia de actores armados y economías ilegales que distorsionan la idea de progreso personal y social, a la vez que promueven la migración del campo hacia las ciudades.  

Aun así, la transformación de la educación rural en Colombia invita a cada municipio a convertirse en un epicentro de descubrimientos y aprendizajes colaborativos. El estímulo de ecosistemas educativos más conectados con las realidades locales, gracias a la apropiación de metodologías como las de la Universidad de los Niños que trascienden barreras geográficas, tecnológicas y culturales, fortalece el tejido social a través del conocimiento.  

 

 

Autores

Ana María Jaramillo-Escobar

Magíster en Procesos Urbanos y Ambientales y coordinadora del proyecto "Ciencia entre Montañas".

Diana Marcela Marín Alzate

Magíster en Ciencias del Comportamiento y coordinadora del proyecto "JEC Inspiración Comfama".

Nathalia Botero-Orrego

Magíster en Ingeniería y coordinadora del proyecto "Saberes en red:
Aprendamos con Eloísa Latorre".

Robinson Henao

Fotografías proyecto "Ciencia entre Montañas"

Christian Alexander Martínez Guerrero

Fotografía proyecto "JEC Inspiración Comfama"

Sección de noticias EAFIT
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Escuela o área Noticia
Autor
Ana María Jaramillo-Escobar; Diana Marcela Marín Alzate; Nathalia Botero-Orrego; Robinson Henao
Edición
Agustín Patiño Orozco

Niñez rural, semilla de cambio para Colombia

Pensar en el futuro de la niñez rural en Colombia requiere entender unos tejidos sociales en transformación, que se entretejen con problemáticas y situaciones particulares de cada territorio.[1] 

Hay que considerar el momento de la vida por el que pasan los niños, niñas y adolescentes, sus tradiciones y las decisiones a las que se enfrentan. Promover experiencias de aprendizaje más integrales y contextualizadas ayudaría a resarcir la deuda histórica que tenemos con el campo.

Colombia es un país próspero y altamente diverso, en donde conviven regiones desarrolladas con otras más vulnerables. La desigualdad y las brechas territoriales son realidades a las que nos enfrentamos a diario. Una de las brechas de mayor relevancia para el desarrollo del país es la educación y el acceso a ella por parte de la niñez rural. 

Existen dos caras de la educación en Colombia: una urbana y otra rural. Ambas comprenden realidades antagónicas y altamente complejas.  

Según la Pontificia Universidad Javeriana, en 2023 cerca del 27% de la población entre los cinco y los veintiún años habitaba en la ruralidad, es decir, más de un cuarto de la población en edad escolar vive fuera de las grandes ciudades.[2] Esto determina la calidad y las oportunidades de acceso a la educación, teniendo un impacto a largo plazo en el proyecto de vida de niños, niñas y adolescentes.  

En la actualidad, además, si bien el 96% de la población mayor de quince años del país sabe leer y escribir, la brecha de esta cifra entre el campo y la ciudad sigue siendo abismal: mientras que la población urbana presentó una tasa de 2,7 % de analfabetismo, en la ruralidad esta cifra ascendió al 9,2 %.[2] 

Imagen Noticia EAFIT
Ilustraciones sobre la educación rural en Colombia, la migración del campo a la ciudad y la educación contextualizada
Leyenda de la imagen
Niños del suroeste antioqueño caminan hacia su escuela cerca a un cultivo de café
 
Brechas de acceso a la educación rural 

Problemáticas como el conflicto armado, el insuficiente acceso a servicios básicos, la falta de oportunidades, la migración hacia las ciudades y las barreras de acceso a la educación y el trabajo configuran el escenario cotidiano de la ruralidad en Colombia. 

En este contexto, la niñez rural enfrenta desafíos significativos: las dificultades económicas y la necesidad apremiante de trabajar interfieren con sus estudios y con frecuencia causan desmotivación y absentismo escolar. Las niñas y adolescentes, además, suelen asumir responsabilidades familiares y domésticas y enfrentan riesgos como el embarazo adolescente. 

A estas dificultades se suman los largos y complicados desplazamientos que muchos estudiantes y maestros deben realizar a diario para llegar a la escuela.  

Una vez en el aula, los estudiantes a menudo se encuentran con instituciones educativas en condiciones precarias: las instalaciones son inadecuadas, faltan recursos tecnológicos y los docentes están sobrecargados puesto que no cuentan con los medios para atender necesidades de aprendizaje diversas.  

Por último, el currículo, diseñado en las grandes ciudades y bajo los parámetros que estas requieren, resulta ajeno a la realidad, las necesidades y los intereses de los niños, niñas y adolescentes rurales y campesinos del país. 

 

La fuga de talentos del campo a la ciudad trae consigo la falta de desarrollo económico y social, limitando las oportunidades para la innovación. En la actualidad, el 11,8 % de la población urbana ha obtenido un título universitario, frente un 1,8 % de la población rural. Ilustración: Lennis Orozco.

 

Talento del campo 

Teniendo clara la realidad compleja de la educación rural en Colombia, no es sorprendente que exista en el campo una alta tasa de deserción escolar

Muchas veces, a medida que los niños y niñas del campo se van acercando a la adolescencia, se presenta una disyuntiva: deben plantearse si pueden ―y quieren― seguir estudiando, con todos los retos que esto trae, o si comienzan a trabajar en diferentes labores en el campo para apoyar económicamente a sus familias y solventar sus gastos básicos.   

Ambas posibilidades suelen ser mutuamente excluyentes y traen consigo retos y realidades diversas. En el caso de seguir estudiando, se enfrentan a la necesidad de migrar a las ciudades para continuar con su proceso formativo en universidades y diferentes instituciones educativas superiores.  

Surge aquí una nueva problemática: comienza una fuga de talentos del campo a la ciudad, lo cual trae consigo el abandono del campo y falta de desarrollo e innovación. Las cifras dan cuenta de los impactos: para el año 2023, el 11,8% de la población urbana contaba con un título universitario como máximo nivel educativo, frente al 1,8 % de la población rural.[2]

 

Futuros posibles 

Si bien la situación de la educación rural en el país presenta retos y dificultades, no todo está perdido. Es importante recoger los avances y aciertos de los modelos educativos actuales, para así plantear y gestar una transformación de la educación rural fundamentada en la ciencia y la tecnología, el respeto por el campo y sus tradiciones, y el empoderamiento de los niños, niñas y adolescentes como protagonistas de su propio proceso formativo.  

Un punto importante en la innovación educativa es la apropiación de los recursos tecnológicos. Su acceso y aprovechamiento al interior de las aulas favorece la descentralización del aprendizaje y contribuye al cierre de brechas sociales. Por ejemplo, la educación virtual y las jornadas flexibles pueden facilitar en algunos casos la apropiación tecnológica, el desarrollo de capacidades y la innovación en los territorios. 

Es indispensable tener en cuenta las realidades y el contexto de la niñez rural y campesinas, sus tradiciones, necesidades y oficios. Estas realidades nutren y llenan de valor la transformación educativa. No se puede pensar en nuevos modelos de aprendizaje que no respeten el contexto cultural en el que se encuentran, y entiendan el gran valor de lo campesino para el desarrollo del país.  

Los niños, niñas y adolescentes representan los primeros agentes de cambio del territorio y son ellos en quienes deben centrarse los esfuerzos de la innovación educativa, buscando que sus visiones de futuro y sus proyectos de vida no se desconecten por completo del campo y del desarrollo territorial.[3] 

 

Pese a las limitaciones de conectividad, transporte y la falta de referentes en ciencia, la innovación educativa rural impulsa un aprendizaje que juega, conversa, pregunta y experimenta ―siguiendo la metodología de la Universidad de los Niños EAFIT―, para abrirle camino a los sueños de los niños, niñas y adolescentes rurales y campesinos. Ilustración: Lennis Orozco.

 

Los maestros también son protagonistas en la innovación educativa, pues no solo desempeñan un rol fundamental dentro de la educación rural, sino que se convierten en algunos territorios, en representantes de la presencia del Estado[1], líderes comunitarios y agentes del cambio social que comienza en las aulas. El maestro rural está llamado a comprender el tejido social y el entorno de sus estudiantes, a darles vida dentro del aula y desde allí construir aprendizajes. Esto debe estar acompañado de metodologías centradas en el desarrollo del pensamiento crítico y la investigación en los niños, niñas y adolescentes. 

La transformación de la educación rural en el país requiere un enfoque integral y multidimensional que combine mejoras en la calidad y el acceso a la educación, su articulación con el desarrollo territorial, y el fortalecimiento del rol de los maestros rurales, de modo que se reconozcan y potencien las capacidades y aspiraciones de los niños, niñas y adolescentes como agentes de cambio en sus comunidades y en el país.  

Se hace necesario pensar en el rol esencial de los niños, niñas y adolescentes en su formación, lo que los hace protagonistas de la innovación educativa en Colombia. Escucharlos y tener en cuenta su perspectiva es como se comienza a tejer el inicio de un nuevo modelo educativo rural para nuestro país. 

 

Referencias
  1. Orozco Gómez, W. (2022). El maestro rural en Colombia: desafíos ante la memoria y la reconstrucción del tejido social. Praxis & Saber 13(33), e13199. Recuperado a partir de https://revistas.uptc.edu.co/index.php/praxis_saber/article/view/13199
  2. Pontificia Universidad Javeriana. (2023). Características y retos de la educación rural en Colombia. Informe análisis estadístico LEE 79. Laboratorio de Economía de la Educación.
  3. Gaviria Agudelo, A. y Jaramillo Escobar, A. M. (2019). Adolescencia, futuro y desarrollo territorial: diseño de un instrumento que permita la convergencia de la visión de futuro de los adolescentes rurales y los procesos de transformación y desarrollo territorial. Caso de estudio: Provincia Cartama. Universidad EAFIT. Disponible en http://hdl.handle.net/10784/24363

 

 

Autoras

Ana Maria Parra Diez

Psicóloga de la Universidad EAFIT

Lennis Orozco Arias

Máster en Ilustración y Cómic

Sección de noticias EAFIT
Bloque para noticias recomendadas
Autor
Ana Maria Parra-Diez; Lennis Orozco Arias
Edición
Agustín Patiño Orozco

Vivir en dos tiempos: el trabajo de reconstrucción de memoria colectiva en Colombia

Agosto 20, 2025

Marda, psicóloga; Gloria, abogada; Juan Gonzalo (JuanGo), periodista; Jorge, comunicador. Todos investigadores de la Universidad EAFIT relacionados con el conflicto armado colombiano.

Imagen Noticia EAFIT
Planto detalle de una planta dentro de unas manos

Quizá fue por una emoción: la vergüenza de tener poco conocimiento sobre la historia de su país. Quizá fue por un familiar: una hermana mayor historiadora. Quizá porque atravesó la vida misma: su familia fue víctima directa. Quizá porque no había otra opción: un periodista recién egresado en la Medellín de los ochenta. Cada uno, desde su orilla, ha dedicado parte de su vida a estudiar y reconstruir lo que más nos une como país: la memoria de un conflicto que a veces cae en el olvido.  

Aunque varíen las razones, hay una compartida: la certeza de que sin el entendimiento profundo del pasado no podríamos construir, juntos, una visión extendida y asertiva del presente y del futuro.

El tiempo es un agente activo en la reconstrucción de la memoria en Colombia, por dos razones. La primera es una relación obvia: hay pasado en tanto transcurre el tiempo y podemos mirar hacia atrás solo cuando hay un camino al cual asomarse. La segunda es que, en la medida en que corre el tiempo, aparecen elementos clave: las voces, los testimonios, las evidencias de la violación de derechos humanos que permiten hoy buscar justicia y velar por la reparación económica, simbólica y de salud mental de las víctimas. 

Pareciera sencillo: si pasa el tiempo, habrá pasado; si hay pasado, habrá quien lo cuente. La experiencia de estos cuatro investigadores, sin embargo, plantea la aparición de una tercera pieza fundamental para la recuperación de ese pasado: el sosiego.

Es por el sosiego que se construye memoria, pues solo con él es posible que se aviven los recuerdos, los relatos de quienes vivieron el conflicto y sin los cuales no podríamos dimensionarlo.  

¿Qué nos corresponde a quienes no la vivimos? Generosidad y hospitalidad en la escucha y también empatía para entender un sentido amplio del nosotros que trascienda el olvido y la negación: esto que le sucedió a otros ―muchos― impacta en una historia nacional de la que hago parte, aunque esta guerra no haya tocado directamente a mi puerta.

 

Las noticias, imágenes y sucesos alrededor de la guerra en Colombia han sido tan frecuentes que nos acostumbramos a ellas. ¿Cómo salir de ella? ¿Cómo des-normalizar la barbarie?

 

Andar con la piel finita

Marda lo describe como un estado de conmoción permanente que la hace tener un compromiso ético con la historia del país. “Creo que uno nunca se puede dejar de conmover”, enfatiza. Cuando pierde la esperanza, vuelve a un fragmento de Las ciudades invisibles, de Ítalo Calvino: “(...) buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”. 

“Me volví más llorón”, dice Jorge. Su trabajo de tesis doctoral se centró en el análisis de más de mil imágenes de prensa que retrataban el conflicto armado. Pero ahora no solo se permite más lágrimas: también agudizó su sentido de responsabilidad frente al país que quiere dejarle a sus dos hijas. Su trabajo, condensado en el libro La barbarie que no vimos: fotografía y memoria en Colombia, representó una forma de solidaridad con las víctimas del conflicto y el cierre que soñaba para su trayectoria académica.  

JuanGo dice que está en simultáneo en dos líneas de tiempo. Aunque camina por la Medellín del 2025, reconoce en cada esquina la de los ochenta, la de la violencia más cruda, la que lo estrenó como reportero. Lo resume en un simple juego de palabras: “el pasado está siempre muy presente”. Lo ejemplifica con un carro bomba que explotó en San Juan con la 73. Siempre que pasa entre ambas calles, le es imposible no revivir el momento.  

Gloria experimentó un efecto secundario bastante peculiar que ella categoriza como muy positivo: “dejé de tomarme tan en serio”. Un golpe al ego, podríamos decir. No se trata de minimizar los dolores propios, pero sí, quizá, de ponerlos en perspectiva frente a otros muchos más cruentos y profundos que deberían sacarnos a todos de la anestesia frente al pasado que compartimos y a los problemas que no vivimos.  
 

El pasado que aún no pasa

Hay una particularidad con el conflicto colombiano, y es que, si bien no se ha recrudecido, tampoco ha terminado. Nuestro pasado sigue pasando. El deber de la memoria nos permite, entonces, identificar de forma temprana las señales ante sus posibles degradaciones.  

No hay que esperar a que pase para aprender de él.

Nos corresponde apelar a la condición humana para construir un futuro en colectivo, reconocer lo que hemos avanzado y trazar nuevas rutas con esperanza y empatía para ver ese pasado que aún no pasa. Ese pasado que está pasa(n)do. 

 

¿Cómo volver a conmoverse? 

Las noticias, imágenes y sucesos alrededor de la guerra en Colombia han sido tan frecuentes que nos acostumbramos a ellas. ¿Cómo salir de ella? ¿Cómo des-normalizar la barbarie? Los investigadores nos cuentan.  
 

El método iconográfico

Para Jorge Bonilla, quien centra su investigación en el análisis de la imagen, una buena forma de re-sensibilizarse con las imágenes del conflicto en Colombia es aplicar el método iconográfico de Erwin Panofsky, historiador, ensayista alemán y crítico de la imagen.  

Para Panofsky, hay tres niveles de análisis de una imagen:

1. El nivel primario o natural: aquí, las figuras, elementos u objetos de una imagen no se relacionan con un tema determinado ni se analizan bajo un contexto específico. Es nombrar de forma literal los objetos de una imagen: árbol, tierra, persona.  

2. Nivel iconográfico o secundario: aquí, se trata de enlazar los objetos identificados en el primer nivel a un contexto o tema específico. El árbol, la tierra o la persona ahora están inscritos a un contexto: una época, un conflicto social, un territorio.  

3. Nivel iconológico o de significación intrínseca: aquí, se hace la interpretación más profunda de la imagen, su concepto y alcance en un contexto determinado. Se trata de asignarle un significado teniendo en cuenta el entramado cultural en el cual la imagen fue capturada o creada.

 

La importancia de un testimonio vivo

Para Marda Zuluaga, todo cambia cuando tienes de frente un testimonio vivo. Nunca será igual conocer sobre el conflicto directamente de una de sus víctimas. Para ella, esto es clave para activar la sensibilidad y el sentido de empatía por las historias de los otros.  

Recuerda especialmente una vez en la que varios de sus estudiantes de cátedra para la memoria y la paz se ofrecieron a ayudarle transcribiendo testimonios de varias víctimas del conflicto en Granada, Antioquia. La cercanía con el puño y la letra, con el relato en primera persona, fue clave para lograr que sus estudiantes se conmovieran y dimensionaran el impacto del conflicto.  

“Incluso me contaban que cuando sentían que lo estaban haciendo en automático, sin consciencia, paraban”, narra. “Ellos mismos querían estar conscientes y conectados, sentían que de lo contrario era irrespetuoso con los relatos de las víctimas”.

 

Abrirnos ante el dolor de los otros

Para Gloria María Gallego es fundamental incomodarnos y permitirnos ir a las zonas más afectadas por el conflicto. Su trabajo desde la academia ha estado atravesado por una aguda conexión con la vida fuera de ella, pues reconoce que muchas veces hay un abismo entre lo académico y la vida real.  

Esa, de hecho, fue su motivación para estudiar Derecho. Se preguntaba cómo superar el espacio entre lo teórico y lo práctico. “Hay que abrirnos a recibir el dolor de otros”, explica. “Hagamos ese duelo, que es un duelo colectivo. Es el dolor que da la lucidez y reconocer lo que pasó, lo que permitimos que pasara en nuestro país”.

 

Explorar las otras narrativas

Desde su formación en periodismo, Juan Gonzalo Betancur nos invita a volver a los principios básicos del oficio: escuchar sin prejuicios y sin intención evangelizadora. Especialmente, atrevernos a escuchar historias de orillas distintas a las nuestras y de actores a los que solemos demonizar, como los perpetradores y victimarios.  

Recuerda las premisas base del periodismo: qué, cómo, cuándo, dónde, por qué. En el fondo, es tener la disposición de escuchar todas las orillas de una misma historia y permitir que afloren las emociones, incluso los deseos de venganza y la rabia.

 

 

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Autoras

Valeria Querubín

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